El único mediotanque de la calle Arocena, en pleno barrio Carrasco, es el que se moja por una lluvia persistente un lunes cualquiera de primavera. Cuando las nubes lo permiten, Ruben Sosa baja la leña, el atizador, los tenedores largos, la tabla, y prende el fuego temprano. Como la lluvia insiste, lo que trae entre sus manos el Principito es una olla, una sartén, la pasta y la cuchara de madera. Hoy el menú son espaguetis con mariscos. En el estaño del bar Arocena se han pedido la del estribo más de 90 años. En las paredes aquellas fotos, de cuando se juntó la barra, del que se fue, del que no está, los banderines de fútbol y de básquetbol, las espaldas de botellas, la tele, el crujir de la plancha y el olor que hace crujir las panzas.

En el fondo del bar, la cocina. Sosita está vestido de pies a cabeza de Nacional. Así pasa los días y la vida, vestido de hincha. Sube el vapor de la olla grande, desde la sartén los mariscos sueltan un olor particular que hace acuosas las gargantas. Sin dudas, uno de los más grandes futbolistas criollos colará la pasta a la brevedad, la salsa ya reposa sin fuego. En el salón arrastran mesas para juntarse. Afuera sigue lloviendo. El Principito sirve los platos para todos los presentes, dejando una estela de vapor saborizado en el camino. Mientras la pasta viaja al plato, mientras suenan los tenedores enroscando el espagueti, mientras se pasa el pan y se sirven las copas es imposible que por la mente no pase corriendo aquel extraordinario jugador por la punta del recuerdo. El portador de la alegría, el defensor de la risa. El de la banderita en el brazalete, el pelo pintado a tres colores. Aquella maravilla de tobilleras blancas y chapas largas a la italiana, en un mundo sin conexiones instantáneas, en los albores del color de la televisión, en el recuerdo sin dudas para siempre de un pueblo futbolero hasta la médula, de una Europa encantada por latinos, como siempre.

¿Disfrutás acordándote de todo lo que viviste?

Me acuerdo de todo ahora, después de viejo, y lo disfruto. En un momento viví más tiempo en un avión que en mi casa. Cuando estaba en Danubio, en el canal 5 había un programa que te regalaba unos Parabiago, un kilo de yerba, y estabas deseando jugar para la televisión para que te regalaran esas cosas. Hacías un par de goles y te regalaban los Parabiago, lo mismo que ahora sienten los gurises con unos Nike, unos Adidas. Así empezó todo. Yo viví para el fútbol: “alegría, alegría”, como digo siempre.

¿Cómo influyeron las lesiones en aquel tiempo y cómo influyen ahora?

Antes te lesionabas ligamentos cruzados y se te terminaba la carrera; yo me lesioné de meniscos en Danubio. Fijate que empecé la carrera a los 15 años y la terminé a los 38, la forcé demasiado. Antes de retirarme me veía en la televisión y me veía rengueando. Hugo de León fue uno de los que me lo hicieron ver: pasaba más tiempo en el gimnasio que en la cancha. Yo le decía al doctor [Carlos] Suero: me duele de lunes a lunes. Hoy en día me está costando haberla forzado tanto. Pero disfrutaba tanto que no me daba cuenta, era el capitán de Nacional, ¿qué más querés? Las vueltas que di, la torta en Maldonado, el champagne en el Centenario, la garita de teléfono.

Estuviste muchos años en Europa, donde se juegan muchos más partidos que acá.

En Europa por año jugábamos una cantidad de partidos, tres torneos a la vez. Cuando terminás la carrera parece que tenés 70 años, pero la vamos llevando bien. Antes vivía y disfrutaba. Hoy también pasan cosas lindas, mi hijo busca algún gol y me dice: “Papá, mirá el gol que le hiciste al Bayern Múnich de tiro libre”. Ahora tenés todo en el teléfono; cuando yo llegué a España mandabas una carta y demoraba 20 días, llamabas a tu mamá para ver cómo estaba y te gastabas 1.000 dólares. Ahora, después de la carrera, disfruto de otra manera: hago asados acá los lunes, por ejemplo. La gente se sorprende porque ve a Sosita haciendo asado o cocinando adentro si llueve, pero “alegría, alegría”, déjenme disfrutar, que esto yo no lo viví. Me gusta ser hincha, aunque a veces me pongo bastante nervioso por Nacional porque soy fanático; lo mismo con la selección, donde viví muchos años. Antes iba en el ómnibus con los jugadores al partido, ahora soy la gente que está en la tribuna o en la calle esperando que lleguen.

Ruben Sosa, en el bar Arocena.

Ruben Sosa, en el bar Arocena.

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¿Tenías noción de lo que vivía la gente cuando los esperaba al llegar al estadio?

No, nunca me había imaginado lo que era vivirlo como hincha, estar esperando que los jugadores lleguen, con las banderas, con las camisetas, cuando llega la selección o cuando llega Nacional. Es muy lindo vivirlo como hincha, ver salir a la señora a saludar a los jugadores, a los niños. Pensar que nosotros en algún momento hicimos que la gente saliera a la calle a recibirnos. Ahora lo veo desde ahí y entonces veo las dos caras, y aprendo.

En las comidas de los lunes no sólo hay hinchas de Nacional, y vos estás todo el día vestido de Nacional.

Acá en las comidas de los lunes hay de todo: de Peñarol, de Nacional, de Defensor, de todos los equipos. Y todos hablan de fútbol; es que si no hablamos de fútbol no somos uruguayos. Hablamos de política también, y más ahora, en estos tiempos. Ahora conozco más de la política que cuando jugaba, estoy más en contacto con la gente, con los vecinos, sé lo que les pasa. Antes ni siquiera vivía acá, me fui muy joven. Me gusta hablar de política, me interesa porque este es mi país y quiero vivir acá y que la gente esté bien. Dicen que la política esto o lo otro, pero uno que vive acá tiene que hablar de política, tiene que aprender. El tema es que somos personas públicas, y entonces todo el mundo opina. Hace muchos años hice una publicidad para el Frente Amplio. Ahora también me vinieron a buscar de la política pero les dije que no, que yo voto lo que voto pero no quiero que nadie me esté juzgando. Es como cuando errabas un gol y te gritaban. Hay que estar ahí, ¿eh? Lo mismo con el penal de Italia 90; se acuerdan de que erré un penal en el 90, no de todos los goles que hice en las Eliminatorias del 89.

¿Cómo fue la llegada al Borussia Dortmund, uno de los equipos con más gente en Europa?

Yo aplaudía; jugaban monstruos, yo entraba y pateaba algún tiro libre, metía algún gol. La llegada fue brava porque tenía la rodilla hecha pelota, pero ahí estuvo Paco [Casal]. Yo estuve con Paco casi toda mi carrera, y él ahí inventó una movida, porque el médico cuando me revisó dijo que yo no podía jugar más al fútbol. Paco es un artista callejero; no le atendía el teléfono a [Silvio] Berlusconi. Cuando el médico dijo que no podía jugar más, Paco salió a pensar y llamó a un par de presidentes, el de la Juventus y el del Real Madrid. Cuando se juntó con el médico y el presidente del Borussia lo llamaron esos presidentes para preguntarle por mí, y el presidente del Borussia no entendía nada: el médico diciendo que no podía jugar más y los otros presidentes ofreciendo un dineral, y el teléfono en altavoz. El del Borussia terminó diciendo que me quería sí o sí; le dijo al doctor que si yo llegaba a hacer goles él tenía que pagar una multa de un millón de dólares. Ese pase se hizo por Paco, por hacer una viveza de la calle. Ahora las cosas se manejan distinto. Lo que él te prometía te lo daba, hoy en día todos te quieren firmar un contrato. Él te preguntaba cuánto querías ganar y eso era lo que te daba, después si él sacaba 40, bien por él. Antes era más leal, más callejero, era palabra, un abrazo, una apretada de manos. Hoy en día todos están buscando jugadores a los diez, a los 11 años, pidiéndole al padre que le firmen un contrato.

Juan Pablo Sorín y Ruben Sosa, en el bar Arocena.

Juan Pablo Sorín y Ruben Sosa, en el bar Arocena.

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¿Y en la escuelita de fútbol que dirigís cómo son las cosas?

Lo que yo tengo es una escuela de fútbol, es para divertirse: si el papá lo trae para que yo le enseñe a pegar a tres dedos está equivocado. Es para divertirse, no es para aprender a pegarle como Sosita. En el baby fútbol a veces los niños patean al arco y están mirando al padre. Lo mío es escuela para aprender a jugar, para correr y para todos: el gordito, el flaco, el que no sabe correr, todos los que dejan afuera pueden venir a aprender conmigo.

¿Y con los pibes de Nacional?

Con los pibes de Nacional es otra cosa porque están en proceso de ser profesionales. Yo voy a los entrenamientos y veo las caras; si veo a alguno bajoneado averiguo a ver en qué anda, a ver qué le está pasando. Hasta en un monito te das cuenta de cómo está un equipo. Yo no soy entrenador, soy una parte de Nacional. Estoy para motivar y para contar la historia. Porque nosotros ganamos cosas, somos una parte de la historia, pero antes de nosotros y después hubo gente muy grande.

¿Vas cada tanto a Europa a visitar los clubes donde jugaste?

Hace poco estuve en Europa, y recorro los clubes: fui a Zaragoza, fui a Lazio, fui a Inter. Estuve como un mes, pero después empiezo a extrañar ir al Parque, ver a Nacional, ir a los entrenamientos, hacer comidas acá en el bar Arocena los lunes. Caen rayos o lo que sea, pero algo se hace igual. Hay un ticket de 300 pesos; una vez uno me dijo: “¿Un chorizo 300 pesos?”. No, un chorizo no, todos los chorizos que quieras. Y para comer acá, no para llevar; yo no hago comida para que la gente coma, hago para que la gente se junte, para hablar de fútbol, para hablar de política, para hablar de esas cosas.