Belén López Peiró nació en Buenos Aires, hace 27 años. Es periodista, pero hace un par de años se dedica exclusivamente a la literatura. El año pasado publicó su primera novela, Por qué volvías cada verano, una historia de no ficción en la que narra a partir de múltiples voces su propia historia de abuso intrafamiliar.

En la obra la autora cuenta en detalle cómo su tío la violaba cada verano, en la casa familiar de Santa Lucía, un pueblo bonaerense de menos de 2.000 personas. Allí la educación sexual no existe y las apariencias lo son todo. Tal es el caso de su tío, “un policía ejemplar que colabora con la iglesia”. Un tipo respetado en el pueblo.

Belén transformó una historia dolorosa en una obra literaria que la ayudó a ella y a otras mujeres. La idea surgió en el marco de un taller literario. La consigna, que partió de de una convocatoria de Abuelas de Plaza de Mayo, era hablar a partir de la identidad y estaba enfocada en la situación de los desaparecidos. Ella se preguntó qué tenía para ofrecer a la hora de hablar sobre la identidad, teniendo en cuenta que no tiene a nadie cercano que haya sido desaparecido por la última dictadura cívico-militar.

Cuando llegó a su casa la palabra identidad le quedó resonando. “Empecé a escribir y lo primero que salió fue uno de los últimos abusos que viví”. En primera persona. Cuando quiso seguir escribiendo no le salió su voz, sino que le salieron otras voces. Su mamá, su tía, su tío, sus primas, el abogado. Una polifonía.

Las llevó al taller y su docente, Gabriela Cabezón Cámara, le dijo: “Dejá todo lo que estés haciendo y ponete a escribir esto, después vemos qué pasa”. Se entregó a la escritura y terminó convirtiendo el texto en una denuncia pública que incluye fragmentos de la propia denuncia judicial que presentó hace seis años contra su tío.

El valor estuvo en el proceso de construcción. “No me preguntaron qué pasó, ni cuántos dedos me metió; me dijeron: 'Este texto está de puta madre y tenés que seguir escribiéndolo'”. Y para ella aferrarse a algo que le diera alegría y que no la revictimizara fue fundamental. Dice que le trajo liviandad al cuerpo. En principio intentó que este libro no fuera su historia. Lo que narra es trasladable a cualquier otro tipo de situación de violación. “Pude hacer esto que me ayudó a mí y le puedo tirar una soga a otras mujeres”, dice.

Por qué volvías cada verano es una denuncia que revienta en el medio de un pueblo, en el seno de “una familia bien”. Es animarse a ir contra el varón ejemplar, contra el padre de familia. Sobre esto y de cómo pega un abuso conversamos cuando visitó Montevideo para presentar su libro en Escaramuza y compartir una ronda de mujeres.

Decís que fuiste vos la que siguió lastimándose.

Tiene que ver con lo que pasa después del abuso. En el momento en que somos abusadas, violadas, violentadas de cualquier manera es otro el que se apropia de nuestro cuerpo por la fuerza. Lo que pasa es que el cuerpo deja de ser tuyo. Pasa a ser un objeto sobre el que vos no tenés dominio, porque no podés decir que no. O decís que no y no alcanza. No podés controlar lo que te va a pasar. Después de ese momento, cuando termina, si es que en algún momento termina la violencia, ¿cómo hacés para reapropiarte de ese cuerpo? Es un cuerpo lastimado, expropiado. Lleva muchos años, y no sé si es un proceso que termina alguna vez. Por eso digo que es un nunca acabar. Cuando menos te das cuenta, sos vos misma la que te estás haciendo mierda. Después de muchos años en los que te lastima otra persona, después te podés lastimar vos. Lastimar el cuerpo se puede hacer de un montón de maneras. Vos sabés cuando vas más allá de lo que podés, y al otro día estás hecha mierda, sabés que eso te lo provocaste vos. Hay algo en eso de no saber qué hacer cuando el cuerpo es tuyo. Porque si el último recuerdo que tenés de cuando tu cuerpo fue tuyo es que te lo sacaron, ¿cómo podés vivir con eso? Es una constante. En mi caso, de lo que me di cuenta es de que una clave en este proceso fue la creación de otro cuerpo, que fue el cuerpo libro. De un cuerpo expropiado pude reapropiarme de algo, por lo menos. Es algo que es mío. La causa estaba en la Justicia, pero no dependía de mí. Mi cuerpo estuvo en manos de un violador, de la educación que no me dieron, de mi familia, que me dejó en pelotas. ¿Qué puedo tener en mis manos? Este libro. Es la creación de un cuerpo objeto, que pueda depender de mí.

También decís que “aunque te rasguñes, te lastimes, te prendas fuego, siempre vas a estar dentro de tu cuerpo”. ¿Es asumir que hay que seguir adelante?

Es asumir que es parte del proceso, que el abuso no termina cuando el chabón deja de tocarte. La violación no termina ahí. Mucho menos si hablás. Está bueno poder compartir ese dolor, pero lo cierto es que la violación no termina cuando te dejan de violar. Porque en general el sistema y el Estado te siguen violando. Porque tu familia suele no creerte, porque cuando acudís a la Justicia hay una revictimización permanente. Cuando te dicen que vayas a denunciar, te lo cuestionás. La Justicia necesita cada vez más índices verdaderos de mujeres que fueron abusadas cada año, pero no se actualiza para poder acompañar a esas mujeres que denuncian. No hay un Estado que articule, ni una Justicia que acelere. Mi proceso lleva seis años y todavía no terminó. Y ya no soy la misma que hizo esa denuncia hace seis años. Es un Estado que sigue violando después de que el perpetrador se va. El cuerpo está constantemente en esa lucha. El cuerpo es un territorio en el que se disputa el poder permanentemente.

¿Qué le cambió a tu cuerpo contar esta historia?

Lo más fuerte fue el proceso de escritura. Cada presentación la vivo de otra manera. La vivo como una soga que cada vez más personas tienen que tener. Me gusta tirar una cada vez que voy a algún lado a presentar el libro. Siento que si el costo es volver a hablar de esto, lo puedo hacer porque tuve muchísimas oportunidades que otras mujeres no tienen. Y sigue siendo una cuestión de clase; si no tenés el dinero para pagar una terapia, ¿quién mierda te acompaña? Es un proceso que necesita acompañamiento. Si hay algo que el feminismo me cambió es que tenía mucha vergüenza de lo que había vivido, incluso después de haberlo denunciado. Cuando hice la denuncia la hice en voz baja, con mucha vergüenza. Además, siempre está esto de que si sos hetero los varones no te quieren coger. ¿Quién quiere cogerse a una piba que fue abusada? ¿A quién le atrae sexualmente que una piba grite esto a los cuatro vientos? Por otro lado está la familia, a la que le da vergüenza reconocer que esto sucedió. Les cuesta decir “fallé”, porque lo que vos estás diciendo es que pasó algo. Les hace cuestionar qué ausencia hubo, qué abandono hicieron. Estás poniendo sobre la mesa cuestiones que no todas las personas están dispuestas a hablar.

El contexto que rodea a una mujer que denuncia es un contexto que juzga, que silencia, que asfixia, que solamente dirige su dedo de culpa.

¿Qué te pasa cuando convivís con la polifonía que presentás en el texto? Por momentos parecen voces en tu cabeza, por momentos son voces que te señalan.

La pregunta “¿por qué volvías cada verano?” no la podía responder sola. De hecho, tuve que escribir un libro para responderla. Y ni siquiera es suficiente. Preguntas como “¿por qué volvías cada verano?” o “¿por qué no hablaste antes?” tienen que ver con un contexto que hace posible el abuso, y que produce después un silenciamiento que hace que sea muy difícil que puedas escapar. El contexto que rodea a una mujer que denuncia es un contexto que juzga, que silencia, que asfixia, que solamente dirige su dedo de culpa. La polifonía fue mágica en la medida en que sentía que no tenía por qué ponerles voz a todas las personas, pero tenía que dejarlas hablar. Traté de correrme lo más que pude de mi lugar. Recordaba una conversación y trataba de replicarla. La volvía a leer y trataba de sacarle todas mis huellas. Es un ejercicio de edición permanente para que solamente hable la persona que me estaba hablando.

Importa no matizar cómo se dicen las cosas.

El lenguaje y cómo se dice importan. Yo no puedo decir “me tocó suavemente”. No, me cogió. Me arrastró. Me dejó en pelotas. No podía nombrar el abuso como querían mi mamá o la Justicia. Las mujeres, y las autoras, tenemos que poder crear nuestras propias palabras para nombrar el abuso. Rita Segato dice que para desarticular todo este sistema de violación permanente hay que nombrar los procesos de violencia. En este nombrar estamos.

Te metía los dedos, pero no te penetraba. Problematizás mucho sobre cuánta vuelta se da alrededor de la penetración, del acceso carnal. ¿Cuánto reducimos los abusos a eso?

Cada vez se está luchando más para comprender el abuso. Tipificarlo, asociar si fue con los dedos, si fue solamente el rozamiento de la piel. Son divisiones que a la hora de hablar limitan. Sos víctimas de abuso o violación, con o sin penetración digital. La realidad es que al final estamos en la misma. Medir la gravedad a partir del acceso carnal es limitado. La Justicia llega a eso porque la pena está basada en poder definir esos hechos. Todo lo demás es lo más importante, pero la Justicia viene pasos atrás.

Muchos de los tipos que cometen violaciones intrafamiliares son funcionales –y ejemplares– para el afuera. ¿Cómo era tu tío para el afuera?

Es la lógica del psicópata. Es un hombre comprador, que sustenta a su familia, que los cuida, que se preocupa por sus hijos, pero que a veces caga a palos a su mujer. Es como un mecanismo en el que siempre tiene que estar equilibrada la balanza. Te da un poco y después te saca. Te da y te saca. Va probando hasta dónde eso se sostiene. Esta figura se reproduce en casi todos los entornos, es como la figura del hombre ejemplar. Un caso paradigmático en Argentina fue la denuncia de Thelma Fardín contra Juan Darthés. Él era el galán, el varón adulto ejemplar. Y por eso lo salieron a defender. En mi caso pasó lo mismo. Se preguntaban cómo podía ser, y siempre ante la duda se respalda al varón.

¿Qué se rompe cuando quien tiene que cuidar es quien lastima?

Es lo más complicado para desarmar y es el principal desafío que tenemos por delante. El problema se da cuando quien te tiene que cuidar es quien te viola. Que la inmensa mayoría de los abusos sean intrafamiliares implica que quien te tiene que cuidar te coge. Una de las cosas que en Argentina se están tratando de implementar es la educación sexual integral en las escuelas, para que cada vez más chicas y chicos tengan información. Para que sepan lo que es el consentimiento. Pero hay un montón de padres que dicen “no, a mis hijos los quiero educar yo”. Tenemos que cuestionarlos, porque tienen que darse cuenta de que una de las pocas herramientas que puede tener una niña o un niño contra el abuso es la información. Es lo que le va a permitir levantar la mano en la escuela y contarlo. Cuando no sabés lo que te sucede, que es lo que pasa en el abuso sexual infantil, tenés que poder preguntar. Eso no suele pasar porque no hay canales para hacer esas preguntas. En mi familia era un tabú, de eso no se hablaba. Esa es una de las cosas a desarticular y desarmar. No se dan cuenta de que la mayoría de los abusos pasa adentro de la casa. Muchas veces las madres dicen “andá con cuidado”, “no vuelvas tarde”, “no vuelvas de noche sola”, pero el mayor peligro está puertas adentro. La mayor cantidad de violaciones se da puertas adentro.

Preguntas como “¿por qué volvías cada verano?” o “¿por qué no hablaste antes?” tienen que ver con un contexto que hace posible el abuso, y que produce después un silenciamiento que hace que sea muy difícil que puedas escapar.

Una de las frases que aparecen en el libro es “tanto cuidé, tanto miré, que me pasó en mi propia casa”.

Es una frase de mi tía. Siempre tenía la preocupación puesta afuera, cuando en realidad estaba pasando dentro de su propia casa, puertas adentro. Cuando yo le dije lo que me pasaba, lo hice pensando que iba a reaccionar. Pero no. Me dijo: “No lo puedo hacer, no me puedo separar”. Ahí es tripa y corazón. Si ella no lo pudo hacer por ella, ¿por qué lo iba a hacer por otra persona? Es entender que antes de ejercer la violencia conmigo lo hizo con su círculo más íntimo, que no puede escapar de esa red, que en algún punto se vuelve adictiva.

Una de las veces que te lesionó recurriste al servicio de salud, donde constataron lesiones pero no actuaron. ¿Qué hubiera cambiado si el servicio de salud hubiera actuado?

Fue otra omisión del Estado. Cuando, a los 13 años, fui al hospital con un desgarro vaginal, no hubo una repregunta. Ni una insistencia que me cuestionara si estaba segura de que me había caído de la bicicleta. No indagaron. Volví diez años más tarde para poder presentar el certificado ante el juez y le dije esto a la médica que me había atendido. “Trataré de tener más cuidado con mis pacientes”, me dijo. La perspectiva de género es multidisciplinar y tiene que estar en todas las disciplinas. El sistema médico también está dentro del sistema de Justicia. No se trata de preguntar y repreguntar sin medir las consecuencias en la mujer denunciante, se trata de comprender desde todos los ámbitos qué está pasando.

¿Por qué te preguntabas por qué volvías cada verano?

Uno de los primeros textos que escribí fue el de mi tía, que me preguntó por qué volvía cada verano. Era la primera pregunta y después seguía otra: por qué hablaste diez años más tarde. Después me di cuenta de que no era una pregunta, sino una afirmación. “Explicame, decime la verdad, por qué volvías cada verano. ¿Qué hacía que pese a esto volvieras cada verano?”. Pero no era una pregunta. Era una afirmación: porque volvías cada verano es que te pasó esto. Por eso es una pregunta y a la vez una afirmación. Por eso decidí no ponerle signo de pregunta al título del libro. Me interesaba que el texto empezara y terminara con una pregunta. Son preguntas que no puede responder una sola persona. Son preguntas que lo único que hacen es culpar a la mujer que denuncia. El fiscal me preguntó qué se siente ser abusada. Qué sé yo, decime vos por qué me preguntás eso. Esto es para que quien lee el libro y se enfrenta a una persona que fue abusada nunca más le diga algo así. Tenemos que ver cómo actuamos cuando nos encontramos con una situación así. Precisamos tener un ojo más atento, porque un ojo atento que hace una pregunta adecuada puede abrir una historia de violencia.

En el libro te preguntás si te perdonás. ¿Te perdonás?

Después me di cuenta de que no tenía que perdonarme nada. Al principio pensás que tenés parte de la culpa, que tuviste la culpa por estar en el lugar y en el momento incorrectos. Siempre están las voces que te dicen eso. Por eso las tiré en el libro, y para mí fue un alivio. Pero siempre quedan resonando, y por ahí te podés sentir culpable. Ahí es cuando tenés que decir: “Pará, las cosas no son de esta manera”. Una de las cosas que me pasaron fue eso: cuestionarme por qué me tengo que perdonar. El hecho de no haber hablado antes, de haber generado tanto dolor, pero por otro lado es más el hecho de entenderme. El libro me llevó a decir: “Mirá todas las cosas que estaban en juego”. No se trataba sólo de levantar la mano y hablar, se trataba de perder a mi familia, de quedarme totalmente en pelotas en un momento en el que no tenía herramientas. Y cuando tuve herramientas, hablé. Hay mujeres que no lo logran todavía, porque están muy solas. Para mí se trata de comprender, más que de perdonar. Todo el tiempo tratar de decir “sucedió por otra cosa, no todo depende de nosotras, hay un contexto que hace posible el abuso, y después lo perpetúa constantemente”.

¿Cuánto incide un abuso en la identidad?

Un montón. Principalmente porque es algo que está siempre latente. Por eso hay que hablarlo, porque si no lo hablás ahora va a salir en diez años, y más difícil va a ser. Cada vez que veas un programa de televisión en el que hablen de esto, cada vez que leas un libro sobre el tema, cada vez que leas una nota vas a decir “a mí me pasó algo parecido”, “yo también fui víctima”. Te vas a cuestionar cosas que viviste. En mi caso, el abuso tiene mucho que ver con mi identidad y con la mujer que soy. Con 21 años estaba en la Justicia presentando una denuncia escrita por mí misma. Hoy, con 27 años, sigo en esto. La diferencia para mí fue incluir el abuso en mi vida, no negarlo. Tampoco es que sea lo único en mi vida, pero me tengo que parar desde un lugar y buscar la manera de incluirlo, también de ver la forma de transformarlo para que no me quede sólo con eso, para que no termine ahí. Es muy difícil correrse de ese lugar. Hablar de estos temas genera que cada vez más mujeres y varones puedan hablarlo y hacer algo con eso.