“La situación es caótica”, es lo primero que atina a decir Johanna Valecka cuando es consultada por la realidad actual en las unidades de terapia intensiva de todo el país. Ella es licenciada en Enfermería, especializada en Cuidados Intensivos, e integra la comisión directiva de la Sociedad Uruguaya de Enfermería en Cuidados Intensivos (Sueci). Desde ese lugar, intenta describir cómo viven la situación las enfermeras, quienes detrás de las mascarillas, las sobretúnicas y los guantes son las que están en la primera línea de contacto y en vínculo constante con los pacientes que ingresan por covid-19 a los centros de salud.

Como síntomas de ese “caos”, Valecka habla de la falta de insumos médicos y dice que la principal preocupación es por la escasez de recursos humanos: faltan profesionales para atender a los pacientes críticos que ingresan a los CTI y, al mismo tiempo, el personal que está operativo tiene el trabajo “duplicado o triplicado”.

La sobrecarga laboral puede tener múltiples consecuencias, incluida que se vea afectada la calidad de la atención. “Cuando tú trabajás el doble o el triple de la capacidad que tenés, obviamente que los cuidados no van a ser los que requiere el paciente. La gente se desvive y trata, con un mayor esfuerzo, de mantener los cuidados requeridos, pero eso trae como consecuencia un riesgo en lo que es la atención, sumado al desgaste emocional y el cansancio terrible”, describe Valecka.

Fuera del horario de trabajo, la crisis de los cuidados que trajo aparejada la pandemia y que recae de manera desproporcionada sobre las mujeres también afecta a las enfermeras, sobre todo a las que son jefas de hogar. En estos días de agravamiento de la situación epidemiológica, terminan la jornada maratónica dedicada al cuidado de pacientes para llegar a casa y seguir cuidando: a sus hijas e hijos, a familiares dependientes.

Esta doble sobrecarga impacta en la salud mental de las trabajadoras, que ya de por sí tienen que poner el cuerpo día a día en el escenario donde se desarrolla la cara más cruel de la emergencia sanitaria, donde están expuestas al riesgo de contagio, conviven con la angustia de la enfermedad y, a menudo, gestionan la muerte.

La enfermería es una de las profesiones más feminizadas en el mundo. No es casual, si se tiene en cuenta el rol de cuidadoras que se les ha asignado social y culturalmente a las mujeres a lo largo de la historia. En Uruguay, el primer Censo Nacional de Enfermería, publicado en 2013, reveló que las mujeres representaban 82,8% del sector.

Cuidar, contener, conectar

El personal de enfermería suele estar integrado por auxiliares de Enfermería, que son quienes atienden a los pacientes, y una licenciada o licenciado en Enfermería, que organiza la atención en función de lo que el médico indica.

A diferencia de otras profesiones, la enfermería “tiene como principal función el cuidado de las personas”, explica a la diaria la decana de la Facultad de Enfermería de la Universidad de la República (Udelar) y licenciada en Enfermería, Mercedes Pérez, quien además forma parte del Grupo Asesor Científico Honorario. En Uruguay, ese cuidado abarca desde el primer nivel de atención hasta los niveles críticos, como el CTI. “Hay diferentes definiciones, pero hay una que me parece muy acertada, que dice que las enfermeras tenemos como función satisfacer las necesidades de las personas en la medida en que no pueden hacerlo, ya sea porque no saben, porque no tienen la capacitación suficiente o porque no están en condiciones de hacerlo por sí mismas”, puntualiza Pérez. “Ahí aparece la función de la enfermera, que apoya lo que tiene que ver con el mantenimiento de la vida, el desarrollo de las funciones vitales y todo lo que eso implica, según cada caso”.

En las unidades de terapia intensiva, el proceso de atención “inicia cuando el médico admite al paciente, ve qué es lo que necesita e indica el tratamiento correspondiente”, describe Valecka. Después, durante las 24 horas del día, los cuidados son “administrados, organizados y gestionados” por el personal de enfermería. La representante de Sueci ejemplifica: “El médico le indica al paciente determinada medicación, le coloca la vía aérea y los accesos vasculares que necesita, y después el cuidado de los accesos vasculares, la administración de la medicación, el cambio de las drogas según la dosis y la hora, el manejo de los monitores, la interpretación de lo que dicen los monitores, ver que el registro sea legible y mantenerlo así, controlar el delirio del paciente y ver todo el tiempo qué es lo que necesita, está a cargo la enfermería”.

Es, entonces, un trabajo que implica sí o sí el contacto directo con los pacientes, sobre todo en el cuidado crítico ‒aclara la decana‒, donde “son muy pocas las actividades que se pueden hacer no estando al ladito de ellos”. Pero ¿qué pasa cuando irrumpe un virus extremadamente contagioso y la regla es la distancia física? ¿Cómo estimular desde la enfermería el trato humanizado con alguien que tiene covid-19 y tiene que estar en aislamiento, incluso del personal de la salud, y además lejos de la familia y las personas queridas?

La clave está en adoptar las medidas para evitar la transmisión del virus, más que en modificar la forma de ejercer el trabajo. Valecka asegura que la pandemia no cambió la atención en términos del contacto: las enfermeras siguen siendo las que le dan la mano al paciente en los momentos difíciles, sólo que ahora lo hacen con un equipo de protección personal. De todas formas, en los últimos meses el personal de la salud impulsó estrategias para generar más cercanía, como colocarse un cartel con el nombre en la sobretúnica para que los pacientes sepan que detrás del tapabocas y la mascarilla “hay una persona”.

Pero, además, quizás más que nunca, el equipo de enfermería pasó a ser “el nexo entre la familia y el paciente”, y en ese sentido también hubo que implementar nuevas estrategias. En algunas instituciones en las que se permite el uso de tablets o celulares, el personal de enfermería hace las gestiones para que pacientes que estén en condiciones puedan hacer videollamadas con sus familiares. Las enfermeras también intentan estar disponibles cada vez que la familia llama por teléfono para consultar sobre el progreso de la persona querida. “Se les da la posibilidad de llamar cuando necesiten y que se les cuente cómo pasó el paciente, si está estable, si se alimentó. Es muy importante para la familia que alguien les cuente. Tenemos un vínculo sumamente estrecho con los familiares, que de repente antes [de la pandemia] no lo teníamos tanto”, evalúa Valecka.

“Las enfermeras y los enfermeros han sido muy creativos para poder hacerle saber a la persona que está en estado crítico, y que muchas veces tiene dificultades para comunicarse, que están allí, que importa, que hay personas preocupadas por su situación”, asegura la decana. Y recuerda que, según algunas teorías, la relación de las enfermeras con los pacientes tiene un componente “biológico” –al hacerse cargo de los cuidados personales, la medicación y demás– y otro “terapéutico”, que tiene que ver con el vínculo interpersonal, “que permite que la persona se exprese o se comunique”.

Este segundo componente implica que, muchas veces, y sobre todo en este contexto, el personal de enfermería también sea la contención emocional del paciente. Valecka asegura que “muchos llegan lúcidos y se dan cuenta de lo que les está pasando” y, ante la angustia que les genera, el que está “al lado dándole la mano” es el personal médico y de enfermería, “fundamentalmente el de enfermería, que es el que está a los pies de la cama del paciente todo el tiempo”.

Las cuidadoras de siempre

Las enfermeras, al igual que el resto del personal de la salud, no tienen la opción de teletrabajar, por lo que la posibilidad de “quedarse en casa” no es viable. Esto genera, entre otras cosas, que tengan que delegar a otras personas la responsabilidad del cuidado de sus hijas e hijos.

Si generalmente conseguir a alguien para dejarlos a cargo es complicado, en un escenario de escuelas cerradas y personas adultas mayores confinadas por ser población de riesgo constituye un problema adicional. Las alternativas son reducidas. “Una enfermera que trabaja 12 horas por día, por ejemplo, y que es jefa de familia, no puede pagarle el sueldo a una persona para que cuide a su hijo, porque se le va el sueldo en eso. Lo terminás dejando con tu padre, con tu madre, con alguien que tiene sus patologías y su edad”, asegura Valecka. “Yo recurro a mis padres para que me cuiden a mi hija, que tiene siete años. Me voy de casa diciéndole que trabajo seis horas y a veces vuelvo diez o 12 horas después, y cuando llego tengo que sentarme a hacer las tareas con ella, porque no puedo pedirle a mi madre que entienda la plataforma CREA”.

La trabajadora asegura que la sensación entre sus colegas es que “todas hacen lo que pueden”. Y dice que el personal de la educación “entiende la situación” y “trata de colaborar” cuando no se pueden conectar a las clases o no llegan a hacer los deberes en tiempo y forma.

Para la decana de la Facultad de Enfermería, la pandemia profundizó las problemáticas “de género” que ya enfrentaban las enfermeras. “Partimos de la base de que en Uruguay ya venían trabajando en dos lugares y muchas mujeres, tanto a nivel de licenciatura como de auxiliares, son jefas de familia; eso significa que ya había una sobrecarga que, al mirarla con un enfoque de género, permite analizar que el sector venía con una situación bastante compleja”, explica Pérez. Ahora se le suman otros factores, como el aumento del volumen de trabajo, el agotamiento físico y emocional, el miedo a contagiar a su familia.

La situación actual amerita que se habilite un espacio para “reformular” las modalidades de trabajo, dice la académica, para que las enfermeras puedan conciliar su trabajo con el resto de la vida.

¿Quién cuida a las que cuidan?

Las enfermeras intensivistas se enfrentan todos los días a la enfermedad, la angustia de quien la padece, el dolor de las familias y la posibilidad de la muerte. Este panorama, sumado a las distintas sobrecargas cotidianas y a los miedos personales, puede impactar en la salud mental de las trabajadoras.

Algunas instituciones de la salud, la Universidad de la República y colectivos de psicología tienen a disposición distintas herramientas para brindar apoyo a funcionarios y funcionarias, pero según la decana no se están utilizando en toda su capacidad porque, “en el medio de la ola”, no hay tiempo para el autocuidado. En una línea similar, Valecka considera que es necesario contar con un respaldo profesional, aunque “en la operativa sería difícil de implementar”. “En esto de atender a la mayor cantidad de pacientes posible de la mejor forma, no sé si tendríamos un espacio para hacer un alto y decir ‘bueno, ahora hagamos terapia’, es imposible”.

Las trabajadoras y los trabajadores de la salud suelen ocupar el rol de cuidadores, entonces cuesta mucho que hagan el movimiento de decir “en este momento soy yo quien tiene que estar cuidado”, dice la psicóloga Cecilia Durán, presidenta de la Sociedad Uruguaya de Psicología Médica y Medicina Psicosocial (SUPM), en conversación con la diaria. Por eso coincide en que quizás “cuando la situación se controle un poco más, dispongan de tiempo específicamente para el cuidado personal”. Mientras tanto, pueden recurrir a elementos de autocuidado para protegerse y prevenir “males mayores”, así como a “recursos honorarios” que ya están disponibles en distintas instituciones.

Uno de los proyectos de la SUPM es hacer tareas preventivas de abordaje grupal para evitar que el personal de salud contraiga patologías mentales. Duran recordó que a nivel internacional hay evidencia de altas tasas de depresión, ansiedad y trastorno de estrés postraumático. En Uruguay, el único antecedente sobre el tema es un estudio realizado entre abril y mayo de 2020 por la Red de Atención Primaria de Maldonado de la Administración de los Servicios de Salud del Estado y el Programa de Practicantes y Residentes de la Facultad de Psicología de la Udelar. Ya en ese entonces, cuando la situación sanitaria era totalmente distinta, el personal de la salud encuestado había manifestado sentimientos de “incertidumbre”, “miedo”, “agotamiento diario”, “angustia”, “ansiedad” y “estrés”. Para Durán, este informe sirve de guía.

Todas las profesionales consultadas aseguran que, cuando la crisis amaine, el foco tiene que estar puesto en el abordaje del impacto de la pandemia en la salud mental. Por el momento, las enfermeras piden más recursos. “Necesitamos más recursos para poder atender a los pacientes críticos, nos estamos quedando cortos y no vemos que haya una solución a corto plazo. Los pacientes ya están acá, ahora, no van a surgir mañana, están ahora. Es urgente”, dice Valecka. Y agrega: “En esto de que tenemos vocación por ayudar, lo que hacemos es ayudar con los mismos recursos que tenemos a la mayor cantidad de personas que podamos, de la mejor forma posible, lo más humanamente posible”.