En agosto de 1995, unas 20 uruguayas viajaron al otro lado del mundo para encontrarse con otras 30.000 activistas que se movían entre líderes políticos de 189 países para participar en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer que tendría lugar en Beijing y en el foro de la sociedad civil en Huairou. La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing sigue siendo un hito en los acuerdos internacionales para los derechos de las humanas: busca la igualdad de género y el empoderamiento de mujeres y niñas, mediante políticas públicas. Ni más, ni menos.
“Fue un impacto enorme estar en China”, dice Lilián Celiberti. Tanto ella como Lucy Garrido, Graciela Sapriza y Cristina Grela, con quienes conversamos para traer memorias que desbordan los papeles, remarcaron que, apenas aterrizadas, aprendieron a decir Beijing en vez de Pekín para sonar menos colonizadas.
La historiadora Sapriza, que había participado diez años antes en la Conferencia de Nairobi, donde se evaluaron los logros del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1976-1985), recordó varias sorpresas que la sacaron de sus prejuicios sobre el gigante asiático: “Nos imaginábamos una especie de Cuba (habíamos llevado champú, papel higiénico, latas de conservas) y encontramos un país de contrastes: autos lujosísimos de magnates, miles de personas en bicicletas yendo a trabajar, y tarjetas magnéticas en vez de llaves para entrar a la habitación del hotel”.
Una imagen la conmueve todavía: llevaba varios días en la capital china y casi no había visto nada de la ciudad por los viajes diarios al Multiforo en Huairou –que implicaban más de 100 kilómetros entre ida y vuelta, y jornadas de 12 horas de trabajo–. En uno de esos madrugones, Sapriza decidió dar una vuelta por las calles pekinesas y se encontró con decenas de varones y mujeres vestidos con camisas grises de cuello mao, haciendo tai chi: “Reminiscencias del pasado, cuando el gobierno comunista se había ocupado de alimentar bien a la población y fomentar el ejercicio físico”.
Si bien al principio parecía que las gringas y las africanas llevarían la voz cantante, por su experiencia acumulada en este tipo de eventos masivos, las latinoamericanas venían preparadas, con encuentros feministas que se desarrollaban en distintos países, a nivel nacional (como el primer Encuentro de Mujeres en Mar del Plata, Argentina, en 1991) y regional, como el de 1993 en El Salvador. Este, de hecho, marcó un hito en empezar a diferenciar “autónomas” de “institucionalizadas” y criticar a aquellas que querían participar en las instancias de negociación (o lobby) con los estados.
Lucy Garrido, una de las autoras del discurso que Gina Vargas iba a leer al finalizar la IV Conferencia, es crítica y contraria a ser diferenciadas de esta forma: “Yo la autonomía no se la pido ni se la mido a nadie. Las que fuimos convencidas para cambiar la realidad necesitábamos incidir en los países. Entonces, ¿cómo no vas a participar en una conferencia internacional? ¿Cómo no vas a hablar con el Estado? ¡Si el Estado sos vos! Si después todas vamos a usar esos servicios”.
Fotos de la Conferencia en Beijing de Lilián Celiberti.
Foto: Natalia Rovira
Antes
En el foro social de Huairou, la preparación para llegar con acuerdos por regiones hizo que América Latina y el Caribe se destacara. Desde 1993, Celiberti y otras uruguayas que integraban diez organizaciones (Cotidiano Mujer, Grecmu, Plemuu, Mujer Ahora, Católicas por el Derecho a Decidir, Casa de la Mujer de la Unión, Instituto Mujer y Sociedad, Repem, Fesur y Ciedur) crearon el grupo Iniciativa, que en dos años recogió y sistematizó demandas y propuestas de los distintos países para llevarlas a las compañeras de la región y acordar una postura que estableciera el piso de negociación con los estados.
Habían analizado con compañeras argentinas, peruanas, brasileñas y chilenas, entre otras, los documentos de Naciones Unidas que serían discutidos en la conferencia. Grela recuerda que les llegaban por fax “con corchetes” que sugerían poner o sacar términos o párrafos enteros. Los trabajaban para hacer prácticos esos documentos y volvían a enviarlos para enriquecer la discusión y la incidencia. Como escribió Garrido en su crónica publicada en el número 21 de la revista Cotidiano Mujer, escrito 15 días después de volver de Beijing: “Un documento con el 40% encorchetado provoca a cualquiera”, en referencia a las marcas hechas desde el Vaticano, cuestionando el avance de los derechos sexuales y reproductivos.
Ese material se discutía en el Multiforo, la carpa latinoamericana que logró destacarse en esa cumbre feminista, donde llegaban mujeres de otras regiones, ante la desorientación y el desencanto que sentían en sus carpas por la falta de acuerdos en que transcurrían aquellos días de barro y seda.
Crear el grupo Iniciativa para negociar en Beijing (y después) con lineamientos claros y acordados fue, para Celiberti, “una oportunidad de ampliar esa base feminista que sostiene las demandas y las políticas públicas que se van desarrollando, y no quedarnos en los mismos grupitos y lugares de incidencia. Hasta entonces, todo era muy lento. Y sin las bases, las políticas no existen”.
“La sociedad civil y el movimiento feminista uruguayo nos fortalecimos mucho en la preparación”, suma Grela. Esta articulación fue clave para la vuelta al país y marcó una forma de hacer feminismo en Uruguay.
Durante
Como detalla Lilián Abracinskas en el mismo número de Cotidiano Mujer, en el foro de la sociedad civil la “diversa multitud hormigueante podía elegir, en un programa no menos diverso, cuál sería la actividad de su destino diario”. En esos días se desarrollaron 3.419 talleres entre las nueve de la mañana y las siete de la tarde, 21 conferencias, manifestaciones y fiestas. Sólo en el eje Economía política había 380 talleres. Grela dio varios de los 366 talleres del eje Salud, sobre salud sexual y reproductiva y aborto. Había otros de Medio ambiente, Derechos humanos y legales, Etnicidad y etnicidad racial, Espiritualidad y religión, Artes y cultura.
Lilián Celiberti.
Foto: Natalia Rovira
En estos talleres, lo lúdico fue el idioma en común porque no había traducción simultánea y sólo 5% de las actividades fueron en castellano, detalla Abracinskas, para quien este “hormiguero multitudinario no tenía muchas posibilidades de intercambiar ideas ni de presionar ideológicamente sobre la conferencia”.
Sin embargo, el tono sorpresivo e irreverente de las latinoamericanas y caribeñas marcó el cierre de Beijing, cuando el equipo de Comunicación, que cocoordinaba Garrido, decidió que Gina Vargas no iba a leer el discurso y que los ejes principales del documento iban a ser expuestos en carteles y en una seda larga que cargarían las activistas, parando las escaleras mecánicas de la sede de Naciones Unidas donde se desarrollaba el evento.
Entre las presentes, Garrido recuerda a Hillary Clinton y a Rigoberta Menchú: “Había mucha prensa. Las africanas y las asiáticas eran más vistosas, así que a las latinoamericanas nos quedaba hinchar las pelotas para ganar la atención de los gobiernos que te decían ‘qué divinas las mujeres’, pero no cómo iban a llevar adelante la Declaración. Así que llamamos a todas las agencias de noticias, paramos las escaleras mecánicas, subiendo y bajando constantemente por ellas con los carteles que decían ‘Mecanismos claros’, ‘Justicia económica’, ‘Nuevos recursos’, e hicimos dos minutos de silencio que, ya sabemos, valen más que mil palabras”. Ningún delegado podía ir a ningún sitio, no le quedaba más que ver esos mensajes y transmitirlos a las autoridades de sus países.
Después
“Cuando las mujeres oían lo que había pasado en China, la masividad de los talleres, las situaciones compartidas con otras tan diversas, se conciliaban con sus propios corazones”, recuerda Grela. La violencia doméstica marcaba fuerte la agenda del movimiento de mujeres y feminista en los 90, enriquecido ahora por una Declaración que nos nombraba sujetas de derechos y establecía compromisos para el Estado en otras áreas de nuestras vidas, como la sexual, la laboral, la económica.
“Al regreso, quienes fuimos ‘becadas’ a China sentimos la responsabilidad de devolver algo”, marca Sapriza. Para que ese documento tuviera nuestro acento, el grupo Iniciativa recorrió todo el país difundiendo los contenidos de la Plataforma de Acción firmada en China para adaptarla a Uruguay. “Todas las que se sumaran eran muy bienvenidas”, dice Celiberti. Vecinas, militantes, mujeres políticas participaban en reuniones plurales y recibían a las montevideanas con “entusiasmo” en locales de organizaciones o en las juntas departamentales.
En mayo de 1996, la gira cerró con una asamblea de 420 mujeres, integrantes de 42 organizaciones, en el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo. Allí crearon la Comisión Nacional de Seguimiento de los Acuerdos de Beijing (CNS) con representantes de cada departamento y el objetivo de “establecerse como un órgano representativo de las mujeres” para realizar “acciones vinculadas al monitoreo, control sobre la agenda y rendición de cuentas” de los acuerdos de Beijing por parte del gobierno.
Foto: Natalia Rovira
Ahora
En una coyuntura del movimiento feminista uruguayo atomizado, reencontrándose para organizar la marcha del 8M (casi) todas juntas, ¿por qué es importante conocer la Declaración y saber en qué estaban las feministas tres décadas atrás?
“Beijing fue un texto y un pretexto”, dice Garrido citando a la activista peruana Cecilia Olea. Ella, junto a Vargas, remarcó en varios análisis que en ese encuentro combinaron “múltiples estrategias para modificar el texto, usarlo como pretexto para recrear el movimiento” feminista latinoamericano y complejizar el contenido de la Plataforma de Acción Mundial.
Para Garrido, no hay duda de que el texto (y el encuentro) de Beijing “amplificó mucho más el mensaje que nosotras ya habíamos expresado en otras conferencias o instancias como Cepal [Comisión Económica para América Latina y el Caribe], estableció derechos que hoy tenemos adquiridos y fue una ganancia porque nos enseñó a trabajar de manera organizada, a través de redes regionales”.
“Beijing hizo visible lo que no miraba nadie: la desigualdad material, la violencia contra las mujeres, la prostitución” –sigue Garrido– y “logró que el Estado nos diera bola. Sin la Declaración, no hubiera sido así. Pero la Plataforma no es el techo: es nuestro piso”.
Beijing marcó una forma de hacer feminismo en Uruguay que combina la descentralización, con feministas por todo el territorio que relevan problemas, demandas y propuestas de mujeres; diagnostican, sistematizan y difunden eso en documentos accesibles para que se conviertan en políticas públicas; hacen lobby o incidencia con actores políticos; se mantienen en alerta y en las calles para denunciar que falta lo que falta para que nuestras vidas sean dignas de ser vividas.
“El mundo ha cambiado mucho desde Beijing hasta ahora”, dice Celiberti. “Tenemos otras prioridades y luchas, con un mundo mucho más desigual, mucho más violento, mucho más destructivo y menos esperanzador para el futuro. En ese sentido, me parece que lo bueno es pensar que estas luchas se vienen llevando adelante desde hace muchísimo tiempo y hay que cuidar algunos avances, en un contexto tan regresivo como el que tenemos hoy. Creo que la estrategia de ampliación de la base feminista desde un punto de vista plural y diverso fue un éxito. Hoy tenemos un movimiento que no es centralista, que les da cabida a miles de subjetividades diversas. El feminismo sigue siendo la propuesta de transformación más avanzada para pensar en un mundo solidario, un mundo en el que quepan todos los mundos”.
Posdata
Este 10 de marzo comienza la 69ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer en la ONU, donde se evaluará cuántos y cómo se han cumplido los objetivos trazados en la Declaración hace 30 años. Esta es la evaluación que presentará Uruguay, en un informe coordinado por la gestión saliente del Instituto Nacional de las Mujeres.