No es una novedad que la participación política de las mujeres es escasa. Sin embargo, resulta interesante analizar cómo esa participación varía según el cargo, el grado de responsabilidad y el nivel de dependencia respecto del Estado.

Un rápido repaso por la historia del país muestra que, si bien el Uruguay de principios del siglo XX se caracterizó por liderar una agenda bastante avanzada en materia de derechos de las mujeres –en comparación con los demás países de la región–, los cambios que han tenido lugar desde ese entonces se han dado a pasos lentos.

El sufragio femenino se aprobó en 1932 –un siglo después de que se juró la primera Constitución– mediante la sanción de una ley que fue pionera en América Latina. Seis años más tarde, las uruguayas pudieron votar por primera vez en unas elecciones nacionales, un hecho que marcó un precedente histórico.

Pero poder votar no significó poder ser votadas. Los avances no se tradujeron en una participación política real de las mujeres, que ingresaron a cuentagotas en los poderes públicos y en los gobiernos subnacionales.

Las cifras hablan por sí solas: en la historia de Uruguay, el porcentaje de mujeres que integraron el gabinete ministerial nunca superó el 38%, y la representación femenina en el Parlamento no llegó a alcanzar 20%. El hecho de que estos números correspondan a los del actual período de gobierno es una muestra de que la situación avanza, pero no alcanza. La representación sigue siendo desigual.

En el tercer poder del Estado, el Judicial, la representación femenina es numerosa (70%), pero disminuye a medida que se asciende en la escala jerárquica –en la Suprema Corte de Justicia, por ejemplo, es de apenas 20%–.

Algo parecido sucede en los gobiernos subnacionales: el número de mujeres que integran las juntas departamentales también es bajo. Aunque aumentó de manera constante desde la restauración de la democracia –pasó de 5% en 1984 a 28% en 2015– según el último informe de ONU Mujeres sobre participación política en Uruguay. En tanto, el máximo cargo ejecutivo departamental –el de intendente– parece estar reservado para hombres.

En su publicación La participación política de las mujeres en el nivel subnacional en Uruguay. Elecciones departamentales y municipales 2015, la politóloga uruguaya Verónica Pérez explica que esta diferencia de participación femenina entre las juntas departamentales y las intendencias se produce porque “la presencia de mujeres es mayor cuanto menor es la jerarquía de los cargos”. Según la experta, esta es la característica general que asume la presencia de las mujeres en la política en Uruguay. El aumento de edilas en las elecciones de 2015 también se explica por la incidencia que tuvo la implementación de la Ley de Cuotas, aprobada en 2014. No fue el caso de las intendencias. El dato es contundente: hasta 2009 no hubo mujeres intendentas titulares en el país. En esas elecciones rompieron con la tradición y resultaron electas Patricia Ayala (Artigas), Ana Olivera (Montevideo) y Adriana Peña (Lavalleja).

Si se toma en cuenta que los gobiernos departamentales, como los conocemos hoy en día, fueron creados en la Constitución de 1918, las mujeres recién llegaron a liderarlos casi un siglo después de su puesta en marcha.

Lo que pasó en 2009 quebró otro techo de cristal, pero las elecciones de 2015 marcaron un retroceso. En esos comicios se presentaron 122 candidaturas al cargo de intendente en los distintos departamentos. Apenas 15 eran mujeres y sólo una fue electa –Peña, que se había presentado a la reelección–. Es así, entonces, que sólo una de las 19 intendencias actuales está encabezada por una mujer. Representa apenas 5%.

Ana Olivera.

Ana Olivera.

Foto: Mariana Greif

Carrera de obstáculos

Más allá de los factores políticos, sociales y coyunturales que puedan favorecer o no la elección de las mujeres en cargos ejecutivos, quienes fueron intendentas durante el período anterior coinciden en que llevó su tiempo conquistar ese terreno, por la misma razón que a las mujeres les cuesta acceder al resto de los puestos de poder.

Para Olivera, actual subsecretaria de Desarrollo Social, la demora en llegar a los gobiernos departamentales está vinculada “con la desigualdad de género” que enfrentan las mujeres “cotidianamente”. En diálogo con la diaria, Olivera consideró que para las mujeres es más difícil asumir una responsabilidad como la que exige la intendencia –ese “Estado chiquito en el que influís en la vida de la gente desde que nace hasta que se muere”, ilustró– porque “a la vez tienen que ocuparse de las tareas de cuidados y de la vida cotidiana de un hogar”, y eso las condiciona.

La senadora Ayala también lo atribuyó a una cuestión cultural. A su entender, el desembarco tardío de las mujeres en las intendencias forma parte del mismo “proceso” que empezó aquel día en que se conquistó el voto femenino, según contó a la diaria. También lo achacó al hecho de que, a lo largo de la historia, la mujer tuvo que asumir el trabajo no remunerado y ocuparse de todo lo que tuviera que ver con el ámbito privado. “Creo que muchas de las mujeres lo que no queremos es sobrecargarnos más. Pero me parece que va más porque todavía está muy impreso en la sociedad que las cosas de afuera son de los hombres y las de adentro son de las mujeres. Romper con eso va a llevar su tiempo”, reflexionó.

Peña, por su parte, cree que tiene que ver con que fueron pocas las mujeres que “se animaron a dar el paso” y presentaron candidaturas. A la vez, en consonancia con sus colegas, la intendenta de Lavalleja opinó que la principal diferencia con los varones es que las mujeres tienen que dividir más su tiempo entre el trabajo remunerado y el no remunerado. “En tu casa siempre tenés cosas pendientes para hacer”, dijo Peña a la diaria.

Para las tres dirigentes, su elección al frente de las intendencias implicó –en mayor o menor medida– una sorpresa. La ex intendenta de Montevideo nunca se imaginó ocupando ese lugar. Antes de ser electa, ya le habían presentado dos veces la posibilidad de ser candidata por el Frente Amplio y se había negado. “Yo misma dije en ese entonces: nunca voy a ser intendenta. Soy mujer, petisa y comunista; es imposible”, contó.

En el caso de Ayala, no lo vivió como una sorpresa a nivel personal porque estaba muy confiada en su candidatura, pero es consciente de que sí lo fue “a nivel de país, de la sociedad y de la fuerza política [el Frente Amplio]”. “Sobre todo, con las características de mi departamento: es súper conservador, tradicionalista e históricamente votante del Partido Colorado. Todavía, de yapa, ganó una mujer”, resumió.

Peña, integrante del Partido Nacional, recuerda que cuando se postuló para la elección departamental se preguntó en más de una ocasión: “¿Votarán a una mujer para un cargo ejecutivo?”. Hoy lidera su segundo mandato.

Patricia Ayala.

Patricia Ayala.

Foto: Mariana Greif

Llegar para resistir

Las mujeres tienen más obstáculos para acceder a los cargos de decisión. Pero parece que, una vez que llegan, sus gestiones son más cuestionadas que las de los hombres. Una encuesta sobre la popularidad de los intendentes que llevó a cabo Equipos Mori en 2015, al final del período anterior, ubica a las tres intendentas en los escalones más bajos.

Ayala está segura de que no fue una “casualidad”. “A las mujeres que ocupamos cargos electivos nos miran mucho más, la lupa es bastante más grande, nos controlan, nos critican mucho más y nos perdonan mucho menos que a los hombres”, aseguró. En este sentido, consideró que recibió “muchas críticas por todo”, en general, pero entiende que “particularmente por el factor de ser mujer”. Y puso un ejemplo: “Jamás, en los cinco años en que fui intendenta, estuvo en riesgo el pago de los sueldos. Sin embargo, no hubo mes en los cinco años en el que algún periodista no dijera ‘están en riesgo los sueldos’. Era lo que se tenía que hacer y lo hice. Pero otros no cumplieron con esa obligación y no fueron cuestionados. ¿Por qué esa insistencia durante mi gestión?”.

Olivera coincidió: “A las mujeres se nos exige el doble de lo que se le exige a un hombre”. La subsecretaria de Desarrollo Social dijo que si bien “disfrutó enormemente” su trabajo en la intendencia, por otro lado se sintió “golpeada desde lo personal más que por la propia gestión”. Agregó: “Creo que los errores, que sí los hubo, y las dificultades, que también las hubo, tuvieron una visibilidad mayor que la que habrían tenido si hubiera sido un hombre el responsable”.

Para la intendenta de Lavalleja también es indudable que las mujeres son “mucho más criticadas que los hombres” y, a diferencia de ellos, a veces necesitan “imponerse” para “ser escuchadas”. Esto, para Peña, es un arma de doble filo: “Sucede que si le llegás a decir un disparate a un hombre, o le llegás a hacer una parada de carro muy fuerte con palabras agresivas, sos ‘la loca’ o ‘estás en tus días’”.

Además de las críticas, las políticas también tuvieron que lidiar con comentarios misóginos y machistas mientras encabezaban los gobiernos departamentales. “Más o menos al año de haber asumido, un medio de prensa empezó a preguntar: ‘¿Qué hombre está por detrás de ella, quien manda?’. Yo le respondí: ¿por qué tiene que haber un hombre? ¿Ustedes creen que las mujeres no somos capaces de decidir? Jamás le harían esa pregunta a un hombre. Pero claro, ¿cómo una mujer, encima divorciada, iba a mandar?”, recordó la ex intendenta de Artigas.

Olivera trajo a cuento una de las tantas anécdotas similares que le tocó protagonizar. “Un día, un periodista me dijo con muchísima sinceridad: ‘Yo tenía temor el día que inauguraste el hotel Carrasco, hasta que te vi con el vestido y con el moño’. No sé, tendría temor de que fuera en chancletas. Eso a los hombres no les pasa”.

Igualmente, las tres mujeres tuvieron que enfrentar situaciones en las que colegas o periodistas se metieron en asuntos de su vida privada. “He llegado a escuchar de una edila de nuestro departamento referirse de forma peyorativa al ‘concubino de la intendenta’, como si tener un concubino fuera algo malo”, rememoró Peña.

La senadora Ayala contó que la prensa llegó a inventar que era lesbiana y que se había casado con una amiga que conoce desde la niñez. “A mí me importa tres pepinos –reconoció la legisladora–, pero el tema es cómo afecta a nuestros hijos, aunque por suerte ya eran grandes”.

“El día que fui electa, el titular de un diario fue: ‘Entró con pantalón negro y camisa roja’”, ejemplificó Olivera sobre esas cuestiones de imagen que la prensa nunca menciona cuando se refiere a hombres políticos. “Y podrán leer todos los artículos sobre mi mechón rojo, ¿no? No sé si algunos se pusieron a hacer disquisiciones sobre mi pelo o qué, pero mi mechón rojo dio para hablar. Esas cosas que nos pasan a las mujeres no les pasan los hombres”, agregó.

A pesar de todo, las tres mujeres defendieron con entusiasmo el cargo de intendenta. “El trabajo es fascinante, adictivo y te enamora. Estás con diez cosas que te llueven por acá, otras cinco por allá. El teléfono que no para de sonar. Es adrenalina pura, y yo creo que eso es lo que te contamina. Se vuelve un vicio. Recién ahora, en este período, he tomado conciencia de cómo les impactó a mis hijos”, reconoció Ayala.

“Tomás mil decisiones por día y no te queda nada de tiempo. No parás ni los sábados ni los domingos. No es changa. Pero es una tarea fabulosa, porque una puede realmente impulsar cambios. Sarna con gusto no pica”, dijo Peña.

Con la misma admiración por el trabajo departamental habló Olivera. “No existe un intendente que trabaje ocho horas por día; olvidate. Pero, a la vez, la intendencia es un lugar querible, porque vos ves de manera mucho más cercana la transformación. Yo disfruté de poder cumplir los sueños de muchísima gente”.

Ninguna de las tres se animó a vaticinar qué panorama podría surgir de las elecciones departamentales previstas para 2020. Sin embargo, para Peña, es “más factible” que en su departamento la releve un hombre, porque “no hay candidatas que se estén perfilando”.

¿Qué les dirían a esas mujeres políticas que, tal vez, tienen ganas de asumir al frente de las intendencias pero no se animan? “Que es una tarea absolutamente vocacional, por lo que si siente que quiere hacerlo, tiene que animarse. Creo que las mujeres le aportamos mucho a la política, porque tenemos nuestra propia mirada sobre los problemas”, contestó Olivera.

La intendenta de Lavalleja sugirió: “Si tienen la convicción de que realmente lo quieren hacer, háganlo. Arremetan y salgan a convencer a la gente. Si ustedes están convencidas, van a convencer a los demás”.

La primera luz del día

Previo a las tres intendentas mencionadas, el único antecedente femenino que registra la historia de los gobiernos departamentales lo constituyó Alba Roballo al asumir la presidencia del Concejo Departamental de Montevideo durante el período 1955-1959. Sin embargo, este cargo no fue idéntico al actual, ya que el Concejo Departamental era un órgano ejecutivo colegiado. Roballo rompió otro techo grueso al convertirse en la primera mujer en liderar un ministerio en América Latina en 1968.