Algunas memorias se hicieron lugar de forma sencilla en la narración de la historia del pasado reciente, pero otras aún luchan por ser reconocidas. Entre estas últimas están las de las mujeres. Visibilizar y reconocer sus experiencias durante las dictaduras en América Latina entre las décadas de 1960 y 1980 hoy es una tarea ineludible. Ese fue el objetivo de la jornada internacional “A 50 años del golpe de Estado en Uruguay. Mujeres, dictaduras y exilio”, que se desarrolló entre el 14 y el 15 de marzo en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) de la Universidad de la República (Udelar). Una de las tantas actividades organizadas en ese marco fue la mesa “Represión, resistencia y memorias de mujeres”, en la que se presentaron diversas investigaciones sobre el papel de las mujeres frente al terrorismo de Estado durante las últimas dictaduras cívico-militares en Uruguay (1973-1985) y Argentina (1976-1983).
La politóloga y doctora en Ciencias Sociales Ana Laura de Giorgi tituló su ponencia “Tejer y destejer. Las mujeres y los ciclos de rememoración de la dictadura uruguaya”. La investigadora explicó que “si bien los procesos de rememoración sobre el pasado reciente son distintos, en el caso de las mujeres hay algo que comparten”. Por eso eligió el recurso del tejido para plantear la idea de que la memoria se hila a partir de elementos en común, pero también se desteje por los aspectos que “quedan por el camino”. Antes de proseguir, aclaró que centró su exposición en el relato de las mujeres ex presas políticas.
“La rememoración es una experiencia pasada que se activa en un presente. Esa activación, muchas veces, está relacionada con el deseo de comunicarla”, sostuvo De Giorgi, y señaló que esos procesos pueden pensarse en “ciclos” vinculados a aspectos del contexto sociocultural como, en este caso, “al movimiento de los derechos humanos y al movimiento feminista”. En su presentación la académica planteó la existencia de tres ciclos o “momentos discursivos” de la “rememoración” de las mujeres en dictadura que no necesariamente tienen un orden cronológico, sino que se caracterizan por los elementos que se ponen en juego en el análisis y en el discurso.
Los primeros puntos del tejido de la memoria pueden ubicarse entre 1987 y 1990, sostuvo la politóloga, y apuntó que en esta instancia “se teje un ‘nosotras’, una memoria colectiva, amplia y generosa, porque intervienen no sólo las afectadas directas de la dictadura, sino otras mujeres, como las vecinas, madres, hijas, entre otras”. “Este primer tejido es la narración de una resistencia feminizada que visibiliza la experiencia concreta de las mujeres en colectivo”, expresó. La investigadora manifestó que las mujeres en dictadura desarrollaron diferentes formas de resistencia en las cárceles como gestos y formas de comunicación codificada para pasarse información, hacer teatro, cantar en grupo, arreglarse el pelo, coser los uniformes. “Hicieron una resistencia que tuvo que ver con las prácticas vinculadas a la socialización de género y por eso, de alguna manera, es una resistencia feminizada”, dijo De Giorgi en ese sentido.
La investigadora señaló que el segundo ciclo se inició con la denuncia por violencia sexual en dictadura que presentaron 28 ex presas políticas en 2011. En ese momento “se empieza a pensar qué es ese fenómeno de la violencia sexual”, que, además, en este caso, no es sólo una manifestación de la violencia de género, sino también una forma de violencia institucional, explicó. Las mujeres comienzan a plantear que el terrorismo de Estado desarrolló otras agresiones hacia ellas que responden al “orden de género”: “Esto desata un montón de discusiones que tienen que ver con la entrega del cuerpo, con el consentimiento, con la opresión”, apuntó la politóloga, y destacó que esto se produce en el contexto de “un movimiento feminista que crece cada vez más”.
El segundo momento discursivo se extiende hasta hoy y se solapa con el tercer tejido. De Giorgi señaló que este último telar “desarma la idea de víctima y de que las mujeres somos naturalmente distintas” y “teje una trama que reivindica una agencia que no sólo es la de luchadoras del movimiento de derechos humanos, sino la de militantes políticas y desobedientes del orden de género”. Asimismo, dijo que en este contexto las mujeres ex presas políticas comienzan a habitar “cada vez más” el movimiento feminista. “Creo que este es un proceso que va a seguir. Espero que siga, que se teja y desteja”, expresó De Giorgi, y cerró su exposición con la pregunta: “¿Qué queda por tejer y destejer?”.
Mujeres universitarias en la dictadura
Por su parte, Vania Markarian, doctora en Historia Latinoamericana, y Jimena Alonso, magíster en Historia y Memoria, ambas integrantes del Archivo General de la Udelar (AGU), presentaron algunos datos recolectados por el equipo del archivo relacionados con los espacios y lugares que ocuparon las mujeres universitarias durante la intervención de la universidad en la dictadura. Markarian sostuvo que, si bien “la historia feminista no ha sido el centro del interés académico”, se han hecho diferentes esfuerzos de incorporar las trayectorias de las mujeres a la historia “social, intelectual y política” de la universidad.
La doctora en Historia señaló que en esa línea una de las cosas que se hicieron fue retomar un proyecto de la FCHE de 1990 –hasta esa fecha había sido la Facultad de Humanidades y Ciencias e incluía las carreras de la actual Facultad de Ciencias– dedicado a recabar información sobre “personalidades de la historia de la universidad”. “En 2017, cuando hicimos el conteo de mujeres presentes en ese registro, encontramos que sólo eran unas 20 en 350 nombres que figuraban en la base”. Mediante diferentes iniciativas, el equipo de AGU logró incorporar la trayectoria de 30 mujeres más a ese proyecto. Todas las historias pueden encontrarse en el sitio web “Historias universitarias”.
En tanto, Alonso habló sobre la evolución de la cantidad de mujeres profesoras en la Udelar entre 1953 y 1985. En esa línea, señaló que en 1968 se presentó un censo sobre la conformación del plantel docente de la universidad y que, de acuerdo a los datos recogidos en ese momento, en 1953 había 1.468 docentes en esa casa de estudios. De ese total, sólo 105 eran mujeres. Además, al observar el dato por servicio, se desprende que en algunas facultades, como Agronomía, la “presencia de mujeres era nula” y en otras, como Arquitectura, Ciencias Económicas o Derecho, “no pasaban de ser una o dos”. La académica resaltó que Humanidades era la facultad con mayor cantidad de mujeres profesoras en ese entonces: siete en 58 docentes.
De acuerdo con la información obtenida por AGU, 20 años después, en 1973, en la Udelar había “alrededor” de 1.200 docentes. De esa cantidad, 200 eran mujeres. Alonso aclaró que estos datos no corresponden a estadísticas de la universidad, sino al padrón electoral de las elecciones nacionales de 1971. No hay datos de la propia Udelar debido a la intervención de la institución en 1973. “Tenemos un número menor de docentes comparado con 1953. Pero eso tiene que ver con la construcción de la base de datos, no con que efectivamente fueran menos docentes”, explicó. De todas formas, consideró que se puede dar cuenta de “un aumento” de la presencia de las mujeres profesoras. Por otra parte, la historiadora apuntó que la distribución por servicio se mantuvo de forma similar. Humanidades, nuevamente, fue la dependencia de la Udelar con más cantidad de mujeres en el plantel docente: 22 profesoras en total. En el extremo contrario se ubicó Agronomía, con 11 profesoras.
Alonso también presentó datos vinculados al lugar que ocuparon las mujeres en las listas de las elecciones universitarias de 1973. En esa instancia se votó la conformación de la Asamblea General del Claustro y el claustro de cada facultad. Las autoridades electas para ambos organismos no asumieron por la intervención de la Udelar. Sin embargo, si hubieran ocupado el cargo, en el caso de la asamblea general, “sólo hubiera habido dos mujeres en casi 30 personas”, dijo Alonso. En los claustros de las facultades, la presencia de mujeres hubiera sido mayor, aunque en Agronomía y Odontología sólo fueron electos varones. “Nuevamente, la vanguardia la hubiera tenido Humanidades con un claustro integrado por 11 hombres y cuatro mujeres”, señaló.
“Constructoras del orden democrático”
En el panel también participó Débora D’Antonio, doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución, que presentó parte de su trabajo “Madres de Plaza de Mayo y la construcción y apoyo en redes transnacionales de denuncias políticas y jurídicas por violaciones a los derechos humanos”.
En primer lugar, la experta destacó que la experiencia de la Asociación Madres de Plaza de Mayo fue “vista y encuadrada muy tempranamente como parte del proceso de feminización de la escena política argentina durante la dictadura y en particular en la década de 1980” y señaló que fue un grupo con “un altísimo nivel de visibilidad a nivel político local e internacional”.
En línea con ese primer punto, D’Antonio dijo que la asociación de madres “polemiza” con la “idea de victimización con la que, muchas veces, se ha construido la lectura sobre las experiencias de las mujeres en la dictadura”. “Las Madres de Plaza de Mayo se corrieron de esa lógica de la victimización al llevar adelante distintas acciones –con mayor o menor conciencia de lo que se estaba haciendo– muy irreverentes en momentos muy difíciles para Argentina y para la región. La simple idea de llamarse ‘madres’ de un sitio emblemático ya las coloca en un lugar destacado. Es un nombre hiperpolitizado”, manifestó.
En segundo lugar, la historiadora mencionó que las madres también se desplazaron de un “posicionamiento centrado en lo biológico para pensar la dimensión política de su asociación” y consideró que en el contexto de la dictadura argentina este fue un “elemento muy significativo sobre la forma de estar en la escena política”. D’Antonio señaló que otro de los puntos centrales de su estudio se centró en el análisis de “cómo se llevó el duelo de lo privado a lo público”. Al respecto, dijo que la “politización del duelo” implicó una “transformación muy fuerte de la subjetividad de esas mujeres” que permitió “salir de ese ámbito de dolor que puede generar la pérdida de un hijo a partir de la figura siniestra de la desaparición y que tiene el plus de la intervención del Estado”.
La experta argentina también subrayó las “intervenciones jurídicas a nivel internacional” que desarrollaron las Madres de Plaza de Mayo. “Las prácticas de resistencia para sacar información al exterior de la asociación tuvieron mucho y necesario apoyo en las organizaciones de derechos humanos de la región y del mundo entero”, manifestó. Y apuntó que esto implicó un reposicionamiento del “lenguaje de los derechos humanos” e impulsó que este tema ganara “espesor en la opinión pública internacional”. “La dinámica transnacional e internacional de hacer política es muy propia del feminismo, aunque las madres no tuviesen esa conciencia”, agregó.
Por último, D’Antonio destacó el papel de las Madres de Plaza de Mayo como “constructoras del orden democrático”, no sólo por su lucha en el “establecimiento de la desaparición forzada como una categoría jurídica de peso”, sino porque, a pesar de sus “diferencias y matices, intervinieron en cada hecho político” para fortalecer la democracia, como por ejemplo en el juicio a las Juntas Militares en 1985 o en la crisis “económica, política y social” bajo el mandato de Carlos Saúl Menem, quien gobernó el país entre 1989 y 1999.