Activistas feministas de México se sumaron a la lucha por legalizar la marihuana, con actividades tan diversas como sesiones de “perreo y porro” por Zoom y “yogajuana” (yoga más marihuana).
“La lucha para cambiar la política de droga en el país será feminista o no será”, dice Rebeca Soto, de 31 años, pelo negro azabache con flequillo y un piercing dorado en la nariz. De día, Soto trabaja en una iniciativa de la Ciudad de México que asiste a usuarias y usuarios de drogas a acceder a recursos del gobierno y de la sociedad civil. De noche, dirige Feminismo & Flow, el colectivo del cannabis que ayudó a fundar.
Desde Chile hasta México, colectivos feministas abrieron caminos de lucha contra la epidemia regional de violencia contra mujeres y niñas. Ahora, grupos que promueven el cannabis se abren un espacio dentro de este movimiento.
La Corte Suprema de Justicia mexicana determinó en 2018 que era inconstitucional prohibir el consumo de marihuana, y ordenó regularlo por ley. Un primer texto fue votado por el Senado en noviembre del año pasado. En marzo, la Cámara de Diputados lo aprobó con algunas modificaciones, así que el borrador regresó a la cámara alta, que tenía plazo hasta el 30 de abril, cuando concluyó la legislatura. Pero los senadores no se pusieron de acuerdo en aprobar los cambios y dejaron vencer el término sin votar la ley, que ahora quedó en el limbo.
El proyecto permitiría a las personas adultas fumar marihuana y solicitar un permiso para cultivar un número limitado de plantas de cannabis en sus domicilios. También otorgaría licencias a los pequeños agricultores para producir y vender marihuana.
Soto y otras activistas creen que esta legislación supondría un punto de inflexión y generaría oportunidades de negocio, sobre todo para las mujeres. También podría suponer un golpe para el crimen organizado, cuya violencia afecta a las mujeres de varias maneras.
La “violencia perpetrada por la pareja” crece en México desde hace 20 años, lo mismo que la violencia que el crimen organizado ejerce sobre los cuerpos de las mujeres, tal como ha explicado María Salguero, creadora del Mapa Nacional de Feminicidios en México.
El tráfico de niñas ha ido en aumento desde 2015, así como los femicidios relacionados con violencia criminal. Los cuerpos de las mujeres sirven para enviar mensajes a otros grupos delictivos, a determinados individuos o a la sociedad, sin importar si la mujer en cuestión está o no involucrada en actividades ilegales.
El tráfico de drogas también afecta negativamente a las mujeres. Un informe de la organización civil Equis Justicia para las Mujeres señala que casi la mitad de las encarceladas lo están por delitos vinculados a las drogas. Las reclusas por uso o transporte de cannabis o heroína son a menudo madres solteras, con un bajo nivel educativo y mínimo acceso a oportunidades económicas.
Una mala reputación
Hablé por primera vez con Soto por Skype cuando una amiga me invitó a una sesión digital de “perreo y porro” organizada por Feminismo & Flow. Hemos hablado frecuentemente sobre la intersección entre el feminismo, el cannabis y la epidemia de violencia contra las mujeres en México.
Ella asegura que hay muchos grupos feministas como el suyo. “Antes de ser usuaria de cannabis, yo tengo conciencia como feminista. Me di cuenta de que había una relación”, dice.
Las mujeres curanderas y herboristas han usado la marihuana desde que fue introducida en las Américas por los españoles en el siglo XV. Lo hacían de manera discreta, porque el cannabis rápidamente llamó la atención de la Inquisición por sus propiedades alucinógenas.
El estigma asociado al uso de la planta creció con el paso de los siglos. Luego de la Revolución Mexicana (1910-20), la prensa de este país y de Estados Unidos comenzó a representar el uso de la marihuana de manera racista, clasista y sexista.
En las películas mexicanas y estadounidenses se veía el cannabis asociado a la prostitución y a la locura. La prensa de Estados Unidos apuntaba el dedo acusador hacia el vecino del sur, calificando la droga como la “hierba mexicana asesina”.
El estigma continúa, especialmente para las mujeres. En la cultura mexicana machista, las mujeres que consumen drogas y tienen otras conductas tradicionalmente percibidas como “malas costumbres”, son “chicas malas”. Esta percepción ayuda a normalizar la violencia sexual y de género. Según Soto, las mujeres detenidas por posesión de marihuana sufren agresiones sexuales o violaciones. Algunas incluso desaparecen.
La regulación y las mujeres
En una casa sencilla de una planta en Xalapa, capital de Veracruz, conocí a Paulina Mejía Correa. Ella dirige la Divinorum Boutique Herbal, un negocio de cannabis terapéutico. La marihuana para uso terapéutico es ya legal en México, aunque sigue siendo tabú. Correa, doctorada en ecología tropical, comenta que la marihuana se emplea desde hace mucho en el parto, para el dolor menstrual y para la depresión posparto.
“El cannabis se ha usado desde tiempos ancestrales, en especial [por] las mujeres”. Estas tienen más receptores de cannabinoides –que juegan un rol importante para el cuerpo y su sistema nervioso, como regular el humor, el apetito, el dolor y funciones inmunológicas– y por eso la marihuana tiene un efecto diferente en las mujeres que en los hombres.
Las activistas afirman que legalizar el cannabis recreativo ayudará a arrebatar a los cárteles de la droga el control de la producción y el suministro de marihuana y abrirá un espacio para mujeres emprendedoras como Correa.
Para Soto, la regulación se traducirá en más oportunidades para las mujeres en una industria tradicionalmente controlada por hombres. Podría ayudar a campesinas de “comunidades indígenas remotas que están entre las más afectadas por la guerra contra las drogas”, agrega.
El proyecto de ley establece que, en los primeros cinco años, al menos 40% de las licencias para cultivo de cannabis estarán reservadas para indígenas, ejidos (tierras agrícolas de propiedad comunal con apoyo estatal) y otras comunidades agrícolas marginadas. Sin embargo, no hay ninguna disposición específica que aluda a las mujeres.
Zara Snapp, cofundadora del Instituto RIA en Ciudad de México, que aboga por la justicia social, cree que es un paso en la dirección correcta.
Sin embargo, las tres mujeres entrevistadas señalaron ambigüedades en el proyecto que podrían afectar a las mujeres. Por ejemplo, prohíbe consumir marihuana delante de menores, una restricción que pesa más sobre las mujeres, que son las que están a cargo del cuidado de las niñas y los niños.
Tanto Soto como Snapp trabajan para reformar la propuesta desde una perspectiva de género. Quieren que se despenalice la posesión y que se elimine la prohibición de consumir delante de menores, y también que se libere a las mujeres encarceladas por delitos menores y se les ofrezca rehabilitación y trabajo, incluso en el sector del cannabis legal.
Snapp también integra ReverdeSer, una organización civil que promueve una política progresista en materia de drogas y que propone conceder 80% de las licencias de cultivo a agricultores pequeños, comunales, cooperativas y ejidos, y la mitad de todas las licencias a mujeres. Asimismo, “50% de las personas empleadas en la industria deberán ser mujeres”.
Esta propuesta es apoyada por colectivos feministas como Mujeres Forjando Porros y Forjando Luchas, a la que pertenecen Soto y Snapp.
Legalizar la marihuana forma parte integral de la lucha feminista, alega Soto. “Ayudaría [a la mujer] a tener acceso y utilizar la planta y la flor sin arriesgar su seguridad, libertad o salud, o el bienestar de las personas a las que cuida”.
Este artículo fue publicado originalmente por el proyecto Documenting the Resistance de openDemocracy.