El pasado miércoles, Defensor se despachó con flor de victoria en la altura boliviana frente al poderoso Bolívar. Los cuatro goles violetas los convirtieron gurises de la famosa cantera. Martín Rabuñal abrió la cuenta de tiro cruzado; Pablo López, con una exquisitez, un atrevimiento adolescente, puso el segundo y a esa altura ya hacía delirar a los hinchas violetas. De penal marcó uno de los más grandes, el Chino Álvaro Navarro, e Ignacio Laquintana cerró la cuenta pateando por encima del arquero desde el medio de la cancha. Fue el primer partido en la segunda era del Tata Álvaro González con la camiseta del Defensor Sporting Club; 95 minutos de sudor genuino. Dale más piola que llega hasta el sol. “Se hizo echar uno de ellos y eso fue fundamental, porque jugar con uno más es distinto. Habíamos arrancado sufriendo, ya sabíamos que iba a ser así. Nos tiraban centros, nos entraban. Yo no vi el pisotón, estaba mirando para otro lado y cuando me volví le estaban sacando roja a un rival. Ahí se aclaró el partido. Le hicimos el gol en un contragolpe y después lo supimos manejar. Somos tres grandes, el Coto [Nicolás] Correa, el Chino [Álvaro] Navarro y yo, y después todos gurises. La mayoría debutaba en la altura. Habíamos hablado sobre la altura, pero cuando íbamos para la cancha los gurises iban cantando. Yo por dentro pensaba ‘respiren, gurises’, pero después se la bancaron toda”.

Bolívar nunca había perdido con un equipo uruguayo en la altura del estadio Hernando Siles, pero Defensor nos tiene acostumbrados a este tipo de definiciones de color violeta hazaña: “A nivel de clubes hacía muchos años que no ganaba un equipo uruguayo en la altura. A nivel de selecciones la primera vez fue en las Eliminatorias pasadas, que ganamos 2-0. Un gol del Pelado [Martín Cáceres] y otro de [Diego] Godín. En Eliminatorias si empezás perdiendo tenés que ir a buscar el resultado y te podés comer cuatro. A nivel de clubes de repente perdés 1-0 y te la jugás a ganar en casa. Ellos siempre saben que vos estás sufriendo”.

El otro debut

El Tata González debutó en Primera División con la camiseta violeta hace 16 años en la cancha de Wanderers, el viejo Parque Alfredo Víctor Viera, contra el Fénix de Juan Ramón Carrasco, donde la diferencia la marcaban tipos como Germán Hornos y Martín Ligüera. Entró a reforzar el medio porque habían expulsado a Carlitos Díaz y al Colorado [Leonel] Liberman, que por esos tiempos llevaba la diez del cuadro. Para el partido siguiente la aclamada número diez fue a parar al casillero del pequeño Álvaro, pero no le tocó entrar: “Por suerte ese partido no me pusieron, imaginate si entraba yo con la diez, ¡que no se confundan!”. En aquel plantel del año del debut sonaban nombres como el de Martín Silva, Juan Guillermo Castillo, el Trufa [Sebastián] Ariosa, el Zurdo [Andrés] Lamas, el Mono [Maximiliano] Pereira: “[Marcelo] Tejera no estaba, porque si Liberman tenía la diez era porque Tejera no estaba. Me confundo porque fueron muchos años. Cada vez que lo veo a Tejera lo jodo porque me vendió unos Copa Mundial hechos en Indonesia. Viste que los Copa Mundial o son alemanes o no son, y yo no tenía ni idea, nunca había tenido unos zapatos de esos. Me los vendió baratos, pero a los pocos usos se empezaron a cuartear”. En las categorías Sexta y Séptima, Gustavo Ferrín lo ponía de a ratitos. La excusa era el tamaño del pibe o la premura del mercado para que los botijas se desarrollen. Cuando Ferrín se fue a dirigir las selecciones nacionales llegó Juan Tejera y el Tata jugó un año entero de corrido. Fueron los ojos del profe [César] Santos los que no dejaron que el gurí se alejara alegando pocos minutos en cancha. Los sucesivos ascensos a Primera División del Mono Pereira y posteriormente de Miguel Amado le dejaron el espacio para crecer. Lo subieron a Primera pero fue otra vez Ferrín, que volvía al club con la idea de que los grandes debían hacerse cargo del momento que atravesaba la institución, quien devolvió a varios al universo olvidado de Tercera División. Cuando el Negro Juan Tejera asumió la dirección técnica del primer equipo terminaron de subir los rezagados de la mano de Juan Ahuntchaín, quien había sido el gerente deportivo en las formativas del equipo del Parque Rodó: “Ahora es más normal que suban gurises, aunque Defensor siempre mantuvo ese estilo. Me acuerdo de estar en la habitación con el Flaco [Sebastián] Taborda, que dormía entre medio de dos cuchetas; tenía una cama especial porque mide como dos metros. No teníamos control de la tele, entonces cambiábamos de lejos con un taco de pool. Cuando alguno de nosotros se mandaba alguna el Flaco te daba con el taco, te dejaba cada machucón. Por suerte en ese tiempo subieron unos cuantos más y copamos, éramos más los jóvenes que los viejos, igual que ahora”.

Ir y volver e ir

2018 fue un año difícil para el futbolista que luego de aquella iniciación violácea supo vestir la azul y oro del glorioso Boca Juniors, la famosa blanca del bolsillo en la izquierda, la celeste del Lazio de Italia, la del Torino, la del Atlas de México y finalmente, antes de volver a Defensor, nuevamente la alba del Club Nacional de Football, con la mira puesta en el Mundial de Rusia 2018. Con la casaquilla celeste del seleccionado nacional jugó el Mundial de Brasil 2014, no sin antes haber levantado la Copa América en Argentina, en 2011. También participó en la Copa Confederaciones de 2013 y en la Copa América de 2015, en Chile, y en la Centenario de 2016, en Estados Unidos. En las Eliminatorias, siempre. Pero la vuelta a Uruguay y al tricolor no fue lo que esperaba, la número 15 estaría más en la percha que en el universo de sudor y pasto de una cancha: “Nunca tuve ningún problema con el Cacique [Alexander Medina], pero jugaban 11 los domingos y 11 en la Copa Libertadores y yo no estaba ni en el banco. Entonces le pregunté por qué, si había algún problema o si me estaba arrastrando. Me dijo que estaba bien pero que los demás también. Entonces cuando nos juntamos a principio de año me hubiera dicho eso, que si todos estaban bien iban a jugar otros, que prefería otros jugadores. No iba a ser ni el primer ni el último técnico que no me quiere. Él me dijo que quería que yo fuera protagonista, que fuera el de la selección. Y yo me puse a entrenar para eso. El Maestro [Óscar Washington] Tabárez me tiene confianza. Si tenía continuidad capaz que iba al Mundial. [Mario] Rebollo me decía que por más argumentos que tuvieran no me podían llevar a la selección así. Se fue apagando, y el mercado de pases lo mismo, si no jugué en seis meses. En Lazio hubo algún momento en que no jugué pero en mi lugar jugaba [Marco] Parolo, el ocho de la selección italiana, entonces me citaban igual. Pero sin jugar en Nacional es muy difícil, Medina me terminó sacando de la selección. Tuvo la chance de decirme que no me quería y no lo hizo. Yo me buscaba algún lugar para jugar y seguir mi carrera. Ahora ya me saqué eso de arriba y por suerte en Defensor no nos faltan cosas que a otros cuadros lamentablemente les faltan. Y es mi casa. Vamos a ser competitivos, vamos a estar ahí. El año pasado fue doloroso, pero la familia me sacó adelante, sobre todo en noviembre, cuando nació Bruno”.

El Tata vive ahora en el Prado, con su compañera y sus dos botijas, y tiene un pie con tapones siempre puesto en Lezica, donde se crio y donde aún viven sus padres. Recuerda cuando se encontraba con el Zurdo en el 181, en los tiempos del trasbordo y del boleto Montevideo, que le permitían tomarse dos o tres bondis, según la vuelta, para llegar al Complejo Pichincha de Defensor Sporting, sobre el camino de tierra del mismo nombre: “Acá en Defensor me escuchan, me preguntan. Yo nunca fui capitán en ningún lado, y ahora en Defensor tampoco, pero acá me hacen sentir un referente, te sentís escuchado y que tenés cosas para dar. Entrenar sabiendo que el técnico te tiene en cuenta es otra cosa. El Sebita Fernández me decía: ‘Vas a volver a disfrutar del fútbol, Tata’. Yo siempre fui con ganas a entrenar, me pasó en muchos lados de tener que ganarle al técnico la pulseada, pero los últimos meses me entregué, y eso nunca me había pasado. Ahora estoy notable, tenemos equipo para estar en la conversación. Conozco hasta a los cocineros. Eso de hacer las cosas a pulmón tiene un gustito distinto. Se valoran más las buenas actuaciones. Vuelvo a Pichincha y me acuerdo de cuando me tomaba el 148 hasta la rotonda de Millán, después el 181 hasta 8 de Octubre, y ahí el 109. Si no me tomaba el 2 hasta Propios y 8 de Octubre y lo mismo, el 109. Estamos bien, la familia está entusiasmada con ir al Franzini. Está muy lindo el estadio y más ahora en febrero, con el Parque Rodó y el carnaval. El miércoles estaremos todos ahí, al firme”.