Las luces de La Trastienda se apagan y sólo queda apenas iluminado, de manera tenue y con un azul intenso, el escenario en el que pronto tocará el colectivo ruso feminista Pussy Riot. Abajo el público grita, expectante. Se siente la adrenalina, incluso en la oscuridad parcial. Somos casi todas mujeres: muchas nos damos cuenta y nos sonreímos con complicidad. Sabemos que no es algo común en un recital de punk rock y nos sentimos cómodas. Vamos a poder saltar, bailar y habitar el espacio sin tener que cuidarnos del manoseo oportunista, el empujón violento o el codazo en la cara.

En la mitad de ese abrazo sororo virtual, seis mujeres irrumpen en escena. Cinco de ellas tienen las cabezas cubiertas con los característicos pasamontañas de colores y la otra –que se ubica al frente– tiene puesta una capucha, parte de un outfit que recuerda a los que suelen usar las boxeadoras. Nadya Tolokonnikova, la vocalista de Pussy Riot, no practica boxeo pero sabe bien cómo se sienten los golpes. Los simbólicos y los que no. Fue una de las integrantes del grupo arrestadas en 2012 por protestar en una catedral de Moscú contra la candidatura presidencial de Vladimir Putin. La detención de Nadya y dos de sus compañeras durante dos años por “vandalismo” no sólo hizo que el colectivo ganara reconocimiento internacional, sino que sirvió además de inspiración para la composición de muchas de las canciones que van a sonar hoy. La frontwoman lo repite varias veces a lo largo del show.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

“Oh, dios mío, estoy tan feliz que podría llorar / Oh, dios mío, estoy tan feliz que podría morir”. Suena la canción “Police State” –una de las más conocidas de la banda– y entre el público se desata el pogo. Nadya corre por el escenario y la tecladista –que, en otros temas, también toca la guitarra– acompaña el ritmo con la cabeza. Las demás están quietas, con sus pasamontañas, algunas con los brazos cruzados. Atrás de todas, en la pantalla gigante, se suceden con furia imágenes de represión policial.

Cuando la canción termina, Nadya deja descubierta su cara y también el cuello, en el que tiene atado un pañuelo amarillo de apoyo a la Ley Integral para Personas Trans. El guiño hacia Uruguay es un adelanto de lo que vendrá.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

“Agradezco que la mayoría de ustedes sean mujeres”, dice la vocalista, y las espectadoras gritan y aplauden, muchas con los puños o los vasos de cerveza en alto. Después, avisa: “La siguiente canción es la que nos metió presas”. Empieza así “Punk Prayer”, que con una melodía de prédica introduce una de las canciones más punk del grupo, que se transformó en un manifiesto contra la políticas de Putin que restringen libertades fundamentales. Una letra que, casi siete años después de creada, mantiene su vigencia. “El fantasma de la libertad está en el cielo / Los homosexuales se envían encadenados a Siberia / El líder del KGB es vuestra más alta Santidad / Encierra en prisión a los manifestantes / Para no afligir a los santos / Las mujeres deben parir y amar / ¡Basura de Dios, basura, basura! / ¡Basura de Dios, basura, basura! / Madre de Dios, virgen, ¡hacete feminista!”. Ya todas se mueven en el escenario: corren, saltan, menean las cinturas, sacuden las cabezas.

Las críticas al actual gobierno ruso continúan cuando empieza a sonar la canción “Elections”, que las Pussy Riot lanzaron el año pasado, un día antes de las elecciones en las que Putin resultó nuevamente electo. En la canción –que es más lenta, con más sintetizadores y menos distorsión– las activistas feministas advierten: “Seis años vamos a pelear / Seis años no vamos a obedecer / Seis años voy a formar una pandilla / Seis años no vamos a comer sobras”. Cuando termina el tema, las artistas se retiran del escenario y, en la pantalla gigante se extiende la proclama contra Putin. El grupo dice que hoy en Rusia es imposible “tener relaciones” si formás parte de la comunidad LGBTI, que tampoco se puede tomar alcohol y que está prohibido llamar a una protesta. “Hasta un concierto de Pussy Riot es imposible”, agrega el colectivo. “Más y más gente está enojada por las políticas de nuestro gobierno y quiere cambios. Nosotras creemos en estos cambios”, termina el texto, y le sigue la completa oscuridad.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Además de las manifestaciones contra el gobierno del presidente de Rusia, el repertorio de las artistas recorre también cuestiones sobre la libertad sexual y el empoderamiento de las mujeres. El ejemplo emblemático es “Organs”, que con un estilo más pop grita: “El orgasmo femenino tiene obstáculos / Las correas están reservadas para los uniformes e íconos / [la legisladora] Mizulina prohíbe de manera estúpida los condones / Agonía, espasmo, el golpe de la corona que cae”.

Nadya ya se puso su pasamontaña –colorido y con accesorios, como los otros– y la transición a un estilo de música más disco transforma radicalmente el ambiente, que ahora se parece más a una discoteca. El estilo es reforzado por la vestimenta de las artistas, que parecen estar vestidas de policías rusas pero con polleras blancas y largas, aunque otras tienen puestas minifaldas de cuero negras. Nada es uniforme, y menos tradicional o predecible.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

El público no deja nunca de acompañar, pero quizá vive el punto álgido cuando, en determinado momento, la cantante anuncia: “Ahora se pueden poner lo locas que quieran”. La música gana fuerza, las luces se descontrolan, ingresan más personas enmascaradas al escenario y, ante la mirada atónita de decenas de personas, se despliega una bandera amarilla con la consigna “Ley trans ya”. Nadya se desata el pañuelo del cuello y se lo coloca en la boca, dejando descubiertos sólo los ojos. Otras de sus compañeras hacen un gesto similar. Levantan los puños e interpelan a la audiencia, en un gesto que todas leemos como un: “Sí, tienen nuestro apoyo”. Más tarde, en una entrevista con la agencia de noticias AFP, Nadya explicaría: “Creo que hay algunos problemas políticos que realmente trascienden las fronteras. La cuestión del derecho trans es igual de importante para una persona rusa que para una uruguaya”.

La celebración alrededor de esa bandera amarilla fue el cierre perfecto de un repertorio que tuvo cerca de 20 canciones que, durante una hora y media, oscilaron entre el punk, el pop y la electrónica. Un recital que fue también un manifiesto contra los gobiernos que atacan las libertades –se centró en el de Putin, pero también hizo referencias al del estadounidense Donald Trump– y a favor de la defensa de los derechos humanos y la libertad de las mujeres y de las disidencias sexuales y de género.

La primera gira de Pussy Riot por América Latina empezó el jueves 11 en Lima y continuó con el recital de Montevideo, el sábado, y el que el grupo realizó el día después en Buenos Aires. Esta semana, y hasta el sábado, las rusas también darán shows en Córdoba, Santiago de Chile, Recife y San Pablo.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

Pussy Riot, el sábado en La Trastienda.

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