La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito presentó en marzo del año pasado, por séptima vez, un proyecto de ley para despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina. El trámite formal fue el mismo que todas las otras veces y la realidad tan urgente como siempre: se estima que en el país se practican unos 500.000 abortos clandestinos al año y que 60.000 mujeres son hospitalizadas por complicaciones derivadas de la intervención, o directamente mueren.
Sin embargo, esta vez el contexto era diferente. La presentación de la iniciativa desató como nunca antes la movilización de miles de mujeres de todos los orígenes y edades que salieron en masa a las calles para exigir el derecho a decidir sobre sus cuerpos entre cantos, tambores, puños en alto, abrazos y glitter. Los pañuelos verdes –hoy ya emblemáticos de la lucha de las argentinas, pero también símbolo de los feminismos latinoamericanos– se habían empezado a multiplicar.
Para cuando el texto fue debatido en la Cámara de Diputados, el 13 de junio, la masa de mujeres ya era marea. El cineasta argentino radicado en Uruguay Juan Solanas se despertó de madrugada. En el Congreso argentino todavía se debatía y afuera, envueltas en bufandas, mantas y banderas para combatir el frío, cientos de mujeres esperaban el veredicto. Solanas se puso a escuchar las intervenciones. Cuando la media sanción finalmente fue aprobada, dice que una “voz interior” le gritó: “Juan, agarrá tu cámara y andá a filmar”.
Tres días después estaba en Buenos Aires. “Pensé que me iba por unos días y se convirtieron en dos meses, porque filmé sin parar hasta el voto del Senado”, cuenta el cineasta a la diaria. El 8 de agosto, cuando el Senado le dio la espalda a la despenalización del aborto, Solanas –quien es también hijo del senador Fernando Pino Solanas– decidió que haría una película que aportara a la discusión. Al final fueron ocho meses de trabajo y la obra se estrenó el 18 de mayo en el Festival de Cannes. Hoy se va a proyectar por primera vez en Uruguay: será a las 18.00 en el Auditorio Nacional del SODRE (Sala Eduardo Fabini), en el marco del Festival Internacional de Artes Escénicas (FIDAE).
Solanas dice que la película es “abiertamente militante para que haya aborto legal, seguro y gratuito en Argentina, pero también en América Latina y el resto del mundo”. Después de todo, se llama Que sea ley. Pero advierte que si bien “milita a favor de un derecho”, no es para nada un “panfleto”, porque “sólo muestra la verdad”.
En concreto, el documental recoge los testimonios de más de 150 mujeres que sobrevivieron a un aborto clandestino y de familiares de muchas otras que murieron. “Estos testimonios en primera persona constituyen la columna vertebral de la película”, asegura el director, que durante el proceso recorrió distintas ciudades del país.
Estas historias de dolor dialogan a lo largo de toda la película con la “vitalidad” de la militancia feminista en las calles. “Es un relato coral en el que se mezcla la realidad muy dura, que hace que todas las semanas muera una mujer en Argentina por un aborto clandestino, con una calle muy llena de vida”, dice Solanas, y celebra lo que han logrado las mujeres que forman la “marea verde”. Entre una y otra cosa aparecen también las voces de diputadas y senadoras que expusieron a favor y en contra de despenalizar el aborto durante el debate en el Congreso.
El cineasta vivió casi cuatro décadas en Francia, a donde su familia tuvo que exiliarse en 1977 por la dictadura militar. “Cuando llegué a Francia tenía 11 años y el aborto ya era legal, entonces para mí nunca fue un tema. Es de esas leyes como las del divorcio, que una vez que se votan es todo natural y uno piensa que toda la vida fue así”, recuerda Solanas. Por eso, cuando durante una cena en Buenos Aires en 1999 escuchó a alguien decir que una mujer “fue en cana porque abortó” reaccionó como si le estuvieran contando una broma. Fue la primera vez que la realidad de las mujeres argentinas le explotó en la cara. “Resultó que no era una joda y me quedé entre el shock y la vergüenza”, recuerda hoy el cineasta, “porque además estábamos hablando de Argentina, un país que está bastante a la vanguardia en materia de derechos humanos por el pasado que tuvo. ¿Cómo podía ser que eso pasara en Argentina? Pensé: ‘Esto es el Medioevo’”.
La problemática le “jodió tanto”, dice, que quiso informarse más y decidió incluir el tema en su primer largometraje, Nordeste (2005). En esa película, en la que Solanas abordó la adopción ilegal de niñas y niños en el noreste de Argentina, el personaje principal, una mujer pobre, aborta en cámara. “Trabajo el tema desde hace casi 20 años”, reflexiona. “Por eso seguí con mucha atención el proceso del año pasado, porque uno esta vez sentía que había una ola más fuerte y que el aborto podía llegar a ser ley”.
En estos años le han preguntado varias veces cómo lo atraviesa a él, como varón, la problemática del aborto. Solanas responde: “Yo no soy militante feminista, yo milito por la igualdad. Hay temas que me joden y si puedo hacer algo para aportar, lo hago [...] El aborto, para mí, es un tema de derechos humanos, universal”.
A su manera
Aquel día en que el Senado votó contra el aborto legal y Solanas decidió que todo lo que había filmado durante los últimos dos meses iba a convertirse en una película tomó una primera decisión: iba a hacerla solo. En primer lugar, porque “era la mejor manera de hacerlo económicamente posible”, argumenta. Pero además, y sobre todo, porque “era la manera de crear una intimidad absoluta” con quienes iban a contar algo tan íntimo frente a una cámara.
Solanas empezó preguntando en su entorno si conocían a sobrevivientes de abortos clandestinos o a familiares de mujeres que hubieran muerto por abortar que quisieran contar su historia. El contacto inicial fue por Whatsapp. Con el tiempo, lo que pasó fue que una historia lo fue llevando a la otra. Terminó recorriendo cerca de 4.000 kilómetros en auto para registrar cada uno de esos relatos. “Nunca conocía de antemano a quien iba a filmar ni lo que iba a decir”, asegura el cineasta, que aclara que las personas a las que contactó sabían que la película se iba a llamar Que sea ley, por lo que ya conocían cuál sería la línea.
El modus operandi del director fue siempre el mismo: llegaba a la casa de la persona, se presentaba y no se hablaba de la historia hasta que estuviera prendida la cámara. Una vez que empezaba a filmar, no había preguntas: “Sólo les pedía que le contaran a la cámara lo que quisieran; yo no quería influenciar con las preguntas”.
Una de esas historias es la de Belén, una joven tucumana que llegó a la emergencia de un hospital con fuertes dolores de panza y salió condenada a ocho años de cárcel por sufrir un aborto espontáneo. La mujer fue liberada dos años después en medio de una fuerte movilización social, pero el trauma de haber sido tratada como una criminal por haber perdido un embarazo del que ni siquiera estaba al tanto permanece y duele, como deja ver su voz entrecortada mientras cuenta su historia en la película.
El director asegura que la selección del material fue muy dura, aunque se trataba de elegir los relatos que “mejor sintetizaran” las distintas realidades, porque en definitiva, dice Solanas, “cada historia es única pero al mismo tiempo es bastante universal”. Dos elementos lo ayudaron bastante: la memoria, ya que al haber hecho solo todo el trabajo recordaba bien cada una de las historias, y el haber pensado la pieza en capítulos o secciones.
Uno de los desafíos en este proceso de selección fue hacer una película que reflejara la transversalidad del movimiento feminista o abortista. “Una de las cosas que hicieron posible la media sanción [en Diputados] y que casi haya sido ley es la inteligencia del movimiento de ser no político sino panpolítico, en el sentido de que todos los partidos políticos están presentes”, explica Solanas. “Este es un problema que divide en dos a Argentina y al mundo. No es un tema que es de derecha o de izquierda o de jóvenes o de no jóvenes: hay de todo. Ni siquiera es de mujeres o hombres; cuando ves el porcentaje de votos a favor y en contra en función del género de la persona que vota, está todo dividido 50 y 50”, dice. “Es algo totalmente transversal, toda la gente que está a favor del aborto legal, del color que sea, está junta por este combate, entonces en la película le puse mucha atención a que esté balanceada políticamente para que quede neutra, para que no me puedan decir ni que es una película K, anti K, a favor del Pro o anti Pro. No es el tema ese, el tema es que sea ley”.
Que sea ley, de Juan Solanas. Documental. Argentina, 2019. En el Auditorio Nacional del SODRE (sala Eduardo Fabini). Hoy a las 18.00.
Trabajar con el discurso provida
Una de las cosas más importantes para Solanas durante la filmación fue escuchar también el discurso de los grupos provida, especialmente para entender quiénes los integran y por qué razones. “Me crucé con mucha gente en Argentina durante estos ochos meses que me preguntaba qué estaba haciendo, y cuando les contaba los veía incómodos, me daba cuenta de que era gente provida que no sabía qué decirme. La mayoría era gente de buena voluntad, no eran fachos hijos de puta, eran personas que te decían cosas como ‘bueno, yo también estoy por la vida y en contra de matar bebés’, algo que yo interpreté como una especie de confusión y de adhesión a un eslogan publicitario fácil”, cuenta el director. “El discurso es que hay que defender la vida y al más débil, que es ese feto que no puede ni hablar. Entonces me parecía que lo que había que hacer, para empezar, era preguntar: ¿y con la mujer que se muere no empatizás? ¿Ese óvulo fecundado vale más que la vida de una mujer?”, detalla Solanas sobre las preguntas que también se planteó a la hora de trazar la línea documental.
Es que, para el cineasta, cuando se trata de un tema tan sensible hay que apelar a la empatía. “Yo vi todos los debates [en el Congreso] y tenías al especialista en derecho constitucional provida que decía que esa ley iba a ser inconstitucional, y al especialista en derecho constitucional de los verdes que te explicaba por qué era constitucional. Me pareció que todo eso no sumaba, porque no se juega ahí, hay que tratar de llegar un poco al corazón de alguien y cuestionar. ¿Qué te pasa con la historia que te cuenta esta mujer de carne y hueso?”. La película plasma esa mirada. “También quiero decir que no estoy de acuerdo con que esta gente se diga ‘provida’”, plantea Solanas, “porque me parece que los que defienden la vida son los que quieren que las mujeres no se mueran”.
Consultado por la diaria acerca de alguna cuestión que lo haya sorprendido o interpelado durante el proceso, el director se refirió en particular a la actuación de los médicos: “La verdad es que la violencia de los médicos es algo de lo que había escuchado pero de la cual no conocía la dimensión monstruosa. Cuando escuchás los casos es terrible y yo, como escuché decenas, vi que se repiten. Porque uno puede decir ‘pobre mujer, cayó con un médico psicópata y bueno, psicópatas hay en todas partes’. Pero no, esto es un rasgo importante de una crueldad y de un sadismo que no me animaría ni a escribirlo en un guion”.
Por otra parte, Solanas dijo que en materia de aborto existe “una dupla fatal” entre la iglesia y el cuerpo médico. Y consideró que la iglesia, en particular, “es uno de los grandes problemas o factores negativos que hacen que el aborto todavía no sea ley en Argentina”.
Cuando la ola verde llegó a Cannes
El documental Que sea ley fue la única realización argentina proyectada en el Festival de Cannes este año. Para el cineasta fue un “honor” formar parte de la selección oficial en la “meca del cine”. Para el Solanas militante, el evento también significó la posibilidad de cumplir con el “propósito político de ayudar a que el aborto sea ley”. El director recuerda que llamó a varias referentes feministas apenas supo que su documental había sido seleccionado y les planteó la propuesta de viajar. “Yo no tenía plata para invitarlas, pero les garanticé que, si podían pagar el viaje, el espacio de la película y la prensa iban a estar 100% al servicio de ellas”, cuenta.
El cineasta argentino terminó viajando al festival con cerca de 60 mujeres, que con los pañuelos verdes en alto lograron que su presencia fuera uno de los episodios que marcaron el famoso evento. Una de las presentes fue Norma Cuevas, la mamá de Ana María Acevedo, una chica de Santa Fe que en 2006 pidió acceder a un aborto para poder tratarse de un cáncer de mandíbula, se lo negaron y falleció un año después. Su caso se convirtió en bandera de la lucha por el aborto legal en Argentina. “Norma Cuevas descubrió la película en la proyección en Cannes, y por esas cosas del azar de la agenda el día anterior había sido el aniversario de la muerte de Ana María. Cuando terminó la película nos paramos todos a aplaudir y el público lloraba. Norma estaba en mi fila y no me animé a mirarla porque no me quería poner a llorar yo. Fue muy fuerte y movilizador, porque la película tiene mucho dolor y hay momentos en los que te falta el aire”, explica Solanas. Pero termina “con mucha vida”, avisa, sin intenciones de spoilear. “Termina con la alegría de la calle, que te da aire. Con el mensaje de ‘vamos que esto sale’”.