Ana Laura de Giorgi estudió Ciencia Política, disciplina en la que enfocó su maestría, y es doctora en Ciencias Sociales. Es investigadora y docente de la Universidad de la República (Udelar). Hace siete años que tiene un régimen de dedicación total para la investigación, que se ha centrado en el campo de la izquierda, la memoria y los estudios feministas. Actualmente es parte del equipo que va a inaugurar el Centro de Estudios Feministas de la Udelar.

A fines del año pasado, publicó Historia de un amor no correspondido. Feminismo e izquierda en los 80. El libro, editado en alianza con Sujetos Editores, es el primero de la Colección Feminista Guyunusa, un proyecto “que nace de la inquietud de hacer disponibles lecturas feministas claves en tiempos actuales”. La primera edición del libro se agotó de inmediato y la segunda va por el mismo camino, lo que denota la necesidad de una literatura feminista uruguaya.

El libro es “la historia de unas feministas que pelearon y dieron todo para construir otros sentidos de la democracia”, dice De Giorgi. A su entender, antes parecía que “previo a nosotras no había pasado nada”, y “en los últimos tiempos nos dieron ganas de saber de nuestras antecesoras”.

La autora asegura que en estos meses “pasaron cosas” en el encuentro de las lectoras con el libro. Hay una sensación de que las más jóvenes logran comprender que “aquello que les hacía ruido, por algo era”. También sucede que “lo leemos y nos encontramos con otras”. Dice que un comentario recurrente que le ha llegado es: “Lo leí y se lo di a mi madre”. “Se lo dan a una generación más grande. Hay una generación que lee el libro y entiende que es para otra generación. Hay un deseo de que esa generación se reconozca en el libro y se reconcilie con sus congéneres. Ahí pasó algo”, reflexiona.

Para De Giorgi, es importante narrar la historia feminista. “Si no la escribimos, no la tenemos, y no tenemos un espejo donde mirarnos”, dice. Entiende que lo peor de los movimientos antifeministas no es la desmovilización sino “la nueva escritura de la historia”. “No sólo nos sacan de las calles, nos sacan de la historia. Hay un esfuerzo de la memoria feminista de resistencia. De la calle nos podemos ir, pero no de la historia. El antifeminismo es muy fuerte, te dice que no te podés movilizar. Pero si además te sacan de la historia, no existís. Por eso tenemos que escribirnos, para poder hacer política. Necesitamos tener una historia propia”. Sugiere que hay mucho más por escribir y que hay cuestiones que, al no estar escritas, son enigmas, como los años 90 y el “no Montevideo”.

Sobre los aprendizajes, las herencias, y los amores no correspondidos, dialogó con la diaria.

En el libro planteás que hay una historia de incompatibilidades entre los feminismos y la izquierda.

Sobre la incompatibilidad, trato de trabajar lo contrario: cómo son compatibles y cómo las feministas que venían del campo de la izquierda hicieron todo lo posible para hacer que sean compatibles. El sentido común instalado, esa noción de la incompatibilidad, tiene que ver con quienes desde la izquierda no aceptan al feminismo. Dicen que son causas irreconciliables, que van por caminos separados, que desacumulan. En la izquierda, cuando el feminismo empezó a tallar dentro del campo de lo partidario y lo social en los 80, la primera reacción fue plantear que eran cosas separadas, incompatibles. Trabajo sobre esta idea: son compatibles. La izquierda necesita al feminismo para ser de izquierda y no hay feminismo sin izquierda. Pero además, hay ciertas protagonistas de esa época que luchan para que eso sea compatible. Este sentido permanece. Las resistencias, o la poca tolerancia que tiene la izquierda al feminismo, se expresa en esa época y se expresa hasta el día de hoy.

Decís que las feministas siempre quisieron más a la izquierda que la izquierda al feminismo.

Esto del amor no correspondido, que no es una frase mía, es de una de las protagonistas del libro que relata lo que pasó en una reunión del Frente Amplio en la campaña electoral de 2014. Ella intervino y dijo que iba a votar al Frente Amplio, pero planteó que tenía residuos de insatisfacción porque las feministas habían querido mucho más a la izquierda que la izquierda a las feministas. Lo terrible fue la respuesta que recibió: “Eso es verdad. Pero nadie las va a querer tanto como las queremos nosotros”. Esto es lo medular del amor no correspondido. Es alguien que da mucho más de lo que recibe. Por eso el título del libro. Apunta a recoger esa desilusión y ese dolor de querer algo y no ser correspondida. No ser escuchadas, no poder meter temas en la agenda, no poder cambiar las prácticas. Es esa tensión entre la poca recepción que tiene la izquierda hacia las ideas feministas y el entender que no son incompatibles.

Aclarás que no es la historia del movimiento de mujeres ni del feminismo en general, sino del feminismo de izquierda.

En los 80 hubo un gran movimiento de mujeres. Dentro del movimiento de mujeres hay muchas organizaciones. Hay varias organizaciones que no se enuncian como feministas, que trabajan “por los derechos de las mujeres” o que quieren la visibilidad de las mujeres, pero que no entienden al género como una construcción social y política. El feminismo en América Latina, y en particular en el Cono Sur, emerge dentro de un gran movimiento de mujeres que lo aloja, lo contiene, pero también lo constriñe. Te habilita pero te marca límites. Las que se enunciaron feministas pagaron enormes costos políticos por hacerlo en ese momento. Las feministas de izquierda no eran sólo las que venían de los partidos, sino las que entendían el orden de género en una clave marxista de interpretación. La lectura de la opresión de género es a través del trabajo, lo productivo y lo reproductivo. A través de conceptos clave, como la división sexual del trabajo, se entiende la opresión de la mujer como recluida en el hogar, en el espacio doméstico. Como es muy marxista y muy del sur, es una clave muy blanca y muy heterosexual. No es todo el feminismo de los 80. Aunque dentro de las organizaciones que se enuncian como feministas, las que tienen vínculos con la izquierda o despliegan una interpretación marxista son la inmensa mayoría. En Uruguay hubo una gran movilización de mujeres en 1984. “Las mujeres van de frente” era la consigna; era una organización de mujeres del Frente Amplio. Las calles estaban tomadas por mujeres de izquierda. No fue un capricho trabajar con feministas de izquierda, sino porque eran las protagonistas. Eso tal vez haya cambiado hoy, en que la heterogeneidad del movimiento feminista es mayor.

La idea de que “la izquierda es lo mejor que puede alojar el feminismo” viene de los 80. ¿Se mantiene hoy en día?

Las feministas hicieron un trabajo muy fuerte para que la izquierda sea un refugio para ellas y un lugar donde hacer feminismo. La idea era: “¿Dónde vamos a desplegar la revolución feminista si no es en un proyecto de izquierda que busca cambiarlo todo?”. Esa era la lectura que hacían las feministas de izquierda. No había pasado en otro momento. Esa conexión, ese diálogo, esa apuesta a denunciar el orden de género, la explotación, la subordinación, la opresión. Entienden que esa explotación es funcional al capitalismo y, en ese sentido, el orden de género es funcional al capitalismo. Por eso la idea de que la izquierda es el lugar donde procesar la subversión feminista. En la actualidad es un poco así, pero no tanto. Hoy en día, el feminismo también se transita en otros espacios, justamente por esto del amor no correspondido. Las feministas heredamos historias de infelicidad. Entre tantas historias de infelicidad que heredamos, una es la de la infelicidad con la izquierda. No sé qué tan presente está ahora esta idea de que “si no es en la izquierda, la subversión feminista no se puede tramitar en otro lado”. Eso hoy está en cuestión. Estaría bueno que la izquierda se diera cuenta de eso.

Aquel proyecto de la izquierda hablaba de la “concreción de un mundo igualitario”. Pero para la izquierda el feminismo representaba una “despolitización”. ¿Las feministas empiezan a agruparse en organizaciones porque entienden que la idea de “mundo igualitario” no es tal?

Retomo mucho la idea de los “residuos de insatisfacción”. Las protagonistas del libro son “las chicas del 68”. Eran las jóvenes emancipadas del 68, a las que les prometieron el mundo nuevo, el hombre nuevo, y una revolución en la que se iba a construir un mundo de igualdad. A medio camino, antes de que la revolución hubiese fracasado, ya había un compañero que le decía: “No, quedate acá porque esto es peligroso”. Ahí había una señal, una alerta. Era en gran parte un proyecto igualitario, pero también las movían de ese lugar igualitario al ponerlas en un lugar subordinado. Cada vez que las protegían de una forma paternal, cada vez que les decían que no podían tener tantos novios porque eso no estaba bien, cada vez que les decían que no podían tener un nuevo compañero porque tenían que esperar a su compañero que estaba en la cárcel. Siempre hubo un disciplinamiento en el orden de género. Así fueron acumulando residuos de insatisfacción, dentro de un proyecto que pretendía ser igualitario. La revolución fue una promesa de construir un orden nuevo y justo. A mitad de camino, se prendieron algunas alertas y quedaron latentes. En el retorno a la democracia, pasado el proceso más encendido políticamente, con la cárcel, el exilio y el insilio en el medio, seguía latente eso de cómo hacer para construir igualdad, cómo ocupar un espacio político en igualdad de condiciones. Se daban cuenta de que con los compañeros no podían, que había un límite. Ahí empezaron a organizarse en grupos no mixtos, en reuniones de mujeres. Los compañeros les decían “se reúnen solas”. No se reunían solas, se reunían entre mujeres. Así se empiezan a organizar grupos de mujeres dentro de las organizaciones partidarias y también de las organizaciones sociales. Grupos de mujeres siempre hubo dentro de los partidos. La diferencia respecto de décadas anteriores es que estos grupos no eran para reivindicar los roles femeninos, sino justamente para desarmar el mandato de la feminidad vigente. De hecho, van a convivir en algunos partidos de izquierda grupos de mujeres que rechazan la enunciación feminista y grupos de mujeres que se dicen feministas. Eso pasaba en un mismo partido, mientras que los compañeros no entendían nada. La revolución es muy distinta si buscás desarmar el orden de género que si buscás armarlo día a día. Había quienes no lograban comprender esa discrepancia.

El libro narra la historia de las que “hicieron el esfuerzo por articular izquierda y feminismo, lo que lograron, los costos que pagaron, y las heridas que heredamos de ese amor no correspondido”.

En una izquierda a la que le cuesta tolerar el feminismo y enunciarse feminista, los costos son personales y políticos. Hay una idea de “feministas fuertes”: trabajamos, estudiamos, sostenemos la reproducción de la vida y la cotidianidad. No parar nunca. Es parte de la lógica de la militancia. Militar 24/7. Es una paradoja porque el feminismo busca politizar lo personal, darle un estatus político a la vida misma, no enajenada. La praxis feminista heredada de la izquierda se vuelve una praxis alienante y enajenada. Hay un costo personal que nosotras también heredamos. Una práctica de mucha militancia y una renuncia al tiempo personal. Pero es una decisión, cuando queremos dar la batalla, hay que darla, y a veces con la lógica del amo. Es esta idea de Audre Lorde de cómo hacemos para desarmar la casa del amo sin las herramientas del amo. ¿Cómo hacemos para desarmar la izquierda sin las herramientas y las prácticas políticas de la izquierda? En eso se nos va un poco la vida. Algunas creen que valió la pena; otras tienen la lectura de que valió la pena pero nos descuidamos a nosotras. Dimos todo y nos dieron menos. Es un desafío porque la subversión feminista se transita en distintos espacios, pero cuando vamos a discutir y tratar de desarmar el orden de género en los espacios mixtos, nos devoran y nos fagocitan esas reglas. Hubo una herencia o un aprendizaje. En algún momento esa lectura nos llegó: en los feminismos tenemos que cuidarnos y aprender a cuidarnos. Los feminismos están más alerta al autocuidado, y tal vez las protagonistas de esta historia no tenían eso tan presente. Por ellas, por heredar la práctica de la izquierda y por el momento. Era la salida de la dictadura, había que darlo todo y construir la nueva democracia: en la casa, en el país, en la cama. Ese momento te tragaba. Hay que entender las temporalidades. No son lo mismo los tiempos políticos.

El libro sugiere que el feminismo actual toma más distancia de la izquierda partidaria organizada, pero muchas veces no logra generar desplegarse y pensarse sin sus prácticas. ¿Se entiende distinto la separación ahora?

Se empieza a entender y se hereda por lo fuerte que es en Uruguay la partidocracia y el lugar de la izquierda partidaria. Sacarnos esa mochila es sacarnos todo. Esto la izquierda lo sabe y por eso es tan intolerante a los feminismos. Es muy difícil no tener esa herencia cuando eso pesa tanto. Hoy en día, hay intentos por construir otras herencias. No me gusta la idea de olas de los feminismos, pero sí hay ciclos. Y no es porque los feminismos aparecen y desaparecen, sino porque los feminismos generan una reacción antifeminista que es altísima.

Hablás de marcas identitarias de un feminismo que “ya no quiere cooperar más”. Y señalás que el feminismo “tolera cada vez menos los amores no correspondidos y las relaciones asimétricas”.

En Uruguay es muy difícil salirse, porque los espacios mixtos siempre te están agarrando. Hay mujeres que militan en un espacio feminista, pero a su vez forman parte de espacios mixtos, como son los sindicatos y los partidos. Hay menos tolerancia a las relaciones asimétricas. Todavía no está claro cómo se construye la no asimetría. Pero hay cosas que no estamos dispuestas a tolerar. Hay prácticas que no van más.

¿Pierde lugar la idea de que los partidos políticos son lo único que existe para hacer política?

Totalmente. Está perdiendo mucho lugar la idea de que los partidos políticos son los únicos lugares para hacer política. No para ganar las elecciones, que son cosas distintas. Hoy ya tenemos generaciones que no pasaron, no pasan y no van a pasar por determinados lugares. No van al gremio ni al comité de base. Los sentidos de lo político en gran parte los ha ampliado el feminismo, también el movimiento ecologista. Hay mucha movilización en el territorio. El año que pasó con la pandemia fue una muestra de eso. Pasaron muchas cosas en el territorio y no estaba el Frente Amplio ahí organizándolo. Un ejemplo son las ollas populares.

Los espacios de la derecha también empiezan a ser un terreno para desarrollar feminismos.

Sí, lo que no sé es cuánto es estratégico y cuánto es genuino. Esa es la duda. ¿Qué tipo de agenda LGBT se acepta? La bien comportada. No podés ir al Partido Nacional a tirar plumas. Bueno, en realidad no podés ir a ningún partido a tirar plumas. En todos hay límites en el buen comportamiento. ¿Cuál agenda del feminismo se recepciona? La que está para que se amplíen los derechos, los niveles de participación política, para que las mujeres sean directoras ejecutivas en las empresas o se inserten en el mercado. Pero no se discute el mercado y el trabajo como opresión. Ahí hay algo que se busca capturar, pero desde adentro y con sus límites. Pero eso pasa también con la democracia.

En el libro se plantea que “la literatura de los movimientos sociales no ve la apuesta por cambiarlo todo y construir nuevas formas de vida”.

La literatura de los movimientos nos muestra un movimiento que se organiza para transformar los intereses en demandas de políticas públicas que se transforman en leyes, como la ley del aborto, el matrimonio igualitario, la ley trans. Un objetivo, una estrategia, una meta. Implica poner un tema y un discurso en la agenda. El feminismo va por todo, a la raíz, a cambiar la praxis. Incluso es capaz de renunciar a demandar leyes. Esa literatura no nos permite ver cómo queremos construir una nueva vida. La literatura de los movimientos sociales se queda en las puertas del hogar. La literatura feminista empieza a plantearse eso, a construir lo político desde lo micro.

En el libro se plantea que “las feministas fuertes no dejaron herederas”.

Cantamos: “Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”. ¿Por qué no las hijas? Ahora capaz que son las nietas de esas feministas las que están en las calles. Ahí hay algo: ¿qué pasó, que eso no se transmitió y se salteó a una generación? La respuesta de que las hijas se rebelan y hacen lo contrario no me satisface. Si las feministas eran tan fuertes, ¿será que la fortaleza habrá ido en detrimento de la praxis en el hogar? Hoy en día, hay una discusión abierta sobre las maternidades, pero eso en los 80 era muy difícil. Era difícil trabajar, militar y además desplegar una maternidad subversiva.

Las protagonistas del libro dicen que “es fácil ser dirigente si otro te cría a los hijos”.

¿Cómo hacían para leer, incorporar nuevas ideas y militar mientras cuidaban a los hijos? Porque por supuesto que la mayoría se divorciaron, porque los maridos no bancaron. Esos son los costos. Y los hijos te la cobran, como dice otra de las protagonistas. Hoy en día, hay otra discusión política, que debate sobre cómo ser madre y feminista al mismo tiempo.

Vivieron también la violencia de la época. Encontrarse con otras en la cárcel y en el exilio les permitió a muchas mujeres “descubrirse mujeres”. Les hizo ver que el mundo no les pertenecía y que había sido creado por otros.

La cárcel fue un mundo de mujeres. Forzado, de encierro. Pero por primera vez estuvieron “entre mujeres”. Nosotras estamos acostumbradas a estar entre mujeres, hoy en día es una práctica instalada: nos vamos de vacaciones, salimos. Pero para las mujeres del 68 no era así. Siempre estaban rodeadas de varones. La utopía de la igualdad era estar con los hombres. Todo era del mundo de los varones: las marchas, las armas, la organización. Es una generación bisagra, que empieza a cambiar, que deja de volver a la casa a dormir, que no se casa por iglesia o directamente no se casa. Eran parte del mundo de los hombres, pero estaba la promesa de construir otro mundo. Codo a codo, les prometieron simetría. Después, se encontraron en un “entre mujeres” forzado. La cárcel implicó años de convivencia, de compartir, de discutir entre mujeres, de cuidarse. El encuentro de mujeres es un refugio, más cuando iban contra la identidad y la personalidad. En ese marco, de alguna manera se acercaron a los modelos de feminidad por el propio efecto que genera el terrorismo. Se encontraban como mujeres tratando de rescatar esa feminidad que les era quitada. Empezaban a tejer, a cocinar, a hacer esas cosas que sus abuelas hacían y que ellas no habían querido hacer antes. Aprenden a tejer en la cárcel, porque antes querían hacer la revolución, no tejer. Esto es muy perverso. Tejen de otra forma, tejen para la resistencia. Se le da un estatus político a ese nuevo tejido. Es muy difícil, porque en el medio de la cárcel, del terror, de la destrucción de la vida, politizar ese tejido es un esfuerzo enorme. Vuelven a ese lugar del que habían querido salir, pero no vuelven iguales. Ellas querían ser mujeres distintas, pero en la cárcel quieren ser mujeres como cualquier otra, porque justamente su identidad era avasallada. Es algo que el terrorismo de Estado produce. Todo el tiempo les decían que eran malas mujeres, malas madres, putas, promiscuas, irresponsables. Todo eso talla, sobre todo para las que eran madres, para las que tenían a sus hijos en la cárcel o para las que recibían a sus hijos en la visita. Hacían un gran esfuerzo por ser buenas madres. No había un discurso posible para una madre irreverente. No correspondía, porque justamente estaban tallando ahí.

Los represores también les recordaban que eran mujeres.

El dolor que le produce al patriarcado una joven del 68 de un sector privilegiado no es el mismo que le genera una mujer de las clases populares. Las expectativas están puestas sobre estas mujeres, por eso la traición es más grande. Había un castigo muy grande para la desobediencia del orden de género. Todas las mujeres presas desobedecen el orden de género. Las mujeres tienen que estar en otro lugar, no ahí. El lugar de la mujer es la casa, no la cárcel. Para algunas, las casas de las otras, donde van a limpiar. Para otras, la suya. Pero siempre lo doméstico. Eso es algo que todavía no se ha logrado desarmar. Los castigos que recibieron las mujeres que estuvieron presas en la dictadura no fueron sólo por las causas políticas tradicionales, sino además por desobedecer el orden de género. Y eso se lo recordaban siempre. El terrorismo de Estado es una experiencia extrema patriarcal. Si el lugar corriente de las mujeres es un lugar subordinado y de vulnerabilidad, la cárcel lo lleva al extremo. Si sos mujer y estás en la cárcel, no tengas ninguna duda de que ocupás lo último de lo último. Si creías que eras fuerte, la fortaleza la perdiste cuando entraste a la cárcel. Luego de un proceso de reflexión feminista, algunas van a encontrar conexiones entre esa violencia y la que viven afuera. La violencia que practica el marido en la casa cuando la trata como un objeto y hace con su cuerpo lo que quiere es parecida a la que ejerce el militar, que también hace con su cuerpo lo que quiere. Algunas van a encontrar un hilo entre ambas situaciones, otras no.

La reflexión de esas mujeres sobre el encierro fue clave. ¿Cuánto de eso se traduce en la discusión política sobre las cárceles de mujeres de hoy?

Nada. Y es un tema recontra pendiente. Hay una enorme reflexión sobre esa experiencia carcelaria, sobre lo que implica el fenómeno de la prisión. No sólo en Uruguay, sino en todo el Cono Sur. Es un debe, porque las mujeres reflexionaron muchísimo sobre la peripecia carcelaria y los feminismos del sur aportaron enormemente a la discusión sobre la violencia institucional. América Latina es la región que más puede hablar sobre la violencia contra las mujeres de parte del Estado. A veces porque la comete directamente, otras veces porque es cómplice.

El exilio en Europa les permitió vivir en lugares en los que el Estado “se hacía cargo” de muchas cosas. Uno de los testimonios dice que “el exilio te exige redefinir tu vida, te podés inventar la vida que ya tenías o inventar otra distinta”.

Se abre la posibilidad de salirse de algo preestablecido, de cometer acciones irreverentes. Tiene esto de armarte de nuevo en un contexto de adversidad. Juegan otras reglas. En algunos casos los exilios funcionaron en este sentido. El comportamiento en Holanda no era el mismo que en Uruguay. Se permitían otras cosas. Siempre dentro de lo que permitiera y de cuánto vigilara el comité de exiliados. No era la libertad total, había un control, pero había una cosa de excepcionalidad. Es interesante pensarlo no sólo en el exilio sino en el insilio, para pensar también cómo al feminismo a veces le va bien con la excepcionalidad, porque se puede hacer otras cosas. Cuando las reglas están un poco difusas, se puede hacer otras cosas. Está muy claro también en la situación del insilio.

El insilio refiere a las que se quedaron, a las que les implicó el repliegue y la cancelación del espacio público. ¿Cómo fueron esas trayectorias?

El insilio es el encierro dentro del país sin poder participar en nada. No estás en la cárcel, no te tuviste que ir. Estás en el país, pero estás exiliada dentro del país. Durante la dictadura no se permitía hacer reuniones políticas, pero sí sociales. Era una oportunidad para reunirse de a cinco mujeres y que no les dijeran que eran unas boludas por eso. No se podía hablar de lo político, pero sí de lo personal. Fue una oportunidad para hablar de otras cosas. La cancelación de lo político partidario fue una oportunidad. Es interesante pensar cómo algunas praxis feministas no siempre nacen al calor de la democracia, porque a veces las reglas que te ponen son las del afuera y, en un repliegue, se pueden hacer algunas travesuras. En el exilio, de alguna manera, pasa algo parecido con la excepcionalidad. Hay otras reglas, entonces tal vez podés hacer otras cosas. No te conoce nadie, te podés permitir cosas diferentes. Te permite rearmarte, construir otro modo de vida y de administración de la vida. En el exilio la vida como tal toma un papel muy importante, porque son sobrevivientes y rearmar la vida es todo. Eso va mucho con el feminismo, porque la vida lo es todo.

¿Cómo fue la vuelta democrática?

La vuelta fue larga. Tuvo distintas etapas. Una de mucha efervescencia, entre el 83 y el 84. Tenían la idea de que iban a construir un mundo nuevo. Después vino la restauración. La expectativa, la renovación se trancó cuando el comando del Frente Amplio dijo: “Bueno, la democracia en la cama mejor no porque vamos a ahuyentar”. Se condensaron dos etapas: la de la expectativa y la de la realidad. Las feministas se van a dar cuenta de que a medida que las reglas democráticas fueron volviendo, les fueron cancelando la rebeldía. “Esta democracia que nos quiere hacer tragar la rebeldía”, decía un cuaderno. La democracia te permite un montón de cosas y, por otro lado, te cancela otras. Sobre el final del libro, Lilián Celiberti hace una reflexión muy dura. Hace referencia a “mi habitación, mi celda”, una serie de memorias en las que recuerda el proceso que tuvo en el calabazo que habitaba. Habla de descubrirse mujer y construir otros saberes en la cárcel, y plantea que habían aprendido un montón de cosas, habían hecho un trayecto largo, y todo eso no les servía para nada para las reglas en el afuera. “Nos habíamos encontrado como mujeres, construimos otros saberes, atravesamos la experiencia de la sororidad. Pero salimos de la cárcel, ¿y eso dónde lo poníamos?”, plantea. Porque las reglas del afuera eran otras. Eso también fue el retorno de la democracia. Es muy importante eso para pensar en cómo escribir y cómo leer esa etapa de la historia. Tenemos una narración de la dictadura y del retorno de la democracia. Cuando aparecen otras lecturas, de las mujeres y de las feministas, muchas veces plantean lo contrario.

El retorno de la democracia también significó fortalecer las organizaciones que había, aun con sus componentes tóxicos.

El amor en la adversidad era muy grande, producto del momento. Esto es algo para pensar, incluso como un efecto hasta conservador que nos legan los terrorismos de Estado. Porque si nos destruyen la vida afectiva, después la queremos reconstruir. Y perdonamos. Los terrorismos de Estado destruyeron la familia, la maternidad y los cuerpos. Nos debemos una reflexión muy profunda de lo que significó el terrorismo de Estado en este sentido. El impacto que tuvo en las relaciones de pareja y en las maternidades. Lo tóxico estaba en otro lado.

˃Historia de un amor no correspondido. Feminismo e izquierda en los 80, de Ana Laura de Giorgi. Sujetos Editores, 2020. Montevideo. 275 páginas.