“¿Es para nena o para varón?”. La pregunta se repitió al menos dos veces en los 15 minutos que llevó recorrer la juguetería. La primera vez, la vendedora ayudaba a una mujer a elegir un regalo para su hija, a pocos días de que se celebre en Uruguay el Día de la Niñez. En la segunda ocasión, otro empleado hacía la consulta para saber de qué color tenía que ser la moña del regalo que una señora compró, en este caso, para un niño. Lo que sucedió después es, por lo menos, previsible: la primera escena se definió en un sector en el que predominaba el color rosado, los bebés de juguete y las valijitas con elementos de cocina; la segunda, con una moñita color celeste.

La situación revela lo que la visita a otras tiendas y las especialistas consultadas por la diaria confirmaron: la asociación de ciertos juguetes y colores según el género sigue vigente. Esta distinción se basa en estereotipos y refuerza en las infancias la visión de un mundo todavía desigual, en el que mujeres y hombres tienen roles asignados por su género. También impacta en la forma en la que cada niña o niño moldea su identidad y se vincula con la otredad.

Pese a esta realidad, el panorama parece estar cambiando en los últimos años. En parte, gracias a la incidencia de los feminismos, que han puesto arriba de la mesa cuestiones como la necesidad de crianzas libres de estereotipos de género, la corresponsabilidad en los cuidados y la promoción de una educación no sexista. Si los juguetes y los juegos son un ensayo del futuro, apostar a alternativas lúdicas que no refuercen estos estereotipos aparece como fundamental en el camino hacia la igualdad.

El impacto en las infancias

Los estereotipos de género podrían definirse, básicamente, como lo que la sociedad espera de las mujeres y de los varones. Cómo deberían ser, actuar y comportarse. En este sistema patriarcal, se espera que las mujeres estén relegadas a la vida doméstica, sean las encargadas del cuidado de otras personas y estén más conectadas con las emociones. Por su parte, los varones tienen asignado tradicionalmente el rol de proveedores y se espera que sean fuertes, racionales, competitivos e independientes.

Los juguetes no escapan a esta lógica y tienen su impacto, porque es a través del juego que las niñas y los niños “van construyendo parte de su subjetividad, que engloba lo que es la identidad y la forma de relacionarse con los demás y con ellos mismos”, explicó a la diaria María Noel Fekete, psicóloga y maestra de educación inicial. Para la profesional, todas las posibilidades que habiliten las personas adultas para la construcción de esas subjetividades son “el campo más fértil”. “Si yo tengo un mundo en el que sólo se brindan espacios o experiencias de aprendizaje y de construcción que rigidizan ciertos estereotipos, las niñas y los niños van construyendo su subjetividad en esos parámetros”, señaló la experta.

La socióloga Ximena García –diplomada en Estudios Feministas y fundadora y coordinadora del colectivo Geduca, que desde 2015 realiza talleres y capacitaciones para una educación no sexista– coincidió en que la interacción con juguetes que promueven estereotipos “afecta” a las niñeces porque a su entender “hay un desarrollo de posibilidades, oportunidades, crecimiento, que se ve limitado”.

En diálogo con la diaria, García recordó que un juguete está estereotipado no sólo por los colores, sino también por el tipo de habilidad y de estímulo que genera, “y ahí se piensa desde lo que se cree que esa niña o ese niño necesita trabajar”. La especialista dijo que, por ejemplo, los juguetes para armar “generan una cuestión que tiene que ver con una mayor libertad, con poder construir mi mundo o con habilidades relacionadas con la matemática o la ingeniería, que en general están mucho más inculcadas en los varones”. En cambio, las habilidades que se promueven para las niñas a través de los juegos y juguetes “son las que tienen que ver con el cuidado”, tanto de otras personas como de ellas mismas, como los bebés de juguete que hay que alimentar y pasear en el cochecito o los productos de belleza.

La socióloga afirmó que esto deriva en comportamientos diferentes entre las nenas y los varones: “Las niñas tienden a ser mucho menos participativas, más subordinadas, más dóciles, mucho más preocupadas por su estética, muy cargadas de cánones de belleza y de todo el tiempo tener que agradarles a las demás personas. En cambio, los varones tienen desde pequeños muy reforzada su autoestima, y la idea de que ellos van a poder salvar el mundo, porque se los estimula para jugar a ser superhéroes”.

También puede incentivar situaciones de bullying o discriminación en ámbitos de vinculación con pares. García puso como ejemplo el caso de un niño al que le hacían bullying en la escuela porque tenía el pelo largo. “En vez de sentirse bello, poderoso o un montón de cosas que le podría generar ese pelo, se sentía muy triste y todo el tiempo estaba en la contradicción de si cortárselo o no, solamente por la mirada ajena. Las situaciones de bullying eran constantes y siempre le decían lo mismo: ‘sos una nena’”, explicó la socióloga.

Buscar alternativas

¿Qué podemos hacer las personas adultas involucradas en la crianza y educación de niñas y niños para contribuir a la erradicación de estos estereotipos? De acuerdo con García, lo primero es tomar conciencia de estas lógicas. Una aproximación puede ser “asistir a lecturas feministas, participar de talleres, de charlas o buscar información por internet, que por suerte hoy es más democrática y más accesible. También charlar con otras madres, padres, e ir pensando y reflexionando en conjunto. Si participan de una comisión de madres y padres en un centro, por ejemplo, pueden convocar a algún colectivo para alguna charla o intercambio. Ese primer momento de tomar conciencia es súper importante”, dijo la especialista. El siguiente paso es preguntarse “cuáles son las cosas que podemos hacer para ir construyendo otros relatos”.

En este punto, es importante “habilitar todos los juegos y todas las posibilidades”, abogó García. “Eso no quiere decir que en tu casa tiene que haber de todo, pero sí estimular la pintura, el dibujo, un rato creativo, y estimular también cuestiones que tengan que ver con el cuidado, que puede ser el cuidado de una planta o de un muñeco”.

Por su lado, Fekete sugirió “observar a las niñas y los niños y guiarse un poco por lo que ellos necesitan, más allá de lo que uno quiere o le parece que está genial con lo que jueguen, o probar y decir ‘no sé si necesariamente tengo que regalarle a un niño una pelota’”. Y consideró que, tanto para las personas adultas como para las instituciones educativas, la clave es “siempre cuestionarse si lo que brindo no reproduce los estereotipos y si propongo cosas donde dejo que puedan ser más libres para interactuar con los objetos, entre ellos y con los demás”.

Lento, pero cambia

Tanto García como Fekete coincidieron en que el panorama está cambiando y aseguraron que, de alguna manera, los feminismos cumplieron un papel fundamental a la hora de repensar estas lógicas. “Cada vez más, por suerte, los colectivos feministas van poniendo los temas sobre la mesa, eso es muy importante. La agenda feminista va avanzando y algunas de las prioridades son las infancias, la educación, la educación sexual integral, así como todo el pienso que se les viene poniendo en los últimos años a las maternidades y a la coparentalidad en la crianza”, dijo la coordinadora de Geduca.

Para la socióloga, hoy hay más interés en buscar juguetes y actividades que no refuercen estereotipos, si bien reconoce que no sucede en todos los sectores socioeconómicos. También dijo que está cambiando el interés de las educadoras y educadores, de las familias y de los centros educativos, que ahora “le ponen un pienso” al tema.

Las especialistas aseguraron que hay otras formas de pensar el juego. Una alternativa son los llamados juguetes slow, que no tienen pilas, están fabricados con materiales naturales (como cartón, tela o madera), llaman a trabajar la creatividad y la imaginación, y, además del componente lúdico, tienen algún valor educativo. “Por ejemplo, en vez de darle un collar, te doy las pelotitas y vos podés armar un collar, un cinturón, podés no armar nada o usarlas para rodar. Se trata de que los niños puedan jugar de forma más libre y que jugar sea una experiencia de pura libertad”, aseguró Fekete.

La psicóloga insistió en que es el objeto el que tiene que dar esa posibilidad. Por eso, recomendó que, más allá de buscar juguetes que piensen que a sus hijas e hijos les puede gustar o que directamente pidieron, “intenten que no sean cosas tan rígidas, porque en realidad los cerebros de los niños, hasta los 18 años, mientras se desarrollan, necesitan experiencias problemáticas”. “Si a mí me dan un juguete tan digerido, no sé ni qué hacer, ya está todo hecho. Estas cosas, justamente, no están rigidizadas en estereotipos de género, entonces eso te da otra pauta. Se trata de animarse a regalar otras cosas, a probar, comprar y ver; si no funciona, se puede vender o donar, y hay tiempo para regalar otra cosa después”, explicó.

Fekete, que actualmente trabaja en un centro CAIF, dijo que hoy en día se intenta generar experiencias de aprendizaje “que no sean centradas meramente en los objetos” y “que jueguen de forma más libre con otras cosas, con objetos que no diagramen tanto el juego, como es el caso de las cocinitas, los bebotes o los cochecitos para las niñas y las pelotas, los autos y los robots para los niños”.

Por su parte, García dijo que se trata de identificar qué habilidades está bueno estimular en el momento. “Por ejemplo, si estamos viendo que los gurises necesitan trabajo en equipo, está bueno fortalecer eso y buscar alguna dinámica más cooperativa, como algún juego de mesa”. Al mismo tiempo, recordó que cada vez hay más libros que buscan derribar y cuestionar los estereotipos de género desde las infancias.

El rol de la industria

Si bien todavía queda un largo camino por recorrer, la industria del juguete está dando pasos para avanzar hacia un mercado menos segmentado según el género. El presidente de la Asociación de Jugueteros del Uruguay (AJU), Alejandro Borges, aseguró a la diaria que “hay una tendencia a cambiar”, que empezó a profundizarse en los últimos cuatro o cinco años. “Lo que pasa es que, desde el punto de vista comercial, no podés revertir un mercado del día para el otro y decir que no hacés más cocinas rosadas y que las vas a hacer todas verdes y rojas. El mercado no está preparado para eso”, dijo. Sin embargo, señaló que “si hoy vas a una juguetería, seguramente vas a encontrar una cocina rosada y también de otro color, y eso marca que hay una tendencia a bajar esos patrones en los colores que identificaban mucho el género. Hace unos años, no veías una cocina si no era rosada”, explicó.

Borges dijo que las líneas de cocinas −por seguir con un ejemplo de juguete tradicionalmente estereotipado− hoy son “50% en rosado y 50% en colores como rojo, azul, gris, verde”. Y agregó que, a nivel general, se puede decir que cerca de 70% de los juguetes “no está enfocado en los colores convencionales celeste y rosado”.

El presidente de la AJU dijo que la organización no tiene espacios específicos de formación en género, como es el caso en otros países, pero que los empresarios uruguayos acuden a las ferias y lanzamientos de juguetes internacionales, que es donde se configuran estas tendencias, y siempre las “acompañan”.

Consultado sobre qué opciones hay en la industria uruguaya para aquellas personas adultas que buscan juguetes “neutros”, Borges dijo que hay “un montón” y que, en realidad, depende de lo que interprete la persona adulta “que puede ser para niña, para niño o neutro”. “Vas a comprar algo que es para armar o para construir, y no está asociado a una niña o a un niño. Lo mismo si vas a comprar una alfombra de goma eva, un juguete de encastres, de números o un puzle”, consideró; “hay miles de juguetes que no están asociados a que tengan que ser usados por una niña o por un niño”.