En junio de 2015 la líder de la coalición de izquierda Barcelona en Comú, Ada Colau, asumió como alcaldesa de la capital catalana con la voluntad de trabajar, entre otras cosas, política feminista. Una de las principales apuestas que hizo en este sentido fue la de crear la Concejalía de Feminismos y LGTBI en el Ayuntamiento de Barcelona. Al principio hubo resistencias y cuestionamientos: no había nada parecido ni en España ni en la región. Pero había convicción.

Laura Pérez Castaño estaba construyendo una trayectoria municipalista y feminista desde hacía años. Licenciada en Periodismo, había cursado estudios de Cooperación Internacional al Desarrollo y un posgrado en Violencia Urbana con Perspectiva de Género. También trabajó en estrategias de desarrollo en turismo en Perú y Bolivia, en municipalismo en Ecuador, en derechos económicos y políticos de las mujeres en Guatemala y en El Salvador y en la eliminación de la violencia sexual en el espacio público en el marco del proyecto sobre ciudades seguras de ONU Mujeres. Todos los caminos llevaron su nombre arriba de la mesa de la alcaldesa de Barcelona, que ni lo dudó cuando decidió designarla concejala de Feminismos y LGTBI. “De otra podrán decir que puede sorprender en el cargo, pero yo siempre he estado trabajando con municipios y en temas de género”, reconoce Pérez Castaño mientras se toma un café. Los avances que ha logrado la concejalía en los últimos cuatro años incluyen la apertura de uno de los primeros centros LGTBI en Europa y la creación de un modelo de atención socio-sanitario para personas trans.

La concejala visitó Montevideo hace unos días para participar en el Encuentro Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos. Antes de abandonar el país, conversó con la diaria sobre la necesidad de un urbanismo feminista, la importancia de generar políticas públicas de género y diversidad sexual y cómo hacerle frente al avance de los nuevos fascismos.

¿Qué implica ser la concejala de Feminismos y LGTBI en el Ayuntamiento de Barcelona?

Es una gran responsabilidad, especialmente en un momento en el que hay una revolución feminista en las calles, en los colegios, en asociaciones que nunca se habían mirado o habían sentido que tenían una relación con la lucha por la equidad de género, y que de repente te presentan proyectos, se ponen a trabajar, aparecen en el 8M con su propia pancarta. Hemos hecho muchísima formación al funcionariado, porque pensábamos que era importante que nos acompañara todo el ayuntamiento, y creo que hemos conseguido hacer una pedagogía que –acompañada por este momento histórico de la cuarta ola del feminismo– nos ha ayudado a avanzar mucho. En estos años, además de crear esta concejalía, creamos un departamento propio de Economía Feminista, un Departamento de Transversalidad de Género que ayuda a todas las áreas del ayuntamiento a incorporar la mirada de género, internalizamos los servicios de violencia machista que estaban externalizados en empresas. Siento que hemos marcado de alguna manera una apuesta municipalista desde una perspectiva feminista, que al mismo tiempo respeta mucho el movimiento y la memoria de las históricas del feminismo en la ciudad. Durante estos cuatro años muchas ciudades nos han mirado y nos han pedido que les pasemos algunas de las medidas que hemos tomado. Hay interés de hacer las cosas, el tema es que no todos los municipios tienen el presupuesto o la capacidad. Madrid, por ejemplo, que tiene muchos más recursos que Barcelona y más población, tiene un punto de partida mucho más bajo: no tiene servicios de violencia hacia las mujeres. Es una ciudad que lleva 40 años gobernada por el Partido Popular. En Barcelona al menos ha habido socialismo. Creo que Barcelona lidera la apuesta municipalista y feminista ahora en España. No sé si en el resto del mundo, pero la comisionada europea nos invitó hace poco como buen ejemplo de política municipal feminista, y sí nos damos cuenta de que a nivel internacional hemos llamado la atención. Nos gusta colaborar con otras compañeras cuando nos piden materiales, porque no puede ser que el cambio sea sólo en tu espacio. Es importante no perder los vínculos de lucha internacional con otras feministas. Para mí es una alegría ser concejala. ¿Es duro? Es duro, pero es un privilegio y lo tienes que saber disfrutar. La política no está para llorarla: la política está para disfrutarla.

El año pasado, en una entrevista, decías que “la ciudad está pidiendo más feminismo”. Pienso específicamente en lo que tiene que ver con políticas de urbanismo y vivienda desde una perspectiva feminista. ¿Cómo lo abordan desde el ayuntamiento?

No había un trabajo previo, por lo que estos cuatro años sirvieron para construir herramientas y procesos. Lanzamos una medida de gobierno que se llamaba “Urbanismo con mirada de género”, que lo que buscaba era incorporar una metodología nueva de trabajo con el Departamento de Transversalidad. Contó con el aporte de la sociedad civil y básicamente se articulaban tres ejes. Uno era mejorar la participación activa de las mujeres en el diseño de las transformaciones urbanísticas, mujeres que tradicionalmente no habían participado y cuya presencia es muy importante porque son las que habitan la ciudad, las que están más tiempo en el espacio público, las que se mueven más veces dentro de los barrios. Establecimos la metodología a través de las marchas exploratorias, que vienen a ser los paseos por el barrio en los diferentes momentos del día para identificar el mobiliario, la iluminación, la limpieza, la amplitud de las aceras. Obligamos a que todo esto se incluyera en las transformaciones urbanísticas, y además que estuviera presupuestado. Ahora cualquier obra tiene que tener una parte reservada para las mejoras que proponen las mujeres. El segundo eje era el análisis de los usos del espacio público, que básicamente es que las mujeres utilizamos el espacio público de una manera diferente y eso implica una movilidad diferente, por lo tanto tienes que incorporar cambios. Por ejemplo, el anterior gobierno decidió retirar los buses que se mueven dentro del barrio durante los fines de semana. La consecuencia es que muchísimas mujeres no salen de casa el fin de semana porque no pueden asumir las cuestas que hay en los barrios o les resulta difícil caminar algunos trayectos. El tercero es lo que a mí me gusta decirle la libertad y la autonomía, aunque mucha gente le dice “seguridad”. Y sí, tiene una perspectiva de seguridad, pero es en definitiva que queremos vivir la calle a cualquier hora, como nos dé la gana y vestidas como nos dé la gana, sin que nadie nos cuestione o atente contra nuestra libertad o autonomía. Una de las cosas que hicimos en este sentido fue una app para que en caso de agresión o de vivir una escena de acoso las mujeres puedan denunciar y mapear la ciudad de lugares donde se pueden estar dando más problemáticas de este tipo. Las estadísticas cambiaron muchísimo, empezamos a incorporar la seguridad de las mujeres en las informaciones, en los datos, en las encuestas, y creo que ahora tenemos datos más fiables para poder hacer política pública. Luego vimos el ocio nocturno como un espacio conflictivo donde se dan la mayoría de las denuncias de agresiones sexuales, y empezamos a trabajar el protocolo “No callamos” con discotecas y festivales. Es un ejercicio muy interesante el de darles herramientas a los locales privados para que gestionen situaciones diferentes: desde un tipo que se está poniendo muy pesado, hasta una mujer que ha perdido la consciencia en el baño. Esa también ha sido una experiencia muy interesante de corresponsabilidad y de ver que hay más actores que pueden trabajar el feminismo contigo.

¿Cómo se construye una ciudad feminista?

Es importante crear las máximas alianzas posibles, porque un ayuntamiento solo no puede hacer una ciudad feminista. Creo que podemos tener muchísima influencia desde la institución y puedes hacer políticas serias, pero necesitas que la ciudad en términos humanos se comprometa. El 25 de noviembre hicimos la campaña “No le des la espalda a la violencia machista” con los comercios de la ciudad, en la cual los comerciantes giraron los maniquíes, rotularon sus comercios y se implicaron de alguna manera. Este tipo de estrategias es importante. Y luego hay determinadas políticas y cambios institucionales que pueden sumar a una ciudad feminista. Cambios institucionales como qué tipo de contratación haces o qué cláusulas les exiges a las empresas. Nosotras les exigimos ahora que tengan planes de igualdad, que luchen contra la brecha salarial, contra la segregación vertical, que tengan protocolos contra el acoso. Estamos haciendo presupuestos con enfoque de género, que a la interna es un cambio importante. Creo que un ayuntamiento puede hacer mucho para esa ciudad feminista. Para eso es muy importante contar con el movimiento feminista de la ciudad, que es el motor, el que te exige, el que te sigue, el que te empuja, pero también apelar a otros sectores que no se habían sentido interpelados. Porque si no, no la vamos a construir. Vamos a estar sólo las convencidas. Para ir más allá tienes que entrar también a veces en los lugares incómodos –como el ocio nocturno–, a escuchar muchas barbaridades y transformarlas.

En los últimos cuatro años el Ayuntamiento de Barcelona ha impulsado distintas iniciativas para proteger los derechos de la comunidad LGTBI, como el Plan para la Diversidad Sexual y de Género o las cláusulas contra la discriminación en las empresas, entre otras. ¿Qué impacto han tenido?

La pata LGTBI en realidad aparece por primera vez en nuestro gobierno, no existía como área política. Lo que viene a hacer es ofrecer más líneas de subvención específicas para colectivos LGTBI, e impone una perspectiva desde el feminismo. Para nosotras no cabía que los gays estuvieran en estos cajones que inventamos los ayuntamientos con gitanos, migrantes y “otras formas de vivir”. Entonces nos los llevamos con Feminismos, porque desde el primer momento pensamos que cualquier estrategia contra el sexismo y el machismo tenía que trabajarse conjuntamente desde la perspectiva de los feminismos. Elaboramos el Plan por la Diversidad Sexual y de Género, que implicó muchísimas acciones. Por ejemplo, aumentamos el presupuesto en casi 30% para abordar las enfermedades de transmisión sexual. Hicimos trabajo con empresas y hasta entramos en los colegios. Para esto último, por ejemplo, cineastas reconocidos hicieron un corto que trataba sobre dos mamás, una adolescente trans y otros temas. Fue bastante polémico, algunas escuelas se sentían invadidas. Pero para bancar hay que provocar. Creo que la gran medida del plan fue la apertura de un centro de recursos para personas LGTBI. Lo abrimos hace dos meses y ha sido el gran trabajo de este mandato. En ese centro vamos a tener servicios de atención, por ejemplo en el ámbito de la discriminación laboral, que es uno de los temas que nos preocupan mucho, o en las dificultades de este colectivo a la hora de alquilar una casa. También se realizan las pruebas de sida. Además, hay asistencia jurídica a personas migrantes y LGTBI en casos de xenofobia en el ámbito laboral. Es un lugar fantástico y uno de los centros pioneros en Europa. Si bien el centro es municipal –nosotros asumimos los costos–, son las entidades del colectivo LGTBI las que gestionan y están ahí encargándose de las programaciones. Creo que la apertura de este centro además habla de justicia territorial y espacial, porque no había ningún espacio de referencia al que acudir. Cada entidad tenía dificultades para sobrevivir, y ahora están todas allí con sus propios espacios de trabajo, generando proyectos y vínculos. A la vez, es un centro cultural donde se presentan libros, se hacen debates, charlas, audiovisuales, está siempre lleno desde que se ha abierto.

La aprobación de la Ley Integral para Personas Trans el año pasado abrió el debate sobre la situación de esta población en Uruguay. El Ayuntamiento de Barcelona ha promovido propuestas que avanzan en este sentido, como el nuevo modelo de atención a las personas trans que lanzó en 2016. ¿En qué consiste?

Nosotras diseñamos un modelo de atención socio-sanitario un poco para presionar a la autoridad competente, que en este caso es la Generalitat de Cataluña, y un poco para lanzar el mensaje de que el acompañamiento a la personas trans no puede ser sólo desde el enfoque sanitario. Mientras conseguimos mejorar las condiciones del sistema sanitario para que dé una respuesta de calidad a estas personas, hay muchas otras cosas que quedan fuera del tema sanitario, y hay que abordarlas desde un punto de vista social. Es un modelo que critica al actual que hay en Barcelona, que todavía patologiza a la transexualidad. De hecho todavía hay un hospital en Barcelona que diagnostica disforia de género y que te obliga a pasar por un proceso psiquiátrico para poder hormonarte o acceder a una vaginoplastia o a una operación de cambio de sexo. Entonces lo que hicimos con el nuevo modelo fue apuntar hacia dónde teníamos que ir, empezar a trabajarlo con la Generalitat de Cataluña, que en aquel momento estaba dispuesta, y ahora se está implementando. Hay dos modelos que conviven: el modelo no patologizador y el modelo patologizador, en dos hospitales diferentes de referencia. Estamos todavía en esa transición hacia un modelo que no patologice, que entienda la transexualidad desde un punto de vista de derechos y que salga de lo estrictamente sanitario para abordarlo desde los diferentes ejes de discriminación a los que se enfrentan las personas trans. También hicimos un programa muy interesante, que se llamó “Carolinas”, que está enfocado a las trabajadoras sexuales trans desde un punto de vista de derechos. Lo que intentamos es acercar la realidad de las mujeres trans que ejercen la prostitución, que tienen necesidades diferentes a las cis. El tema trans ha sido uno de los que han marcado bastante el mandato, porque si bien en España ha tomado mucha visibilidad, lo ha hecho desde una perspectiva muy simplista, biologicista y binaria, entonces estamos intentando crear otro discurso.

Como sucede en otros países, el movimiento feminista en España está en plena efervescencia. Se vio en los últimos 8 de marzo y el año pasado, especialmente, en la reacción de las mujeres que salieron a la calle en todo el país para protestar contra la violencia machista y la Justicia patriarcal después de la sentencia de La Manada. ¿Cómo vivís esta época?

Primero me gustaría decir que Barcelona es una ciudad donde tanto el movimiento LGTBI como el movimiento feminista han tenido mucha presencia en los momentos más complicados. Te hablo de la dictadura de Franco, donde el movimiento LGTBI, por ejemplo, creaba espacios de resistencia, donde las lesbianas montaron espacios propios, donde las trans salieron en la primera manifestación de todo el Estado en Barcelona y las reprimieron a palos. Barcelona ha sido un lugar de muchísima resistencia tanto de la diversidad sexual y de género como de las feministas que históricamente construyeron un relato, por lo cual hay una tradición que hay que reconocer. Creo que no somos si ellas no hubieran sido. Y creo que ha habido un despertar en el que probablemente el caso de La Manada haya tenido mucho que ver, porque hay ciertas realidades con las que es fácil empatizar. A cualquier mujer le hubiera podido pasar lo que le pasó a la compañera de La Manada. A cualquiera que se atreva a salir a la calle, ya ni siquiera en un contexto de fiesta. Me parece que ese sentir de “me podría haber pasado a mí o a mi hermana” generó mucha empatía, nos puso en su piel. La reacción a la sentencia fue como “mierda, ¿qué le están diciendo a esta chica?, ¿qué tipo de Justicia es esta?”, y eso creo que despertó mucha rabia. Porque ese día en la calle había sororidad, sí, pero había mucha rabia contra el sistema. Llevamos muchos años con unos niveles de feminicidios insoportables, y seguimos viendo cómo asesinan a mujeres y la prensa cuestiona si denunció o no denunció. Hay un nivel de indignación también con el tratamiento de los asesinatos de mujeres. También hay un aumento de violaciones en Barcelona, al punto de que estamos llegando a una violación diaria, en promedio. La sociedad se está sensibilizando y estos problemas son ahora más visibles, pero los índices de violencia no se reducen y hay mucho enfado. Este enfado explota con alegría, explota con una generación muy joven con ganas de cambiar las cosas, que lo hace de una manera muy determinada: bailando y cantando. Al mismo tiempo, creo que las alianzas internacionales y el sentir que estamos en una misma lucha nos han hecho salir a la calle con más fuerza.

Hace unos días, decenas de organizaciones y colectivos lanzaron en España un manifiesto para pedirles a los partidos que no pactaran con la extrema derecha, de cara a las elecciones que se celebran la semana que viene. ¿A qué escenario se enfrentan las mujeres, las disidencias sexuales y de género, los inmigrantes y otras minorías en esta época de avance de los fascismos?

La posibilidad de la regresión de derechos ya es un hecho, por ejemplo en Brasil con [el presidente, Jair] Bolsonaro. No es el único país, pero sí tal vez el caso más reciente y el que afecta a la región de una manera más dura. En Barcelona recibimos a mucha gente que está llegando de Brasil perseguida, sin ningún tipo de protección legal, y creo que España quedó como un reducto de esperanza en donde intentamos tejer solidaridad internacional. Pero la realidad es que ya no lo miramos desde lejos. De repente llegó [el partido de extrema derecha] Vox y dijo: “Mis enemigos son el independentismo catalán, las mujeres, los colectivos LGTBI y los migrantes”. Y lo dijo tan claramente que nos sorprendió a todas. Empezó a marcar la agenda y obligó al resto de la derecha a irse hacia la extrema derecha. Eso es muy peligroso, no sólo porque Vox pueda tener oportunidad de gobernar o de influir en el gobierno aunque sea con una minoría, sino porque la extrema derecha está marcando la agenda de la derecha conservadora y liberal. ¿Qué puede pasar? Ya no es un “qué puede pasar”: ya está pasando en muchos países. En España se pueden revertir derechos conseguidos por el colectivo LGTBI y las mujeres. Nos están cuestionando la ley contra la violencia machista y la ley del aborto. Esta gente quiere volver a un sistema biologicista, esencialista, donde el hombre tiene determinados roles y las mujeres otros. Están respondiendo a una crisis de la masculinidad que ellos quieren reivindicar desde la fuerza y el poder, contra un feminismo que propone una opción transformadora y emancipadora de la sociedad.

Ante este panorama, ¿considerás que los feminismos pueden ser una herramienta contra los fascismos?

Siempre reivindico que el feminismo no es una respuesta al fascismo. Los feminismos en España ya habían respondido, ya estaban con fuerza, y tenían una hoja de ruta propia que creo que este ascenso del fascismo no tiene que variar. No tenemos que ser en tanto existe el fascismo. Creo que tenemos que reivindicar más que nunca la agenda que se estaba planteando, como la economía feminista, el abordaje de los cuidados desde una perspectiva feminista, la redistribución de los cuidados, para que no recaigan más sobre las mujeres. Yo no voy a variar mi discurso. No quiero defenderme. Creo que hay que seguir con espíritu alegre, reivindicativo, pero no dejar que el fascismo marque la agenda. Me parece que al movimiento #EleNão en Brasil, por ejemplo, deberíamos estudiarlo. ¿Qué implicaciones tiene responder directamente a algo que luego en términos de visibilidad promueven o le facilitan espacio? No digo de no hacer nada, digo que tenemos que pensar cómo lo hacemos, y sobre todo cómo no nos paramos para responderle a un fascismo que nos quiere parar para que le respondamos. Hay que ir con mucho cuidado con esa agenda política, que no puede ser marcada por parte de la extrema derecha. Lo que sí hemos hecho desde el Ayuntamiento de Barcelona es aprobar un reglamento por la equidad de género, que viene a ser una especie de ordenanza, de marco legal, que protege y bloquea todos los avances conseguidos hasta ahora. ¿Puede llegar la extrema derecha al gobierno y desmontarlo? Sí, puede, pero creamos un instrumento que se lo va a dificultar mucho.