Amila fue raptada y vendida por su tía con nueve años, casada forzosamente a los 11 y madre a los 12, luego de que su esposo la violara. Lo que la hace singular no es su historia –India ocupa el puesto número uno de la encuesta anual de los países más peligrosos del mundo para las mujeres–, sino el deseo punzante de que su lucha se sepa. Katharina Finke escribió el libro With the Heart of a Tigress (Con el corazón de una tigresa) sobre ella, porque su historia es la de todas las mujeres que están expuestas a la violencia, la desigualdad y la esclavitud en la India actual.

¿De dónde surgió el interés por este tema?

Hace diez años viajé a India porque la madre de mi novio de aquel entonces era de allí. En ese momento fue sólo para conocer el país, pero durante el viaje me di cuenta de que la gente allí trataba muy mal a las mujeres. Empecé a buscar alguna historia, pero fue muy difícil investigar y descubrir cosas en ese momento en que nadie quería hablar sobre el tema. Escribí sobre esto para un periódico en 2011 y consulté con otras revistas y periódicos, pero decían que no les interesaba porque no era un tema tan importante. Después, en diciembre de 2012, hubo un caso bastante conocido –llamado “caso Nirbhaya”– que logró que mucha gente en India empezara a luchar por los derechos de las mujeres. Esto salió en muchísimos periódicos en Europa y en Estados Unidos, quizás también en Sudamérica. Empezó a atraer la atención hacia este tipo de casos y muchas personas me llamaron para preguntarme si podría contar alguna historia, porque yo había estado en India y me interesaban estos temas. Algunos de ellos sólo querían los titulares, pero Random House me pidió que escribiera un libro.

¿Y ya conocías a Amila, la protagonista del libro?

No. Decidí irme un mes a India a buscar historias; no sabía si alguien iba a querer hablar porque este es un tema muy sensible. El trato con las organizaciones a las que les pedí ayuda para encontrar una historia fue muy difícil, porque no están realmente organizadas, puede que sea una ONG de una sola persona. Viví situaciones muy raras, porque algunas organizaciones me presentaban mujeres que no querían hablar conmigo porque no estaban protegidas, y entonces no podía escribir la historia. Nunca voy a obligar a una mujer que no quiere hablar a que me cuente su historia; iba a muchas entrevistas en las que sólo podía hacer preguntas superficiales sobre los temas. Por suerte, también hubo muchas mujeres que sí quisieron hablar conmigo, más de las que esperaba, y una de ellas fue Amila. Amila no es su nombre real, tuve que cambiarlo para protegerla. La violencia hacia las mujeres en India no es una cuestión de clase, religión o región; es igual para todas, pero Amila además es muy pobre y analfabeta. La primera vez que la vi fueron sólo 15 minutos. Cuando nos despedimos, me dijo que ella no me iba a pedir nada pero que por favor volviera porque era importante que pudiera escuchar su historia. “Quiero que el mundo escuche mi voz”, me dijo. Ese fue un momento muy especial para mí porque sentí una conexión con ella, tiene que existir confianza para poder contar una historia. Esta también era la historia más peligrosa de contar porque su esposo no podía saber que lo estábamos haciendo, aún no lo sabe al día de hoy. Teníamos que mentir e inventar historias para encontrarnos y que Amila pudiera hablar.

¿Cuando decidiste escribir la historia de Amila te fuiste definitivamente para India?

Después de elegir su historia volví a Alemania y decidimos irnos tres meses para India. No estuvimos los tres meses con Amila porque las cosas se complicaron. Nosotros queríamos ir con ella desde el sitio donde está ahora al lugar donde nació. Cuando ella tenía ocho años, su tía le dijo a su madre que había un hombre que parecía muy bueno para Amila y que lo podía conocer en Delhi. Esto es una cosa que pasa muchísimo en India; que las propias tías o familiares vendan a las niñas. En este caso ni la madre ni el padre de Amila querían venderla, pero creyeron que realmente esta podría ser una buena opción para su hija. Amila era muy joven, para ella todo era una aventura. Su tía le dijo a ella y a su madre –su padre no sabía– que la iba a llevar a Delhi. Pero de Delhi no vio nada, sólo se bajó de un tren y se subió a otro vehículo para ir a Rajasthan. Fue una trampa de su tía para venderla. Cuando llegaron a Rajasthan la obligó a trabajar como esclava en la agricultura, ella era una niña, tenía menos de diez años. Un año después quiso venderla a un hombre muy viejo cuya esposa había muerto. Amila no entendía nada, pero logró escapar de la casa de este hombre. Como no conocía a nadie más, volvió con la tía. Al tiempo ella la volvió a vender a otro hombre, que es su esposo hasta el día de hoy. Esto fue cuando Amila tenía 11 años. A esa edad se casó, sin ninguna opción, y en ese mismo momento empezaron las violaciones. Amila quedó embarazada unos meses después y tuvo su primer hijo con 12 años.

¿En ese momento estaba sola con su esposo? ¿Ya no estaba la tía?

Ya estaba sola. Su tía probablemente no la vendió sólo a ella, sino a muchísimas más mujeres. Hay un sitio muy peligroso, el más peligroso al que fuimos, donde se venden mujeres. Lo llaman “Women Slavery Spot” y, aunque a Amila la vendió directamente, allí es donde hace la trata su tía.

¿Amila volvió a ver a sus padres?

Lo que pasó –que fue muy bueno para Amila– fue que cuando su padre se enteró de la situación, empezó a buscarla. Fue muy difícil porque el sitio de origen de Amila es en Assam, en el noreste de India, muy lejos del lugar donde estaba. El padre la encontró. Ella se puso muy feliz y quiso volver a su casa; le explicó a su padre que su vida era muy mala y que quería volver con él. Pero su padre no pudo sacarla de ahí porque en India cuando estás casada tenés que estar con tu esposo. Lo único que consiguió fue que Amila pudiera ir a visitarlos en Assam. Esto pasó algunas veces, la primera fue durante el segundo embarazo de Amila; su esposo le dijo que estando embarazada no era útil para nada, porque no podía trabajar, entonces podía ir a la casa de sus padres para que cuidaran de ella. Su esposo habló con su padre y le hizo jurar que Amila iba a volver. Y así fue, dos días después de parir volvió.

¿Cómo fue para ella volver a su casa?

Fue un momento muy lindo pero también fue muy difícil, porque ella no quería contarles la historia a sus amigas. Todas le decían que era muy joven y ya tenía dos hijos. En ese momento tenía 14 años.

¿Qué pasó cuando volvió con su esposo?

Cuando volvió las violaciones continuaron; ahora ya tiene cinco hijos. Su mejor amiga tiene 12 hijos. Esa es la situación normal, su caso no es la excepción. Hay muchísimas mujeres que viven en esa ciudad con una historia similar. Normalmente tienen más niños. Amila solamente tiene cinco porque ella utiliza la pastilla del día después. La toma cada vez que su esposo la viola.

Esto es riesgoso para su salud.

Lo mismo le dije yo. Pero Amila no tiene dinero y esto es gratis, porque en algunos hospitales de India prueban los medicamentos de esta manera. Se los dan a mujeres pobres para probarlos; son productos nuevos de laboratorios grandes de Europa o de otros sitios. Esa es la única razón por la que ella puede utilizarlos. Los esposos de estas mujeres por lo general no las dejan tomar anticonceptivos por su religión, este es el caso de Amila.

Este es un tema muy complicado para poder abarcarlo desde lo profesional, ¿cómo fue tu proceso de trabajo?

Fue muy difícil, la verdad. Al principio solamente tenía que tener cuidado con lo que preguntaba, pero, naturalmente, todo esto me afectó. Cuando volví a Alemania la primera vez no estaba segura de querer escribir el libro, porque la situación de las mujeres con las que había hablado era muy fuerte. En Alemania empecé terapia porque sentía que me iba a volver loca; pensaba que no tenía sentido vivir en Alemania tan bien sabiendo que había mujeres pasando tan mal en India. Sabía que me tenía que cuidar, tenía que aprender que mi lugar era el de ayudar a estas mujeres escribiendo. Hice todas las entrevistas en India y empecé a escribir recién cuando volví a Alemania. Alguien muy importante para mí fue la traductora. Yo no hablaba ninguno de los idiomas de Amila y ella, además de traducir, me ayudó a entender ese mundo. Después de las entrevistas nos quedábamos hablando mucho. Tenía miedo de no poder conectar emocionalmente con Amila por no hablar el mismo idioma, pero la traductora hacía más que traducir las palabras.

¿Qué repercusiones tuvo el libro una vez que lo publicaste?

La respuesta fue muy buena, en el sentido de que mucha gente se vio interesada, pero el tema es tan fuerte que es difícil decir cosas positivas sobre el libro. La editorial no me apoyó mucho y tuve que organizar todas las presentaciones del libro sola. Para mí era necesario presentarlo porque siempre tenía adentro la voz de Amila. Hice muchísimas presentaciones y varias organizaciones se me acercaron para decirme que querían ayudar a Amila y a las mujeres en su situación. También Random House me dio una suma de dinero para Amila, porque la historia era de ella. Fue muy difícil para mí poder darle este dinero, porque si se lo daba su marido le iba a preguntar de dónde lo había sacado. Era peligroso para ella. Hablé mucho con las organizaciones para saber qué hacer al respecto. También fue una situación muy complicada porque Amila me pidió que adoptara a sus hijas, porque seguramente, cuando crezcan, el esposo de Amila también va a violar a sus hijas. Amila tiene miedo por sus hijos varones, pero el peligro no es tan grande. Fue un momento muy fuerte para mí, lo hubiera hecho pero es ilegal, porque el esposo tendría que aceptarlo y nunca lo haría. Por eso pensamos que sería mejor que las hijas fueran a una escuela privada, para no estar en la casa. A Amila le gustaba esta idea, pero tampoco pudimos lograrlo porque el esposo no lo permitió. Pensamos muchísimas opciones para ayudarla, pero se nos complicó más cuando el jefe de la organización que nos ayudaba tuvo problemas personales y ya no pudimos coordinar más con ellos. Al final lo que resolvimos fue dividir el dinero y repartirlo entre diferentes organizaciones, porque no podíamos confiar en una sola. También queríamos hacer algo para Amila, por eso, dos años después de la publicación del libro, fuimos a mostrárselo. Ella no lo puede tener porque el esposo podría encontrarlo, pero para mí era muy importante que al menos lo viera. El encuentro fue muy frustrante porque no sé qué le dijeron de mí pero ella cambió, ya no le importaba la historia. Ella todavía está luchando, pero algunas personas la están utilizando. No creo que el libro haya empeorado su vida, pero tampoco la mejoró. Cuando estábamos haciendo las entrevistas ella tuvo un gran desarrollo, se empoderó, cada día era más fuerte. Nadie la escuchaba y estaba aislada, y con nosotros tenía la esperanza de que alguna cosa iba a pasar.

¿Pensás seguir escribiendo sobre estos temas después de la experiencia con Amila?

Pienso seguir, además ahora hay muchísima gente que me escribe para contarme historias porque soy “una escritora que escribe sobre mujeres”. Siempre me dicen que estas historias no pasan sólo en India sino en todo el mundo, y es verdad, porque eso genera el patriarcado. Creo que es importante que haya periodistas que escriban sobre estas historias, hombres y mujeres, pero sobre todo mujeres, porque tienen una dedicación especial al escribir sobre otras mujeres. Creo que esto es muy importante; ahora existen muchas mujeres periodistas, antes no había tantas. Estas historias hay que contarlas.