Elon Musk estiró su brazo. Ese gesto, reafirmado, desmentido, a la vista, obsceno, explícito, fue el fin de una era: la vergüenza del nazismo y el comienzo, con el inicio de la gestión de Donald Trump en Estados Unidos, de la humillación como forma de adiestramiento masivo. Los ultraricos gobernando sin tener que dar explicaciones (la vuelta de la plutocracia en la que los ricos mandan sin intermediarios) y el desmembramiento de la democracia como farsa en la que hasta lo más evidente queda desfigurado en desmentidas de lo que está claro y en aseveraciones de lo que se pensaba que ya no podía volver a decirse de forma legítima.

La vuelta del neonazismo es una realidad. Hay mujeres que lo vieron y hombres que se atribuyen ser visionarios y niegan a esas mujeres y a los movimientos globales que hicieron sucumbir el orden autoritario. Ante el video de Musk con el brazo levantado, Ece Temelkuran posteó el 20 de enero, en la red social X, una imagen de Hitler al lado de la foto de Elon y escribió tajante: “Quiero hacer una postal de esto y enviársela a todos aquellos académicos, políticos y periodistas que se rieron durante años cuando yo, junto con algunos pensadores, les dije que el fascismo estaba por llegar. Sin embargo, sé muy bien que uno no debería dirigir su ira hacia aquellos que no pudieron verlo venir, sino más bien prestar atención a aquellos que lo hicieron posible. No se trata sólo de salvar la democracia por más tiempo, sino más bien de proteger los valores humanos básicos y es exactamente por eso que necesitamos una revolución moral que transforme el gran vacío que hay en el corazón de este sistema”.

Ece alarma, y hace bien en decir que lo dijo, porque es hora de escucharla y en ella a todas las voces negadas, a las que se calla por subalternas o se calla por engreídas, a las que se copia y se arrebata cuando lo que dicen impacta y a las que se subestima cuando todavía no pasa lo que va a pasar. En tiempos de temblores mundiales y de performance misógina extrema, en donde se vuelve a reivindicar la “energía masculina” y se atan los pies con cadenas en los tobillos de los migrantes –como si la esclavitud fuera una posibilidad moderna–, la palabra la vuelven a monopolizar los hombres que explican cómo detener a los hombres porque parecen imitar a los que odian con el odio como motor. “El fascismo y el nazismo no desaparecieron, simplemente se transformaron”, alerta Ece. Y hay que escucharla o emprender la doble acción de leer con atención.

En un mundo que tiene que ser releído y donde se escribe en el reino del enemigo, no porque se quiere ganar, sino porque se reconoce la derrota y hay que rearmar el equipo, Ece escribió libros centrales para entender cómo se llegó hasta acá, cuáles son las fórmulas de las extremas derechas y cómo se sigue: Cómo perder un país: los siete pasos de la democracia a la dictadura (2019), un libro que explica la amenaza a las democracias occidentales y sus consecuencias, y Juntos: un manifiesto contra un mundo sin corazón (2023), editados por Anagrama, y Mujeres que hacen nudos.

La escritora nació en Turquía en 1973. “Nuestra autenticidad personal será nuestra única arma secreta contra el fascismo en el siglo XXI”, define la pluma que escribió en The Guardian, The New York Times, Le Monde Diplomatique y Der Spiegel. Fue despedida de un medio de comunicación turco por sus artículos críticos con el gobierno y fue reconocida como la columnista política más leída de su país. Con un discurso claro, suspicacia aguda, presencia que planta pensamiento sin pedir permiso, Ece participó del ciclo “Mujeres contra la impunidad”, organizado por Mujeres de Guatemala junto con La Casa Encendida, de Madrid, España, conducido por la jurista Adilia de las Mercedes, en donde destacó: “Uno de los pilares del fascismo es el odio a las mujeres”.

“Los populismos de derecha nos permiten que nos riamos de ellos, pero después lo capitalizan”, define en una explicación de presidentes payasescos pero capaces de una crueldad que dejaría pasmado al Joker. “El fascismo viene hoy como un circo”. Ese circo no da pan, pero sí videos que se viralizan y vuelven moneda corriente frente a los ojos de todo lo que antes no podía mirarse de frente.

Ella releva un efecto del fascismo en la vida cotidiana que abre las barreras a lo impensable, lo malvado, lo indigno de un modo desenfadado y masivo: “Si se quedan mucho tiempo en el poder, la gente siente que tiene el derecho a comportarse de modo fascista y se cuadran antes que los obliguen”. “Se ha cancelado la promesa fundamental de la democracia, que era la igualdad. La gente ya no se lo traga. Deberíamos exponer lo que no funciona. Necesitamos igualdad y dignidad” —recalca—; “necesitamos una nueva política de emociones progresivas y sólo así vamos a poder revertir la historia”.

Y, como toda persona que quiere ganar, no borra el resultado, sino que lo enfrenta: “Hay que admitir que nos han vencido”. Tampoco que un gobierno sea votado o respaldado por los sectores populares implica un permiso para normalizarlo. “No es la primera vez que la clase trabajadora está tomando decisiones contra sus propios intereses”, advierte. El giro político mundial a la derecha, con excepciones, tiene un análisis frente al abismo: “La extrema derecha tiene algo nuevo que ofrecer o hace que tiene algo nuevo que ofrecer y el centro no”. Y habla del presidente de Argentina: “[Javier] Milei es superpeligroso y está haciendo lo que prometió”.

Es un escenario angustiante, pero no se puede anteponer al horror la esperanza. Ella también destierra una palabra que es usada como metáfora positiva para concluir que la pesadilla va a tener final feliz. “No me gusta la esperanza ni la gente que usa la idea de esperanza”, descarta. Pero agrega otra palabra en la que confía y expande: fe.

En la charla, Ece contó que una de las experiencias que más la marcaron fue conocer la respuesta a la crisis del 2001, en Argentina, a través de asambleas y piquetes. “Argentina se estaba reinventando en las asambleas”, recuerda. Esa democracia trabajosa, de palabras y discursos, de ronda donde el micrófono se pasa como bombilla y las horas de argumentaciones se matizan con mate y se deciden cosas o se discuten como si el mundo fuera a cambiar en ese instante.

El de 2025 no es el mismo escenario, sino uno mucho más terrorífico. Sin embargo, al menos, la respuesta a la misoginia extrema del discurso de Milei en Davos, en donde atacó la idea de los femicidios, comparó la homosexualidad con la pedofilia y dijo que había que perseguir a los “zurdos”, salió de una asamblea en parque Lezama.

Esa asamblea trabajosa, larga, tal vez inconsistente para los cambios drásticos, es el pedal que volvió a funcionar (pero que tenía un engranaje que ya conocía) y que generó la convocatoria a una gran marcha antifascista. No frena a un poder constituido, cruel y con poder público y privado. Pero es una luz verde para juntos adelantar los pasos y pensar el camino. Es volver a bailar como la piquetera que cortaba un puente como forma de protesta y a la que Ece le preguntó por qué luchaba y ella le contestó que para poder trabajar en la semana y bailar tango los fines de semana. De eso se trata: de la democracia, que nos permite bailar, y del baile que nos permite bajar para volver a subir y entender que la mejor coreografía es en la que no se camina sola.

¿Por qué el fascismo se enmascara con humor y por qué este esquema se repite en Turquía, Estados Unidos y Argentina?

La estética política del fascismo en nuestra memoria colectiva tiene que ver con el caqui militarista, negro o marrón. Sin embargo, eso era en el siglo XX. En el siglo XXI, viene con colores realzados y características divertidas. Es casi circense. Su aspecto “poco serio” es representativo del cinismo fatal de nuestra época. Los líderes y sus devotos partidarios, con sus actos circenses, hablan bien de la pérdida de fe en la democracia, muy presente en las masas de todo el planeta. Por eso, si queremos invertir este curso histórico, en lugar de dejarnos hipnotizar por el espectáculo de estos líderes políticos, tenemos que analizar y hablar de esta pérdida de fe.

¿Cuál es la diferencia entre los efectos de la extrema derecha en un país periférico como Argentina (gobernado por Milei) y un país europeo como Italia (gobernado por Giorgia Meloni)?

En términos de efectos, no creo que haya necesariamente una diferencia. Sin embargo, los políticos europeos siguen siendo, de alguna manera, parte de la Unión Europea y, por lo tanto, quizá exista la posibilidad de encadenarlos a través de los ideales de la Unión Europea. No es que esos ideales se mantengan altos, pero, teóricamente, todavía hay un cordón de seguridad que se puede activar. Sin embargo, en los países latinoamericanos, con su maldición de “estar demasiado cerca de América y demasiado lejos de Dios”, los pueblos no cuentan con instituciones regionales a las que recurrir cuando existe el peligro del fascismo. Sin embargo, por el lado bueno, los pueblos de los países latinoamericanos, en las últimas décadas, han ejercido y practicado la acción política como parte integrante de su vida, como los movimientos sociales y políticos en Argentina durante la crisis económica. Para ellos, ser político se convirtió en una cuestión de vida o muerte, a diferencia de los europeos, que durante las últimas cinco décadas se limitaron a votar.

El fascismo es global y es un fenómeno dañino en todas partes, pero ¿tiene consecuencias más profundas en el sur global?

Existe la suposición errónea de que este fenómeno político es propio de las democracias inmaduras y que se hace más daño en el Sur global. Estoy totalmente en desacuerdo. Al contrario, la gigantesca democracia estadounidense o la supuestamente más madura democracia británica no pudieron protegerse tanto y durante tanto tiempo como, digamos, la democracia turca. Estados Unidos se rindió a un payaso evidente en solo cuatro años y Reino Unido fue conducido al brexit por una estrella de la radio, Nigel Farage. En Turquía, tuvimos un líder mucho más fuerte y definitivamente más carismático y las fuerzas democráticas aún no se han rendido. Lo mismo puede decirse de India.

¿Por qué la oposición a la extrema derecha acaba naturalizando su discurso y siguiendo su misma lógica?

Porque, gracias a los fracasos de la oposición convencional, no necesitan inventar nuevas formas. Pueden hacer exactamente lo mismo y cada vez funciona perfectamente bien.

¿Qué recuerdos como las asambleas y los piquetes tenés de Argentina y cómo te influyó en la lectura de su política?

Hubo un momento crucial en el aeropuerto de Heathrow [Londres], cuando volvía del Foro Social de Porto Alegre, en Brasil [2001], y del viaje a Buenos Aires. Recuerdo que me arrepentí de haberme ido de América Latina. La gente que conocí allí y la acción política de la que fui testigo cambiaron todo lo que tenía en la cabeza relacionado con los seres humanos y la política. Después de más de 20 años sigo refiriéndome a ellos cuando hablo del corazón de la política. Por eso, tanto en Cómo perder un país como en Juntos hay anécdotas de aquella época que hablan de lo que debería ser la política.

¿Qué intercambios tenés con feministas del sur, como la escritora argentina Verónica Gago?

A Verónica, por suerte, la conozco en persona, así que puedo decir que su autenticidad personal significa mucho para mí porque nuestra autenticidad personal es, quizá, nuestra baza más importante en estos tiempos de cinismo. Será nuestra única arma secreta contra el fascismo en el siglo XXI.

¿Qué consejo pueden tomar las mujeres argentinas de su último trabajo con algunas herramientas para no perder la fe?

No necesariamente consejos, porque creo que ellas ya saben de lo que hablo en Juntos. Ellas son, junto con las otras mujeres que resisten en todo el mundo, quienes me inspiraron a escribir ese libro. Pero espero que Juntos se convierta en un atajo que les permita transmitir su experiencia a las generaciones más jóvenes.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y las experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de ¿El amor es o se hace? (2023), Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.