Hay una evidente cruz clavada en el techo y, un poco más abajo, descansa la figura de una virgen. Puertas adentro, un crucifijo se impone en el fondo de la sala, en donde se multiplican las estatuas de vírgenes, las imágenes de santos, las cruces y también los rosarios, que reposan sobre las paredes blancas. Es una capilla, y durante parte del día funciona como tal. Lorena está sentada con las piernas cruzadas cerca del altar. Pero no fue a rezar. Tiene consulta médica.

Todas las mañanas, de lunes a viernes, este templo –ubicado en el barrio Unión de la ciudad de Trinidad, en Flores– se convierte en la sala de espera de una policlínica de medicina familiar y comunitaria. Cuando funciona el centro de salud, las sillas apuntan hacia la enfermería y el consultorio. Después de las 17.00, el mobiliario gira en dirección hacia el altar y el local vuelve a ser templo.

El espacio no es muy amplio: más de 20 personas juntas podrían sentirse apretadas. Es de mañana y la población que empieza a aglutinarse en la sala de espera es diversa: predominan las mujeres pero también hay bebés, niños, adolescentes y varones adultos mayores. Se arma una ronda espontánea y los usuarios hablan de la policlínica con orgullo.

En medio de la conversación colectiva surge uno de los diferenciales del centro: el modelo de atención en salud a las trabajadoras sexuales, una de las especialidades de la policlínica, si bien también asiste al resto de la población. Lorena ejerce el trabajo sexual desde hace 22 años y asegura que jamás tuvo una atención tan completa como la que brinda esta policlínica barrial, que es gestionada por la Red de Atención Primaria departamental de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). “Si me tuviera que mudar y volver a Flores sólo para ser atendida por este equipo lo haría sin dudar”, dice Lorena a la diaria. De hecho, afirma que muchas trabajadoras sexuales de otros departamentos como Durazno, Florida, Tacuarembó o incluso Montevideo viajan a Trinidad sólo para hacerse los controles.

El modelo de atención que promueve este centro de salud para quienes ejercen el trabajo sexual es único en el país y se destaca, entre otras cosas, por no enfocarse exclusivamente en la genitalidad. En la policlínica de Unión, el equipo que atiende a las trabajadoras sexuales está integrado por una médica de familia, una obstetra partera, una psicóloga, una auxiliar de enfermería y una licenciada en Enfermería. Las funcionarias atienden a cerca de 60 trabajadoras sexuales de manera fija.

La médica de familia y referente del centro, Luciana Bentancor, se une a la ronda después de una de las consultas y cuenta a la diaria que la policlínica incorporó a esta población hace dos años. “Lo que se hizo fue descentralizar la policlínica mal llamada ‘de higiene sexual’ que funcionaba el primer lunes de cada mes en el hospital local, en el segundo nivel de atención, y era atendida por un ginecólogo”, explica la doctora. “Nosotros veníamos trabajando en la Comisión de Salud Sexual y Reproductiva que funciona en la Dirección Departamental de Salud, y los diferentes colectivos que participábamos siempre veíamos la necesidad de descentralizar esa policlínica. Imagínense lo que era ese primer lunes del mes para el hospital, donde toda la población sabía que ese era el día de las trabajadoras sexuales. En el laboratorio había un cartel que decía ‘Meretrices por acá’. Había una estigmatización y discriminación social que te dolía en el alma vivir”, recuerda Bentancor. La médica asegura que “así sigue funcionando en casi todos los departamentos”.

El proceso de descentralizar el servicio de salud para las trabajadoras sexuales incluyó “ir a los boliches, a las whiskerías, hacer recorridas nocturnas y visitar las zonas rojas para empezar a empoderarnos de una población que para nosotros era desconocida, porque muchas trabajadoras se atienden sólo para que firmemos la libreta”, cuenta Bentancor, en referencia al carné sanitario con los controles al día que habilita el ejercicio del trabajo sexual. Ese trabajo en el territorio fue clave, asegura la especialista, porque los servicios de salud tienen que estar diseñados con base en las características de las poblaciones.

Lorena dice que una de las particularidades de la policlínica es “el trato humano” del personal. Pero también la posibilidad de que las trabajadoras puedan atenderse dos días a la semana –todos los martes y viernes– o que no tengan que esperar varios días para recibir los resultados de los exámenes médicos. “Al sacarles sangre en el momento, hacerles el exudado e ingresarlas a la historia clínica, es como que las pasamos por todo el control y se van con la libreta firmada el mismo día”, detalla Bentancor.

Esta es una de las razones por las cuales hay trabajadoras sexuales de otros puntos del país que eligen viajar a Flores para atenderse en la policlínica. “Hay lugares en donde vas un día a sacarte sangre y recién cuando te traen el resultado, que es una semana después, es cuando la doctora te firma la libreta. Son muchos días y hay locales que no te dejan trabajar si no tenés la libreta firmada. Es toda una complicación, es una semana de trabajo perdida”, lamenta Lorena. La trabajadora cuenta que en Florida, por ejemplo, “hay chicas que prefieren pagar un pasaje” porque saben que en este centro “pueden venir ocho días en el mes y tienen todo en el momento”. Saben, también, que el trato por parte del equipo de salud será siempre respetuoso.

El caso de la policlínica de Unión se impone como ejemplo de modelo de atención a las trabajadoras sexuales y es algo que ASSE espera poder replicar en otros departamentos del país. Por el momento, el equipo de Flores planea llevarlo al barrio Ribot, también en Trinidad, en donde vive 70% de las trabajadoras sexuales que se atiende de manera fija. “Son la mayoría de esta población y las estamos haciendo venir acá una vez al mes o más”, justifica Bentancor. Si bien el barrio es cercano al centro de salud, hay que recurrir a un medio de transporte para llegar.

Un espacio de atención y contención

El funcionamiento de la policlínica de trabajo sexual responde a la lógica de la medicina familiar y comunitaria por la que apuesta el equipo, una especialidad que “atiende a una persona de manera integral y con una visión de que esa persona está inserta en una familia y que esa familia está inserta, a su vez, en una comunidad”, explica a la diaria Bentancor, quien fue la primera médica de familia en trabajar en Flores. “Nos interesa, entonces, todo lo referente a lo ambiental, al barrio, y trabajamos toda la historia de la familia de esa persona, que tiene un pasado, un presente y un futuro”, agrega la doctora, que está al frente de un equipo asistencial completamente femenino.

La capilla que aloja el centro de salud tuvo desde siempre una impronta comunitaria. Fue merendero, lugar de acogida para que los niños hicieran los deberes después de la escuela y también brindó servicios sanitarios. Esto último fue gracias a Didier Laborde, un pediatra que durante más de 40 años asistió a los niños del barrio de manera voluntaria en el local religioso.

La dinámica cambió hace seis años cuando un equipo de salud de ASSE liderado por Bentancor desembarcó en la capilla e instaló la policlínica especializada en medicina familiar y comunitaria. Una de las primeras medidas fue la de impulsar la creación de una comisión vecinal, porque no había un grupo organizado en el barrio. La comisión es “muy activa”, dice la doctora referente, y funciona como nexo entre la comunidad y las instituciones barriales, incluida la policlínica.

Esa cercanía con la comunidad es el principal diferencial para los usuarios, que destacan continuamente la “calidad humana” del equipo de salud y se refieren a la policlínica como un lugar de atención pero, sobre todo, de contención.

Patricia cuenta que gracias al apoyo del centro pudo enfrentar todo lo que significó el suicidio de uno de sus hijos. “No sólo la psicóloga me ayuda a salir adelante, sino que me ayuda todo el equipo. La doctora, la obstetra, la enfermera están todas conmigo y no me dejan caer. Me siento contenida”, asegura Patricia, con la voz entrecortada. “Yo me siento mal y vengo, y aunque sea fuera de horario siempre hay alguna de ellas dispuesta a atenderme. Si me deprimo, vengo a hablar con ellas porque siento que ellas me sacan de ese estado”, agrega. Al ratito aparece Martín, su otro hijo de cinco años, que fue operado dos veces por una cardiopatía congénita. Con alegría y confianza habita el espacio que hace el seguimiento de su salud.

Lorena, por su parte, insiste en el vínculo que las funcionarias han creado con los usuarios desde el primer día que se instalaron en la capilla. Un vínculo en el que, a veces, se prioriza el “¿cómo estás?” por encima del “¿qué te duele?”. “Una se siente cómoda porque ya te conocen”, dice la trabajadora sexual. “El otro día vine a control y la doctora me dice ‘te miré la cara y vos no eras la misma de siempre’. Entrás y ya te ven el estado de ánimo, y te atienden también basándose en eso. Es algo que no existe en otro barrio. La doctora es un apoyo, una amiga”, asegura Lorena. “Durante estos 22 años que he trabajado en el ambiente me he atendido en profilaxis en el hospital Maciel de Montevideo y en centros de otros departamentos, pero nunca encontré el tipo de atención que tengo acá ahora. No lo cambiaría por nada”, dice. Quienes la rodean asienten con la cabeza.

“La gente nos elige”, afirma la obstetra partera Miriam Olivera, y opina que es justamente porque reúne todas estas características de las que hablan los vecinos. “Tenemos usuarios que viven a 40 u 80 kilómetros y vienen a la policlínica con su bicicleta al hombro. Tenemos usuarios del sistema privado que han elegido este servicio por sus características. Pienso que eso muestra un horizonte, y atrás de ese horizonte tenemos que seguir apuntando”, resalta. “Estamos atendiendo a una población muy diversa, sobre todo de gran vulnerabilidad en todos los aspectos. Estamos atendiendo a personas inmigrantes, a personas de distintos colectivos, y eso nos da una característica que en nuestro barrio marca una diferencia. Y esa diferencia es valorada por los usuarios”, dice Olivera, oriunda de Trinidad.

Actualmente, alrededor de 300 usuarios se atienden por mes en la policlínica y el número va en aumento, por lo que el local está quedando chico. A esto se suman otras dificultades logísticas, como el hecho de que el único baño de la policlínica esté adentro del consultorio. Además, el espacio es tan reducido que desde la sala de espera se puede escuchar lo que se habla en el consultorio, por lo que se pierde la privacidad de la consulta. Para aislar de alguna manera el sonido, los vecinos decidieron colocar una televisión en la sala de espera.

La situación va a cambiar en un mes, cuando la policlínica se mude a un local más grande en un predio que queda a tan sólo dos cuadras del lugar actual. La nueva sede tendrá tres consultorios, sala de espera y enfermería. La adjunta a la dirección de la Red de Atención Primaria de Flores, Luciana Irizabal, asegura que el cambio es “sólo logístico” y que “el funcionamiento va a seguir siendo el mismo: los mismos técnicos, el mismo número de funcionarios y de pacientes, y el mismo tipo de población”. Se convertirá así en la primera policlínica departamental que estará enteramente gestionada por ASSE, ya que las demás están en iglesias o surgieron de convenios con la intendencia municipal. Siguiendo con la lógica comunitaria, la construcción será en el predio de un vecino. “Él estaba pensando en armar un salón de fiestas y cuando surgió la necesidad de mudarnos a un lugar más amplio presentó la propuesta de que fuera en el espacio en el que estaba por construir”, comenta Irizabal. La propuesta económica y de estructura resultó conveniente y optaron por construir allí.

Una puerta abierta para las personas trans

Entre las mujeres que esperan en la sala está María, una vecina de otro barrio que se atiende en un centro de salud privado, pero que encontró en la policlínica comunitaria las respuestas que en otros lugares no supieron darle a su hija Julieta, una adolescente trans de 17 años. María cuenta que fueron a la mutualista privada en la que se atendía Julieta porque quería empezar el tratamiento hormonal, pero que allí simplemente “no entendían” su caso. “Yo le decía a la médica que se podía armar un equipo especializado porque había endocrinólogo, psicólogo y médico de medicina general. Estaba todo, pero no se entendía lo que queríamos, fue muy frustrante”, relata la mujer.

Ante esa puerta cerrada, María y su familia empezaron a buscar alternativas. En ese proceso dieron con un vecino que les habló de la policlínica que funcionaba en la capilla del barrio Unión, a unos tres kilómetros de su casa. Ni lo dudaron. “La primera vez que vinimos fue espectacular, nos sentimos bárbaras, Julieta se sintió re apoyada y sí entendieron lo que quería, que tampoco era nada raro”, recuerda María. Enseguida empezaron a hacerle los estudios correspondientes antes de derivar el caso de Julieta a la Unidad Docente Asistencial que funciona en el hospital Saint-Bois y que es referencia para la atención integral a personas trans. En esa unidad, otro equipo intenta cambiar la concepción del modelo sanitario hegemónico con un enfoque basado en la medicina familiar y comunitaria que pone el énfasis en la importancia del primer nivel de atención.

“Mi hija está feliz. Lo que encontramos acá no lo encontramos en ningún otro lado. Encontramos soluciones, comodidad y atención”, asegura. Ella también, como los demás usuarios de la policlínica, destaca la “calidez humana” del equipo: “Va mucho más allá de la atención en salud”.

“Al principio eran puertas que se cerraban y no lo entendíamos, porque ya es ley. La atención integral a las personas trans es un derecho. Yo como mamá hasta tuve que recurrir a un abogado para escribir una carta a la mutualista privada, no sólo por Julieta, sino por todos los casos que vienen atrás. Si en salud pública están las respuestas, ¿por qué no en salud privada?”, cuestiona. De la primera visita a la capilla pasó casi un mes y ya está todo encaminado para que Julieta empiece con el tratamiento hormonal con un encare de cuidado de su salud. Sólo esperan que en estos días suene el teléfono y la llamada sea desde el Saint-Bois.