Hay personas cuya niñez es muy simple imaginar. Hay otras caras cuyos rasgos se fueron transformando. O en las que ciertos gestos se instalaron en el rostro como cicatrices, como pliegues. En la narrativa biográfica de una respuesta, puedo ver a Martín en sus palabras. Tiene la capacidad de dibujar en el otro las imágenes propias del recuerdo. Como si la infancia, donde las pasiones comienzan a bullir, fuera un partido más que relata. Admira, dice, a quienes narran una anécdota una y otra vez haciéndola cada vez más atrapante. Dice también que la diferencia con el relato está en el ejercicio de lo impensado, en la dinámica de lo imprevisto, como diría Dante Panzeri. En acomodar la gola para el gol y quebrarla en un segundo para lamentar casi tanto como el delantero. Martín Rodríguez es de esa escuela, la de Fútbol y Compañía, la de 13 a 0, la del verbo romper, que vaya si hace falta para entender por qué jugamos y a qué.

¿Cuál es el origen de la pasión, o cuál pasión está primero? ¿La del relato, la de la radio, la del fútbol?

En mi caso lo que hay primero es un nivel de atracción muy fuerte por la comunicación. Por los estímulos sonoros y audiovisuales que recibí desde muy chico, mirando televisión y escuchando radio. Registro desde edades muy tempranas voces, sonoridades de las radios que se escuchaban en las casas de mis abuelas, de mis abuelos, en mi casa. Programas que no eran para mí porque yo era un niño, pero eran esas radios que estaban prendidas todo el día. Eso a mí me llamaba la atención, entonces la comunicación me entra desde muy chico por esa vía, tengo recuerdos muy fuertes de las voces y las caras de la televisión, de las tandas publicitarias, de programas que se miraban en la televisión en blanco y negro. Creo que hay una predisposición mía a la comunicación que viene desde la primerísima infancia, capaz que desde los tres o cuatro años. Después, a los seis años, se le suma el interés repentino por el fútbol, como hincha y como chiquilín que jugaba en la calle. En ese momento también empiezo a darle mucha importancia a un tipo de programa deportivo que en mi casa estaba sintonizado los fines de semana por la tarde en la radio, que es la transmisión de fútbol. Ahí hay una amalgama muy potente, que es la mezcla de lo que pasa en la cancha, la pasión que le pone el que narra y la sonoridad de la cancha. Esa mezcla me resultó una especie de imán.

¿Por qué decís que el interés por el fútbol fue repentino?

Es extraño eso. Hasta los cinco años tenía determinado grupo de amigas y amigos en el barrio que no jugábamos a la pelota. Los seis los vivo en el año 90, que es año de Mundial. Ese año a mi padre le da por ir a ver mucho a Nacional y me empieza a llevar, también cambio de amigos en el barrio, me empiezo a juntar con varones que jugaban a la pelota todas las tardes. De golpe, en meses, pasé de ser un niño que no se fijaba en el fútbol a ser un fanático que esperaba el último bloque del polideportivo para ver los goles de la fecha. Un cambio repentino que implicó hacerme hincha de un equipo, jugar a ese deporte, empezar a ver programas deportivos, escuchar las transmisiones y sentir, poco después, que quería trabajar de eso.

¿En qué momento fue “poco después”?

Ya en la escuela empecé a sentirlo. Hablaba de ser relator de fútbol y periodista. Pero, fundamentalmente, relator. Antes de los diez años ya sabía que quería hacer eso. Fue una cosa muy potente, muy repentina y muy clara. De repente en un cumpleaños te hacían relatar un gol. El timbre de voz hacía también que muchas veces me dijeran que tenía que trabajar en la radio, sin saber que yo ya estaba procesando eso desde mucho antes de ser consciente de que la radio me interesaba.

¿Y cuándo empezó el vínculo tácito con la radio?

Cuando termino el liceo me vuelco por carreras de comunicación. Me metí a hacer Comunicación Social en la UTU y en paralelo hice un curso privado de periodismo deportivo. Ahí empiezan a darse las primeras pasantías en programas de radio, las primeras experiencias al aire. El Profe [Ricardo] Piñeyrúa, a quien había conocido un poco antes, me dice que se enteró que a mí me gustaba relatar y él estaba precisando un relator suplente para un partido que había de una Liguilla. Ya para el año siguiente, 2004, empecé a trabajar con él en 13 a 0 como relator suplente y haciendo cancha cuando no relataba.

¿La práctica del fútbol se terminó en algún momento?

Mi vínculo con el fútbol jugando es la calle, la hora de la siesta hasta que caiga el sol. Jugar mucho, correr mucho, disimular las carencias técnicas con entrega. Un chiquilín que juega al fútbol todos los días desarrolla una capacidad increíble de resistencia física. Me probé en alguna ocasión, pero no quedé o fui tarde, nunca me enganché; pero por lo menos hasta la época del liceo seguí jugando. Igual seguía viendo o escuchando partidos de fútbol, porque había un interés creciente en relatar eso algún día. Al menos hasta mi generación tenemos la radio metida, en las generaciones posteriores eso cambió por la televisión; también cambió en los pibes de hoy, que juegan mucho menos en la calle, el fútbol ahora es más de ir al club, del fútbol cinco, hasta del videojuego. Los pibes que quieren ser relatores ahora quieren ser los relatores de la tele, no de la radio, y eso te desafía, te impone el desdoblamiento; tuve que aprender a relatar en tele. Lo cual no sólo implica asumir un plan de sobrevivencia como narrador, sino también una adaptación a un código que es distinto. En la radio todo pasa por vos, en la tele todo pasa por la imagen, y uno tiene que buscar una forma rigurosa en términos del manejo de la información, que es quién tiene la pelota, básicamente, pero también creativa, para que eso no se vuelva un parte policial.

“Es importante ponerle elementos de creatividad al relato, pero no hay que perder de vista que lo más importante es contar lo que está pasando en la cancha”.

¿Hay textos narrativos que sirven de apoyo para el oficio?

No es que haya un texto, más allá de que después, cuando describo, pueda utilizar elementos de la literatura. A veces se ponen como si fueran sinónimos “relatar” y “narrar”, y me hace un poco de ruido. El relato deportivo es un tipo de narración que tiene sus dificultades. Es un tipo de narración no artística, sino periodística. Más allá de tu estilo personal, tenés que contar fielmente algo que está ocurriendo y que tiene carácter noticioso, informativo. Estás narrando algo que no es la anécdota de ayer, estoy narrando algo vivo, impredecible, que nunca se repite, no hay dos partidos ni habrá nunca dos partidos iguales, por más que en la historia hay millones de partidos jugados. Eso te pone en una línea de tensión. Es importante ponerle elementos de creatividad al relato, pero no hay que perder de vista que lo más importante es contar lo que está pasando en la cancha. Hay una tensión entre las formas y los contenidos. Si vos pensás mucho en las formas, corrés el riesgo de descuidar lo fundamental, que es lo que está pasando y que es lo que la gente que está escuchando quiere saber. Hay otro elemento difícil de manejar que tiene que ver con resolver rápido, porque la radio es el aquí y el ahora.

¿Cómo resolvés eso?

La cabeza tiene que ser lo suficientemente rápida y eficiente para decir en pocas palabras y en tiempo real algo. Es un laburo tensionante: todos los días estás dando un examen, que es contar bien lo que está pasando en la cancha. A mí me deja una gran frustración cerrar un partido sabiendo que le erré al nombre del tipo que hizo el gol, y a veces te pasa y hay que convivir con esa frustración y con ese duelo. Pero también está bueno generar la capacidad de superar rápido esa frustración, porque no podés hacer la peor transmisión de tu vida porque a los 5 minutos cantaste mal un gol, cuando quedan 85 minutos más por contar y un montón de situaciones en las que otra vez vas a precisar estar fino. Como le pasa a un jugador cuando arranca dándole un pase corto al arquero.

Martín Rodríguez.

Martín Rodríguez.

Foto: Federico Gutiérrez

Parecen ser bastante similares en ese sentido.

Los relatores tenemos la ventaja de la fugacidad, al error se lo llevó el viento, aunque ahora la gente saca los archivos y podés viralizar errores. Pero en general pasamos inadvertidos, la fugacidad de la radio hace que todo sea el instante y el palabrerío va tapando lo que dijiste antes. En cambio, el error del jugador puede costar un campeonato. En el fondo siempre sigue siendo inigualable la presión que siente un jugador de fútbol con la que sentimos otras personas que a partir del trabajo de los jugadores tenemos un trabajo paralelo.

¿Cómo fue construyéndose el estilo de tu relato?

Primero, escuchando relatores de otras radios. El relator nace como oyente. O sea, si sólo te gusta el fútbol y no escuchaste transmisiones, es muy difícil que puedas ser relator. Es necesario haber escuchado y seguir escuchando. Yo seguí escuchando, seguí haciendo zapping, seguí diferenciando estilos. Lo que pasa cuando sentís pasión por un oficio es que estás pensando en el oficio todo el tiempo. Incluso cuando no lo desarrollás. Estás en la sala de espera del dentista y pensás en situaciones de partido. El oficio nace con el oyente y con el tipo que después incorpora a su cabeza el oficio y lo tiene presente. En mi caso nunca me puse a anotar fórmulas para relatar. Pero evidentemente, ese tenerlo en la cabeza constantemente es lo que hace que en un partido pueda surgir con más facilidad una idea, que después puede parecerte buena y se convierta en un latiguillo que hace a tu estilo.

¿Y con la voz tenés algún cuidado especial?

Cuando empecé a estudiar comunicación hice distintos cursos que tenían que ver con la locución, con la respiración. Pero una vez que terminaron esos cursos fui muy haragán. Lo que he incorporado más en el último tiempo es cuidarme un poco más antes de los partidos, no salir hasta tarde. Salir un poquito, sí, pero tener cierta conducta. En los últimos tiempos traté de ponerme las pilas para llegar a los partidos en óptimas condiciones, porque cuando mejor te sentís mejor trabajás.

¿El futuro va a ser relatando?

Espero que sea un oficio que me acompañe durante la mayor parte de mi vida laboral activa. Mientras lo pueda hacer y haya condiciones básicas para poder hacerlo ‒eso sería una radio y un grupo de gente con la que se pueda laburar‒, lo voy a hacer. Sobre todo mientras sienta que lo estoy haciendo dignamente. Como en todas las profesiones, como el jugador de fútbol cuando empieza a ver señales que te dicen que ya no lo estás haciendo tan bien. Cuando se dé esa situación, espero tener la capacidad de decir “llegué hasta acá” y que el recuerdo esté asociado a un laburo bien hecho.

¿Cómo se puede transformar la tradición del relato? ¿Se puede? ¿Se busca transformar?

Creo que se puede transformar, pero que hay muy pocas personas que tienen esa capacidad. Hay cientos de personas haciendo esto, en radios de Montevideo, del interior, comunitarias, siguiendo fútbol profesional, de primera, de segunda, amateur. Los relatores que hacen escuela, los que consiguen desarrollar un estilo innovador y aceptado por mucha gente, y que a partir de ahí vienen otros atrás que tratan de imitarlos, a lo largo de la historia han sido muy pocos, posiblemente [Carlos] Solé y Víctor Hugo Morales. En ambos casos hay una irrupción exitosa, popular, que abre la puerta a hacer el oficio de un modo distinto. Pero eso pasa muy de vez en cuando. Es posible que no aparezca uno desde Víctor Hugo en la década del 70, como antes había pasado con Solé, que empezó a relatar en la década del 40. Este tiempo tiene una dificultad extra, que es que la radio genera hoy un impacto menor al que generaba antes. En la primera época de Solé no había tele, y en la de Víctor Hugo era algo todavía reciente. Entonces un relator podía hacer un impacto en la audiencia. Hoy, aun haciendo muy bien el laburo, se genera una repercusión mucho menor.

¿Se puede transformar desde la concepción de la transmisión?

Una transmisión no es sólo el relator, aunque el relator es una parte fundamental. Mientras haya un relator será transmisión. Pero en general los elencos son grandes, entonces la transmisión es un programa largo que se nutre de otras cosas. Yo creo que Fútbol y Compañía, en la época previa a El Espectador ‒estamos hablando de mitad de los años 90‒, se caracterizó por tener un encare muy rupturista, se animaron a hacer todo tipo de cosas que obligan al relator a compartir el tiempo de aire con otras personas. Yo vengo de esa escuela y agradezco haber estado ahí.