¿Qué recibe al inmigrante cuando llega a un destino? ¿Una cultura? ¿La vernácula u otra cosa? Lo difícil es integrarse, le dicen y retumba. Si ya migró y se instaló, ¿acaso no se integró? ¿Y qué de la hibridación? Quizá sea una discriminación semántica, una raya imaginaria o tantas otras cosas. Sólo lo sabe la piel que lo habitó.

Juan Martín Curbelo Artigas es de Villa Española pero vive en Estocolmo, Suecia. En 2013 hizo un curso básico de cine documental y otro de cine, guion y producción en una folkhögskola (escuela del pueblo). “En Uruguay vendría a ser como una UTU”, comenta. Su debut como director es Uruguayanska, sueño de campeones, el documental que se presentó el jueves en el Centro Cultural Terminal Goes y que ganó el premio al mejor corto documental en el Five Continents International Film Festival de la ciudad de Puerto La Cruz, Venezuela.

la diaria charló con el director sobre el documental, la inmigración y el fútbol como nexo cultural. Hay que alentar a los celestes. ¿Cómo se dice “celeste” en sueco?

¿Cómo surgió la idea del documental? ¿Cuál es el porqué del enfoque y de los puntos de vista?

La idea surgió en 2014, cuando estaba terminando el curso de cine documental. Vi que Uruguayanska FF como proyecto reúne a mucha gente que creo que encuentra ahí su lugar para sentirse cerca de casa, de su gente y sus costumbres, a la que le alegra el corazón y le hace la vida más fácil de llevar. El enfoque es el de la identidad y la doble identidad cultural. Pienso que muchos de los que hemos emigrado, tarde o temprano, sufrimos o vivimos este tema, al que no se le da mucha importancia ni se intenta comprender.

¿Cómo hiciste el seguimiento de las vidas de los inmigrantes?

Empezamos a filmar en enero de 2017. Filmamos los primeros entrenamientos y algunos partidos del campeonato. Hemos tenido la suerte de seguir a algunos jugadores en sus casas y sus trabajos, algo que nos dio la posibilidad de un encuentro cercano e íntimo con ellos. Quedaron varias entrevistas por hacer. Hay más historias que las que mostramos, pero por falta de tiempo o debido a otras circunstancias no se pudieron contar esta vez. Esto, de todos modos, nos deja la puerta abierta para hacer la segunda parte dentro de algunos años.

¿Por qué el fútbol? ¿Qué tiene de especial?

Un partido de fútbol puede despertar muchas emociones encontradas: para algunos, felicidad y alegría; para otros, tristeza. El fútbol puede romper muchas barreras, ya sea de idioma o de clase social. Me acuerdo de que cuando empecé la escuela para aprender sueco, en 2002, tenía compañeros de clase de Somalía, Filipinas, kurdos o de otras nacionalidades; al principio no nos entendíamos, pero jugando al fútbol en el recreo nos hicimos muy amigos y luego, en la medida en que fuimos aprendiendo algo de sueco, pudimos comunicarnos mejor. Yo jugué al fútbol desde muy chiquito, pero en los últimos años me he alejado un poco. Pienso que se lo ha explotado mucho, se ha hecho mucho negocio, por lo que para mí se perdió un poco la magia. Por ejemplo, me parece muy injusto que no se le dé el mismo apoyo económico al fútbol femenino para que pueda desarrollarse y que no concite el mismo interés que el masculino, que no se respete a las jugadoras. Hay que incentivar desde la niñez para que todas las niñas pueden jugar al fútbol y todos los niños pueden jugar a las muñecas. Igual me sigo emocionando mucho en los mundiales cuando juega Uruguay.

Además del fútbol, ¿qué otros vínculos unen al uruguayo en condición de inmigrante?

Antes de que surgiera Uruguayanska, el vínculo más grande entre los uruguayos en Estocolmo –y creo que en toda Suecia– era o es el candombe. En Estocolmo está la comparsa Rompiendo Lonjas, que durante muchos años ha sido el lugar de encuentro de los uruguayos; este año abrió el desfile de Llamadas en Montevideo. Hace algunos años, en Rinkeby, un barrio de inmigrantes de Estocolmo, Rompiendo Lonjas formó parte de un colectivo muy grande junto con otros grupos de diversas nacionalidades: se hacía samba, teatro y danza, y juntos organizaban actividades para niños, festivales y espectáculos. De esa manera aportaban a la cultura del barrio y como proyecto de integración para los uruguayos en condición de inmigrantes.

¿Cómo se dan los vínculos entre inmigrantes? ¿Por naturaleza? ¿Se fuerzan por la condición de uruguayo?

A veces surgen por naturaleza, otras veces se fuerzan por el miedo que surge, con el paso del tiempo, de perder la identidad. Volver se nos hace difícil por distintos motivos, y cuando nos percatamos de eso algunos de nosotros necesitamos un vínculo que nos permita recordar quiénes somos y de dónde venimos. De repente, somos re tangueros y candomberos, aunque capaz que en Uruguay no nos llamaba tanto la atención ni lo uno ni lo otro. Nos pasa a todos los inmigrantes. Quizá algunos pueblos lo demuestran más que otros, pero la sufrimos y disfrutamos todos el estar lejos. También para nuestros hijos son importantes esos vínculos por los que pueden vivir, sentir y palpitar las raíces que han heredado. Me parece que pasa algo muy interesante cuando la gente emigra: se rompen, al principio, las diferencias de clase social y todos estamos en la misma, tratando de buscarnos la vida. De esa manera, yo soy o me siento igual que el que está a mi lado, debido a mi condición de inmigrante. Se rompen muchos prejuicios y es una experiencia muy enriquecedora en cuanto a la concepción y el entendimiento del humano y el mundo.

¿Qué importancia tiene la cultura uruguaya y su mixtura con la sueca? Y viceversa.

Las culturas se enriquecen mucho cuando se producen estos encuentros. Lamentablemente, acá en Europa a veces se habla mucho de lo negativo. La cultura uruguaya aporta a la sueca en las relaciones humanas: el compañerismo, nuestra forma de compartir, la espontaneidad, el calor humano y el trato al otro son valores que aportan mucho a esta sociedad sueca. Yo trabajo con jubilados, los ayudo en sus quehaceres de su día a día, ya sea cocinando, acompañándolos a caminar, haciendo mandados, etcétera, y lo que he visto es que hay mucha soledad en este país. La gente no se relaciona con sus vecinos, hay problemas para socializarse, y en esto ayuda mucho la mezcla con uruguayos y otros grupos de inmigrantes. Por otra parte, la igualdad de género en la cultura y la sociedad sueca es algo que me ha hecho reflexionar y entender que es un tema que tanto los uruguayos como el resto de los latinos tendríamos que intentar desarrollar en esa dirección.

Me gustaría que ahondaras en el tema de la doble cultura que sentimos cuando estamos afuera, algo que a veces roza una especie de aculturación, de no saber ni lo que se es.

Es bastante complicado de explicar, pero voy hacer un intento. He vivido la mitad de mi vida en Uruguay y la otra mitad en Suecia. Durante mucho tiempo me costó adaptarme, criticaba mucho a los suecos y al país. Creo que era por miedo a que si los aceptaba o si me empezaban a gustar las cosas de aquí iba a perder mi identidad uruguaya. La pasé mal muchos años, sin estar allá y sin estar acá. No obstante, hoy no lo siento así: soy de los dos lados, con sus cosas buenas y malas. Mis valores, los que aprendí de chico en Villa Española, no van a desaparecer si no escucho tango. Pienso que hay que sacar lo mejor que las dos culturas tienen para uno mismo, sin dejar de criticar o dejar a un lado lo que a uno no le sirve o no acepta de ambos lugares. Luego están los uruguayos que vivieron aquí toda su vida y se sienten uruguayos netos. Creo que algunos de ellos lo sufren más. La sociedad sueca no nos acepta del todo a los que no tenemos el mismo color de ojos, algo que, acompañado por otros factores, hace que no se sientan o no quieran ser suecos. Pero cuando van a Uruguay, muchas veces tampoco se sienten del todo uruguayos. Otros, por el contrario, se sienten suecos pero también sienten que les falta la otra parte, que aquí no la encuentran. Estos dos grupos encuentran en Uruguayanska ese pedacito de Uruguay que les hacía falta para sentirse vivos acá, bien al norte del mundo. “Celeste” se dice himmelsblå.