¿De qué sirve la ciencia si no es para mejorar nuestras vidas? Y mejorar nuestras vidas puede ir desde encontrar la cura a una enfermedad hasta aportar a la construcción de una ciudad en la que todas las personas tengan el mismo derecho a transitar. Algunos estudios se encargan de lo primero y otros, de lo segundo: este es el caso de “Abordaje feminista de una ciudad para ellos”, una de las investigaciones publicadas en el libro Habitar Montevideo: 21 miradas sobre la ciudad, que se presentó el jueves 9 de mayo en la Intendencia de Montevideo.

En este estudio participaron las sociólogas Sofía Cardozo, Jimena Pandolfi, Valentina Torre y Victoria Jorge, todas de la Universidad de la República. Según explicó Cardozo en la presentación, esta investigación es la última producción de este grupo que hace dos años comenzó a incorporar la perspectiva de género a los estudios del habitar urbano. Luego de “comprobar empíricamente” que las mujeres tenían un habitar diferente al de los varones, comenzaron a trabajar con una pregunta como motor: ¿qué implica incorporar la perspectiva de género en las reflexiones sobre la ciudad?

“La forma de construir ciudad no se puede considerar inocua o escindida de las desigualdades sociales; si consideramos que para construir ciudad no podemos ignorar las diferencias de clase social, tampoco podemos ignorar las diferencias que tienen que ver con las relaciones de género”, dijo Cardozo. Para entender por qué caminar por la calle no es solamente caminar por la calle debemos remontarnos a la base de todas las desigualdades de género: las representaciones de lo femenino y de lo masculino que el sistema social, político y económico construyó y continúa fomentando. Entonces, si estas representaciones son desiguales, las relaciones que tienen los distintos géneros son asimétricas –una posee más poder y más libertad que la otra–. Y si son asimétricas, lo son en las casas, en los trabajos y también en la calle.

Según Cardozo, incorporar una perspectiva de género a estos estudios requiere “hacer un proceso de alejamiento y de apertura a incorporar nuevas formas de pensar”, ya que es necesario entender la forma en que “todas y todos habitan la ciudad”. Uno de los estudios que el equipo realizó anteriormente, por ejemplo, comparó los trayectos que mujeres y varones realizaban y comprobó que, teniendo un mismo lugar de origen y de destino, optan por caminos distintos, principalmente por miedo. Las mujeres andan más en taxi por las noches, eligen caminos iluminados o poblados y no suelen atravesar parques oscuros. Su mayor miedo no es que las roben, sino que las violen –un temor que resulta poco común entre los varones–.

Por esto, la investigadora resaltó que el urbanismo “no puede ser neutro desde el punto de vista del género; las políticas públicas no son neutras al género: o tienen una perspectiva de género o son ciegas al género”. El momento en que esta perspectiva se debe incorporar, reflexionó, es sobre todo en las etapas de planificación urbana: comprender que este es un problema social y que se puede construir la ciudad tomándolo en cuenta.

La ciudad es un territorio político excepcional

“La conclusión a la que hemos llegado es que de cierta forma las mujeres vivimos en una ciudad que está pensada por y para varones”, dijo Cardozo para justificar el nombre de la investigación. Explicó que tomaron el concepto de derecho a la ciudad que Henri Lefebvre definió en 1967 como “el derecho de las y los habitantes de las ciudades a construir, decidir y crear la ciudad”. “Las relaciones sociales que se dan ahí tienen un vínculo que está en diálogo con el espacio. El espacio se construye a través de esas relaciones, y si esas relaciones son desiguales construyen un espacio desigual”, señaló la socióloga. Y lo mismo pasa con las propias relaciones sociales, que no son ajenas al espacio, se “alimentan” de él y reproducen lo que este significa.

Masculinidad y potencia

“El agresor exige de ese cuerpo subordinado [el de la mujer] un tributo que fluye hacia él y que construye su masculinidad, porque comprueba su potencia en su capacidad de extorsionar y usurpar autonomía del cuerpo sometido. El estatus masculino depende de la capacidad de exhibir esa potencia, donde masculinidad y potencia son sinónimos”. Rita Segato, antropóloga y feminista

El equipo que realizó esta investigación tiene claro que “hay que pensar en un urbanismo feminista”. Este es un término que introdujo Ana Falú, una arquitecta feminista argentina que dice que para abordar estos temas es necesario pensar y construir en términos de territorio. Cardozo explicó que, siguiendo esta lógica, cuando se piensa el territorio en su mínima expresión el cuerpo de la mujer “emerge como el primer territorio de conquista en el espacio público”.

Varias veces a lo largo de la investigación las sociólogas dicen que “la ciudad es un territorio político excepcional”. Esto sucede, contó Cardozo, porque les resulta necesario “incorporar el urbanismo feminista para pensar una ciudad más democrática”, ya que hoy en día “el derecho a la ciudad no existe de igual forma para todos y para todas”. La ciudad es un “terreno fértil”, “primero para creer y después para construir, para ver qué posibilidades estamos dando de producir y modificar la ciudad”, explicó.

El espacio público, señaló la investigadora, no le es “tan propio” a la mujer como lo es para el varón. Esto proviene de una tradición histórica; las mujeres fueron conquistando el habitar del espacio público de la misma manera que conquistaron el trabajo fuera de casa, el sufragio, el entretenimiento y muchas cosas más. “La ciudad históricamente está pensada desde una visión no solamente eurocentrista sino también desde los varones, respondiendo a sus necesidades. Pensar en el urbanismo feminista implica permitir permearnos e incorporar otras vivencias”, dijo.

Donde hay desigualdad, hay violencia

“¿Qué está pasando con el derecho que tienen las mujeres de crear ciudad cuando es una ciudad que les resulta hostil transitar?”, se preguntó Cardozo. El acoso sexual callejero es una problemática que ha ganado un espacio considerable en las discusiones sobre desigualdad y violencia machista. La socióloga explicó que el acoso sexual callejero es “la reafirmación cotidiana” de esta desigualdad. “Es el reflejo de que el espacio público es un espacio pensado por los varones y que hay un poder allí que lo tienen ellos”, dijo. El acoso es el recordatorio constante para las mujeres de que “transitar la calle no es algo que se haga con tanta libertad”.

El urbanismo es político, y así lo explicó Cardozo: “Históricamente hemos dejado por fuera a mujeres y disidencias sexuales y no tenemos en cuenta su vivencia cuando pensamos en cómo construir un espacio. Tenemos que pensar en que la mitad de la población tiene formas diferentes de habitar la ciudad y necesita ser tomada en cuenta a la hora de hacer análisis”.

“Las mujeres no nacen con más miedo a transitar la calle que los hombres”, explicó. Pero lo que va pasando a lo largo de sus vidas es que ciertas cuestiones urbanas “se traducen en espacios de miedo”, porque por allí atravesaron situaciones que les produjeron violencia, y eso generó una frontera invisible para quienes no la experimentaron. “Por si lo olvidamos, hay una acción cotidiana y sistemática que es el acoso sexual callejero que nos recuerda que el espacio público está masculinizado”.

Esta desigualdad no es sólo un tema de violencia física o verbal, también es simbólica. La socióloga invitó a los asistentes a pensar en los monumentos o los nombres de las calles: “¿Cuántos monumentos a mujeres o nombres de calles de mujeres se les ocurren?”.

Al finalizar, Cardozo recordó que construir ciudad desde el urbanismo feminista no es solamente planificar la ciudad para que las mujeres no sientan miedo –poner más luces, cuidar más los espacios, etcétera–, sino incluir distintas perspectivas en la planificación; que sea una construcción participativa y plural también es que sea feminista.

Nota: Cardozo explicó que, en este y otros estudios, cuando hablan de mujeres se refieren a cuerpos femeninos o feminizados, incluyendo mujeres cis y trans y considerando todas las interseccionalidades.

Salir del lugar en que las ponen

“Desde una cultura patriarcal, los cuerpos de las mujeres son cuerpos apropiables. Si se resisten, serán violentados y, lejos de justificarse la resistencia, se justificará la violencia como forma de disciplinamiento, como manera de poner las cosas en su lugar”. Diana Maffía, filósofa y feminista

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