“Solas somos invisibles, juntas somos invencibles”, dice la pancarta blanca con letras negras y violetas que cuelga de los dos ventanales de la casa que dan hacia la calle Reconquista, en la Ciudad Vieja, y que brindan la bienvenida al lugar. El cartel también adelanta que se trata de una vivienda colaborativa y que las residentes están nucleadas bajo el nombre Mujeres con Historias. Más tarde, mientras se preparan para la inauguración oficial, algunas de ellas dirán a la diaria que más que un proyecto de vivienda es un proyecto de vida. Para ellas y para las generaciones que las sucederán.

El colectivo Mujeres con Historias se constituyó como asociación civil en diciembre de 2018. Hoy en día está integrado por 24 mujeres, todas mayores de 60 años, vinculadas al feminismo desde sus distintas trayectorias, profesiones y militancias, y unidas por el deseo de transitar la vejez de forma autónoma y activa, pero sobre todo juntas, acompañadas y en comunidad. De ese deseo común nació la idea de crear la primera vivienda colaborativa feminista para personas adultas mayores en Uruguay.

Después de investigar y recabar información de experiencias similares de otros países, las mujeres presentaron la iniciativa a la Intendencia de Montevideo (IM), que finalmente, en mayo de 2024, cedió en comodato un inmueble recuperado a través del programa Fincas Abandonadas. El jueves pasado, ante la presencia del intendente Mario Bergara y otras autoridades departamentales, se cortó la cinta y la vivienda quedó oficialmente inaugurada. La finca tiene construida una casa con una sala de estar, un baño y una cocina, que ya quedó operativa y que es el preámbulo del extenso patio donde se edificará la parte residencial.

Las integrantes del colectivo anunciaron durante la inauguración que, de cara a la construcción, lanzarán un concurso para que arquitectas y arquitectos presenten proyectos. Por definición, la vivienda colaborativa es un complejo habitacional en el que las personas conviven en espacios comunes, pero cada una tiene además su propia vivienda o espacio privado. En este caso, ellas hablan de un cuarto propio –quizás en un guiño al emblemático libro homónimo de Virginia Woolf– con un baño. El resto de las áreas serán compartidas, incluido el salón, que ya quedó funcionando y que ellas imaginan como un espacio que pueda ser utilizado por la comunidad.

Una de las condiciones que ponen es que para la edificación “se utilicen elementos de economía circular y sustentable, porque queremos ser responsables hasta después de morirnos”, dice a la diaria una de las fundadoras del grupo, Clara Píriz, de 78 años. Su compañera Cristina Grela, de 81, la complementa: “Que las que sigan el proyecto tengan otra dinámica de la ecología y de la sustentabilidad”. Las referentes aseguran además que fueron “muy claras” respecto de que quieren “una vivienda digna y justa”, que no tiene que ver con “una cuestión de lujo”, sino con “lo que personas adultas mayores necesitan, con las características de seguridad que se necesitan y que pueda ser replicable”, insiste Grela, “porque eso es lo que queremos para la población uruguaya”.

Durante la inaguración de la casa sede del colectivo Mujeres con Historias.

Durante la inaguración de la casa sede del colectivo Mujeres con Historias.

Esta manera de vivir juntas

Cuatro de las mujeres con historias recibieron a la diaria en la flamante sede un ratito antes de que se llenara de gente, micrófonos y cámaras. En la sala de estar, todavía no del todo acondicionada, se destacan dos de las balconeras que el Municipio B regala todos los 8M –una dice “vecina feminista” y la otra “casa feminista”– y en un rincón, apoyado sobre la pared, un cartel que, con una foto en blanco y negro, avisa: “Las tatarabuelas del 8 de marzo”.

“La gente en su mayoría quiere vivir bien y sola en su casa, atendida. Esa es la idea que tienen porque no hay otros modelos que se puedan vislumbrar, pero cuando te estás poniendo vieja, te das cuenta de que, aunque tus hijos te atiendan y vengan y estén y no estén, la soledad es un conflicto muy grande de los adultos mayores”, introduce Grela al ser consultada sobre qué impulsó la iniciativa. “Esta manera de vivir juntas, tener un cuarto propio con baño, y después todos los servicios en forma colaborativa y reunirnos y estar y salir a pasear y atender al barrio, todo lo que hagamos nos va a mantener más autónomas; esa es la principal historia de cuando estás envejeciendo”, asegura la médica y activista por los derechos sexuales y reproductivos.

“La soledad es muy dañina para los adultos mayores, porque no usás el cerebro, porque no usás la palabra, porque no usás las emociones, lo único que hacés es empezar a reducirte como una pasita de uva”, continúa Píriz. “Mientras que cuando estás con otros hacés cosas, te reís, te divertís, compartís cosas, inventás cosas e inventás cosas además para hacer en la sociedad, porque hay mucho tiempo”, dice la trabajadora social e investigadora; “las vejeces son cada vez más largas y hay mucho tiempo entre que uno se jubila y se va de este mundo. Entonces, no podemos estar dándole de comer a las palomas, porque nos van a tapar”.

Para Ana Filippini, que tiene 74 años, uno de los principales “distintivos” es que se trata de un grupo de “iguales”: “Somos entre nosotras”, enfatiza. También que hay una apuesta al disfrute, algo que no se suele contemplar cuando se piensa en esta etapa de la vida. La activista ecofeminista lo explica así: “Pila de veces veo que somos como adolescentes, en el sentido de que nos juntamos entre nosotras y nos entendemos porque hablamos el mismo idioma, porque somos pares, porque tenemos los mismos cuentos, porque tenemos un montón de historias que todavía no nos hemos contado y que estamos en ese proceso de contarnos, porque no sabemos toda la vida de las otras. Muchas cosas obviamente sí las conocemos porque hemos tenido eventos, tareas y cosas conjuntas a lo largo de la vida, pero hay muchas historias que todavía no nos contamos, y eso tiene que ver con pasarla bien, además de hacer cosas. Entonces, por un lado, la soledad no es buena, pero, por otro lado, tampoco es bueno el acompañamiento con gente que no te entiende”.

Hasta que se edifique la vivienda y puedan habitarla, también tienen la tarea de planificar cómo van a organizarse, cuáles serán las reglas, los códigos. “A todas esas preguntas les podemos ir dando respuestas ahora y, si logramos realmente hacer un piloto de cómo se puede vivir en forma colaborativa, la intención es que nosotras trabajemos para el proyecto, pero no para quedarnos con el proyecto”, dice Filippini, con la mirada puesta en el largo plazo. Sus compañeras la ayudan a completar el concepto. “Es que, además, la vivienda, en este caso, no es un fin, sino un medio: un medio para vivir de otro modo y generar un sistema de cuidados autogestionado que sea posible replicar”, puntualiza Píriz. “Y que inspire a otros a elegir esta forma de vivir”, suma Grela. “Que pueda transformarse en una política pública”, sintetiza Leonor Soria, quien con 62 años es la más joven del grupo.

Por otra parte, está el perfil comunitario, social y cultural que quieren darle al espacio. “Nosotras queremos que nuestra vivienda colaborativa no sea un gueto, sino que tenga permanente interacción con el barrio, las organizaciones de la zona, las organizaciones feministas, las instituciones que hacen esto, aquello, lo de más allá”, afirma Píriz. De hecho, asegura que por eso la sede se inauguró ahora: la idea es que la sala de estar ya empiece a funcionar como “una casa abierta, un lugar donde se puede interactuar con otros, para lo cual vamos a organizar seguramente actividades, algunas las organizaremos nosotras, otras las haremos en conjunto con otras organizaciones, en otras prestaremos el local o lo alquilaremos para una cosa o para otra, pero la idea es que acá siempre haya movimiento”.

De acá en más

Las mujeres aclaran que se van a establecer cupos para poder formar parte de la vivienda, pero que se van a definir cuando se publique el concurso de anteproyectos para la construcción, que entre otras cosas va a incluir la cantidad de viviendas a edificar. Por el momento, se mantiene el requisito de ser mayor de 60 años.

En cualquier caso, para formar parte del colectivo hay que seguir un protocolo. “Hay que inscribirse, hay que mandar una notita y hay que analizarlo”, describe Píriz. De todas formas, aclara que tienen previsto “rever” el protocolo junto con representantes de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, porque “cuando una tiene un grupo y entra gente nueva, el grupo cambia y hay un necesario proceso de adaptación que necesitamos ver cómo funciona, para que todas estemos contentas”.

Las activistas estiman que el fallo del concurso para los proyectos de vivienda –que coordina la IM junto con la Sociedad de Arquitectos del Uruguay– se conocerá “probablemente” en abril de 2026. Una vez que eso esté definido, queda conseguir la financiación, que no está del todo asegurada, si bien “ya hay caminos hechos para eso”, dice Grela. “Estamos convencidas y convenciendo de que es un muy buen proyecto”, aporta Píriz.

¿Qué mensaje les gustaría transmitirles a las más jóvenes? “Que empiecen mucho antes de lo que empezamos nosotras”, responde Píriz enseguida, “porque uno siempre dice ‘cuando sea viejo voy a hacer tal cosa’ y cuando se quiere acordar ya es viejo y no se dio cuenta”.