La revista Forbes incluyó a Sara Omi en su lista de “las 100 mujeres más poderosas del mundo” de 2023 por su rol como actual presidenta de la Coordinadora de Mujeres Líderes Territoriales de Mesoamérica y su liderazgo durante los cinco años en que estuvo al frente del Congreso Emberá –una de las siete poblaciones indígenas que coexisten con cierto nivel de soberanía y resguardo de su cultura en Panamá– del territorio de Alto Bayano. Pero ella afirma que su liderazgo viene desde que estaba en el vientre de su madre, Omayra Casama, que fue la primera mujer en obtener el cargo de “cacica” en su pueblo, pese a las muchas trabas que existían por parte de los hombres de la tribu que rechazaban el ingreso de mujeres en ámbitos de negociación, debate y toma de decisiones políticas.

Aún más difícil fue para Sara, que dice haber sido criada para no repetir los patrones de empobrecimiento y de limitación a las tareas de cuidado que recaen sobre las mujeres de su comunidad, y que asegura que fueron muchos los obstáculos que los varones, muchas veces los sabios más longevos y respetados, pusieron a su candidatura a presidenta del Congreso Emberá.

Hoy es reconocida como la primera abogada indígena de Panamá, defensora de los derechos humanos, vocera y conferencista por todo el mundo, y referente de la lucha por la igualdad de las mujeres indígenas en su país.

La semana pasada la líder emberá visitó Uruguay para participar en distintas actividades que se realizaron por los 120 años de la independencia de Panamá, incluido un conversatorio abierto que tuvo lugar en la embajada de ese país. En ese marco, dialogó con la diaria.

¿Cómo logran tu madre, primero, y luego tú sortear esta idea arraigada de que las mujeres son incapaces de liderar?

La verdad es que hay algo así como una trampa estratégica. Los hombres de nuestras poblaciones vieron que, cuando ellos iban frente a los hombres blancos a negociar o exigir por nuestros derechos, no eran bien recibidos ni escuchados. Mi madre pudo hacerse de una voz que penetraba más en la gente del gobierno “blanco” y así empezamos a abrir camino al liderazgo de mujeres en nuestros pueblos, sobre todo por la elección de jóvenes y de mujeres. Aun así fue muy difícil que nuestras voces se oyeran realmente dentro de nuestras comunidades y que reconocieran que quienes tenemos la labor de mantener nuestra cultura, tradiciones y lengua vivas hemos sido las mujeres. Además, somos la primera línea de resistencia y, por ende, las primeras afectadas por los problemas de la enfermedad de nuestra madre tierra, falta de derechos humanos, acceso a la salud, a la educación y al empleo.

En las conferencias que brindás por el mundo hablás mucho de las alianzas y del equilibrio entre la civilización occidental y la de sus pueblos. ¿Ves al feminismo, hoy en día, como una de esas alianzas, o sentís que falta una perspectiva indigenista en la lucha feminista?

Por un lado, explicar que nuestra cosmovisión es principalmente dual y del equilibrio; nuestro origen cosmogónico es de dualidad e igualdad equilibrada entre hombres y mujeres como hijos iguales y duales de nuestra madre tierra. El término feminismo es bastante nuevo en nuestra existencia como mujeres indígenas y hasta poco usado en nuestras reivindicaciones, pues hablamos más de la dualidad y el equilibrio. Pero esto no es sencillo, pues los pueblos originarios han sido sometidos a la colonización y al aprendizaje de lo negativo del mundo occidental. Entonces el machismo, o el patriarcado, es una enfermedad viva que pareciera no tener cura en nuestras comunidades. Nuevamente allí es donde nos toca el trabajo a las mujeres de “curar” esta enfermedad, fomentar esa dualidad desde la resistencia, desde la educación y desde la reivindicación de los derechos humanos de niños, niñas y mujeres, sin apartarnos de nuestra identidad cultural.

Foto del artículo '“El machismo es una enfermedad viva que pareciera no tener cura en nuestras comunidades”, dice Sara Omi, líder indígena emberá de Panamá'

Foto: Alessandro Maradei

¿Eso dejaría afuera al feminismo occidental?

No. Tú decías que nosotras entendemos la importancia de las alianzas, y sí, es claro que el empoderamiento de las mujeres en toda sociedad, civilización o pueblo es importante. Yo deseo y trabajo para que más mujeres a lo largo del mundo tengan cualidades para la vocería, para el intercambio, para la resistencia colectiva en materias, al menos en nuestras comunidades, por las que luchamos y nos formamos las mujeres. También viajando como conferencista y vocera pude ver que, así como en distintas medidas o en diferentes etapas las luchas de los pueblos originarios en Panamá son muy parecidas a las de otros, como acá en Uruguay, donde la realidad es muy diferente pero las necesidades son las mismas, la lucha de las mujeres alrededor del mundo también es la misma aunque cada Estado, pueblo o cultura estén en una etapa más o menos avanzada. Pero lo principal que he notado es cómo en este momento son las voces y el liderazgo de las mujeres los principales agentes de cambio para las urgencias de la tierra y de las infancias.

¿Cuáles son estas urgencias?

Nosotras decimos una y otra vez que nuestra madre tierra está enferma: lo vemos cuando en nuestro río, que es muy bonito, aparecen flotando cientos de peces muertos, en la deforestación y hasta en la escasez de plantas que usamos para la medicina. Otras urgencias son el peligro de nuestra soberanía alimentaria, la ratificación del Convenio 169 de la OIT [sobre pueblos indígenas y tribales] que defiende nuestros territorios, aunque en Panamá ya se da de hecho por otros mecanismos.También el trato humano de igual a igual hacia los nuestros por parte de los occidentales: el derecho a la igualdad en el sistema educativo y en la atención en salud donde nuestras mujeres y niños suelen vivir la discriminación como un hecho, no sólo por la falta de pluralidad religiosa, histórica y de billingüidad en los programas educativos sino también por el aún existente trato discriminativo racial directo. Las marcas que yo llevo ahora [en sus brazos y rostro] fueron motivo de burla y alejamiento por mucho tiempo, y es muy reciente que cierto grupo de jóvenes lo reivindicara, lo perfeccionara, y salen a la ciudad a mostrarse erguidos y orgullosos de su aspecto emberá.

Cuando hablás de resistencia, ¿a qué te referís específicamente?

Pues la resistencia es mantener la lengua viva, las tradiciones, cuidar de los niños. Pero también es poner el cuerpo para proteger un bosque que se tala sin previo consentimiento, también es hacer frente a las decisiones que consideremos equivocadas de los mandatarios occidentales o que atenten contra nuestros derechos. Resistir en mi caso fue formarme y volver a mi tribu con más conocimientos para cuidar nuestros derechos, fue soportar amenazas y maltratos cuando me postulé a presidenta del Congreso de mi pueblo, fue exigir asistencia médica de calidad y con respeto para los nuestros durante [la pandemia por] el covid-19. La resistencia es mantener viva la llama de nuestras tradiciones pero también es construir tradiciones sanas para nuestra madre tierra y para la convivencia entre hombres, mujeres, niñas y niños.

Durante el conversatorio en la embajada encabezaste una mesa donde diferentes representantes del movimiento indígena hablaron sobre la situación de los pueblos originarios de Uruguay, y tú contaste sobre el funcionamiento de las siete poblaciones étnicas dentro de Panamá. Salvando las distancias, ¿ves un camino con posibilidades de emancipación para los pueblos originarios de Uruguay?

Sin dudas es muy diferente el punto de inicio y no cabe dudas de que en Panamá, aún sin ratificar el Convenio 169 de la OIT, nuestras comunidades originarias cuentan al dia de hoy con estructuras políticas y son contempladas nuestras existencias en el marco político y jurídico, cosa que quizá aún no ocurra con los originarios de aquí. Pero, por fuera de eso, el intercambio con todas y todos me dejó la reflexión de que nuestra lucha y resistencias son similares en toda América Latina: la del reconocimiento, la del derecho a la tierra, la de la escucha de nuestros pedidos de misericordia con una tierra enferma que, no importa cuánto cuidemos desde nuestras comunidades, el hombre occidental está destruyendo con efectos irreparables para todos. Pero yo siento que al final la mayor fortaleza está en la unión y la organización colectiva que es generada justamente por estas necesidades. El mensaje acá es que hay que seguir el proceso de reparación, de reconstrucción, de reivindicar nuestros conocimientos y derechos; creo realmente que los pueblos originarios uruguayos pueden llegar a encontrar esa respuesta dentro de la justicia y la justicia social, que se reivindiquen sus derechos colectivos, el derecho a la tierra, al consentimiento previo libre e informado y en primera instancia reconozcan su existencia en sí misma, ya que, por lo relatado, son varios los miembros de su sociedad que niegan su pertenencia al territorio o que refutan su existencia, lo que no me sorprende pero sí me extraña, pues estuve allí sentada con ellos en la mesa.