En los últimos meses se instaló un discurso que plantea que “la pandemia nos iguala”, porque según dicen afecta de la misma forma a todas y todos, más allá de la clase socioeconómica o el género. Eso podrá ser cierto en términos de las posibilidades de contagio de covid-19 –algo que de todas maneras es, por lo menos, cuestionable–, pero, por lo demás, la evidencia muestra que las consecuencias del confinamiento tienen un mayor impacto en las niñas y las mujeres.

Lejos de “igualar” las realidades, la pandemia profundizó las desigualdades de género, según aseguró la directora adjunta de investigación de Amnistía Internacional para las Américas, la abogada argentina Fernanda Doz Costa, en un seminario virtual coordinado por la organización en Uruguay para analizar estas problemáticas. “Ante la emergencia de salud pública, la gran mayoría de los estados de la región ha tomado medidas muy restrictivas como el aislamiento social obligatorio o la cuarentena que han puesto todavía más la lupa no sólo sobre las desigualdades sino sobre problemas estructurales que venimos acarreando durante décadas en América Latina pero que son cada vez más evidentes”, afirmó Doz Costa.

Algunos ejemplos de esos problemas estructurales que se agravan durante las crisis, dijo, son el aumento de la desigualdad financiera, el mayor riesgo de violencia de género o el incremento de la mortalidad y morbilidad maternas, “que son consecuencias también de la desigualdad de género y de la discriminación estructural”. En este contexto, como en todos, las mujeres de poblaciones especialmente vulneradas –refugiadas, migrantes, indígenas, afrodescendientes, integrantes de la comunidad LGBTI, con discapacidad, entre otras– “experimentan efectos adicionales y agravados de esta desigualdad”.

Para desentrañar las consecuencias diferenciadas sobre las mujeres y pensar en los posibles escenarios poscovid, la abogada argentina repasó cuál era el contexto regional antes de que se declarara la pandemia. Una primera dimensión es la presencia, el protagonismo y el poder creciente del movimiento feminista y de mujeres en el continente, especialmente en 2019. De hecho, en su informe anual del año pasado, Amnistía Internacional aseguró que fue “el año de las mujeres” en América Latina y el Caribe, “porque la visibilización de las luchas feministas en las calles, si bien ya venía creciendo y en algunos países más que en otros, en 2019 se generalizó y consolidó como un hito”, explicó la representante para las Américas.

La segunda característica del contexto “precovid” es que, pese al protagonismo de los feminismos, la violencia por motivos de género “continuó siendo generalizada en las Américas y la impunidad a los perpetradores de esa violencia también”. En ese sentido, Doz Costa recordó que hay “cifras aterradoras” de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) que muestran cómo la violencia por razones de género se incrementa en la región “en paralelo a esta mayor visibilidad de las mujeres”, algo que “por supuesto no es casual”. Según los datos de 2019 de la Cepal, en los países de la región que cuentan con mediciones, una de cada cuatro mujeres ha experimentado un episodio de violencia física o sexual por parte de su pareja.

Las restricciones de los derechos sexuales y reproductivos constituyen el tercer elemento que caracteriza la situación de las mujeres antes de la pandemia. Según el Centro de Derechos Reproductivos, 97% de las mujeres en edad reproductiva en América Latina y el Caribe vivía en países con leyes restrictivas sobre el aborto, recordó Doz Costa, y agregó que “otros estudios demuestran, además, que los sistemas de salud de la región no podían ofrecer atención esencial por aborto en muchos casos”. Al mismo tiempo, “es la única región del mundo en donde el embarazo de niñas está creciendo”, aseguró, en base a datos de la Organización de las Naciones Unidas. La pandemia llegó entonces a América Latina en un contexto “de mucha visibilidad en las calles pero mucha vulnerabilidad en los hogares, los hospitales y otras instituciones del Estado”, resumió.

Una pandemia que desiguala

El impacto diferenciado de la emergencia sanitaria en las mujeres tiene tres dimensiones principales. La primera tiene que ver con las consecuencias económicas de la crisis, que influyen especialmente en la capacidad de las mujeres de autosustentarse y de sostener la vida de sus familias, por estar más expuestas a la pérdida de trabajo o de ingresos. “Las mujeres constituyen, en el mundo, el 70% de las personas que trabajan en el sector sanitario y social, por lo que están en la primera línea de respuesta a la pandemia en muchos de nuestros países. Esto aumenta su posibilidad de contagio y su incapacidad de proveer para su familia y ocupar las tareas que anteriormente hacían”, explicó la directora de Amnistía Internacional. A esto se le suma la crisis de cuidados que generó el cierre de los centros educativos, que duplicó la carga laboral para muchas mujeres que tienen que compatibilizar el cuidado de las hijas e hijos en casa con el trabajo remunerado.

La segunda consecuencia de la pandemia es el incremento de los casos de violencia de género debido al contexto de confinamiento. “Fue el primer temor y terror que tuvimos todas cuando se decretaron las medidas de quedarse en casa, porque para miles de mujeres y niñas en América Latina eso implica quedarse encerradas con sus abusadores y con todavía menos acceso al apoyo y la protección del Estado”, afirmó Doz Costa, que se refirió a la problemática como “la otra pandemia”. En esa línea, mencionó como ejemplos el aumento de los casos de violencia de género en México o Brasil, la duplicación de los femicidios en Argentina o el aumento de las llamadas diarias para pedir ayuda en Colombia, de acuerdo con información recabada por ONU Mujeres.

La emergencia sanitaria también creó nuevas barreras para el acceso de las mujeres a los servicios de salud sexual y reproductiva, debido al “desvío de la capacidad de los sistemas de salud para responder a la pandemia”. En ese sentido aseguró que, en varios países, “muchas clínicas están cerradas, los servicios de salud sexual y reproductiva se han reducido en un número alarmante, y hay escasez de anticonceptivos y de medicamentos contra el VIH”, lo que provoca que “millones de mujeres y niñas enfrentan ahora al desafío aún mayor de tratar de cuidar su propia salud y sus cuerpos”.

Para la abogada feminista, es importante que los gobiernos declaren estos servicios como esenciales y urgentes incluso en tiempos de crisis, porque “el impacto sobre la vida de mujeres y niñas es absolutamente devastador y puede traer consecuencias que no se podrán reparar después de la pandemia”.

¿Y después del coronavirus?

“En esta crisis hay una oportunidad de un cambio de paradigma significativo”, aseguró Doz Costa, y dijo que las mujeres tienen que ser las protagonistas para “moldear el futuro que queremos, que es un mundo con más igualdad de género”. Esto, en parte, se puede lograr transformando las narrativas: “Es muy importante qué es lo que se dice y qué es lo que se cree, tanto de esta crisis como del mundo que va a venir, porque las narrativas tienen una función muy importante en crear acciones, condiciones y contextos para que a los Estados no les quede otra que generar el mundo que queremos”.

A su entender, pese a “los abrumadores balances negativos” en términos sanitarios, la experiencia del coronavirus generará “una posibilidad de renovación cultural”, que incluso puede revertir los problemas estructurales que afectan más a las mujeres. Puso como ejemplo la distribución desigual de los cuidados entre mujeres y hombres, “algo que el movimiento de mujeres ha venido impulsando y visibilizando durante años y que, en este momento, es evidente para todos, incluso para el CEO de Amazon que está sentado en su casa con sus niños encima”.

Para Doz Costa, las condiciones para forjar esas transformaciones ya están dadas: “Tenemos una masa crítica de jóvenes, de todos los géneros, empujando para esto. Tenemos todos los conceptos desarrollados con las teóricas feministas de la región. Tenemos la energía de los movimientos sociales y de derechos humanos apoyando. Tenemos que inventar cómo hacemos para salir de las calles al mundo virtual y tener la misma fuerza y visibilidad que hemos tenido los años anteriores. Tenemos la tarea pendiente de cambiar el mundo en un mundo poscovid con más derechos para todas y todos”.