No es una novedad que las mujeres estamos expuestas a la violencia en los espacios públicos –y en todos los demás espacios–. A diario sufrimos el acoso en las calles, nos manosean cuando viajamos en ómnibus y hasta abusan de nosotras mientras varios buscan justificarlo. También recibimos acoso, insultos, amenazas y comentarios misóginos cuando navegamos en nuestras redes sociales, un espacio que se configura con y para otros y que, por lo tanto, también nos expone a distintas formas de violencia. En una época en la que las nuevas tecnologías son prácticamente extensiones de lo que hacemos y pensamos, el contexto digital también se convierte en un espacio hostil para las mujeres y otras poblaciones vulneradas.
La violencia de género digital es definida como todo tipo de violencia que esté mediada por una tecnología. Es un fenómeno que existe, tiene impacto en la vida de las mujeres y es cada vez más frecuente. De hecho, el informe más reciente de la Organización de las Naciones Unidas sobre esta temática, publicado en 2015, asegura que 73% de la población de mujeres en el mundo ha experimentado algún tipo de ciberviolencia.
Expertas y organizaciones abordan esta problemática desde una perspectiva en la que internet es concebida no como un espacio alejado de la realidad material, sino como la continuidad del espacio social en el que habitamos. Una de ellas es la mexicana Marcela Suárez Estrada, doctora en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín e investigadora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de ese centro educativo. Una de sus áreas de especialización es la ciudadanía digital con perspectiva de género, y para hablar al respecto fue invitada la semana pasada a participar en las Jornadas de Ciudadanía Digital por Plan Ceibal y la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información y del Conocimiento. En ese marco, fue entrevistada por la diaria.
¿Qué cuestiones se analizan cuando se habla de ciudadanía digital con perspectiva de género?
Se trata de asegurar que mujeres y minorías vulneradas por cuestiones de origen étnico-racial, de edad o clase, por ejemplo, vivan internet como un espacio seguro, que tengan garantizada una integridad física y psíquica, y realmente se sientan en condiciones de ejercer sus derechos, tengan las condiciones para habitar el espacio tal como lo hacen al salir a la calle, puedan tener una posición crítica y una voz propia respecto de algún tema. Los grupos más vulnerables a la violencia digital son las niñas, niños y adolescentes, por un lado, y las mujeres de entre 15 y 40 años, especialmente aquellas que están en posiciones de liderazgo de opinión, como las periodistas y las activistas.
¿Qué formas específicas tiene la violencia digital hacia las mujeres?
Todo tipo de violencia en espacios no virtuales tiene su continuidad en espacios virtuales. Las categorías de agresiones son las mismas del espacio no virtual [ver recuadro], simplemente porque el concepto de violencia de género digital es cualquier daño que pueda resultar a una mujer con la mediación de tecnologías. Las más comunes son el acoso, la suplantación de identidad –que es muy común para después crear una campaña de desprestigio o de daño material, profesional o de humillación que tenga que ver con su cuerpo– y la difusión, sin consentimiento, de imágenes con contenido sexual. Pero hay muchas, desgraciadamente, y tienen consecuencias reales para las mujeres. Hay daños a su integridad física y psíquica, ataques de pánico, depresión, ansiedad, dolores de cabeza e incluso suicidios. Hay daños materiales, a la propiedad, a la carrera profesional, a la reputación, en la autoestima o en el honor. Daños en la relación con su cuerpo, riesgo de expulsión de su círculo social y también daños en cuanto a la relación de esas mujeres con la tecnología, lo que a la vez acentúa la brecha digital de género.
Tipos de violencia de género digital
- Acceso o control no autorizado de las cuentas personales para manipular información.
- Suplantación y robo de identidad.
- Monitoreo y acecho de la vida online de una mujer.
- Expresiones discriminatorias contra mujeres referidas a patrones culturales machistas basados en roles tradicionales.
- Acoso o conductas de carácter reiterado y no solicitado que resultan molestas, perturbadoras o intimidatorias.
- Amenazas, contenidos violentos, lascivos o agresivos con la intención de daño a una mujer, a sus seres queridos o a sus bienes.
- Difusión de la información personal o íntima sin consentimiento.
- Extorsión.
- Campañas de desprestigio para descalificar la trayectoria de una mujer y dañar su imagen pública mediante la divulgación de información falsa, manipulada o fuera de contexto.
- Abuso sexual relacionado con la tecnología.
- Ejercicio de poder sobre una persona a partir de la explotación sexual de su imagen y/o cuerpo contra su voluntad
- Afectaciones a canales de expresión o de comunicación de una persona o grupo.
- Omisiones por parte de actores con poder regulatorio de lo que sucede online.
Actualmente estás trabajando en la investigación “Políticas feministas y la lucha contra la violencia en la era de la digitalización”, en la que analizás las formas en que colectivos feministas se apropian de las nuevas tecnologías para luchar contra la violencia digital hacia las mujeres, formar redes, movilizar el conocimiento y disputar el poder.
En esta investigación me enfoco en cómo se organizan estas mujeres y en las estrategias que están creando. Hay países, como México y Argentina, en los que están surgiendo muchos colectivos feministas que lo que hacen es juntarse y crear espacios seguros para que las mujeres exploren las tecnologías. Siguen la misma lógica de la lucha tradicional de las mujeres, que ha consistido en ocupar los espacios públicos y hacerse de ellos incluso cuando desde esa óptica paternalista a veces les decían “ustedes no pueden salir a las calles”. La respuesta de las mujeres era “vamos a salir y vamos a llevar falda porque tenemos el derecho a la ciudad y a habitar los espacios”. Está pasando lo mismo en internet. Esos colectivos dicen “no nos vamos a salir de internet aunque haya violencia”. Algo que sucede es que generalmente, después de que se llevan a cabo protestas callejeras, vienen olas de violencia digital contra colectivos y feministas, llamándolas “feminazis”, por ejemplo. Pero estas mujeres salen igual a dar la lucha, porque entienden que si no lo hacen se van a quedar sin poder crear contenidos en las redes sociales. Para disminuir la brecha de género digital hay que transitar de ser usuarias a ser creadoras, a involucrarse políticamente. Politizar la tecnología significa cuestionarla y desarrollar una relación propia con esa tecnología.
Algo que sucede es que colectivos, líderes de opinión y demás mujeres feministas que ya son violentadas por el hecho de ser mujeres, son atacadas además por denunciar públicamente estas problemáticas. ¿Cómo hacerle cara a esta doble violencia?
Esa es la pregunta, y no sé si puedo encontrar una respuesta. Me parece que lo que los colectivos, las periodistas y las mujeres hacen en esos espacios es resistir, porque ceder significa perder esos espacios y, sobre todo, perder una voz crítica con perspectiva de género en esos espacios. Pienso que sin esas mujeres que dan lucha y resisten, las más afectadas serán las generaciones futuras. Muchos derechos que tenemos ahora son resultado de otras mujeres que salieron a las calles y lucharon por eso. Entonces creo que por eso muchas mujeres están diciendo ahora “tenemos que defender este espacio” y, sobre todo, crear otras narrativas distintas de las que salen en los medios hegemónicos.
Una de las cosas que planteás es pensar en las redes sociales como un espacio público más. ¿Es posible que el impacto que genera el acoso en las redes sea incluso tanto o más dañino que el que provoca, por ejemplo, el acoso callejero? Pienso en que en algunas redes, como Twitter, los comentarios quedan de forma permanente, todo el mundo los ve y se pueden revisitar de vez en cuando.
Es posible, sobre todo para mujeres que ocupan posiciones de liderazgo en la formación pública, como las periodistas. Los ataques en esa esfera, que es su esfera de acción y de trabajo, son mucho mayores y, por lo tanto, más devastadores profesionalmente que los que pueden recibir en la calle. De ahí vienen todos los ataques y son dirigidos precisamente a esas mujeres, usando el cuerpo como un blanco de ataque, y estereotipos misóginos. Sin duda, para muchas mujeres la violencia digital tiene mayores repercusiones y mayores daños que la violencia que podemos experimentar en la calle. Aquí estamos hablando de acoso en concreto; también es para controlarnos. Porque si controlas a las mujeres en esos espacios, controlas la opinión pública. En muchos países estos colectivos están haciendo acompañamientos a periodistas, es un grupo que tienen en la mira porque la violencia es diaria y permanente. Ser periodista mujer implica mucha resistencia.
En muchos países existen leyes para proteger a las mujeres de la violencia basada en género, pero no suelen incluir la violencia digital, que muchas veces queda impune porque los agresores pueden esconder su identidad. ¿Qué se puede hacer desde las políticas públicas para combatir esta problemática?
Ahí hay un gran debate. Hay activistas mujeres, sobre todo las que han sido víctimas, que se enfrentan día a día a casos de violencia, que van a denunciar y se encuentran con obstáculos. Hay organizaciones de derechos humanos y de la sociedad civil organizada que vienen trabajando desde hace años en la legislación integral contra la violencia de género. En México, por ejemplo, hay una ley que tipifica distintos tipos de violencia, y ahí lo que cuestionan esas organizaciones es por qué hay que crear otra legislación específica para la violencia digital. ¿Por qué no usar la legislación que ya existe? Mi posicionamiento en este debate sería buscar si hay legislación que se pueda aplicar con este entendimiento amplio de la violencia para no dividirla entre digital y no digital, porque en la división se reproduce una relación de poder en la que lo digital aparece como menos grave.
Una de las formas de violencia en la red es el robo de datos, que también afecta más a las mujeres. Pienso en organizaciones provida, por ejemplo, que buscan captar a embarazadas a partir de datos de internet para convencerlas de que no aborten.
El negocio de internet son los cuerpos de las mujeres: crean más datos a través de miles de apps que están destinadas al control y la recolección de lo que nos pasa. La app del embarazo, la de la pastilla anticonceptiva, la de la menstruación, la del niño que nació. La preocupación no es solamente que recolectan los datos, sino qué pasa con esos datos una vez que están en manos de las empresas. Tenemos el derecho a tener el control de nuestra información porque es nuestra esfera privada, y en eso no existe ningún tipo de conciencia. Tomando el ejemplo que señalabas, es como si yo empezara a recibir en mi casa cartas preguntándome si quiero abortar. En ese caso, me preguntaría quién me las está mandando e iría a hacer la denuncia. Pero en internet una no puede hacer eso, no hay ningún mecanismo, no hay transparencia. Veo que la gran batalla de los próximos años va a ser entre los gobiernos y las grandes empresas para poner límites en este sentido.
¿Hay alguna diferencia en el impacto que tiene la violencia digital hacia las mujeres en América Latina en comparación con lo que ocurre en el resto del mundo?
La violencia contra las mujeres es un fenómeno histórico y global. Lo veo como algo integral, por lo que también engloba las continuidades en el espacio digital. Obviamente hay matices porque los países tienen diferentes características. Cuando uno lee los reportes sobre violencia digital se da cuenta de que hay violencias que están latentes, que hay muchas mujeres que son víctimas de las mismas prácticas en México, en Uruguay o en Alemania. Es importante que no caigamos en esa trampa de dividir: hay violencias latentes que internet destapa, y esto nos da la oportunidad para debatir y repensar nuestra idea de violencia aun en esos lugares donde creíamos que eso no pasa. Sí pasa, y muchas veces es cuestión de la legitimación o el poder que tienen las víctimas para hacer escuchar su voz. Sin duda, cada país tiene su propio contexto y sus propias problemáticas, pero lo que es generalizado es la violencia, y donde están las diferencias es en la impunidad.