A todas las complejidades que puede haber en un proceso de interrupción voluntaria del embarazo (IVE), en general, se suman algunas extras cuando se aborta en el interior del país. En primer lugar, fuera de la capital es mayor el número de ginecólogos objetores de conciencia que no realizan el procedimiento: en algunos hospitales públicos del interior llega a haber 100% de profesionales objetores en policlínica y en guardia, de acuerdo con datos del Ministerio de Salud Pública. Además, en localidades con poblaciones más reducidas hay mayor probabilidad de que la mujer que va a la consulta conozca a los profesionales que la atienden. Ese es el caso de una mujer que habló con la diaria sobre su aborto en Colonia.

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Fue un momento difícil, tengo que decirlo. Siento que todavía no llegamos como mujeres a la deconstrucción tal de poder transitar ese momento realmente con la tranquilidad de que una está haciendo lo que considera que es lo mejor. Todavía creo que hay mucho tabú al respecto. Es una cosa de mucha introspección también, porque en definitiva es una decisión que estamos tomando respecto de nuestro cuerpo. Siento que yo, tal vez, no me sentí tan habilitada para compartirlo con amigas que me hubieran acompañado, capaz, más cerca en el proceso.

Fue en 2020, en plena pandemia, así que hay cierta particularidad de la situación. Me encontraba viviendo en un balneario de acá y mi movilidad en ese momento estaba súper reducida. Estaba saliendo a trabajar solamente un día a la semana y mi red de sostén estaba como transformándose porque yo venía de vivir afuera.

En todo el proceso estuve bastante asesorada, me metí en internet y busqué muchos protocolos. Además, yo soy intérprete de lengua de señas y me tocó interpretar un proceso de IVE. Vengo muy involucrada con el sistema de salud, entiendo cómo funciona el sistema médico hegemónico y la violencia institucional que hay al respecto. Leí sobre mis derechos como usuaria y de qué cosas estaba bueno que pasaran y qué no, aunque no sé si me fue tan fácil acceder a esa información, capaz que es otra cosa que está bueno problematizar.

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Yo estaba muy segura de la decisión, entonces transcurrió de forma bastante armoniosa incluso. La primera consulta la hice en el lugar que me quedaba más cerca, que era Juan Lacaze, después de un Evatest que me había dado positivo. Intenté activar todo lo más rápido posible.

En la consulta me encontré con una médica, era una persona casi de mi edad con la que yo había frecuentado mucho, y me sentí muy cuidada por ella, fue súper respetuosa. Eso capaz es la particularidad del interior; todo el mundo se conoce. Que esto pase en el interior lo hace bastante desafiante, estuvo en mis preocupaciones desde el inicio.

Se activó todo y tuve que viajar en ómnibus hasta Rosario –eso hace que se sume cierta complejidad– para hacerme el análisis de sangre y la ecografía. Eso estuvo todo súper bien, en ningún momento fue con sonido; decidí no mirar pantallas ni nada y la persona que me la hizo en ningún momento hizo comentarios que no fueran sobre cómo estaba viendo todo.

Después tuve el comité [interdisciplinario], que estuvo bien, pero la sorpresa para mí fue que el trabajador social era el padre de una de mis mejores amigas. Entonces cuando llegué fue una sorpresa y se me activaron un montón de alertas. Es lo que sucede un poco en el interior, todo lo que tiene que ver con la confidencialidad es complicado. [Sería bueno tener] la posibilidad de elegir quién integra ese comité, si yo puedo ver la plantilla de profesionales que trabajan, capaz que no se puede porque es el único, pero bueno.

Igualmente, a mí me jugó de una manera súper positiva porque me sentí bien acompañada. Estaba con mi pareja en ese momento, pero decidí entrar sola y en realidad me sentí muy acompañada por él y respetada. De hecho me hicieron muy pocas preguntas, que a veces me queda un poco la duda de si no fue porque él estaba ahí.

Esos cinco días [de reflexión] fueron tipo un trámite, o sea, era esperar que se pasara lo más rápido posible. Después tuve que volver a Rosario a buscar la medicación y en esa instancia fue que la ginecóloga me dio el papel de la certificación que decía “aborto”.

Yo no sé si está bien o mal, en realidad, pero a mí lo que me pasó fue que yo con ese papel fui a mi trabajo, y no tendría que haberlo entregado porque eso va todo por BPS [Banco de Previsión Social], pero como no sabía, se lo di. Fue una situación re incómoda para mí, porque sé que circuló y me acuerdo de una persona que yo no conocía particularmente, una adulta mayor que hace muchos años trabajaba ahí y se acercó como a darme una especie de pésame, una cosa así. Fue de lo más difícil, me sentí muy incómoda, muy enojada, y me acuerdo que lo comenté después en la visita de control.

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Las pastillas las tomé en mi casa. Yo estaba acompañada por mi pareja y había hablado con alguna amiga que estaba como a la situación en ese momento por mensaje, porque también estábamos en pandemia. No fue un momento lindo, yo no tenía mucha expectativa al respecto, capaz como una forma de resguardarme, de no ir con mucho en la cabeza. Con mi pareja en ese momento ya no estábamos tan bien, entonces mi acompañamiento fue a medias, pero estaba muy tranquila.

A mí me resultó todo súper rápido. De hecho, creo que pude identificar el embrión en un coágulo bastante grande. Fue rápido, o sea, un día. Después fue simplemente descansar, pero sí fue mucho más que una menstruación, más sostenido en el tiempo el dolor.

Me llama un poco la atención lo sola que te dejan en el momento que te dan la medicación. No hay nadie que haga una llamada por teléfono para ver cómo te vas sintiendo, si precisás algo o cómo va, por lo menos atendiendo al contexto en el que cada una está. En ese momento, en mi caso, no tenía ni auto, si realmente me hubiera pasado algo con el misoprostol nadie se enteraba.