Quizás debería haber sido un efectivo detonante –en nuestras mentes sociales que actúan por reflejos o con el diario del lunes– la muerte de David Astori por muerte súbita mientras concentraba en un lujoso hotel con su equipo, Fiorentina. O quizás el detonante debería haber estado mucho antes –en nuestras mentes sociales que carecen de previsión y proyección–, cuando en un partido entre Benfica y Vittoria Guimarães por la liga portuguesa, luego de intentar demorar un óbol como cualquier bicho futbolero, se desplomara sobre el campo el húngaro Miklos Fehrer. O un año antes incluso, cuando Marc Vivién Foé se desvaneció en el círculo central de un partido inolvidable entre Colombia y Camerún por la Copa Confederaciones. O en 2007, cuando Antonio Puerta se fue yendo de a poco, en la cancha primero, en el vestuario después, como en una cuna, y al fin en la sala de un hospital. De una forma similar falleció Dani Jarque en la cama de un hotel, con la camiseta de su equipo, pensando en el partido del día siguiente. La de Agustín Martínez es una historia que nos interpela.

¿En qué momento del año revisamos los desfibriladores que nos repartió la Asociación Uruguaya de Fútbol? En ninguno, aunque la mayoría no andan. Son lo más parecido a una virgencita, en el mejor de los casos, expuesta en una cajita de vidrio transparente amurada a la pared. ¿En qué momento del año hacemos los chequeos pertinentes a los botijas de nuestros clubes? ¿Cuánta atención les prestan los clubes a las exigencias de salud (de educación también, porque siempre subyace) de Gol al Futuro? ¿Quiénes son los responsables?

Lo que queda claro son apenas dos cosas. La primera es que el mundo de las redes sociales no nos es ajeno, incluso a quienes no las usan con frecuencia, y que superó la línea de la ansiedad, incluso la línea de la velocidad, incluso la línea de la noticia falsa. Las redes sociales son una de las cosas que más se nos parecen. La pintada en un muro digital de todas las cosas que somos y pensamos que si no pasan por el muro de uno pasan por el muro de otro, y así. La segunda es que volvemos a preocuparnos por determinadas cosas, que en realidad son urgentes, una vez que esas cosas explotan.

La Mutual habla de un protocolo, como casi siempre. No del toro por las guampas. Incluso publica un comunicado en las horas próximas posteriores al suceso, donde intenta vulgarmente desmarcarse de responsabilidades. Vuelve a hacerlo en la voz de su presidente días después, aclarando que la Mutual se encarga de los futbolistas profesionales (destacado en negrita) y no de otros, pero que de todas formas quieren aportar a solucionar lo que haya que solucionar para que no vuelva a suceder. ¿Para eso se participa en la decisión de una postergación y entonces se sucede un protocolo? ¿Cuándo vamos a dejar los escritorios? Hay cosas que son tangibles y otras que son abstractas. ¿Cómo puede un club tener un médico a diario en cada entrenamiento de cada categoría cuando los ingresos están, en su totalidad, subsidiados por uno o por otro ente y cuando la masa social no alcanza ni la recaudación para pagar los déficits que generan los funcionarios ni la seguridad que también pagan los clubes? ¿Para qué paramos el fútbol? ¿Por solidaridad o para que las cosas cambien? ¿Qué es la solidaridad si no es que las cosas cambien? ¿Las cosas cambian con un protocolo, de la misma forma en que supuestamente cambian con el reparto de desfibriladores que encima no andan? ¿O las cosas cambian con una Asamblea Extraordinaria por paro por muerte de un colega futbolista de formativas para ver en qué estamos, para dónde vamos y de dónde venimos?

Se nos murió un colega en la cancha, y los focos del problema son varios. El sistema está aferrado a la tierra. El sistema no funciona. El fútbol sigue sin ser viable. Si hubiese sido un futbolista profesional, ¿también se hubiese hablado de un protocolo y de solidaridad? Los gremios tienen herramientas sindicales de presión, como el paro de actividades, para lograr cosas, pero en el gremio de los futbolistas, desde hace muchísimo tiempo, esas herramientas han sido pantallas planas para que el sistema siga creciendo como un rizoma. Y lo siguen siendo.

Ya que nos acordamos tarde de los desfibriladores, que nos hacen hablar de las ambulancias, que nos hacen preguntar por la salud de los futbolistas, que nos vuelve a hacer ver lo vulnerables que estamos ante la tragedia y ante el cotidiano, ¿no es momento de parar, pluralizar y debatir?; ¿no es momento de parar de una vez las cosas hasta ponerlas en su lugar? Si es que alguna vez paramos realmente. ¿O es que sólo hemos seguido siendo monigotes de un sistema que no funciona, con las herramientas a mano y sin saber qué hacer con ellas, limitándonos así a resoluciones de escritorio? Con poco barro, poco sudor y un montón de lágrimas.