“Mamá, comprame una pollera. No me pongo más nada de esto”. La postura de Adele fue clara e inamovible. Era 31 de diciembre de 2019 y la niña, de ocho años, estaba decidida a comenzar el nuevo año con una expresión de género que coincidiera con su identidad. Abrió el ropero, sacó todo lo que había adentro y lo tiró a la basura. Desde hacía un tiempo esas prendas no encajaban con ella. Le recordaban al llanto, la tristeza y la soledad, cuestiones que se terminaron cuando logró alzar la voz para que la familia la escuchara y decidiera acompañarla tanto en el proceso que vendría después como en el reclamo y la defensa de sus derechos. El caso de Adele ilustra de alguna forma la experiencia de muchas otras infancias trans.

Catherine Costa, la mamá de Adele, no lo dudó y salió en plena víspera de Año Nuevo a conseguir una falda y una blusa, que su hija lució esa noche. Fue un antes y un después en la vida de la niña y de su madre. Pero el proceso de Adele de reivindicar su identidad de género no fue de la noche a la mañana. Su mamá y su papá se habían separado, se sentía triste, tenía problemas de atención en la escuela y le costaba hacer amigas y amigos. Por todas esas cosas, unos meses antes, había empezado terapia y, poco a poco, a través del juego y el diálogo con la profesional, descubrió que ya no quería ser varón.

El consultorio se volvió un lugar seguro para “ser en libertad”, relató Costa a la diaria. Luego de identificar qué le pasaba, Adele eligió su nombre y empezó a identificar qué aspectos de su apariencia deseaba cambiar para sentirse feliz. El diálogo con los padres vino después. La psicóloga habló con ellos para ayudarlos a “entender” y darles herramientas para acompañar a su hija en una infancia saludable, feliz y libre.

Hoy Adele tiene 11 años. Pasaron tres desde que le dijo a su mamá “Ya no quiero ser varón”, aunque Costa siente que su hija “siempre lo manifestó”, sólo que ella no logró darse cuenta hasta que la escuchó decirlo.

Algo similar le pasó a Magela Dewailly, mamá de Elías, de diez años, y a Fiorella Caballero, mamá de Lucas, de ocho. Cuando Elías tenía siete, le dijo a su mamá: “Soy un varón trans y quiero llamarme Elías”, contó Dewailly a la diaria. Las manifestaciones del niño sobre su identidad de género habían empezado tres años antes, recordó su mamá. En el caso de Lucas, la situación fue similar y a los seis años le dijo a la mamá cuál era su identidad. En retrospectiva, Caballero dice que “Lucas siempre fue él desde que nació” y que “nunca” mostró “nada ‘femenino’”.

Aunque con el paso del tiempo ciertas actitudes de sus hijas e hijos tienen otro sentido para estas mujeres, hoy recuerdan aquel momento como algo inesperado. “No lo imaginamos porque [como sociedad] no estamos informados sobre infancias trans”, señaló Caballero, y agregó que tampoco es una “elección”, ni de los padres ni de sus hijos. Luego de la noticia, vino la incertidumbre, dudas y quizás miedo, pero en la medida en que recibieron información y se acercaron a otras familias con experiencias similares en el colectivo Trans Boys Uruguay (TBU) todo eso cambió.

De todas maneras, aseguran que poco les importó cualquier emoción negativa que podrían haber sentido cuando vieron la sonrisa en el rostro de su hija o su hijo luego de verbalizar cómo se sentían y comenzaran a cambiar su aspecto. “Escuchamos lo que querían y los dejamos ser libres y felices, creo que eso es lo que todas las mamás queremos para nuestros hijos”, apuntó Caballero.

Diversidad y despatologización

Pablo Giménez, psicólogo con formación en diversidad y género, dijo a la diaria que el trabajo del psicólogo infantil con niñas y niños trans es “el mismo” que con las infancias cisgénero. “No existe una técnica específica para tratar a niñas y niños trans porque no hay ninguna patología”, enfatizó. En ese sentido, subrayó que la “despatologización” es un concepto “clave” para tomar en cuenta y recordó que en 2018 la Organización Mundial de la Salud quitó la transexualidad de la clasificación de las enfermedades mentales.

Ese mismo año, en Uruguay se aprobó la Ley Integral para Personas Trans, que en su artículo primero reconoce el derecho a la identidad de género y el “libre desarrollo” de todas las personas con “independencia de cuál sea su sexo biológico, genético, anatómico, morfológico, hormonal, de asignación u otro”. A estos puntos, Giménez agregó la edad. “También hay que respetar las expresiones de género de niñas y niños. Si eso hace la diferencia entre un niño feliz y un niño triste, no hay tema de discusión”, dijo. Por eso, otro término fundamental para el profesional es diversidad, ver que “todos somos diferentes” y “poder salir de la idea de lo binario como lo normal”.

En esa línea, el experto comentó que su trabajo está principalmente dirigido a las madres y padres para “ayudarlos a entender” y brindarles información y herramientas para acompañar a sus hijas e hijos en este proceso.

Uno de los primeros pasos en el trabajo con las familias es aclarar algunos conceptos como sexo biológico (cómo nacemos), identidad de género (cómo nos identificamos), orientación sexual (quiénes nos atraen) y expresión de género (cómo expresamos nuestro género), apuntó el psicólogo. Agregó que, una vez aclarados estos cuatro puntos, en muchos casos las madres y padres “empiezan a encarar” y “entender el tema” con otra perspectiva.

Transición social

“Lo trans en la infancia aparece cuando la niña o el niño puede ponerlo en palabras, cuando logra decir que no se siente bien con su sexo asignado al nacer”, explicó el psicólogo. En algunos casos, las niñas y niños manifiestan su identidad de género a través de las elecciones de juguetes y la ropa. Otros presentan síntomas como bajo peso, alopecia, tristeza, tienen problemas en la escuela, son tímidos, introvertidos y solitarios.

No obstante, Giménez aclaró que esos síntomas no son inherentes a la transexualidad, sino que se desprenden de otras situaciones como “no poder ser”, discriminación, bullying u otras acciones del entorno que pueden afectarlos. Por eso, cuando “el niño logra poner en palabras lo que siente, se produce un cambio realmente significativo en su desarrollo”, agregó.

De eso dan cuenta las tres madres entrevistadas. En sus relatos, sostienen que, después de comenzar a transicionar, sus hijos pasaron de “estar angustiados a estar felices” y disfrutar de su infancia, a tener amigas y amigos y sentirse más plenos. Además, mejoraron su interacción con el entorno en diferentes espacios y su desempeño escolar, entre otras cosas.

“La transición de las infancias es una transición social”, aclaró el experto, es decir que implica que les llamen por otro nombre, un corte de pelo distinto, usar otra ropa, y en algunos casos la modificación del nombre en el documento, pero no hay otro tipo de cambio. En ese sentido, sostuvo que es “muy importante” saber que en esta etapa de la vida “no hay cirugías ni tratamientos hormonales indicados” y, por lo tanto, “es absolutamente reversible”. Incluso es reversible el efecto de los bloqueadores en la pubertad, si es que se usan, que no son hormonas, sino medicamentos que retrasan, por ejemplo, la menstruación y el crecimiento de vello facial en las niñas trans, señaló Giménez.

Los tratamientos hormonales y cirugías “vienen después”, si la persona lo desea, y a una “edad en que las y los jóvenes pueden decidir con la madurez necesaria, como lo hace cualquier adolescente de 16 años que empieza a usar anticonceptivos”, señaló la mamá de Adele. Por eso, para Giménez también es importante informar a madres y padres de que el proceso de transición de su hija o hijo puede tomar múltiples caminos en la adolescencia: puede continuar o no, pueden expresar la necesidad o voluntad de querer hormonizarse o realizarse una cirugía de reasignación de sexo o sentir que no la necesitan.

Espacios seguros para infancias libres

El acompañamiento y asesoramiento del núcleo familiar más cercano es fundamental porque la familia actúa como nexo con otros grupos y espacios sociales de desarrollo de la niña o niño para asegurar que sus derechos sean respetados y se cumplan, señaló Giménez. Añadió que “es importante que todos los espacios sean seguros para esas niñas y niños y no pase que en la microfamilia se les respete el nombre y pronombre, pero cuando se juntan con la abuela se les pide ocultar su identidad”. Así tiene que ser también en la escuela, en los servicios de salud, en los grupos sociales, entre otros, manifestó el psicólogo. En el caso de Adele, Elías y Lucas, entre la micro y la macrofamilia no hubo grandes dificultades, “lo aceptaron” y dieron su apoyo, señalaron las madres. Este elemento no es menor, enfatizó Giménez.

En la reacción del entorno extrafamiliar es donde las experiencias de las entrevistadas comienzan a diferenciarse un poco más. En la escuela de Adele y de Lucas no tuvieron “ningún problema” a la hora de aceptar su identidad de género, y tanto maestras como compañeras y compañeros comenzaron a llamarles por su nombre, contaron sus mamás.

Sin embargo, para Elías fue diferente. “La directora y las maestras decían que podían tener problemas si respetaban su identidad porque en primaria la educación es como más básica y antigua”, contó su mamá, y dijo que tuvo que contactar a las autoridades de Administración Nacional de Educación Pública y acudir con una inspectora a la escuela para que llamaran a su hijo por su nombre. “Después de que empezaron a respetar el nombre y la identidad de Elías, tampoco nos quedamos contentos porque la maestra lo sentaba a un costado del salón y prefería no hablar del tema. Por suerte, este año nos tocó una maestra de lo mejor”, relató.

Respetar la ley

Las madres sostienen que el apoyo del Estado depende del área de la que se hable. Las tres coinciden en que el espacio con mayores dificultades es la atención en salud por varias razones. Entre ellas, mencionaron desconocimiento del personal médico, ningún interés en formarse sobre el tema o falta de “empatía y solidaridad”. “En TBU tenemos una lista de médicos amigables que no llega a 60 en todo el país”, manifestó Dewailly, a modo de ejemplo.

Para las entrevistadas, hay “grandes dificultades” en la atención de infancias trans en pediatría y salud mental, dos áreas fundamentales para el desarrollo adecuado de las niñas y niños. “Hay pocos pediatras que se interesan en aprender sobre el tema”, comentó Caballero. Este es un gran problema porque el pediatra es a “donde los padres concurrimos para controles, es quien te tiene que derivar a otro especialista si es necesario y quien debe brindar información y acompañar”, agregó la mamá de Elías.

A su vez, remarcaron que en los centros de salud no existen equipos multidisciplinarios para la atención de personas trans, como está dispuesto en la ley aprobada en 2018. En ese sentido, el principal reclamo de las familias es que el Estado “respete la ley” porque “hay muchos puntos que no se están respetando” para todas las personas trans.

Las madres también consideraron necesario que se dicten cursos de educación sexual integral en todos los niveles de educación, donde se aborden temas como la orientación sexual, la identidad de género y la expresión de género desde una perspectiva de género e integral. “Hay un desconocimiento importante”, resumió Costa, la mamá de Adele. “Por eso creemos que es necesario enseñar sobre estos temas desde la escuela y también en otros espacios. Más que nada, que se escuche [a las personas que atravesaron o están en una situación como la nuestra] porque muchas veces se habla desde la ignorancia. Eso también nos pasó a nosotras cuando empezamos con el tema. Informarse y escuchar son las herramientas ideales para empezar a cambiar todas las cosas”.