Tiene la bandera pintada debajo del pómulo izquierdo. Resalta entre lo colorado del cachete. La camiseta celeste va por arriba de la campera porque está frío y, aunque mañana no sea día de escuela, no da para regalarse. “Ponete la capucha”, le dice el padre. El niño mira a la madre. La seña de la mujer es contundente. Fue un minuto antes de que un grupo de hinchas de la tribuna Olímpica empezaron a corear “Soy celeste”. Un poco más allá un veterano apura el mate. Humea, se nota. Recibe el amargo una señora con gorro como de murguista: grande, inflado, con lentejuelas blancas y celestes. Las cornetas suenan desde 2010, cuando el término vuvuzela ganó terreno y la selección la admiración y el respeto. No falta quien compra la oferta del pop acaramelado. Tampoco las gurisas que se sacan la selfie con la torre de los homenajes de fondo. Para el Instagram. O porque es la primera vez que pisan el estadio Centenario. La selección siempre invita.

No hay gritos, ni sonidos, ni reproches a la hora de cantar los himnos. Respeto con el de Panamá, canto acalorado con el de Uruguay. En el micrófono lo cantó Lucas Sugo. Bien. Julio César Dely Valdés cruza de banco de suplentes para saludar a Óscar Tabárez. Los legados siempre empiezan gracias a alguien. El abrazo es fraterno. Cuando se paran los equipos en la cancha crece la emoción. Alguien pregunta por el de cabeza blanca. Es Lodeiro, le dicen. Cuando pitó el árbitro retumbó el griterío de la gente. No sé cuánto saben de la vida, pero de la celeste saben todo.

Fernando Muslera en el arco y una línea de cuatro con Martín Cáceres, José María Giménez, Diego Godín y Diego Laxalt; Matías Vecino y Rodrigo Bentancur en el medio del medio, Nahitan Nández por derecha y Nico Lodeiro por izquierda; Giorgian de Arrascaeta suelto, más arriba, y Maximiliano Gómez bien de 9. Así arrancó Uruguay.

Gómez: gol a los 18. Lateral sobre la derecha, recibe Vecino y se la da a Cáceres, éste a Nandez, que la pincha al vacío, hacia el área, ahí donde De Arrascaeta se hizo espacio porque cortó entre dos. El del Flamengo, con buen control y mejor sentido de ubicación, tira un pase globo para que Maxi la cabeceara en el área chica.

En el segundo tiempo Uruguay siguió dominando. Fede Valverde ingresó por Vecino desde el arranque. Cuando Lucas Torreira entró por Bentancur -que salió por una torcedura de tobilla- el Centenario explotó. Es de los preferidos, Torreira. Cuesta explicar lo que sucedió cuando Tabárez mandó juntos a Edinson Cavani y a Luis Suárez: la inmensa mayoría de los celulares se encendieron, los aplausos y el griterío fue mundial. Una niña suspiró y exhaló haciendo no con la cabeza.

Suárez retribuyó tanto cariño con gol. Pedazo de tiro libre que colgó en el ángulo. Si está para los 90 o no ya se verá. Paso a paso, minutos más minutos. De todas formas, nada le quita la magia.

Luis Suárez, previo al tiro libre que transformó en el segundo gol de Uruguay.

Luis Suárez, previo al tiro libre que transformó en el segundo gol de Uruguay.

Foto: Sandro Pereyra

¿Y el gol de Pajarito Valverde? Golazo y medio, como para no quedarse atrás. El del Real Madrid la cazó de aire y le pegó cruzado. Balazo contra el palo.

Algún gol más pudo llegar. Tampoco era lo más importante. Lo medular se vio en cancha: los esperados regresos de Suárez y Cavani después de sus lesiones en el final de la temporada europea, el esbozo de lo que será el cuadro titular en el debut de la Copa América, los engranajes, el estadio repleto, la fiesta en la tribuna, el abrazo de todos, el fútbol siempre en celeste.

Federico Valverde, convirtió el tercer gol de Uruguay, en el estadio Centenario.

Federico Valverde, convirtió el tercer gol de Uruguay, en el estadio Centenario.

Foto: Sandro Pereyra

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