Todo indica que el país se encuentra en el último tramo de la pandemia y comienza a vislumbrarse, cada vez con más fuerza, el inicio de una nueva etapa, que está marcada, entre otras cosas, por la incertidumbre sobre el futuro. Las dudas son las mismas en la ciudad y en el campo, pero las realidades son distintas. En el marco del Día Internacional de las Mujeres Rurales, que se celebra cada 15 de octubre, la diaria conversó con mujeres rurales de distintos puntos del país, integrantes de grupos organizados, para conocer cómo impactó la emergencia sanitaria en sus vidas, qué obstáculos enfrentaron y cuáles son sus perspectivas de cara a la pospandemia.
Uno de los aspectos más afectados por la expansión de la covid-19 fue el trabajo. Sin embargo, para Karina Kulik, presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU), la actividad desempeñada por las mujeres en el campo no se alteró. “El agro nunca paró. La producción agroecológica o agropecuaria nunca paró por la pandemia. La gente siguió mandando su verdura, sus frutas y sus productos al mercado o a los comercios”, sostuvo, porque, si no, “la gente en la ciudad no tenía qué comer”.
De todas formas, si bien el trabajo continuó, los efectos de la pandemia en el ámbito laboral no pasaron desapercibidos para las mujeres rurales. Las exposiciones, ferias vecinales, pequeños mercados y lugares donde las mujeres colocaban y vendían sus productos dejaron de funcionar, lo que afectó directamente su autonomía económica. A su vez, atravesaron algunas dificultades en el acceso a insumos necesarios en algunos tipos de producción, por verse “reducidas a permanecer en su campo”, dijo a la diaria Nelly Marichal, integrante de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay (Redmu), que vive en el departamento de Canelones.
Las dinámicas en el hogar también cambiaron en las casas radicadas en el campo, lo cual también impactó en lo laboral. Sobre los hombros de las mujeres rurales se profundizó la sobrecarga de los cuidados de niños, niñas, adolescentes y otras personas a cargo, por el cierre de los centros educativos y otros espacios. Por ejemplo, las mujeres se encargaban de “ayudar a sus hijos a hacer los deberes y asistir a las clases por Zoom en su casa”, y “eso, a veces, les quitaba tiempo de trabajo”, explicó Kulik, que reside en Río Negro. Todo esto mientras, además, estaban a cargo de las tareas domésticas y de cuidar a los animales, la producción y el cultivo. “Las mujeres atendemos todo nuestro entorno”, resumió Marichal.
Desafíos que persisten
Las mujeres coinciden en que los desafíos actuales en el medio rural ya estaban presentes antes, pero se agudizaron durante la pandemia. Uno de los principales aspectos que resalta Silvia Páez, vicepresidenta de Redmu, es el acceso a los servicios de salud.
La vicepresidenta de Redmu afirmó que “la pandemia abortó” todo el trabajo que hacía su grupo en Florida –donde ella reside–, pero aseguró que la situación se replicó en varios departamentos del país. Antes del coronavirus, “recorríamos todo el departamento con un equipo de salud”, contó Páez. “Nuestro trabajo era como articuladoras, comunicábamos el día y dónde íbamos a estar y se convocaba a la población. Brindábamos la asistencia y la realización de estudios que estuvieran a nuestro alcance”.
Cuando comenzó la pandemia, todo eso se desvaneció. En ese contexto, Páez se reunió con la subdirectora del Ministerio de Salud Pública, María Luján Giudici, para consultar sobre la continuidad de los servicios de salud en localidades del interior, y la respuesta que recibió fue: “Debemos abordar la pandemia”. Esa respuesta, aseguró Páez, se mantuvo hasta “hace muy poco”.
Por su parte, Kulik sostuvo que en los centros de salud de Río Negro se atendía principalmente a las personas con covid-19 y, en el caso de que atendieran a personas con otras necesidades, era de forma telefónica. En ese sentido, muchas mujeres vieron discontinuados sus tratamientos médicos, incluso algunos fundamentales, como los oncológicos.
En el norte del país, el acceso a la salud de las mujeres también es uno de los principales desafíos, dijo a la diaria Elvira Soria, integrante de Redmu en Paysandú. “Hay necesidades en la prevención y promoción de la salud de las mujeres. Si bien en todos los lugares hay una policlínica y viene un médico, eso no es suficiente”, dijo, y agregó que en el “interior profundo” las necesidades son aún más evidentes.
Otro tema de preocupación para las mujeres es el acceso a la vivienda. “A veces hay una aglomeración muy grande en las familias por falta de vivienda y, si no se quedan en el campo, se van a aglomerar a la ciudad. Cuando vienen a ayudar, nos dicen que las viviendas de Mevir son la solución habitacional para lo rural, pero ponen sus viviendas muy cerca de la ciudad. Allí Mevir trabaja bien, pero en las zonas alejadas desaparece”, comentó Soria.
Para Marichal, otro de los problemas es la distancia con los servicios y entre las propias mujeres, que impone dificultades de traslado para encontrarse y realizar actividades. Otro obstáculo es que “la vida en el campo no se valora ni se jerarquiza como debería”, dijo, y que “parece” que al vivir en el campo “tenés menos alcance de las cosas”. Por eso, la lucha por más oportunidades se mantiene.
Atender la violencia
La atención de las situaciones de violencia de género que atraviesan las mujeres en el medio rural es otra de las problemáticas que aparecen en las entrevistas. Las mujeres consultadas coincidieron en que es necesario implementar mecanismos de respuesta y de asistencia efectivos, por ejemplo, para aquellas que hacen una denuncia y no pueden volver a su hogar donde está el abusador, planteó Kulik.
La presidenta de AMRU contó que, en una reunión con el Consejo Nacional de Género –que funciona en la órbita del Ministerio de Desarrollo Social, presidido por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres)–, se planteó la posibilidad de reubicar a las mujeres que hacían denuncias por violencia género y a sus hijas e hijos en viviendas de Mevir, pero aún “no se ha concretado nada”.
“Hay que estar en los zapatos de esa mujer que está en el medio de la nada, que nadie la escucha porque el vecino más cercano está a kilómetros de distancia”, expresó Kulik, y subrayó que las mujeres rurales necesitan “un plan activo real” que les brinde alternativas de alojamiento y ponga a su alcance herramientas y capacitaciones en otros rubros de trabajo. “Tenemos mucho por hacer todavía”, manifestó.
“Se habla mucho, pero se hace poco. Hay poca logística. No se llega mucho a los pueblos. Se han logrado leyes muy importantes, lo mismo que para las trabajadoras rurales, pero si no se inspecciona, si no se hace el trabajo social en territorio, no existen las leyes”, expresó Soria, y agregó: “Si no vamos a dónde están esas mujeres y las escuchamos, es sólo hablar. No estamos haciendo nada por ellas”.
Pérdida de empoderamiento y visibilidad
Páez mencionó otro efecto de la covid-19 sobre las mujeres rurales, que es la pérdida del “empoderamiento que habíamos logrado, la visibilidad y la presencia en todas las actividades”, que comenzó a disiparse poco a poco con la distancia y el aislamiento.
“El miedo [al contagio] opacó todo lo que habíamos conseguido, porque las consignas como el ‘quedate en casa’ eran muy tajantes”, y eso generó que “cada una se fuera metiendo dentro de su caparazón”. Desde que el Poder Ejecutivo decretó la emergencia sanitaria, el 13 de marzo de 2020, las integrantes de Redmu lograron reunirse sólo en dos oportunidades. Una fue en octubre de 2020, en el marco del Día Internacional de las Mujeres Rurales, y otra en febrero de este año.
“La distancia hizo que se generara una especie de barrera entre nosotras. Algunas mujeres ni siquiera se animaban a saludar con el puño”, dijo la vicepresidenta de Redmu. No obstante, señaló que las circunstancias han ido cambiando y ya han comenzado a transitar un proceso de “rescatar del fondo de los baúles de cada una todo aquello que habíamos aprendido y aprehendido, que habíamos hecho nuestro y nos había fortalecido” por medio de talleres de sensibilización, capacitaciones, el diálogo con organismos e instituciones, y el planteo de demandas.
Pese a esto, las mujeres rurales no se han quedado quietas. Mantuvieron un intercambio diario por medio de redes sociales y plataformas virtuales, sorteando las dificultades de conexión que tenían algunas compañeras. Así, lograron mantener un contacto fluido con autoridades del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca para trabajar en la elaboración de un Plan Nacional de Género con base en encuestas aplicadas a mujeres rurales de todo el país. Asimismo, Páez sostuvo que la red ha solicitado una reunión con la directora del Inmujeres, Mónica Bottero, para conversar sobre las acciones necesarias para erradicar la violencia de género en el medio rural y discutir “qué medidas impulsar para lograr la autonomía personal de las mujeres”.
Norte y sur
La pandemia no afectó a todas las mujeres rurales por igual. Según señaló Soria, aunque la rutina de trabajo de las mujeres radicadas en las zonas rurales del norte no se vio afectada, sus condiciones de vida son “muy diferentes” a las de aquellas radicadas al sur del río Negro.
Soria, que ya está jubilada, se dedica a la producción de telares artesanales junto a un grupo de mujeres en los pueblos de Piñeira y Beisso, en el municipio de Guichón, a 110 kilómetros de la capital de Paysandú. Es el único colectivo del norte del país que integra Redmu, mientras que en el sur son 20 grupos.
“Allá [en el sur], por ejemplo, en Canelones, las mujeres rurales normalmente tienen una pequeña fracción [de tierra], son pequeñas productoras familiares. En cambio, acá [en el norte], la mujer rural puede ser una empleada de estancia, que comúnmente se le dice ‘cocinera’. Las mujeres son quienes hacen el servicio a los productores hacendados y terratenientes” o trabajan en predios forestales, expuestas a la contaminación de pesticidas y herbicidas que usan las empresas, contó Soria.
La referente relató casos de mujeres que no cobran un sueldo porque trabajan en el mismo predio que sus esposos, jubiladas que siguen trabajando fuera de caja y sin aportes al Banco de Previsión Social, y aquellas que soportan la “explotación” porque no tienen “otra alternativa”.
“Nuestra visibilidad se ahoga en el río Negro”, ratificó Páez, y aseguró que una de las dificultades que hay en los departamentos del norte es la posibilidad de concretar la “asociación” entre las mujeres y fomentar la conformación de grupos organizados. Además, planteó como una preocupación que las Mesas de Desarrollo Rural y las sedes de organismos estatales en el norte no conozcan la existencia de la red.
“Todas juntas por un mañana mejor”
Páez sostuvo que en la red se instaló el lema “Todas juntas por un mañana mejor”, para comenzar a trabajar con perspectiva hacia el futuro. Comparó el tránsito de las mujeres rurales durante este período de pandemia y la salida que se vislumbra con el proceso que vive una niña o niño al aprender a caminar: se da un golpe y debe recuperar su confianza con la ayuda de las personas que tiene a su alrededor. “A nosotras nos ha pasado lo mismo. Vamos a tener varios apoyos de tutores, técnicos y psicólogos para empezar a pensar cómo recuperamos la fortaleza que teníamos”, sostuvo.
En esa línea, planteó que el principal desafío a futuro es fortalecer la agrupación: “Poder ser lo que éramos, volver a empezar y, a su vez, ir dejando semilla instalada” y que el aprendizaje de este período transcurrido “sirva para que hoy o mañana las ideas de las mujeres rurales sean mucho más lindas, más florecientes y optimistas”.
Por su parte, Soria señaló que la pandemia dejó al desnudo la necesidad de revalorizar el trabajo en el campo, porque mientras se “paralizó todo”, el alimento “siempre estuvo”. “Hay que poner un énfasis en eso, en valorizar la tierra”, expresó. A su vez, reafirmó la necesidad de una “mirada más profunda al interior” y “sentarse a escuchar a las mujeres rurales y tener profesionales en territorio” para poner en marcha acciones efectivas.
Las mujeres ven el camino hacia la salida de la pandemia con optimismo. “Es una gran alegría poder encontrarnos otra vez”, dijo Marichal, y sostuvo que el tiempo en aislamiento instaló con más fuerza la necesidad de “disfrutar” y “compartir las tristezas que se vivieron, pero a la vez de tener encuentros de festejo y buenas cosas que sanen ese período tan sufrido”.
“En toda esta etapa lo que más se extrañó fue estar cerca de la otra, abrazarse, ponerse al día, el contacto”, reflexionó Kulik, y resaltó las posibilidades de reencuentro que se abren poco a poco para “festejar” y recibir los abrazos pendientes.