Cuesta romper el silencio cuando se vive alguna forma de violencia sexual. Cuesta porque, en general, pesa la culpa: no importa la cantidad de autoras feministas leídas, el grado de empoderamiento que se crea tener o la libertad y autonomía que orienten las decisiones cotidianas. En general, las mujeres que sufrieron abusos sienten que tienen algún tipo de responsabilidad individual. Por estar vestidas de determinada manera, por aceptar una invitación, por caminar en una calle oscura, por no haber podido decir que no. Entonces, el silencio. Y en base a ese silencio se construye la impunidad.
Algo que ha demostrado el movimiento feminista en los últimos años es que, frente a una cultura de la violación que naturaliza, minimiza y justifica la violencia sexual, colectivizar la experiencia personal puede resultar reparador. O puede, al menos, ayudar a alivianar la carga que pesa sobre la víctima.
Iniciativas como el #MeToo en Estados Unidos o el #MiráCómoNosPonemos en Argentina, por poner algunos de los ejemplos recientes más emblemáticos, develaron situaciones de acoso y abuso sexual en la industria cultural y del entretenimiento que estaban naturalizadas. Un poco antes, las mujeres se unieron para denunciar la violencia sexual en España con el hashtag #HermanaYoSíTeCreo, a raíz del caso de “la Manada”. Con consignas más o menos iguales, las campañas de denuncias contra esta forma de violencia de género se replicaron en otros países.
En el medio de la oleada, Cotidiano Mujer lanzó en 2018 el proyecto Lo personal es político, una convocatoria dirigida a mujeres que hubieran sufrido violencia sexual, para abordar el problema de forma colectiva y desde una perspectiva feminista. Había un precedente nacional, el de las ex presas políticas que se organizaron para visibilizar la violencia sexual que vivieron durante la dictadura y denunciar a los abusadores ante la Justicia.
Al llamado de Cotidiano Mujer respondieron 30 mujeres que durante seis meses trabajaron divididas en tres grupos, con el acompañamiento de psicólogas y abogadas.
Lo que surgió de ese proyecto piloto quedó plasmado en la guía Devolver la culpa a los culpables, que fue presentada la semana pasada en el Espacio Feminista Las Pioneras. El manual relata el proceso de los grupos de trabajo, describe la metodología utilizada, ofrece herramientas para replicar la experiencia en otros espacios y brinda insumos para un abordaje integral de los casos de violencia sexual. También incluye los testimonios y las impresiones de las mujeres que transitaron por esta instancia colectiva.
La coordinación general de la guía estuvo a cargo de Soledad González, integrante de Cotidiano Mujer, y de la médica psicoanalista Victoria Szuchmacher. Junto a ellas trabajó el equipo técnico que acompañó a los grupos, integrado por las psicólogas Marisol Rodríguez y Noelia Rodríguez, y las abogadas Rosemary Routing e Ivana Manzolido. Tanto el trabajo con los grupos como la confección del manual contaron con el apoyo de la Intendencia de Montevideo (IM).
La guía es gratuita y se puede descargar en la página de Cotidiano Mujer. Se presentó unos meses después de que surgieran en Uruguay distintas iniciativas espontáneas para denunciar casos de acoso y abuso sexual en ámbitos como el educativo o el carnaval.
Develar, compartir, resignificar y empoderar
La iniciativa de formar los grupos de trabajo surgió a partir del pedido de apoyo de una mujer de 50 años que fue abusada por su médico cuando era adolescente. Cotidiano Mujer le propuso tratar el tema con otras mujeres que hubieran vivido experiencias similares, formó el equipo técnico y lanzó la convocatoria. En parte, como dice la guía, también respondían así a un “vacío institucional”.
Las coordinadoras y el equipo definieron una metodología basada en la teoría feminista. “Por ser el abuso y la violación una experiencia personal, pero al mismo tiempo una práctica social que abarca el imaginario del varón, se requiere de una teoría que analice críticamente las construcciones de género, o sea el relacionamiento entre mujeres y hombres en nuestra sociedad”, argumentan las responsables en el documento.
La teoría feminista aparece así como “la herramienta necesaria por su capacidad de operar en la deconstrucción de los discursos y narrativas de los sistemas de poder que sostienen la cultura de la violación”. El objetivo era crear un nuevo relato “para darle otra dimensión a la experiencia traumática” con la intención de “resignificarla”.
La guía explica que por eso las psicólogas trabajaron con base en un paradigma de la salud mental según el cual las mujeres son las que dirigen sus búsquedas, integran sus relatos e interpretan su experiencia. “Desde esta perspectiva el grupo trabaja los más diversos temas con libertad”, explica el texto, en un espacio en el que “se realiza un intercambio de estrategias de sobrevivencia y puntos de vista diferentes”, al tiempo que “surgen vínculos que refuerzan sus identidades”. El trabajo colectivo permite “oscilar entre el reconocimiento que ofrece el sostén grupal y la propia definición personal, posibilitando construir subjetividades más resistentes”.
Al trabajo de las psicólogas se sumó la asesoría de las abogadas para despejar dudas legales y facilitar las denuncias judiciales en caso de que fueran viables. Su rol fue clave a la hora de explicar cómo llevar adelante una denuncia judicial, en qué condiciones debe realizarse, cuáles son las situaciones que configuran un delito y en qué casos no prescriben. Esto último es lo primero que consultan las mujeres generalmente, dijo Manzolido durante la presentación de la guía.
“Históricamente, los delitos de violencia sexual son los que más impunes están”, aseguró la abogada. “La Justicia está lejos de cubrir las necesidades que tenemos las mujeres, pero mucho más lejos está de poder, de alguna manera, investigar, condenar y reparar los delitos de violencia sexual”, agregó.
Por otro lado, Manzolido celebró que se habilite el espacio para “colectivizar sufrimientos” y dijo que “devolviendo la culpa a los culpables es posible hacer un camino colectivo donde las mujeres logramos encontrarnos y mediante el cual ‒ya sea en las redes sociales, en manifestaciones en las calles o a través de una convocatoria, como fue el caso‒ de alguna manera estamos enviando el mensaje de que queremos ser felices y vivir sin violencias”.
La culpa fue uno de los temas recurrentes que registró el equipo de profesionales en el trabajo con los grupos, junto con otras cuestiones como el rol de las familias, los círculos de confianza o las instituciones. A la hora de evaluar el proceso, el equipo concluye en la guía que trabajar con pares fortaleció el “yo” de las mujeres y su “aquí y ahora”, lo cual derivó “en un alivio de la sensación de culpa y/o responsabilidad individual”.
“Es un placer haberlas visto pasar por esa experiencia y cómo resignifican lo sucedido, se empoderan y le devuelven la culpa a los culpables, se la sacan de encima”, aseguró González durante el lanzamiento. “También se han puesto sobre los hombros esta tarea de difusión del problema, de ponerle palabras, de acompañar a otras personas que han sufrido lo mismo”, agregó. “Eso, para Cotidiano Mujer, significa que lo que hicimos cumplió con el objetivo que más deseábamos, que era que le sirviera a las mujeres”. Para Szuchmacher, la mera existencia de la guía es un acto de “resistencia a la cultura de la violación”. El desafío está ahora en que otras organizaciones y colectivos la usen de insumo para replicar la experiencia en todo el país.
Y la culpa no era mía
Gabriela Centurión y Laura Barceló son dos de las mujeres que transitaron por los grupos. Ambas coinciden en que fue una experiencia totalmente nueva y transformadora. Entre otras cosas porque, al verse reflejadas en las voces de las demás, se les hizo más ligera la carga de la “culpa” y la soledad.
“Para todas fue algo diferente a lo que habíamos transcurrido en la vida, porque no había un espacio donde hablar del tema así, con otras mujeres que hubieran atravesado la misma situación”, contó Centurión a la diaria. “En un principio yo no tenía mucha idea a qué iba o cómo iba a salir, pero se generó un espacio de mucha confianza, de intercambio, de ver las interseccionalidades de todas, qué nos pasaba, qué nos había pasado, y poder colectivizarlo fue realmente transformador. Saber que no es una experiencia individual que me pasó sólo a mí, sino que es un problema social, político y que nos toca a todas”, puntualizó.
“Es también romper con la culpa y con la vergüenza de que no es algo que me pasó porque hice algo malo; yo no tuve culpa de nada”, agregó Barceló, a su lado. “Por eso hablamos de devolver la culpa a los que realmente eran culpables, y en ese sentido no sólo el agresor es culpable, sino también un montón de instituciones que también participan al naturalizar, no detectar, no apoyar o no creer, y que también son cómplices”, dijo a la diaria. Se refirió en particular a las instituciones educativas y a la familia.
Centurión dijo que muchas de las compañeras nunca habían hablado del tema y quizás arrastraban con el dolor desde la infancia. “Colectivizar las experiencias va desarmando todos los mitos y rompiendo con esa estructura patriarcal y machista que nos somete y que tiene como su mayor arma el silencio”, consideró.
Una muestra del proceso de empoderamiento de las mujeres es que dos de los grupos de trabajo se transformaron luego en colectivos feministas. Y lo hicieron, sobre todo, porque se dieron cuenta de que un espacio de cuidado, donde poder hablar y escuchar colectivamente desde la empatía, no es una red con la que cuente la mayoría de las víctimas de abuso sexual.
Desde el principio, tanto el colectivo Elefante como Laurencias trabajan para sacar a la violencia sexual del silencio y ofrecer herramientas para que otras mujeres que hayan vivido este tipo de experiencias puedan sentirse contenidas. Y nunca más solas.
En esa línea, Laurencias creó el grupo de Facebook “La culpa a los culpables”, para hacer circular información sobre redes de atención para personas que vivieron violencia sexual y generar intercambios. El colectivo Elefante, por su parte, obtuvo el financiamiento del programa Fortalecidas de la IM para hacer una representación teatral vinculada a la problemática que puedan presentar en distintos municipios. Los dos colectivos trabajan además en proyectos comunes.
“El objetivo es poder transmitir a otras mujeres nuestra experiencia, replicarla y devolver en algo lo que nosotras transitamos”, aseguró Barceló, que forma parte de Laurencias. “Por eso los dos colectivos nos centramos justamente en que la guía se siga reproduciendo”, agregó Centurión, integrante del colectivo Elefante. “Que el abuso sexual se deje de invisibilizar y que más personas puedan acceder a esta colectivización nos parece imprescindible”.
¿Qué hacer ante una situación de violencia sexual?
- Si no han transcurrido las primeras 72 horas de la agresión sexual, se debe recurrir a un centro de salud para ser atendida física y emocionalmente, prevenir enfermedades de transmisión sexual y embarazo, y también para la toma de pruebas de una eventual denuncia.
- Denunciar en las oficinas de Fiscalía de todo el país.
- Denunciar en las Unidades Especializadas de Violencia Doméstica y de Género o en cualquier comisaría del país.
- Puede denunciar la víctima o cualquier persona que tome conocimiento del hecho.
- La denuncia puede hacerse de forma anónima.