[Esta nota forma parte de las más leídas de 2019]

Verónica Mato es actriz y dramaturga. Es una militante de los derechos humanos, con énfasis en el reconocimiento de los delitos cometidos en la última dictadura cívico-militar, que hizo desaparecer a su padre cuando ella tenía tan sólo cinco años. Fue candidata a diputada por el Encuentro 18 de Agosto, un espacio independiente que surgió en apoyo a la candidatura de Óscar Andrade a la presidencia en las elecciones internas de junio, pero le tocó ganar una banca como diputada por ocupar el cuarto lugar de la lista 1001. A meses de emprender este desafío, Verónica conversó con la diaria.

¿Esperabas llegar al Parlamento? ¿Qué representa para vos?

Mi camino en la política partidaria es bastante corto. Milito desde los 18 años en organizaciones sociales vinculadas a los derechos humanos. En agosto del año pasado formamos el grupo Encuentro 18 de Agosto para impulsar la candidatura de Andrade. La militancia política partidaria empezó allí, hace unos meses nomás. Comenzamos este grupo con gente que venía de los movimientos sociales, luego nos preguntamos cómo seguíamos en este proceso para octubre y definimos que lo mejor era sacar una lista, pero nunca tuvimos el objetivo de la representación parlamentaria que tienen otros espacios que cuentan con otras estructuras. Sí tenemos objetivos claros sobre qué queremos hacer y qué cosas nos interesa transformar, porque, cuando uno pide el voto, algún objetivo tiene que tener. Nuestro objetivo no era que a mí me toque hoy ser diputada. En política les suele pasar a algunas personas que ese sea el objetivo en sí mismo. El nuestro es construir y transformar, es una construcción grupal. Mi nombre para encabezar la lista se definió en una asamblea. Vamos a trabajar en conjunto, en especial con Alicia Porrini, que es la primera suplente de la banca.

¿Qué sentís al compartir este Parlamento con representantes de Cabildo Abierto que han señalado que no es relevante la búsqueda de personas que hicieron desaparecer los militares en la dictadura?

Cuando me enteré de los resultados estaba caminando y me tuve que sentar en la explanada de la Intendencia de Montevideo y pensar. Siempre tuve una vida que fue contracorriente, y me tocó pasar por cosas muy duras, entonces pensaba: ¿por qué me toca ser diputada en el peor escenario? Aunque no tengo demasiado misticismo, creo que las cosas pasan por algo. Cuando empecé a militar sentía que había ciertas cosas que se estaban demorando mucho, y era necesario generar fuerzas ahí. El movimiento vinculado a los derechos humanos está muy envejecido, muchos militantes son los mismos de esa época; son familiares y ex presos políticos que están muy cascoteados por la vida y ya son muy grandes. Necesitan un recambio, alguien que tome esas banderas, no porque ellos no tengan las ganas, sino porque a veces no las pueden sostener, porque no les da la fuerza física. Compartir ese espacio con estas personas no me agrada, pero vivimos en un país democrático. La población eligió que estuvieran ellos en el Parlamento, pero también eligió que estuviera yo: hija de desaparecido. Soy bastante esperanzada; creo que la verdad siempre triunfa. No creo que pueda cambiar la cabeza de esa gente, pero es posible hacer cosas. No pasarán.

¿Qué pensás de la subrepresentación de las mujeres en el Parlamento? ¿Cuáles son los cambios culturales necesarios para transformar esta realidad?

Me asombró cuando vi quiénes habíamos quedado. Después de haber luchado tanto, me sorprendió que la representación de las mujeres fuera tan magra. Formo parte de la Campaña Feminista, donde estuvimos trabajando mucho. Más allá de la cuota, tendría que haber un cambio en nosotras, y el tipo de liderazgos que queremos apoyar. Existía la posibilidad de que entraran al Parlamento mujeres muy valiosas que han trabajado mucho y tienen mucha experiencia, pero se ve que las propias mujeres no las votamos. Por ahí también va el cambio cultural, aunque es algo que lleva tiempo. También nos cuesta a las mujeres vernos en esos lugares, de repente pensamos que un señor mayor tiene más condiciones para tener la palabra. Se necesita apoyo popular. Lo mismo sucede con las luchas de los derechos humanos: uno necesita apoyo popular.

¿Cómo creés que va a ser la gobernabilidad en un eventual gobierno del Frente Amplio sin mayorías parlamentarias?

En este tiempo he aprendido que la política tiene mucho que ver con la negociación, con escuchar, con los apoyos que se encuentren. Quizá entre los parlamentarios que entraron se pueda llegar a ciertos acuerdos, encontrar ciertas vetas para sacar algunos proyectos puntuales. No acuerdos, como los que se están haciendo ahora, que son para repartir cargos, sino conversando, poniéndonos de acuerdo, con leyes que puedan ayudar al país. Es un desafío en el que la tarea parlamentaria va a ser más compleja. Si perdemos, hay que ver cuáles son los planteos que surgen del otro lado. La “ley de urgente consideración”, que nadie sabe de qué se trata, no se va a apoyar en tanto no sea lo que creamos que es lo mejor para la ciudadanía.

¿Por qué creés que no han publicado el contenido de la “ley de urgente consideración”?

No se me ocurre qué pueda ser; una estrategia de marketing. Pienso que si nosotros tuviéramos 300 medidas elaboradas y no las quisiéramos presentar, eso significa que no existen, que no las acordé o que no favorecen a las personas y por eso no quiero que las conozcan. Porque si yo confío en algo que pensé y construí, ¿por qué no lo voy a mostrar?

¿Qué te generó el apoyo que obtuvo la propuesta Vivir sin Miedo?

Es una señal. Desde que se juntaron las firmas hubo movilización. A esta reforma algunos la apoyaban y otros decían que no, pero ensobraban la papeleta, lo cual era tramposo. Una cosa que pienso es que cuando yo tenía cinco años desaparecieron a mi padre. En esa época se secuestraban personas, se torturaba, había muchas personas presas por cuestiones políticas. Viví en carne propia lo que es la inseguridad del terrorismo de Estado. No hay punto de comparación en la falta de garantías que había, porque no existía ninguna respuesta del Estado. El momento más inseguro de Uruguay fue la dictadura. Cuando algunas personas, como [Guido] Manini Ríos, dicen que no hay que volver con esos temas, preocupa. A mi padre lo desaparecieron a las seis de la mañana, estaba yendo al trabajo y no volvió más, nunca más supimos de él. En ese momento, además, había una situación económica tremendamente mala. Mi madre no tenía trabajo, vivíamos con mi abuela, que tenía una jubilación muy magra, no teníamos nada. Acá, cuando mucha gente dice: “Vamos los milicos”, aunque sea boludeando, no saben lo que es. La seguridad es un tema que todos los candidatos han puesto sobre la mesa. Daniel Martínez anunció que Gustavo Leal sería su ministro del Interior, eso quiere decir que tenemos claro por dónde vamos a ir. El Frente Amplio lo visualiza como un tema importante. Del otro lado no hay nada, no sabemos quién puede ser el ministro, ni siquiera sabemos de qué partido será. Si este tema fuera tan importante para ellos, tendrían las cosas más claras.

¿Cómo va a ser el vínculo dentro de la bancada de la 1001, lista en la que eras la cuarta candidata a diputada?

Vamos a tener un buen relacionamiento, porque somos todos compañeros. Venimos trabajando desde hace tiempo, y a algunos los conozco desde hace un montón, de la militancia política. Ya existe una relación personal de aprecio y respeto. Gerardo Núñez tuvo un desempeño excelente en el Parlamento, defendió solo un montón de cosas y se la jugó por muchos temas. Ahora va a tener compañía. Con esta bancada siento que voy a estar respaldada.

¿Qué propuestas piensan llevar adelante?

Soy actriz y milito en derechos humanos, así que esos son los temas en los que pienso profundizar. La cultura y el arte son generadores de empleo, hay muchas políticas culturales que se pueden implementar. Hace un tiempo se aprobó una ley para el teatro independiente. Hay que darle presupuesto y ver cómo funciona. También hay una propuesta de crear un Ministerio de la Cultura y los derechos culturales, o reforzar más esa línea. Es un espacio raro el que me toca ocupar ahora; lo digo como mujer artista e hija de desaparecidos. Un amigo argentino me hizo ver que es un lugar muy simbólico. En Argentina la cultura se mete más en la política y la gente asociada a los derechos humanos está mucho más metida en la política que acá. Los derechos humanos no tienen que ver solamente con el pasado reciente, sino con los temas vinculados a género, diversidad o discapacidad, entre otros. Me hace muy feliz pensar en que voy a trabajar con y por esa gente. No quisiera alejarme de mi base social por llegar al Parlamento, porque sería alejarme de lo que soy. Este trabajo será mi prioridad, pero no me puedo alejar de las otras cosas que hago, de mi trabajo artístico como actriz y dramaturga, por quedarme en la burbuja del Parlamento. A la gente que se ha quedado mucho tiempo ahí no le ha hecho bien.