Paula les enseñó a decirle que no a la silicona industrial. Tenía varias marcas personales: una melena rubia impecable con un lacio semiondulado y lentes negros ovalados que le daban una onda intelectual, y, en contraste, el piercing en la nariz y un flequillo que demostraban su personalidad y actitud para la vida.

Decía que el colectivo es muy propenso a la desinformación, que en las décadas de 1980 y 1990 cometieron muchos errores en lo relacionado con su salud: “Errores garrafales, enormes, como dejarnos inyectar silicona industrial, tanto las trans como las mujeres biológicas”. Muchas personas debieron ser amputadas por esas intervenciones. Creía que la ignorancia era lo que llevaba a creer que “aquella magia es posible” y que “en tres horas podés tener el cuerpo soñado”. Les decía que no se inyectaran y que, en caso de hacerlo, sólo recurrieran a clínicas legales.

“El busto para nosotras es necesario, y la ignorancia a veces te lleva a cometer errores que nunca terminás de subsanar. Tengo una piedra encima del estómago por la silicona que corrió por acá”, contaba. Compartía su realidad para que las jóvenes “no cometan los mismos errores que las veteranas”. Creía que las más jóvenes merecían tener una vida más digna que la que les tocó a ellas. Así lo explicaba en Hablemos en serie, un conjunto de videos que ella misma editaba.

Paula fomentaba el empoderamiento mediante la educación. “Para que una chica trans logre estudiar, primero hay que cambiarle el chip a ella y luego al resto de la sociedad. Es mucho lo que se sufre en las aulas: los adolescentes pueden llegar a ser muy crueles”.

Decía que había que incentivar a las personas trans porque “se puede ser adolescente y tener una identidad de género diferente”, y que “toda opción de vida es posible si se la imagina y se trabaja para eso”. “¡Gurisa trans, vos que estás arrancando: no aflojes! ¡No dejes de ir al liceo! No agarres el camino más corto, porque el camino más corto es corto de verdad: la expectativa de vida de una mujer trans en Uruguay es de 35 años”, advertía.

Paula tardó en exteriorizar su identidad de género porque sabía que se exponía “al escarnio y a la burla pública”. “De hecho, estuve expuesta toda la vida: no puedo ser peluquera, tengo que ser puta. No te dan alternativa. Me gustaría que en el futuro hubiera trabajadoras sexuales trans por opción y no por obligación, que tengan ganas de ejercer esa profesión”, decía. Consideraba que la sociedad tenía que “dejar de verlas como objetos”.

Paula tenía como misión comunicarles su visión a las mujeres trans más vulnerables. Marcela Pini la conoció en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, donde estudió y se recibió. Recuerda habérsela cruzado en algún pasillo y detenerse para escucharla. Se hicieron amigas y Marcela la acompañó hasta el final. “Cada vez que la veía, tenía una sonrisa en el rostro: le gustaba hacer reír a los demás y siempre estaba de buen humor. Era una persona muy inteligente, aunque decía que tenía un déficit por haber sufrido un accidente cerebrovascular, cuestión que tomaba con humor”, cuenta. Y es que a Paula se la podía ver seria sólo cuando, por medio de sus conceptualizaciones, enseñaba, protestaba y luchaba.

Vivió 60 años. Ella decía que sobrevivió porque se fue al exterior y pudo trabajar como peluquera. Luego, al volver a Uruguay tuvo que trabajar en una peluquería simulando ser un varón, porque como trans no era aceptada. También fue trabajadora sexual y mantuvo una postura muy firme contra este trabajo como única opción para las más jóvenes.

Sus amigas sabían que donde estaba Paula había diversión: hacía reír a quien se le cruzara. “Siempre sentí que era una de esas voces que había que escuchar, por su experiencia, por su forma de ser; era amistosa pero no se dejaba pasar por arriba. Paula hablaba y te movilizaba; con una sola anécdota, te hacía emocionar, te hacía reír y te hacía querer salir a hacer justicia”, dice Diana Sellanes, otra de sus amigas.

Para Unión Trans fue una vocera infatigable en la lucha por la inclusión laboral y educativa, por el acceso al sistema de salud y a la Justicia. Batalló por la tolerancia, el respeto y la no discriminación.

Entró al mundo del trabajo formal por intermedio de El Abrojo, una ONG que se dedica a intervenir en contextos críticos a partir de acciones para la validación de los derechos humanos y la construcción de oportunidades. También tuvo un pasaje por el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), por medio de la ONG El Paso, apoyando los Servicios de Atención de Violencia del Instituto Nacional de las Mujeres. Josefina González, trabajadora del Mides, la recuerda como “una mujer de la que todas y todos aprendieron”.

Desde la historia de Paula, sus compañeras enfatizan que “no hay nada más violento que nacer sin derechos, y que una tiene que luchar por todo lo que quiera conseguir”. Paula les enseñó que, a pesar de todo, “la vida es hermosa y vivirla con alegría es el mejor puente para dejar en los demás enseñanzas y huellas que no se borran”.

“Esa alegría que la mujer trans muestra es un arma de defensa, es para el afuera. Para adentro es otra la historia: es muy dura. No hay que victimizar al colectivo, pero también hemos pasado por una de las etapas más oscuras de nuestra historia en silencio, dentro de nuestras filas también hubo desaparecidas. Aparecían con un balazo en la nuca, pero nadie las reclamaba, porque la familia históricamente era la primera que te dejaba a la calle. Si querías vivir te tenías que ir de tu casa”, recuerdan las compañeras de Paula en Unión Trans.

“Paula me convenció de que la vida hay que vivirla hasta el último minuto con alegría, como ella hizo. A pesar de que duele su partida, reconforta saber que, a diferencia de otras compañeras, se fue rodeada de mucho amor, tanto de su familia como de sus amigos. Se fue con reconocimiento y sin sufrimiento”, afirma Sellanes.