Reviso una y otra vez el video de Youtube, casi como si fuese el film Zapruder. Paro, vuelvo atrás, dejo la escena fija. Cuento. Tomo nota.

Lo que estoy revisando unas horas después son las tristísimas y lamentables escenas de violencia que se sucedieron en el estadio Eduardo Martínez Monegal de Canelones una vez que finalizó el partido de vuelta de las semifinales de la Copa Nacional de Clubes B que jugaban el local, Darling de Canelones, con su cancha y su epicentro deportivo apenas a unos cientos de metros del máximo escenario deportivo de la ciudad de Canelones, y Boquita, el más novel club de Sarandí Grande, distante a casi 100 kilómetros del escenario canario, y también el más joven equipo de los que compite en la Liga de Fútbol de Florida.

Clasificó Boquita, un club que empezó en 1995 apuntando al baby fútbol, y que a medida que aquellos muchachos se fueron promoviendo para cancha grande, incorporó en competencia el fútbol de 11, trascendió en formativas y terminó afiliándose a la Liga de Fútbol de Florida, desde donde llegó con sus jóvenes temporadas a la Copa Nacional de Clubes B, en la que ahora es finalista. Los auriazules sarandienses, que no son xeneizes porque no nacieron de los genoveses, lograron ese enorme paso al clasificar por puntos ante Darling, después de haber ganado 1-0 en Sarandí y empatado 0-0 en Canelones.

A pesar de que el sábado tenía día libre, tenía en mis planes llegar hasta Canelones para ver, y cubrir, si no las dos semifinales (de noche jugaban Wanderers de Santa Lucía, el otro finalista, con Bella Vista de Paysandú), por lo menos la vespertina. Los cambios en el servicio de transporte interdepartamental desde la llegada de la covid-19 y alguna falta de previsión de mi parte para estar a las 16.00 en Canelones me impidieron llegar, así que, un poco a la antigua, a las 15.55 para equilibrar debidamente falsas expectativas con frustraciones a futuro hice una repasada por la tele: sin existencias de reservas de realismo mágico al canal local, el del cableoperador que contrato ni lo miré porque sabía que los derechos eran de Tenfield, y en los VTV no hubo suerte.

Prendí la radio, y cuando escuché la cadencia única e inigualable de Julio Rafael Guarnido leyendo de su bibliorato el fichero de Fútbol Florida por la CW33, conecté impensadamente con otros tiempos.

Mundo virtual

Primero por afición, después como quiero ser y por último como periodista, debo tener, por abajo de la pata, 5.000 partidos vistos cerca del alambrado o lejos de ellos, en cinco estrellas del fútbol o en piringundines de la globa, con los más gloriosos equipos en cancha o con ilustres desconocidos que esa tarde, como cada una de ellas, estaban jugando su final del mundo entre matas de yuyos asaltando las esquinas del fútbol. Dicen que no tenemos memoria para recordar antes de los tres años, pero yo me sé recorriendo la explanadita del Campeones Olímpicos detrás de una pelotita roja de plástico, y años después en sus bancos, o pasar al majestuoso y único Centenario, al Palermo, al Méndez Piana, mobiliario habitual de todos los días, y salir a sorprenderme con el Capurro, con el Olímpico, con Belvedere, el Parque Rivero, la Bombonera de Basáñez, con Jardines, con la Plaza de Deportes de Colonia, el viejo Casto Martínez Laguarda, el enorme Landoni. Fui y sigo yendo a todos ellos como una de las más placenteras visitas que puedo hacer semana a semana, mi fiesta de cada fin de semana. Me pasó en el 68 en el que registro sin dudas mi primer partido de Uruguay en la Olímpica de la mano de mi padre, y me pasa ahora, cuando llevo a mis descendientes más chicos. Seguro ya por aquellos años había preocupaciones y ciertos requisitos de cuidados mínimos para no tener miedo de ir al estadio y sí para tener goce de ir al estadio.

Es posible que a muchos de esos partidos, a muchísimos, fuera con la radio a mis oídos, pero recuperar aquella antiquísima experiencia de imaginar un partido a través del relato sin tener más vínculo con el partido que esas personas que transmiten lo que está pasando a kilómetros del aparato es un ejercicio removedor.

La transmisión tiene muchos picos de emoción, pero sólo uno enorme por su duración y trascendencia en el momento y después, que es la sanción y no sanción de un penal a favor de Darling en el segundo tiempo. Hay no menos de cinco minutos de ida y vueltas en que la imaginación del oyente se impacta con la sorpresa del relator. ¡Ah, pero qué cobró! ¿Penal? ¿Cobró penal para Darling?, y el relato del rally que lleva al segundo asistente, al juez principal, a los jugadores de Boquita, a los de Darling, a las tarjetas. Un rato después no es penal sino tiro libre, y el partido sigue, y sigue, hasta que termina 0-0 y Boquita finalista.

Aldea global

Zapruder tiene sólo 29 segundos y es una filmación casera en ocho milímetros de Abrahám Zapruder del día que en 1963 mataron al presidente de Estados Unidos John Kennedy en Dallas.

El video de Youtube de Jorge Benoit, campeonísimo como jugador, entrenador y ahora también comunicador, dura seis minutos, y es también una mirada amateur, y desesperada, de los acontecimientos del Martínez Monegal ni bien terminó el partido.

Los jóvenes emisores del equipo radial floridense dan cuenta, en medio de las glosas a la épica clasificación, de incidentes dentro del campo de juego, pero no desvía demasiado mi percepción de oyente, tal vez por el tono, tal vez porque creo haber escuchado que todo vuelve a los carriles normales.

No apago la radio, pienso en algún testimonio que me enriquezca la crónica que escribiré, que hable de sus inicios en Boquita, de Sarandí Grande alcanzando por primera vez en su historia futbolera una final, de madres, novias, tíos a quienes se les dedica el momento. Mientras pienso eso pegado a la radio a 45 kilómetros de los acontecimientos, Benoit, en la tribuna principal del Martínez Monegal, sigue grabando escenas horribles de algo que para mí ya pasó.

Las líneas pasan a zona de vestuarios, y allí uno imagina a los jugadores contentos. Pero no. Uno de los hermanos Ghirardi, Felipe, es consultado por el partido, por la instancia histórica, por la clasificación. Dice que no puede hablar del partido, porque lo que ha pasado estuvo próximo a una tragedia. El zaguero hace público que los podrían haber lastimado gravemente, y que había jugadores sangrando, heridos –entre ellos, su hermano, el capitán–, porque se habían tenido que tirar por encima del muro porque corrían peligro.

Su narración es horrible y preocupante, pero incluso peor es mirar unas horas después las imágenes de lo sucedido durante más de cinco minutos sin nadie que le pudiera poner coto a la violencia desenfrenada de unos muchos.

Termina el partido. Seguramente los de Boquita se juntan para festejar su hazaña, unos segundos después empieza el video. Algunos jugadores de Darling enfrentan a sus pares de Boquita. Por lo menos uno de ellos agrede a golpes de puño a uno de sus rivales en el partido, y ahí se ve que empieza la invasión de gente desde la tribuna que da a la ruta 5. Son diez o 15 muchachos, en su mayoría. Se suman rápidamente a los agresores. Aun en el arco el golero Fabio Marizcurrena también es atacado por un niño que lo desafía a pelear. A todo esto la cámara cambia de plano y se va con los jueces, que, junto a sus guardias de seguridad, salen disparados por el portón, perseguidos o intuyendo que serán perseguidos. Cuando la cámara vuelve a los rodeados jugadores de Boquita, el horror va in crescendo. Ya son una treintena los atacantes. A un futbolista le roban la camiseta, mientras otros roban las banderas del alambrado. Otro de los finalistas, Javier López, escapa gambeteando patadas y golpes en una carrera zigzagueante de 50 metros. El final de la carrera de López a la explanada de la tribuna principal nos devuelve al córner donde ya no está el banderín, usado como lanza por los ahora seguramente 30 o 40 atacantes que obligan a los jugadores sitiados a tirarse por encima de muros y alambrados para no ser atrapados por la golpiza.

Los atacantes muestran, en el medio de la cancha, las banderas robadas en un ejercicio seguramente estudiado por académicos, que pasa por creer que el mundo virtual, el de la televisión, es el mundo en el que viven esos individuos, porque acá, pisando nuestros campos, nunca había visto una situación así en medio de una cancha. Aunque puede ser que sean varios, en esos cinco o seis minutos de extrema violencia, sólo se ve a uno o dos deportistas de Darling colapsados por la situación que están viviendo, y tal vez ahí esté el meollo del asunto.

Nunca más

Durante esta temporada, y obviamente también en otras, han existido en los campos de OFI horribles situaciones de violencia que por azar no han terminado en tragedia. No pasó sólo el sábado, pasó en muchos partidos, en muchos estadios, y vamos camino a naturalizar la barbarie.

Protagonistas y aficionados coincidimos que este no es ni por asomo el fútbol que ha tomado parte de nuestras vidas.

En absoluto podemos naturalizar estos ejercicios de violencia y bravuconadas extremas como parte de la competencia, del folclore. No, nunca.

Las autoridades de OFI son ahora quienes tienen en sus decisiones algunos paliativos inmediatos a esta grave situación. Pero son ellos, y nosotros, los que debemos evolucionar y revisar nuestras conductas brutalmente simplificadas en un permanente discurso de odio hacia quien está enfrente.