“La violencia estética es una de las violencias de género más universales que hay, porque, la reconozcamos o no, la mayoría de mujeres la hemos experimentado o la experimentaremos en algún momento de la vida”, desliza a la diaria Esther Pineda en una pequeña sala de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
La socióloga e investigadora venezolana estuvo hace unos días en Montevideo para protagonizar tres encuentros organizados por el Colectivo de Estudios Afrolatinoamericanos, que tuvieron lugar en esa misma casa de estudios, para hablar de racismo, de poesía contra el racismo y de violencia estética, ese concepto que ella misma creó y acuñó hace alrededor de una década.
Pineda cuenta que el interés por este último tema nació de la “articulación” entre su formación académica y su propia experiencia vital. “Yo viví desde muy niña la violencia estética por motivos racistas, producto de esa configuración de los imaginarios sociales de belleza con la idea de que lo bello es blanco, entre otras cosas, y eso configuró una experiencia durante la infancia y la adolescencia muy atravesada por esa violencia”, relata.
Más tarde, cuando empezó a estudiar Sociología y a investigar sobre temas vinculados a las desigualdades de género, se dio cuenta de que algunas cosas que ella había vivido les pasaban también a otras mujeres, pero no veía que “desde la teoría feminista hubiese una explicación para eso”. Ese fue el disparador para indagar por qué, “por distintos motivos, todas las mujeres estamos experimentando un malestar con el cuerpo y con la imagen”.
La primera vez que hizo referencia al término violencia estética fue en 2012 en una columna que, por cierto, fue publicada en un medio uruguayo, La Red 21. Unos años después lo plasmó en su libro Bellas para morir, que ya tiene tres ediciones. En entrevista con la diaria, Pineda repasa cómo fue ampliando ese concepto desde entonces y qué nuevas formas adopta este tipo de violencia hoy.
¿Cómo llegaste a la primera definición del concepto de “violencia estética”?
En esa columna yo decía que es una forma de violencia que vivimos, que tiene de violencia física, pero no es propiamente la violencia física que conocemos; tiene de violencia psicológica, pero no es sólo psicológica porque nos hacemos cosas en el cuerpo; tiene de simbólica, pero no es sólo simbólica. Esto es puntualmente sobre la estética. Entonces, dije: “Es violencia estética”. Ahí lo menciono por primera vez, seguí reflexionando sobre este tema por varios años y en 2014 escribí una primera versión del libro Bellas para morir.
Después avancé en la categorización y en la definición, porque es un concepto que hay que seguir alimentando. En 2020 se publicó la edición de Bellas para morir con la editorial Prometeo, que es la que la mayoría conoce, que tuvo otra edición en 2022, y es donde ya propongo específicamente el concepto de violencia estética como ese conjunto de discursos, representaciones, prácticas sociales e instituciones que de alguna forma se impone sobre las mujeres, pero además las presiona para cumplir con el canon de belleza. Y algo que especifico –porque siempre la gran respuesta es “pero nadie les está poniendo una pistola en la cabeza para que se hagan cosas”– es que en realidad hay una presión que puede ser a veces sutil, a veces directa o a veces indirecta. Indirecta a través de la introducción de la idea de que la belleza es una condición inherente a la feminidad, pero también de forma directa a través de la crítica, la comparación, la ridiculización, la descalificación, la burla e incluso la discriminación, no solamente en el trato diferenciado, sino hasta en los espacios de inserción social, laboral, entre otros.
En ese libro señalás que los elementos estructurantes de la violencia estética son el sexismo, el racismo, la gordofobia y la gerontofobia.
Insisto con que es sexista porque una de las formas de intentar anular la idea de que esto es una violencia por razones de género es decir que le puede pasar a cualquiera. Sí, es cierto que cualquier persona puede experimentar algún tipo de discriminación, burla o descalificación por su imagen, pero sólo sobre las mujeres existe un canon de belleza que se nos exige y se construye la idea de la belleza como imprescindible en la construcción de la feminidad. Porque en los hombres, si bien puede desearse la belleza, no hay una exigencia. De hecho, cuando ellos se preocupan mucho por su imagen, más bien su masculinidad es puesta bajo sospecha, es algo sancionado, mal visto, rechazado socialmente. Toda la industria de la belleza, si bien intenta cada vez más incorporar a nuevos consumidores, está dirigida a las mujeres. Es para las mujeres. No hay otro grupo social sobre el que exista una exigencia de belleza tan fuerte, tan exhaustiva y, sobre todo, tan permanente a lo largo de la vida como sobre las mujeres.
Además es racista porque el canon se ha construido sobre la idea de la blanquitud. Cualquier cuerpo que no sea blanco no forma parte de ese imaginario de la belleza. Y, en las pocas oportunidades en que se incluye alguna mujer afro o alguna mujer indígena en la industria de la belleza o de la moda, se trata de mujeres que, sea producto del mestizaje o de la modificación estética, han logrado alejarse de su pertenencia étnico-racial y acercarse más a lo blanco. También es gerontofóbica porque la noción de belleza se ha construido sobre la idea de la juventud. ¿Quiénes son bellas? Las mujeres jóvenes. Las mujeres ya adultas, de 40 o 50 años, no son consideradas bellas desde esos imaginarios, mucho menos si tienen más edad. Y, por supuesto, es gordofóbica porque, en los imaginarios, no hay posibilidad de pensar una belleza si no es desde la delgadez.
Lo importante es que el canon te pide cumplir con todos esos requisitos a la vez: ser femenina, ser blanca, ser delgada y ser joven. Porque puedes tener uno o dos, pero si te falta algún otro, no entras. Y, además de que te exige cumplir con esos cuatro requisitos, te exige insertarte en uno de los dos grandes cánones de belleza, que son el de la “chica de calendario”, de características hipersexualizadas, con curvas, o el de la delgadez extrema que se representa en el ideal de la miss o la modelo. A veces se utiliza el concepto de violencia estética como sinónimo de gordofobia y no es así. La particularidad de este concepto es justamente que habla de distintas experiencias que se viven con el cuerpo, de malestar, inconformidad o discriminación por distintas razones, y que da cuenta de cómo las mujeres, sin importar su nacionalidad, edad, pertenencia étnico-racial, clase social, siempre van a terminar siendo miradas y juzgadas en función de su corporalidad. Cuando lo reducimos solamente a la gordofobia, lo estamos vaciando.
¿Cuáles son las consecuencias de la violencia estética en las mujeres?
La violencia estética tiene consecuencias tanto sociales como psicológicas y físicas. Las sociales tienen que ver con eso que ya mencionaba [Naomi] Wolf en El mito de la belleza, cuando hablaba de que el patriarcado ha instalado la idea de la belleza como un mecanismo para expulsar a las mujeres del ejercicio social de los espacios de poder y, en efecto, es así. Mientras las mujeres estamos preocupadas y ocupadas modificando nuestra imagen, los hombres están tomando decisiones. ¿Y qué hace el culto por la belleza, la preocupación por el cuerpo, por la imagen? Nos mantiene concentradas y encerradas en el mundo de lo privado. Porque siempre todo lo que tiene que ver con estética se hace en una peluquería, en tu casa, con un grupo de amigas, pero no en el espacio público, y todo eso, de la forma que elijas, te toma tiempo y recursos. Ese tiempo y esos recursos que se nos exige que ocupemos en eso los hombres los están ocupando en participar en los espacios de toma de decisión. Pero, además, también nos aparta de los espacios de conocimiento, porque en el tiempo que utilizas para esto puedes hacer cualquier cosa, crear conocimiento, hacer algo que te permita expresarte, incluso sobre ese malestar.
Tiene consecuencias sociales mucho mayores, además de aislarnos de los espacios de lo público, que tienen que ver con disminuir nuestros recursos económicos, ya de por sí precarizados, porque los recursos de las mujeres en una sociedad patriarcal son siempre menores que los de los hombres, sobre todo en América Latina. Entonces, hay una exigencia de belleza que además es costosa, que también nos termina empobreciendo más, y muchas no se dan cuenta. Hay mujeres que gran parte de su salario se va en realizarse procedimientos, desde lo mínimo cosmético hasta lo máximo que es una cirugía, para mantener una imagen. Y esto no es simplemente porque son vanidosas, es porque hay una demanda y no cumplir con esa imagen o con esa expectativa posiblemente las excluya de determinados espacios, incluso laborales.
Entonces, hay toda una expectativa que crea condiciones particulares en el relacionamiento y la participación de las mujeres en lo social. Por supuesto, también incide en la manera en que nos relacionamos; las mujeres desarrollan pánico social en los procesos interactivos, porque no sabes cómo va a reaccionar el otro cuando te conocen, cómo van a ser juzgadas tu imagen y tu corporalidad, cómo vas a ser vista por tu pertenencia étnico-racial o por determinadas características de tu cuerpo. Incluso [incide en] el relacionamiento afectivo, en un contexto de hiperconexión en el que la gente se relaciona cada vez más a través de apps de citas, entonces qué pasa también con los temores de la gente al encuentro por el juzgamiento y la evaluación de la imagen y de la corporalidad.
Ya que mencionás el plano afectivo, pienso en los vínculos entre la violencia estética y el amor romántico, en esta idea todavía muy arraigada de que, si no nos acercamos a ese estereotipo hegemónico, nadie nos va a amar. Lo que nos mostraron siempre las películas de Disney.
Es así y tiene que ver con ese impacto social de la violencia estética porque justamente la idea de la belleza está asociada a la potencialidad de éxito o fracaso social. Si tú eres bella, probablemente tengas mayores posibilidades de tener éxito económico, reconocimiento y aceptación social, pero sobre todo de encontrar el amor. Y, en efecto, han jugado un papel fundamental las narrativas y las representaciones mediáticas que van desde dibujos animados, el cine animado –como Disney, entre otros–, la comedia romántica, las telenovelas. En todas las narrativas mediáticas siempre hay una mujer ideal que encuentra el amor en este príncipe soñado, con recursos económicos, atractivo físicamente, que se enamora a primera vista de esa mujer que siempre es muy joven, blanca, delgada y muy femenina. Entonces, como la mayoría no encajamos en eso, por supuesto te están convenciendo de que no vas a tener la misma posibilidad de encontrar ni el éxito ni la aceptación ni el amor, y, si lo quieres, tienes que hacer todo lo necesario para acercarte a ese canon de belleza.
¿Cuáles son las consecuencias psicológicas y físicas a las que te referías?
La violencia estética produce inconformidad, malestar, depresión, ansiedad. Produce esto no solamente en quien está incómoda con su imagen y con su cuerpo y no se hace nada, sino que en algún momento a aquella que sí se hace también le produce el irreconocimiento del cuerpo propio. También hay mucho temor social a cómo va a ser recibida la imagen ante otros, sea que te realizaste algo o no. En algunos casos produce autoaislamiento y en quien sí se presenta en el espacio público o en una interacción particular puede generar rechazo. Lo he visto en redes sociales, sobre todo hombres que dicen “me fui a encontrar con una chica, se ve que usaba filtro porque era más gorda de lo que aparecía en las fotos” o “era más negra de lo que se veía en las fotos”.
Las consecuencias físicas son las más extremas, muy comunes también, aunque a veces creemos que no. Hay procedimientos que asumimos que son muy simples o inofensivos, pero que tienen graves consecuencias en la salud de las mujeres y que van desde lesiones, enfermedad hasta algunos que pueden causar la muerte. Por ejemplo, el uso de alisados para el cabello: después de décadas de las mujeres usándolos, estudios han demostrado su vinculación con problemas renales. O la asociación de las cabinitas para el esmaltado de las uñas con el cáncer. O el vínculo de los implantes mamarios con enfermedades como el síndrome de Asia o con algunos tipos particulares de cáncer de mama. Hay otros con consecuencias más directas y más graves: la cantidad de mujeres que mueren durante la realización de procedimientos estéticos, de cirugías plásticas, ya sea liposucción, implantes mamarios y la transferencia de grasa –la grasa extraída de la liposucción y su reinserción en caderas y glúteos, el llamado lifting brasileño–,una de las operaciones más letales que existen.
Intervenir en ese cuerpo, que no está siendo sometido a una intervención porque su vida depende de ella, sino por un criterio estético, es un cuerpo que se pone en riesgo, porque todo procedimiento estético tiene un riesgo inherente. Por eso digo que no hay una escala o una medida de las violencias. Yo abro un portal de noticias y me encuentro con la nota del femicidio de una mujer que fue asesinada por su pareja, pero también me encuentro con notas que hablan de mujeres que murieron durante la realización de un procedimiento estético.
¿Las redes sociales exacerbaron esta presión por perseguir el ideal de belleza? Pienso, por ejemplo, en las adolescentes que imaginan cirugías estéticas con base en filtros de Instagram o las niñas que festejan sus cumpleaños haciendo rutinas de skin care.
Hay problemáticas que siempre han estado, pero hay determinadas épocas en las que estas problemáticas se profundizan, y estamos en eso. Yo viví y crecí bombardeada por los imaginarios de belleza a través de la televisión, de vallas [carteles publicitarios en la vía pública], de revistas, donde cada vez que miraba veía a estas mujeres ideales a las que yo no me parecía ni de cerca y que, por supuesto, moldeaban tanto esa expectativa de lo que debía ser como mis imaginarios sobre eso. Pero si yo no abría una revista o no prendía la televisión, estaba menos expuesta. Ahora la exposición es mayor, de todas en general pero en particular de niñas y adolescentes, que están en un período de conformación y construcción de la identidad, en el que son más vulnerables a todas las presiones sociales. Entonces, hay una expectativa de belleza que se mantiene y los medios a través de los que se divulga han aumentado, ya no es sólo a través de esos medios tradicionales. A la vez, antes te podía criticar o discriminar tu compañero de estudio o de trabajo. Ahora puede hacerlo un desconocido cualquiera. Tú subes una foto y se puede volver viral, y hay gente haciendo memes de tu cara, burlándose de ti, cuestionando tu imagen. En las redes sociales, es la exposición de tu propia imagen a la evaluación y juzgamiento de extraños, de gente que se esconde en el anonimato y a veces no, porque ya no importa.
Además, el bombardeo publicitario es mayor, porque en las redes sociales no hay control. Tú estás scrolleando y cada cinco posteos te aparece una publicidad, y la que más les aparece a las mujeres tiene que ver con la corporalidad y la modificación estética.
En los últimos años, los feminismos han logrado si no derribar al menos sacudir algunos mandatos con los que históricamente cargamos las mujeres. ¿Por qué el de la belleza sigue siendo tan difícil de erradicar? ¿Hay herramientas con las que podamos empezar a hackear el mandato de la blanquitud, la delgadez y la juventud?
La violencia estética es una problemática social que nos afecta a todas y que se deconstruye y se transforma desde diferentes niveles. Lo primero que podemos hacer es reflexionar, leer y formarnos, dotarnos de herramientas para darnos cuenta de que es un problema y entenderlo. A partir de eso, en la medida en que voy reflexionando que no es un problema mío, particular, personal, que no es que yo soy fea, inadecuada, que hay algo mal con mi imagen y con mi cuerpo, sino que para esto hay una estructura social configurada históricamente y sostenida a través de diferentes agentes de socialización, como los medios, la familia, entre otros, voy mirándome a mí misma y a los demás de otra forma. Pero es importante también la socialización de la experiencia: hay que compartirlo, hay que hablarlo, hay que discutirlo con otras. Porque generalmente lo hemos vivido en mucha soledad; te sientes mal en tu habitación o lo hablas en terapia, pero a veces no te atreves ni siquiera a hablarlo con amigas, porque crees que es un problema que te pasa a ti nada más o que la otra va a pensar que es una tontería. En la medida en que lo hablamos, tenemos mayores herramientas y mayor conciencia de que es un problema que trasciende nuestra individualidad.
El siguiente paso es evaluar lo que consumimos. Si esos imaginarios vienen de la televisión, evaluar cómo eso que estoy consumiendo impacta en cómo me miro a mí misma y a los demás. O qué cuentas estoy siguiendo en las redes sociales, cuál es el mensaje de esas cuentas, que a veces terminan produciéndote ansiedad, depresión, malestar, más que ayudarte. ¿Qué hago? ¿Las dejo de seguir? ¿Dejo de ver un determinado programa? A lo mejor no lo haces, pero ya lo miras de otra forma.
Por supuesto, hay otros aspectos de mayor impacto. Hay una responsabilidad estatal, por ejemplo, con la aprobación de una ley de talles o en algunos países donde se ha incorporado la figura de la violencia estética [a la normativa], como en México, que se está legislando para incorporarla a la ley de violencia por razones de género, o en Argentina, donde han salido fallos contra cirujanos que han causado muerte o lesiones a mujeres y se ha incorporado la figura de violencia estética para el juzgamiento de esos casos. Entonces, cambios sí vamos viendo, pero toman tiempo y requieren, entre otras cosas, del concurso individual, colectivo, mediático y estatal.