1975 fue el Año Internacional de la Mujer según la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Ese año un especialista dio una conferencia en Barcelona sobre el trabajo y la economía. María Ángeles Durán, que hacía cuatro años había obtenido su doctorado en Ciencias Políticas y Económicas en la Universidad Complutense de Madrid, asistió a esa conferencia con mucha expectativa, ya que respetaba la opinión del catedrático. “Fue una de las decepciones de mi vida”, contó Durán en un video publicado por el Ayuntamiento de Madrid cuando recibió el 23er premio Clara Campoamor, en 2018, por su lucha por los derechos de las mujeres. “Que una persona a la que no admiras intelectualmente brinde una conferencia hablando de economía y se le olviden el trabajo, el consumo, la gestión y todo lo que hacen las mujeres no tiene importancia, pero que lo haga una persona a la que se admira sí tiene importancia”. Molesta por esa disertación, al volver a Madrid le preguntó a una editorial si le publicaría un libro sobre el trabajo no remunerado. La respuesta fue afirmativa. De esa manera empezó una larga trayectoria dedicada al estudio de la relación entre las mujeres y el trabajo, sobre todo el no remunerado. En conversación con la diaria, Durán explicó cuáles son los desafíos y las dificultades a los que nos enfrentamos a la hora de visibilizar y valorar este tipo de tareas.
¿Qué ha cambiado en la órbita del trabajo no remunerado desde que empezó a estudiar estos temas hasta ahora?
Mucho. La primera Conferencia Internacional de la Mujer de la ONU fue en México en 1975; en ese momento no se habló nada de este tema. El primer acontecimiento grande, público y mundial fue en 1995 en Pekín con una conferencia de la ONU sobre la mujer. En ese entonces ya se había reconocido un gran cambio y se pidió un vuelco en el análisis macroeconómico. Desde ese año, a nivel de cada país, se han hecho encuestas sobre el uso del tiempo que han permitido acercar la lupa a la realidad concreta, de modo que el cambio ha sido enorme. 2018 fue el primer año en el que, por lo menos en Europa, en el marco del 8 de marzo se reclamó por las condiciones de las personas que trabajan sin obtener remuneración.
En varias oportunidades ha dicho que el tiempo de las mujeres es expropiado. ¿A qué se refiere?
Cuando una mujer nace en nuestra cultura se asume, sólo por el hecho de que es mujer, que tiene la obligación de ceder una gran cantidad de su tiempo a la familia y a la comunidad; después resulta incompatible con la incorporación al empleo y, en algunos casos, al acceso a la educación. Por eso digo que se considera el tiempo de las mujeres como una propiedad colectiva, en tanto que el de los hombres es una propiedad individual.
Sin embargo, algo parece haber cambiado en lo que refiere al acceso de la mujer al empleo.
Pero el cambio que hace falta es inmenso y no se puede lograr cambios de golpe en sociedades que son muy heterogéneas, tanto entre países como internamente. Ha sido un proceso muy lento, pero si lo comparamos, por ejemplo, con el acceso a la educación primaria o al voto no lo ha sido tanto. Para mi deseo sí es lento, pero si lo vemos desde una dimensión histórica, no.
En Uruguay tenemos un Sistema Nacional Integrado de Cuidados relativamente nuevo. ¿Cómo son en Europa las políticas públicas de cuidados?
Son tan recientes que ni siquiera tienen ese nombre. En la mayor parte de los casos no hay institutos específicos u organismos que pongan “cuidado” como la palabra básica de la institución. Lo que suele haber son personas que se preocupan de los cuidados desde entidades dedicadas a las pensiones, a la salud o a los servicios infantiles. En ese sentido Uruguay es vanguardia.
En el país tenemos una población muy envejecida y la tasa de natalidad es baja, por lo que se espera que la inversión en cuidados sea cada vez mayor en tiempo y en dinero.
Uruguay no hace más que seguir la senda de la mayor parte de los países desarrollados, como toda Europa, Japón y Estados Unidos, aunque en este caso un poco menos. En América pasa algo similar en Cuba y en Chile, también está empezando a suceder en Argentina. Es una pauta normal al reducirse la natalidad y al mejorar mucho la longevidad. Es un éxito muy grande porque lo que significa es que la gente tiene mejor salud y vive más años, de modo que es una pauta para cualquier país que se desarrolle. A mí no me gusta llamarla envejecida [a la población]; le digo madura porque es un término más positivo. Cualquier sociedad tiene que tender a una estructura demográfica parecida a la que tiene en estos momentos Uruguay; de todos modos, la tasa de natalidad es demasiado baja y eso se debe, entre otras cosas, a que no hay sistemas de cuidados que les permitan a las mujeres conciliar la maternidad con otras aspiraciones legítimas.
¿Hay alguna forma de calcular cuánto es el trabajo no remunerado, lo que gasta o ahorra una familia, o lo que genera para el país?
Hay fórmulas, pero es un campo de investigación socioeconómico muy reciente. Existen dos vías de aproximarse a ese conocimiento. Por una parte, medir la cantidad de tiempo, algo en lo que se ha mejorado mucho desde 1995, cuando lo pidió la ONU; pero es difícil llegar a un acuerdo en qué valor hay que darle a cada hora del trabajo no remunerado: esa es una decisión mucho más política. Basta con que haya un aumento del salario mínimo en un país para que cambien todos los cálculos. Todo depende de qué valor tenga el salario mínimo, el salario medio o el costo y la oportunidad; se pueden tomar varios criterios. Es una decisión política decidir el valor de lo que no tiene precio, depende mucho del poder o de la falta de poder que tiene la persona que hace esa tarea. Si las mujeres de quienes se espera que cuiden tienen mucho poder, conseguirán reclamar beneficios a cambio del cuidado, pero si no lo tienen consentirán en que su trabajo sea valorado como si no valiera nada.
En Uruguay, el Sindicato Único de Trabajadoras Domésticas es joven, tiene pocas afiliadas, en comparación con la cantidad de mujeres que trabajan en ese rubro, y enfrenta dificultades para lograr laudar en los Consejos de Salarios, en parte porque los empleadores no son empresas sino particulares. ¿La falta de valor por el trabajo no remunerado influye en quienes sí logran cobrar por hacerlo?
En muchos casos el cuidado que hacen las empleadas de hogar tiene una calidad humana extraordinaria. Lo hacen muy bien porque tienen muchos años de entrenamiento por la práctica; ahora en muchos países hay programas que lo reconocen y les dan certificados en base a ese conocimiento, pueden convalidar los años de conocimiento en este campo con certificados de formación. Me parece injusto suponer que su trabajo es de mala calidad y que esté mal pago.
¿Qué le parece que debería hacer el Estado para visibilizar el trabajo no remunerado?
Hay unas recomendaciones muy claras de la ONU desde 1995. La herramienta principal es crear estadísticas nuevas en base a encuestas sobre el uso del tiempo, ya que no hay transacciones en el mercado y ese trabajo no tiene precio. La única manera de medirlo es observar cómo se usa el tiempo. Estas encuestas todavía no son comparables con otras sobre la fuerza del trabajo que se hace en forma sistemática desde hace más tiempo y en muchos países. Se trata de un campo nuevo de investigación y de observación estadística.
Más allá de estas acciones, ¿qué se puede hacer desde la sociedad civil?
Este no es un asunto de un solo grupo social, sino de todos. Se puede contribuir desde lo cultural, desde el cine, desde la literatura, desde la iglesia o desde cualquier entidad. Además, no queda más remedio que cambiar también desde cada casa; hay que hacer una redistribución.
¿Y desde las empresas?
Creo que tienen dos papeles en los que pueden avanzar mucho. Todos nos damos cuenta de que pueden ofrecer servicios, además de no perseguir a la gente porque dedique parte del tiempo al cuidado: eso sería materia de recursos humanos. Pero hay un campo interesantísimo que está muy poco desarrollado, que son las empresas de servicios complementarios de cuidado. No deberían dirigirse sólo a la franja económica alta, con servicios de lujo que no puede pagar casi nadie, sino que deberían innovar con precios asequibles para grandes sectores de la población. Por ejemplo, me parecen interesantísimos los cohoming [cohousing], los hogares colectivos gestionados de forma cooperativa para personas que no tienen familia inmediata. Esta realidad va a ser cada vez más normal y frecuente: gente que no tiene hijos o que vive lejos de ellos y se va quedando sin pareja y sola. Esto requiere formas nuevas de organización. Para las empresas es un mercado muy grande, sobre todo si se dirigen a las clases medias o medias bajas. Hay que prever que va a aumentar mucho la demanda de cuidados de personas adultas en los próximos años; tenemos que inventar soluciones, porque no hay buenos sistemas de previsión social para este grupo. Hay muchas personas que no tienen esta necesidad cubierta porque no han estado cotizando y no tienen pensiones.
La falta de previsión social es un gran problema del trabajo no remunerado.
La sociedad recompensa con pobreza, marginalidad, dependencia y soledad a quienes se dedican a cuidar. Son personas que tienen garantizada la pobreza cuando lleguen ellas mismas a estar en situación de dependencia.
Las dificultades de los nuevos servicios
María Ángeles Durán explicó que si bien hay que inventar nuevos servicios de cuidados, se debe tener en cuenta que “cualquier oferta genera su propia demanda, de modo que cuando no hay una demanda latente, el solo hecho de ofrecer una solución hace que crezca la demanda”. Además, al cabo de poco tiempo es muy frecuente que se encarezca el servicio, porque los trabajadores que inicialmente están muy dispersos empiezan a organizarse y a exigir mejores condiciones de trabajo, ya que al principio son muy malas.