Sabrina Martínez tenía diez años y por las noches, junto con sus padres, escuchaba el programa radial Historias de piel, conducido por el sexólogo y psicoterapeuta Ruben Campero. Entre esos llamados en los que la gente contaba los problemas que tenía en la cama, ella supo que quería ser educadora sexual.

Sin haber tenido todavía una vivencia sexual, genital, coital, “empecé a entender que ahí había una dimensión del erotismo, de la sexualidad humana que era alucinante, una caja de Pandora; me empezó a atraer esa importancia, entendí que había un mundo posible y que teníamos el derecho de expresarnos en libertad”. En Campero escuchaba a alguien que abría preguntas, que se reía, que no juzgaba.

“El feminismo se pone temeroso a la hora de hablar del placer”, dice Sabrina, hoy con 30 años, licenciada en Comunicación y educadora sexual. Para ir derribando esos miedos, en este año que termina ella cumplió un deseo: llevar adelante Affidamento, un taller sobre sexualidad y erotismo feminista que tendrá un curso intensivo de verano en febrero y desde marzo su segunda edición anual.

Las inscripciones para 2020 están abiertas en el Instagram @affidamento.uy, una cuenta desde la que ha reflejado gran parte de los debates que surgieron en este espacio de encuentro quincenal de mujeres, que hizo un fuerte hincapié en construir reflexiones escritas sobre deseo, placereo, chuponeo, masturbación, autocuidado.

Ávida lectora, esta militante feminista devora desde clásicos de bell hooks, Monique Wittig, Simone de Beauvoir y Judith Butler hasta los últimos ejemplares de Virginia Cano, Luciana Peker y Tamara Tenenbaum. En esas páginas rastrea como sabuesa dónde y cómo aparece la dimensión del deseo, el erotismo y el sexo feminista como parte de la teorización de la sexualidad de las mujeres. Y le ha costado encontrarla. Hay mucho material de reflexión y reivindicación de la sexualidad, pero gran parte de su lucha cotidiana es encontrar un tono propio, sudaca, que enuncie el derecho a decir y a decidir sin patologización ni tratamientos de por medio.

La búsqueda de un erotismo antipatriarcal, con perspectiva de clase y de diversidad funcional, una erótica lésbica, bisexual, no binaria, trans, diversa en la heterosexualidad –también–, moviendo el cuerpo desde otros lugares, fue parte de Affidamento. En un principio, las lecturas teóricas iban a tener un protagonismo mucho más fuerte que el que alcanzaron en el devenir de 18 encuentros. “Las mujeres empezaron a pedir otra cosa: pasar la teoría por el cuerpo, habilitar la escucha y la conversación, ir soltando los deseos”, cuenta Martínez a la diaria. En esos cambios, las autoras aparecían para interactuar y asentar conceptos que se profundizarán en 2020.

Una idea, un deseo

Affidamento es un término que no tiene traducción literal al español, pero viene de las feministas de la diferencia, integrantes de la Librería de Mujeres de Milán. Es generar encuentros de mujeres para hablar de nuestras cosas y construir una autoridad femenina. Apoyarse en otras, dejarse aconsejar y crear confianza para “affidarse una mujer a su igual” y dar lucha política.

Affidarse surge espontáneamente entre mujeres; affidamentarse fue el verbo que las participantes del taller pusieron en práctica y quizás sea tomar conciencia de esa potencia, como cuando la actriz Thelma Fardin denunció en 2018 –acompañada del colectivo Actrices Argentinas– los abusos que sufrió siendo adolescente por parte de su colega Juan Darthés.

“Ella estaba contando lo que nos pasó a muchas”, dice Sabrina, que tomó el caso como referencia para ciertos talleres. Martínez se formó en el Instituto de Formación Sexológica Integral, del que Campero –aquel psicólogo que escuchaba por la radio– es fundador y docente. Además de ser formadora de otras y otros educadores sexuales, es referente de educación sexual en la Casa de la Mujer de la Unión, donde brinda talleres de derechos sexuales y reproductivos para personas adultas que integran programas sociolaborales del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, Barrido Inclusivo y Uruguay Trabaja, donde asisten mujeres víctimas de violencia machista.

“¿Qué es sexualidad para mí?” fue una consigna utilizada en ese taller. Mientras varias respondían “amor” o “maternidad”, una mujer de 50 años dijo: “Para mí es dolor. Porque viví con mi marido 30 años y durante ese tiempo fui permanentemente violada”. Para ella, en ese lapso “fue más fácil sostener esa práctica abusiva permanente que el efecto de la golpiza ante su negación a acostarse con él”, recuerda Martínez. Es una de las historias que aparecen –siempre cuidando el anonimato– en hilos de Twitter en los que Sabrina suele relatar experiencias de estas clases, mostrando cuánto falta por saber de educación sexual integral, cuánto falta para tener igualdad en el derecho a la sexualidad, cuánto falta preguntarnos qué deseamos y cómo realizar esos deseos.

Varias veces le habían preguntado por qué no hacía esos talleres con otras mujeres. Juntarse a pensar, a reír y a emocionarse con otras. Lo pensó. Ya había pasado por círculos de mujeres. Era hora de animarse a sumar una experiencia independiente.

Ella no hace una educación sexual de folleto, no lleva un combo que se pueda replicar en cualquier grupo. “Siempre trato de ir ajustando, un poco intuitivamente, qué es lo que la gente de cada grupo necesita”, explica. “Obviamente no es lo mismo trabajar con mujeres que han sido víctimas de violencia que con migrantes o con quienes se capacitan como asistentes personales para el Sistema Nacional de Cuidados, donde trabajo para hacer consciente que toda práctica de cuidados es también una práctica de educación sexual, para pensar y construir un rol desde la asistencia de cuidados que tenga en cuenta la dimensión de la sexualidad de las personas que cuidás y la tuya”.

Cada taller es único y especial, “un camino hecho a partir de preguntas sobre cómo lograr que cada persona esté en el lugar que desee estar”. Affidamento es una conjugación de lo acumulado y, sin embargo, cada vez llega a menos certezas. Entonces, el experimento. Porque a coger se aprende.

Un búnker en este lío

Affidamento es un laboratorio por el que han pasado casi 50 mujeres, lesbianas, poliamorosas, bisexuales, heterocis, monógamas, jóvenes, muy jóvenes y un poco más adultas, madres o no, solteras, separadas, concubinas. No hubo participantes trans, si bien no es un espacio transexcluyente. “Me parece que hay algo en el discurso, en mi discurso, que no las comprende todavía. Son otras eróticas, y también es cierto que hay un tema de costos que para esta población puede ser difícil de abordar”.

Escribir fue una práctica estructurante en el taller. Cada una tenía que llevar un cuaderno en el que registrar las consignas y todo lo que surgiera a partir de lo experimentado en este espacio. Un registro de lo que se iba viviendo. Ordenar ideas y sentimientos: una línea de tiempo en la que registrar prácticas y referentes feministas desde la infancia, una carta para el corazón roto (¿cómo el amor se mezcló con el dolor?), otra carta a mi yo adolescente, cómo me di cuenta de que me gusta lo que me gusta, un decálogo para el sexo feminista, ¿qué es ser mujer para mí? Propuestas (re)fundantes del feminismo en primera persona, necesario para abrirse, confiar y construir grupalidad. No hay cuarta ola sin surfistas, y en equipo se aprende mejor a dar giros sobre la marea verde, amarilla, violeta o naranja.

Como en una receta que no deja nunca de leudar, se ponen en juego goce y erotismo como ingredientes necesarios para distintas dimensiones de la vida.

¿Qué es lo que me pasa en el cuerpo cuando estoy bien con alguien? ¿Cómo entender que el erotismo es central, pero no sólo en la relación con otra/o/e? “Soy una fundamentalista del goce”, dice Sabrina. “Creo que es un campo de revelaciones y revoluciones que trasciende la propia experiencia fisiológica del orgasmo, la propia experiencia de cómo se contrae tu vagina o tu útero, o cómo se te mojan las piernas. De alguna manera, revela y pone en juego un montón de cosas en el marco de las desigualdades en las cuales vivimos. Cada orgasmo que no ocurre ha sido colonizado y expropiado por el patriarcado; cuesta verlo y nos genera mucha culpa cuando sucede”.

Hay que erotizar la vida reproductiva, dice también. “Hablamos de planificación del embarazo o de abortar, pero no aparece la dimensión afectiva-emocional que se pone en juego cuando estoy buscando gestar o cuando tomé la decisión de interrumpir un embarazo; hasta los modos del dolor que puede transmitir una mujer son guiados o guionados”.

Por eso se debe garantizar una buena educación sexual integral, en la que no haya espacio para la heteronorma. “La agenda de derechos es un trampolín para hablar de otras cosas, pero todavía no hablamos de goce ni mucho menos. Hay muchas resistencias y temores en las instituciones educativas para habilitar y garantizar la educación sexual. Las propuestas suelen estar centralizadas en prevenir embarazos adolescentes, pero faltan contenidos integrales. Hay iniciativas autónomas, pero no se puede hacer procesos educativos con diez horas por semana, debería haber un proyecto transversal a otros contenidos. Una buena educación sexual es aquella en la que está comprometido todo el personal educativo, aquella que acompaña a las familias en procesos amorosos. Hoy somos contenidos subsidiarios”.

Hace un tiempo una niña preguntó: “Mamá, ¿vos qué deseás?”. La mujer no supo responder. Escribir deseos en función de lo que creés que te merecés ha sido otra consigna de Affidamento. Puede sonar a meritocracia, pero más bien apunta a poner el deseo erótico en primer plano, a habilitarnos la pregunta, que es mucho en un mundo que nos cría culpógenas.

“Desde la formación se le da un lugar central a pensar, complejizar y criticar bajo qué pautas de crianza hemos matrizado nuestro proceso de socialización erótica. Eso fue llevándome a hurgar en otros campos. Mi primer campo de experimentación fui yo misma, mis modos de relacionarme con mis vínculos eróticos y afectivos, empezar a escuchar a otras y darme cuenta de qué me sucedía. Fortuitamente, o no, muchas mujeres me escribían –aun sin conocerme– y me preguntaban [sobre problemas sexuales]”, cuenta Sabrina abriendo los ojos detrás de los lentes transparentes, con su cara enmarcada por los largos rulos de su cabello.

Preguntarnos qué creemos que nos merecemos es burlar la precariedad erótica que solemos manejar, con cuerpos feminizados que han sido de otros. Enunciar es parte del cambio. Son varios los testimonios que dicen “empecé a desear y se me empezó a cumplir”.

Hacernos la pregunta y experimentar es ir como salmones contra los dispositivos religiosos que se nos cuelan y representan mucho más de lo que pensamos. “El acompañamiento de grupos religiosos en los que no está el Estado es parte del avance de los sectores conservadores, que llevan la palabra de Dios acompañada de una introyección de la culpa y de la falsa idea de esa construcción que llaman ‘ideología de género’”, advierte Sabrina.

“Tenemos que generar un feminismo antipunitivo con nosotras mismas. El patriarcado se mete en nuestras camas. ¿Cómo juega que te digan ‘buscate a alguien que te quiera’ y no a alguien a quien querer? No podemos ser hacedoras de nuevas culpas. Tocarnos es emanciparnos y debemos construir nuevos pactos contrahegemónicos. Ante el avance de sectores conservadores y los momentos duros que se nos vienen, tenemos que revisar la mercantilización de la vida, pensar nuevas formas de organización, con espacios de participación y militancia no tan adultocéntricos. Hay que juntarse, hay que cuidarse y llevar el feminismo a todas las dimensiones de la vida, priorizando las luchas en un mundo muy incierto, pensando cómo incorporar a otras compañeras que no tienen circulación ciudadana como vos o yo”. La propuesta está servida.