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A Pablo Gaona Miranda le enfundan la camiseta de River Plate y la ansiedad de una victoria mientras aprieta los pies sobre el piso de la casa de las Abuelas de Plaza de Mayo, que es también su casa. A Sabino Abdala Falabella lo acompañan un gorrito de Boca y unas ganas gigantes de que gane Boca mientras apoya el calzado negro sobre el suelo de la casa de las Abuelas de Plaza de Mayo, que es también su suelo. Dictadura y dictadores se robaron a 400 pibas y pibes en la Argentina más espantosa de cualquier tiempo. Hay 128 nietos y nietas que ya recuperaron su identidad. Dos son ellos.

Invitados por la Coordinadora de Derechos Humanos de Fútbol Argentino (en la página de Facebook Coordinadora DDHH del Fútbol Argentino está la charla completa), conversan sobre el superclásico. O sobre existir. “Me secuestraron el 16 de marzo de 1977, cuando tenía dos años y ocho meses. Recuperé mi identidad a los 20. Ahí fue que me enteré, por uno de mis tíos biológicos, que de chiquito yo atajaba y él pateaba. Y yo decía que era Gatti y ya era de Boca. No te miento: te lo cuento y se me pone la piel de gallina otra vez. Después me cambiaron la identidad y seguí siendo de Boca. Es lo único que nunca cambió en mi vida”, confía Sabino.

“Me restituyeron la identidad en 2012. Tenía 34 años. Estaban falseados mi nombre, mi fecha de nacimiento y mi partida de nacimiento. Pero mis amigos y mis vivencias no eran falsas. Viví cosas muy buenas durante todos esos años. Y una de las cosas que más valoro es ser hincha de River. Es más: creo que es lo más valioso que me quedó de aquellos años”, detalla Pablo. Como Boca y como River, Pablo y Sabino son dos historias. Pero cuando con la camiseta de River y con el gorrito de Boca, con el abrazo de siempre, se sacan una foto feliz y compartida, esas dos historias son una sola.

Foto 2

Del otro lado, muy del otro lado, está el Congreso. De este lado miran ellos. Del otro lado, legisladores con apellido y con nombre votan un presupuesto que condena por duplicado: a miles de personas, para que agonicen de hambre y, al país, para que muera de deuda. De este lado, ellos, dos laburantes anónimos que miran convencidos de que los del otro lado son, en mayoría, exactamente el otro lado de la geografía, de la política, de los sueños, quizás de la vida. Del otro lado, levantan las manos, manos de hambre y manos de deuda. De este lado, ellos también levantan las manos, una cada uno, para palmearse en los hombros, en el desconsuelo, en la bronca. Nacho Yuchark, reportero gráfico con ojos que enfocan a la humanidad y que registra una jornada dura para la Argentina, los detecta. Y los fotografía porque advierte que ellos, los dos, tan juntos, tan mano con mano, atraviesan ese instante unidos por casi todo. Menos la indumentaria: a uno le brilla la camiseta de Boca y al otro le relumbra la camiseta de River. Uno con la de River y otro con la de Boca. Del mismo lado.

Foto 3

Maximiliano Mamani e Iván Carabajal se besan. Se besan con el convento de San Bernardo, pleno Salta, muy en el norte argentino, en sus espaldas. Se besan y el beso, como suele ocurrir con los besos, los hace dos y los hace uno. Se besan y ese sería un beso cualquiera entre los millones de besos que hay y que necesita el mundo si no fuera porque uno está recubierto por los colores de Boca y el otro por los de River. Y si no fuera, además, porque ese beso transformado en foto de beso circula por los caminos de la comunicación con estas palabras: “Somos negros, somos villeros, somos del interior de Argentina, somos pobres, no somos el estereotipo de cuerpo esbelto, somos los rostros negados por la colonialidad, somos maricas, empoderadas y subalternas, alejadas del clásico gay estereotipado. Transitamos nuestra vida en los espacios y en la memoria que siempre son acallados por la heteronorma y la LGBTnorma”. “Somos” proclama, una vez y otra vez, ese texto. Y en ese “somos” caben ambos y caben muchos más que ambos. Sean de Boca o sean de River.

Foto 4

Óscar toma café en el bar que es casi su bar desde que, hace décadas, no poder sobrevivir en Uruguay lo impulsó a tratar de sobrevivir en la Argentina. Sonríe ancho cuando ve surcar las puertas a Amancio, otro que siente que ese bar es casi su bar desde que pasó lo mismo, desde que más de una desesperación lo volcó a migrar de un costado al otro del Plata. “Ganamos nosotros”, vaticina Óscar, quien, en busca de arraigos con la tierra de adopción, se hizo de Boca por Severino Varela, aquel yorugua que cabeceaba con boina blanca y con el pecho en azul y en oro. “No jodas, ganamos nosotros”, replica Amancio, riverplatense como tributo a la memoria de Walter Gómez, claro que uruguayo, claro que crack en banda roja. Después revisan la Argentina de las últimas horas: ven una foto de un militante asesinado por fuerzas “de seguridad”, ven otra foto de la protesta generada porque una colección de institutos de formación docente marchan al abismo a causa del voto de unos cuantos legisladores porteños, ven más fotos de unos precios que asustan en cada verdulería. En el bar que es casi su bar, el de River y el de Boca saben que no saben quién se llevará el partido. Foto más foto, lo que saben es que en otras cuestiones están perdiendo los dos.

Foto 5

Ana y Román son pareja. Hace un día y medio. Hace un día y medio que se conocen y eso es largo como una autopista en dos biografías que no llegan a los 17 cumpleaños. Hace un día y medio que se conocen y hace 120 minutos que discuten. “Vuelve Ponzio, Pratto anda derecho, Armani es el mejor arquero de la Argentina y el Muñeco Gallardo no es un técnico y sí es un dios”, enuncia, más bien grita, Ana, que se llama Ana por “Ana no duerme”, himno y canción de Luis Alberto Spinetta, poeta eterno, hincha de River. “Olvidate: Wanchope Abila les mete dos y Nández la rompe”, devuelve Román, quien, obvio, es hijo de una dupla de encandilados por el maestro Juan Román Riquelme, bandera de Boca. A nada del segundo de los desafíos de Copa entre River y Boca, Ana y Román aceleran Buenos Aires con ropa de River y de Boca. A tono con la época, se proponen una selfie así como los atrapa ese momento, de River y de Boca, estampados una con otro, siendo dos y siendo uno, como es el amor de las parejas de un día y medio o, por qué no, de las de medio siglo. Y ahí perduran en la foto sin cerrar la discusión. En secreto, se cuentan algo. ¿Una promesa? ¿Una tentación? ¿Un encanto? “Después del partido” es lo único que se le oye a Ana y es lo único que se le escucha a Román. Vaya a saber si, cuando de nuevo se encuentren, habrá posibilidad de fotos. Seguro que habrá River-Boca, seguro que habrá Boca-River. Seguro que habrá pasión.