De niña, Irantzu Varela jugaba a la periodista con la máquina de escribir de su tía, pero no tecleaba hasta el fondo para no gastar la tinta que salía cara. Con El Tornillo nos enseñó que se puede hacer periodismo feminista con humor, sin abandonar la profundidad teórica. Sea cual sea el formato que elija para dar sus mensajes (videos, monólogos, entrevistas, tuits, columnas de opinión), lo que ella hace, dice, es “propaganda”.

Nos encontramos el sábado al mediodía en el Gran Sportman, y los señoros presentes en el bar escucharon un poco de ese vozarrón que pregonó durante una hora por feminismo interseccional, lesbianismo y amigas.

Hoy tiene una tertulia en Biblio Memoriales y mañana hará el show de monólogos Señoras Fallidas con la humorista argentina Ana Carolina y la local, Laura Falero, en el Living.

En octubre pasado participaste en el Congreso de Periodismo Feminista organizado por Pikara Magazine en Bilbao, con un monólogo titulado El periodismo feminista es imposible. ¿Por qué?

Además de escribir y de compartir oficina con quienes integran Pikara Magazine, son amigas y me han sacado de muchos momentos muy jodidos (porque una cosa que aprendes es que necesitas amigas que vivan lo mismo que tú, porque si no es muy difícil de entender). Ellas me pidieron que escribiera un monólogo y, aunque es muy difícil escribir “a la carta”, pensar chistes o mensajes sobre un tema concreto, con ellas lo hice. Y era sobre lo difícil que es hacer periodismo feminista en un mundo que está totalmente atravesado por la mirada patriarcal, blanca, cis, hetero, donde cada vez que decimos algo parecemos chifladas y en el fondo sabemos que tenemos razón… y que nos la acabarán dando. Entonces hice bromas sobre eso. En realidad, lo que hago todo el rato es opinar yo, sobre lo que pienso yo sobre lo que sea. Como periodista, quizás no sea el gran ejemplo profesional, porque, en el fondo, es bastante propaganda. A mí me interesa la propaganda. En realidad, desgraciadamente, el periodismo hegemónico es propaganda neoliberal, patriarcal, colonial, racista; entonces, me interesa hacer propaganda de la contra. Me interesa opinar. La objetividad y todo eso no es lo mío. Le llaman “objetividad” a la mirada masculina, cishetero, del norte. Hay un montón de gente en el planeta que cree que su mirada es la mirada universal y no hay nada más colonial que eso. Creo que desde el periodismo feminista intentamos explicar el mundo desde la perspectiva de “la otra mitad” [como se llamaba su primer blog], pero, al hacerlo, te das cuenta de que ya no es sólo “la otra mitad”: es el otro hemisferio (económico y sociopolítico, sobre todo), son las otras razas, las otras identidades, y te das cuenta de que no existe una mirada única. Nos han vendido que sí hay una mirada única y por eso funciona; me parece que esa es la batalla que hay que dar.

La semana pasada la activista y escritora Beatriz Gimeno publicó un artículo en Pikara titulado “¿Qué es una mujer?”. ¿Por qué nos seguimos haciendo esa pregunta? ¿Cómo ves este interrogante, en una coyuntura de discursos antiderechos, transexcluyentes, de avances fascistas y conservadores?

Hacerse preguntas siempre es bueno, pero [la filósofa francesa] Simone de Beauvoir ya dejó claro que la femineidad es un discurso político para la opresión. Se ha elegido a la masculinidad como lo que prevalece y a la femineidad como lo que obedece y está en segundo plano. Lo que pasa es que a ese discurso hay que complejizarlo, profundizarlo y contextualizarlo. Teniendo en claro que [ser mujer] es un discurso político para la opresión, nosotras podemos resignificarlo para ser un sujeto político, que no puede ser estanco, no puede ser ortodoxo y no puede ser biológico. ¿Qué es una mujer? Es que ese debate está abierto desde [la oradora antiesclavista estadounidense] Sojourner Truth, cuando decía “¿acaso no soy una mujer?” [discurso de 1851] porque todavía había mujeres para las que las mujeres negras no entraban en su concepción como tales… y todavía habrá muchas. No se puede ser tránsfoba sin ser racista y clasista. La pregunta [qué es una mujer] me parece estupenda, pero un sujeto político no puede estar enmarcado desde lo biológico. Eso lo hacen los nazis y eso lo hace Israel [afirmando] que para formar parte de un sujeto político tiene que haber ciertas características biológicas; es que así empiezan todos los supremacismos. Le podemos dar todas las vueltas que haga falta y sé que hay muchas mujeres que han construido una identidad feminista y su identidad como persona en torno al hecho biológico de ser una mujer y que les cuesta romper con eso, pero bueno, querida, lo siento: imagínate todas las que han tenido que atravesar toda una vida de intervenciones y de cuestionamientos para poder llamarse “mujer”. Y eso no quita reivindicar la menstruación, la vagina, no es renegar de nada, pero es entender que un sujeto político es político y, por lo tanto, es construido, cuestionado y en cambio constante. Yo lo transinclusivo lo tengo clarísimo. Es una osadía lo que voy a decir, pero bueno, imagínate: yo soy vasca. En mi DNI y en el pasaporte dice “Reino de España”, con una bandera de España, le pago mis impuestos a España y al rey, ¿pero me vas a convencer tú de que soy española? No. Entonces es eso, las identidades construidas no se pueden imponer. Y en este caso, la construcción de un sujeto político [como “la mujer”] no puede ser excluyente; sólo puede excluir al opresor, lo que pasa es que muchas veces no tienes claro eso. Quien no vea que las personas trans sufren más la opresión que las mujeres heterocis, no está viendo sus privilegios, y esas personas y esos feminismos no conectan conmigo en lo más mínimo.

¿Cómo articular dentro de las diferencias y de las distintas agendas entre los feminismos para dar la batalla desde esta mitad?

No creo que las agendas políticas concretas de grupos que sufren una opresión específica divida. Hay muchas que me lo discuten, pero el feminismo es la lucha contra todas las formas de opresión, porque tú no puedes luchar contra una y otra no; esto ya lo hemos intentado con la agenda política de la lucha de clases, que, con eso, íbamos a acabar con todas las demás opresiones, y ya sabemos que no. O cuando tienes luchas territoriales, creer que la lucha de los pueblos va a acabar con las demás opresiones. Siento que en el País Vasco hemos entendido (el movimiento feminista ha hecho entender a todos los demás) que eso no es así. Dividir las opresiones es una construcción teórica que hemos hecho quienes las combatimos, pero las opresiones no son sistemas estancos: el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el capacitismo son lo mismo, no existe capitalismo sin colonialismo, ni capitalismo sin patriarcado, no existe capitalismo sin racismo, o sea... [Irantzu conecta las opresiones dibujando con sus manos esferas en el aire]. Los cambios en la humanidad los han hecho quienes se organizaron para luchar contra una opresión que las atravesaba y luego ya se aliaban con otras. Entonces, yo entiendo que las racializadas, las migras o las discas planteen hacer una política específica, porque, si no lo plantean ellas, las que no estamos atravesadas por esa opresión no la vamos a plantear. Yo esto lo he visto al momento de formar parte de la comunidad lésbica, que te das cuenta de que hay una agenda propia, y que las heteras no la van a plantear, porque están planteando la agenda política que las atraviesa. Creo que tenemos que ser capaces de articular agendas sin hacer olimpíadas de la opresión, pero sin tampoco definir luchas principales. Lo sabemos las que venimos de una militancia que ha heredado prácticas de una militancia de izquierda. Por ejemplo, en la lucha independentista en Euskal Erria, había una lucha principal y ese formato ha funcionado para muchos avances, pero ya no sirve. No le podemos decir a las racializadas “hoy es el 8M, no estamos con el racismo”; como decía [la filósofa afroestadounidense] Angela Davis: “Quien no es antirracista, no puede ser feminista”. Yo sé que es complicado, porque tienes agendas como la Ley de Cuidados, como ahora en España, y vienen las gitanas con unos planteamientos muy propios de su opresión específica, que no la ejerce la abstracción o Estados Unidos, la ejercen las payas [dice y se señala: pone sus manos sobre sus hombros] y los payos. Entonces, yo prefiero que avancemos como cuando un grupo de amigas van juntas a una ciudad nueva y todo es nuevo y decides ir acompañada, y ninguna se mueve hasta que una termina de pagar el libro que está comprando o la otra termina de mear. Pues es así: prefieres ir a dos lugares que ir a diez antes que perder a tus amigas por el camino. Esto tiene que ser el feminismo: los avances tienen que incorporar a todas. Si no, no interesa. Porque para que haya señoras blancas, cis, heterosexuales, flacas, con estudios, mandando, si son feministas lo harán mejor que cualquier señoro, pero no hemos venido aquí para hacer lo mismo. Las académicas blancas, sobre todo algunas, se tendrían que callar la boca mucho tiempo y mirar un poco a su alrededor, o leer Rebelión en la granja o mirar La vida de Brian. Cuando escribí en el libro (h)amor gordo (Continta me tienes, 2023) y pude reflexionar desde el gordoactivismo cómo vivo, politizarlo, explicitarlo, que tu gente te lea cómo te sientes tú con tu propio cuerpo, para mi alrededor ha sido una auténtica bomba entender que me siento así. El día de la presentación, que éramos la mayoría gordas, nadie dijo “tú no eres gorda, tú eres rellenita”. Por eso es importante hacer agendas propias. Una política de las diferencias y de las opresiones la tiene que hacer la gente que las encarna. Si quieres hacer un feminismo revolucionario, tienes que incorporar la agenda de todos los dolores estructurales.

“Prefiero que avancemos como cuando un grupo de amigas van juntas a una ciudad nueva y todo es nuevo y decides ir acompañada, y ninguna se mueve hasta que una termina de pagar el libro que está comprando […] Pues es así: prefieres ir a dos lugares que ir a diez, antes que perder a tus amigas por el camino. Esto tiene que ser el feminismo: los avances tienen que incorporar a todas”.

En algunas entrevistas decís que “performabas la heterosexualidad”. ¿Cómo impactó en la construcción de tu identidad política hacer público que sos lesbiana?

Fui una privilegiada total. Cuando tuve una pareja mujer, yo ya tenía 42 años, estaba politizada, mi entorno es muy consciente de mi nivel de politización, muchísima gente me dijo “lo sabíamos”, siempre he entendido que erotizaba a las mujeres, siempre me ha parecido que la monosexualidad era una cosa muy impuesta. He identificado que me han gustado mujeres a lo largo de mi vida, pero he tenido una existencia bastante heteronormativa, entonces no se me había dado. Creo en el deseo. Entonces, el día que deseara una mujer y se dieran las condiciones, no hubo grandes sorpresas. Lo único es que les di un motivo más para odiarme: vasca, feminista, gorda, independentista, anticapitalista y, encima, lesbiana. Incorporar una opresión a lo que encarnas también ha implicado participar en una comunidad. Mi existencia lésbica es mucho más feliz. Salir del ámbito del deseo masculino ha sido liberador y me ha tocado en una edad, y habiendo engordado, que en el mercado de carne de la heterosexualidad soy un engendro; sin embargo, en el mundo donde convivimos las corporalidades que deseamos de otra manera, las lesbianas politizadas, las bolleras, conscientes de la opresión que vivimos en el sistema y de que somos disidentes, esa disidencia me ha dado muchas alegrías. Mira, en mi vida me han dado dos premios y han sido por ser bollera: el premio Arco Iris por la igualdad y el premio Pluma LGBT. Llegué a través de desear y ese es el mejor camino.

Reír y tener un centro cultural propio

En 2023, Varela inauguró La Sinsorga. Con mucho esfuerzo físico y económico, rematando hasta los lentes con pestañas, la barba, la claqueta y la katana con la que filmaba El Tornillo, montó el sueño de la piba: un centro cultural feminista donde encontrarte con amigas. Más que un cuarto, un lugar propio. La Sinsorga funciona donde antes hubo una tienda de vestidos de novia. “Ya están exorcizados”, dice Irantzu. Para la inauguración, diversos artistas han intervenido las prendas.

“Siento que El Tornillo era un formato que fue súper acertado, porque no había muchas feministas hablando de una manera pedagógica, con sentido del humor, en español, pero ahora sí hay; hay gente más joven haciendo Tik Tok u otras cosas. Y hay que saber irse a otro lado. Cuando vi Sunset Boulevard me impresionó que la actriz es más joven que yo ahora y representa a alguien más joven, de menos de 50, y se ponía cinta aislante [se estira la piel del rostro] sintiendo que su vida se había acabado. Y yo necesito siempre sentirme joven y moderna, entonces creo que algunos formatos hay que dejarlos. El Tornillo ya había tenido un recorrido brutal, estoy sorprendida gratamente de toda la gente que me dice aquí y en Argentina que les servía, que les gustaba, que lo ponen en sus clases. Me parece que ha cumplido su función y ya está”, asegura.

Otro camino que está profundizando es el de los monólogos de humor, que comenzaron a demanda y ahora hace en salas de teatro. Dice que no hace stand up porque no se siente tan cómoda improvisando. “El humor es una herramienta para hablar de cosas que no se pueden hablar en serio. Ellos llevan haciendo chistes sobre los pobres, sobre la gente racializada, los maricones, los chistes sobre matar mujeres son un hit siempre”, señala.

Y no necesitan un abogado, como vos.

Claro. Yo hago chistes sobre matar señores porque no hemos matado ninguno, entonces nadie me puede acusar de incitación al delito porque el régimen terrorista feminazi no existe. Si alguna, un día, decide hacerlo, igual tendré que revisar los chistes, o no, yo qué sé. Hay un superpoder que me ha dado toda la violencia que he vivido que es que siento que no tengo nada que perder. Me gusta mucho el final de Blade Runner, que dice [pone voz grave]: “Habrás experimentado qué es el miedo. El miedo es la esclavitud”. Me siento muy libre por eso: no tengo un trabajo del que me echen, ni un jefe al que responder, ni un prestigio que defender, ni bienes para embargar. Y yo hago humor hacia arriba: me puedo reír de la gente que es más privilegiada que yo, no me puedo reír de la gente que está peor que yo. Hay que reírse del rey y de la Policía, no de la gente gorda o pobre o del pueblo gitano.

“Yo hago humor hacia arriba: me puedo reír de la gente que es más privilegiada que yo, no me puedo reír de la gente que está peor que yo. Hay que reírse del rey y de la Policía, no de la gente gorda, o pobre o del pueblo gitano”.

Una artista de lo que quede

Lo que quede es el título del nuevo libro de Irantzu, que estará en librerías españolas el 3 de abril, editado por Continta me tienes. “Es una autopornografía”, dice y, conforme pasan los días desde que lo envió a su editora, le parece que ha contado “demasiado”. Pero ya no se puede cambiar.

“La estructura que elegí son las 28 letras del alfabeto y cada una tiene tres números, tres voces en primera persona: una, son voces contando lo que ha construido lo que soy; otra, una voz en off, de pensamientos, que escribí en forma anónima en el blog de Faktoria Lila y jamás pensé que iba a leer mucha gente; la tercera son los dolores: situaciones de violencia vividas o el recuerdo, la autopercepción y el relato que me siento capaz de contar de esas experiencias. Las tres hacen un relato que se puede leer de manera seguida, pero fantaseo con que la gente se lo lea a saltos, como los libros de Elige tu propia aventura”.

El título del libro viene de la canción “La maza” de Silvio Rodríguez: “Si no creyera en quien me escucha / Si no creyera en lo que duele / Si no creyera en lo que quede / Si no creyera en lo que lucha”. Irantzu lo recita de memoria, como cuando se va de copas con sus amigas y les pide que pongan esas líneas en su futura lápida. También tiene un aire a la cita de Emilia Pardo Bazán que leyó en el suelo de la casa de esa escritora en La Coruña: “Queda lo escrito; todo lo demás no queda”.

De Artemisia Gentileschi a Federico García Lorca, de Virginie Despentes a Las Vulpes, las referencias artísticas que cita y le interesan son las de los márgenes, las expresiones que hacen política con su arte. Por eso para hacer monólogos se ha vestido de Mujer Maravilla pero con una bandera vasca. Aunque el ciclo de El Tornillo haya terminado, los videos siguen circulando y armó una genealogía feminista como deseaba. Lo que queda de Irantzu Varela es mucho porque lo único que tiene es libertad.