“Leonardo Favio decía que se hizo peronista porque no se puede ser feliz en soledad. El acontecimiento maradoniano es lo que nos dice, entonces, que no se puede ser libre en soledad. Por eso, para un maradoniano no hay nada más liberador que otro maradoniano. Y que se lea bien el parafraseado, no hay nada más liberador: esto es la fraternidad que comprende y goza del amor que no se explica, la carne viva, la matrix de la doble moral prendida fuego, la fiesta popular, la fe en constante renacimiento”. Bárbara Pistoia, Todo Diego es político (Síncopa Editora, Buenos Aires, 2021).

Llega octubre con su viento, las florcitas amarillas de los plátanos que forman raras figuras en las veredas y calles de Buenos Aires, y arranca también como cita obligada recordar a Diego. Nos sumergimos en sus frases, en sus jugadas, en esa forma increíble, tan humana, osada, valiente de habitar este planeta.

Este mes invita un poco a la nostalgia y también a ponerse en movimiento. Pelota bajo la suela, cabeza levantada y desafiar a la realidad a pura pregunta. Qué otra cosa es el fútbol si no un cúmulo de azares, controversias, incertidumbres mágicas.

Nos aprontamos futboleros y futboleras a transitar estos días por primera vez sin Maradona en este mundo. Y decir “sin” es raro. Porque no hay día que en algún rincón del planeta no se hable de él, no se publique una foto o se cuente una anécdota. Hay frases maradonianas para enfrentar la cotidianeidad y formas de respuesta para explicar lo que pasa. Y nos sigue sucediendo y nos sigue pasando. Como un partido continuo donde el silbato del final no llega. Acaso esa sensación sea la de la eternidad. Un mito que nos tocó compartir y vivir en la misma época.

Por ahí un periodista español definió a Diego como un animal poético. Y es un gran acierto. Otras personas lo definieron como uno político. Y también la embocaron. Alguna vez el compañero sociólogo, filósofo, historiador y docente Horacio González, a quien también perdimos y extrañamos y vaya si nos hace falta, decía que el fútbol resiste bien su conversión en mercancía. El juego de la pelota se resguarda siempre en genialidades que no se planearon de antemano, en circunstancias imprevisibles. En la vereda de enfrente, la industria del espectáculo, el show de opiniones que siempre o casi siempre quedan en orsai, la maquinaria de consumo.

Maradona en la cancha y fuera de ella fue y es un talismán contra esos intereses mercantiles. Ese cuerpo que se escapa de las patadas y que encuentra los caminos posibles para que la pelota llegue a los pies de un compañero es una armadura contra la sinrazón de estos tiempos.

Esa apuesta por la vida siempre, la de nuestras barriadas que sin nada o con muy poco salen todos los días a pelearla y encuentran caminos donde mitigar el dolor, donde combatir la desesperanza. Muchas veces la pelota y la posibilidad de jugar son expresiones de libertad inmensas. Ahí nos paramos para defender el deseo y la revolución. En una cancha para habitar con juego. Ese que dibuja nuestra identidad y nuestra pertenencia. Ese que jugaba Diego.

Amar a Diego y sostener su memoria implica abrazar contradicciones, demonios y fantasmas. En el calor de la lucha del movimiento de mujeres y de los feminismos muchas nos vimos obligadas a expresarnos sobre la idea del sostén de un ídolo popular y machista.

Tengo para decir que no le encuentro sentido a la etiqueta que nos enchufaron. Feminismo maradoniano. Como si hubiera que encolumnarse siempre atrás de un rótulo que le hace más sencillo el pensamiento a muchas y muchos. Me niego a esta percepción. Amar hasta las manos y los pies. Amar sin condiciones y por fuera de las correcciones políticas, una forma de aberración de nuestros tiempos pues me niego.

No justifico nada y ningún hecho de la vida de un mito popular de estas dimensiones. Elijo hundir los pies en el barro, hacernos más preguntas, pensar a los feminismos villeros desde las márgenes que habitamos con idas y vueltas así como Diego jugaba y vivía.

No perdemos nunca la capacidad de asombro frente al poder emancipador del fútbol cuando se juega como vivimos. Y ese es el camino que tomamos. Con la valentía y el compromiso político de querer transformarlo todo. Desde el lugar que nos toque y asumiendo que la deconstrucción es dolorosa, que desaprenderse y volver a aprender es un proceso largo, lento como transitar una cancha embarrada.

Y guardar este recuerdo de 35 años en el corazón para siempre.

22 de junio de 1986

Fue una magistral demostración individual apoyada en una construcción colectiva. Amagó a pasar la pelota y no lo hizo. Anunció algo que iba a hacer pero no era eso. Le alcanzaron esos segundos de magia para notar quiénes iban corriendo a la par suya ofreciéndose como pase o descarga. Avanzó con las ganas de millones. Avanzó con su forma de gambetear aprendida en los potreros de Fiorito. Tiró toda la historia de nuestro juego sobre las espaldas de los inventores del juego. Con esas armas. Un diez brillante en una camiseta que curiosamente era resplandeciente. Y nos dejó ciegos y locos de amor para siempre.