El concepto “pasado reciente” puede parecer incorrecto para hechos que tienen casi medio siglo. Pero su connotación es otra. Refiere al pasado que no pasa en la medida en que, año tras año, el reclamo por verdad, memoria y justicia se mantiene, convirtiéndose así en nuestra historia presente. Esta consigna, que revive cada 20 de mayo, implica varias preguntas importantes. Entre ellas: ¿cómo conocemos y cómo narramos la historia? ¿Qué voces son escuchadas? ¿Quiénes la protagonizan? En esta nota, las protagonistas son las mujeres y su participación activa en la resistencia frente al terrorismo de Estado en la última dictadura cívico-militar uruguaya. Hoy, reivindicar sus voces y acciones es ineludible. Entre otras cosas, porque “la resistencia a la dictadura no puede analizarse sin mirar el rol fundamental que jugaron las mujeres frente al autoritarismo desde los lugares que tradicionalmente fueron considerados para ellas, pero que, a la vez, lograron trascender”, como manifestó a la diaria la activista feminista Lilián Celiberti.
El desmantelamiento y proscripción de organizaciones políticas, sindicales y estudiantiles durante la dictadura generó un repliegue a lo privado y una politización de los espacios de la vida doméstica, tradicionalmente adjudicados a las mujeres y vinculados con sus roles de madres y cuidadoras. “Es un momento en que toda la sociedad vive un encierro y no hay espacios de participación pública. Por eso, se genera un proceso de movilización y resistencia vinculado con espacios que en el imaginario del momento no se consideraban políticos y, por lo tanto, no eran amenazantes para el orden establecido”, explicó a la diaria Ana Laura de Giorgi, politóloga y doctora en Ciencias Sociales.
Madres, abuelas e hijas, mujeres con diferentes banderas políticas y otras algo o nada politizadas, desarrollaron diferentes estrategias frente al régimen establecido desde los lugares a los que históricamente habían sido limitadas. Sin embargo, estas “estrategias más sordas”, poco visibilizadas y reconocidas aún hoy, marcaron la resistencia y el enfrentamiento al autoritarismo, destacaron De Giorgi y la historiadora Graciela Sapriza.
Entre las acciones concretas desarrolladas por mujeres, las expertas mencionaron los intercambios de información en centros de salud, educativos y deportivos, en las parroquias barriales e incluso dentro de sus hogares, que se convirtieron en espacios de reunión y de la manifestación de uno de los mayores símbolos de protesta: los caceroleos, que comenzaron puertas para dentro y luego se trasladaron a las veredas, calles y plazas. Asimismo, De Giorgi y Sapriza sostuvieron que las mujeres fueron las protagonistas de las ollas populares, del armado de paquetes de comida y ropa para presas y presos políticos, y de la búsqueda de desaparecidos.
Además, durante este período, se implementaron “determinados regímenes económicos” que causaron un “descenso del salario real”, explicó Sapriza, lo que llevó a que, en los sectores de la población con menores recursos, las mujeres tuvieran que integrarse al mercado laboral. Así, “se da un ingreso masivo de las mujeres al mundo laboral. Muchas de ellas no tenían experiencia de trabajo fuera de su casa”, señaló la historiadora. La inclusión de las mujeres en diferentes espacios de trabajo también abrió la posibilidad de que intercambiaran información en sus ámbitos laborales y luego trasladaran esos elementos a sus comunidades.
La historiadora también destacó la incidencia de estas estrategias protagonizadas por mujeres en la victoria del No en el plebiscito de 1980, que pretendía una reforma constitucional para que el gobierno de facto cívico-militar se perpetuara en el poder. La frustración de esta reforma constitucional pone en “evidencia” formas de resistencia que “no tienen cauces en los partidos políticos, sindicatos o las federaciones de estudiantes, que estaban prohibidos y fueron reducidos a formas mínimas de expresión en clandestinidad”, sostuvo Sapriza, y agregó que “son formas de resistencia mucho más sordas e invisibles” que fueron desarrolladas, principalmente, por mujeres.
El plebiscito de 1980 marcó un antes y un después en la resistencia social frente a la dictadura. A partir de ese momento, las estrategias comenzaron a ser “más explícitas” en todos los espacios, plantearon las expertas. En medio de ese proceso, comenzaron a gestarse diferentes organizaciones de mujeres amas de casa en barrios de la periferia de Montevideo, en el seno de cooperativas de vivienda o constituidas en torno a un sindicato, organizaciones de mujeres trabajadoras, organizaciones vinculadas con el trabajo social y los derechos humanos. Algunas de ellas fueron la Federación Uruguaya de Amas de Casa, el Plenario de Mujeres Uruguayas y la Comisión de Mujeres Uruguayas, recordó Sapriza.
Emblemas de resistencia
Las ex presas políticas son un emblema de la lucha contra la dictadura. En la cárcel de Punta de Rieles, las mujeres desarrollaron diferentes formas de resistencia. Desde gestos hasta formas de comunicación codificada a través de golpecitos en paredes y puertas. “Las prisioneras políticas pudieron desarrollar formas increíbles de resistencia. Por ejemplo, como no se podían saludar, hacían un gesto con el pelo. Se pasaban chistes y bromas de forma secreta y llegaron hasta a hacer teatro en la cárcel”, destacó Sapriza, y mencionó además los mensajes que se dejaban con migas de pan y los regalos que hacían a sus madres, hijas e hijos en las visitas. “Es conmovedor y hermoso pensar en esa capacidad que se pone de manifiesto allí, en lugares extremos”, manifestó la historiadora.
Por su parte, Celiberti resaltó el rol que cumplieron las madres como “símbolo de lucha” contra la dictadura. En ese sentido, dijo que la profundidad de la persecución popular del régimen de facto impactó en la “transformación de la vida de mujeres” que “no eran particularmente militantes ni estaban politizadas” o que “ni siquiera les importaba demasiado la política partidaria más allá del voto” pero que, ante la detención de sus hijas o hijos y la politización del ámbito privado, no dudaron en accionar a pesar del clima de terror y miedo y las consecuencias que podría tener para ellas.
“Ambas cosas van juntas: el miedo y la resistencia. Si bien las madres se sentían impotentes frente al autoritarismo, predominaba en ellas una radicalidad, producto de algunos elementos de la subjetividad femenina que aprendimos con la socialización”, dijo Celiberti, que también fue presa política. Y añadió: “Hubo una fuerza que nació desde los roles más tradicionales de las mujeres que es el de cuidar a otras personas. Ese lugar que a la vez oprime a las mujeres es el que les da la fuerza para liberarse”.
Las protagonistas
María Josefina Plá, abogada y militante social, se integró en 1975 a la parroquia Santa Gema, en el barrio Flor de Maroñas, donde residía desde hacía algunos años. “Era un ámbito donde, de alguna manera, te enterabas de la realidad, quizás a la salida de misa, en el intercambio con otras mujeres y otras actividades de perfil bajo pero realmente muy importantes”, relató Plá a _la diaria _. La abogada contó que las mujeres en el barrio desarrollaron numerosas acciones frente al régimen dictatorial vinculadas con “roles muy claros de cuidado”.
En esa línea, Plá destacó el papel que tuvieron las mujeres que acompañaron a sus familiares que fueron detenidos y los allegados de otras que no tenían la posibilidad de trasladarse a las cárceles a visitarlos. También remarcó el rol de las mujeres que cuidaron de las niñas y los niños cuyas madres o padres habían sido encarcelados. “Acá en el barrio muchas abuelas tuvieron que quedarse con sus nietas y nietos. Eso es muy interesante porque les tocó cumplir un rol que no habían elegido ni pensado, mucho más allá de cualquier simpatía o no con las opciones e ideología de sus hijas e hijos”, señaló.
La militante social recordó que, en el marco de una reunión en la parroquia, una vecina le dijo: “Qué suerte que estoy en la comunidad, porque, si no, no me enteraría de lo que ocurre”. “Ese comentario siempre me acompaña, porque me ayudó a entender el rol que estábamos jugando y los espacios que estábamos gestionando”, expresó, y apuntó que estos lugares también eran investigados por la inteligencia militar y no estaban exentos de peligro, pero que en ese momento el miedo no era un obstáculo para la acción. “Fueron acciones muy valiosas. La dictadura quiso desbaratar el tejido social y aislar a la gente. Las mujeres tuvimos y tenemos un don especial para bordar y tender hilos, para que el tejido social se mantuviera y no se dañara más. Eso sostiene la vida”, aseguró.
Plá tuvo un rol central en la difusión de información en el marco de la campaña por el plebiscito de 1980. Brindó decenas de charlas en locales prestados por congregaciones religiosas. “Me tocó hasta hablar por radio”, comentó. Como mujer de “perfil bajo”, su figura “implicaba menos compromiso que para otras personas”, dijo, y en esas intervenciones no llegó a ser detenida. En las charlas, la abogada se centró en explicar el contenido de la reforma propuesta por el régimen con “argumentos jurídicos puros”. Para ir a esos encuentros la pasaban a buscar por un lugar determinado y la trasladaban a otro, y muchas veces desconocía hacia dónde la llevaban.
Isabel Trivelli contó a la diaria que su experiencia en la dictadura estuvo marcada, primero, por la cárcel, y segundo, a partir de 1978, en libertad, como ex presa política. “En la cárcel la resistencia es constante, siempre hay una búsqueda de espacios de libertad, esa especie de desobediencia cotidiana, a veces en cosas pequeñas, pero que no son tontas”, dijo. Sin embargo, consideró que la cárcel “no alcanza” para hablar de “resistencia y terrorismo de Estado”. “Para mí, lo más difícil debe de haber sido la resistencia fuera de las cárceles, tratar de vivir y construir, criar a los hijos con ciertas limitaciones pero que, a la vez, no sean paranoicos, en medio del peligro y el miedo”, sostuvo Trivelli.
Por eso, junto con otras compañeras, lanzó en el año 2000 el proyecto “Memoria para armar”, con el objetivo de que “cualquier mujer, que haya estado en cualquier circunstancia”, compartiera su experiencia. “En cualquier régimen autoritario va a haber presos, muertos, desaparecidos. En cambio, la profundidad del terrorismo de Estado se ve en la persecución de la sociedad entera, en todos los aspectos de la vida y en las ideas”, agregó. Trivelli subrayó el valor de estas acciones, a las que muchas veces hasta sus propias protagonistas les restan valor. En esa línea, destacó el papel de las mujeres que iban a las visitas en las cárceles y que “fueron el sostén” de las que estaban presas. “Las madres eran un mayor sostén que los padres. Se enfrentaban a esas situaciones sin dudarlo. Los hombres lo pensaban dos veces”, señaló.
Graciela Montes de Oca, integrante de la Asociación Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, tenía nueve años cuando comenzó la dictadura. Sin embargo, recuerda “perfectamente” cuando trabajadoras y trabajadores comenzaron a ocupar las fábricas del barrio La Teja, donde vivía con su madre y su padre. Frente a esa situación, varias vecinas, entre las que estaba su madre, se organizaron para recolectar alimentos para quienes estaban ocupando sus espacios de trabajo.
Cuando su padre Otermín Laureano Montes de Oca fue detenido en diciembre de 1975, su madre empezó inmediatamente a buscarlo. La militante retiene varias imágenes de ella misma, junto a su madre, en medio de grupos de mujeres que intercambiaban información en las colas para ingresar a los cuarteles, por ejemplo, o “en los lugares donde se ponían la listas” de detenidas y detenidos. “El boca a boca fue muy importante”, dijo. Montes de Oca sostuvo que esas mismas mujeres, cuando comenzaron a notar que había personas que no aparecían en las listas y no se sabía dónde estaban, fueron las que empezaron a solicitar información, “enviaron cartas a embajadas de otros países e iban a las iglesias a pedir que se denunciara esta situación”.