Ya no hay redes en el Antel Arena. No sabemos dónde ni cuándo empezó, pero sabemos lo que significa: donde emboca un campeón nadie más vuelve a embocar. Y ayer, y para siempre, el campeón fue Aguada, que al vencer a Trouville 90-84 se quedó con la cuarta final de la Liga Uruguay de Básquetbol y con un marcador de 3-1 revalidó su título de mejor del básquetbol uruguayo.

Llegó así a su décimo título de campeón: 1940, 1941, 1942, 1943, 1948, 1974, 1976 y los tres de este siglo, 2013, 2019 y este que se jugó en 2019, 2020 y 2021, pero que lógicamente vale uno. En dos de los tres del siglo XXI ha participado Leandro García Morales, uno de los mejores basquetbolistas de este tiempo, que, sin ser de Aguada, dado que despuntó en Biguá, donde fue campeón, al igual que lo hizo con Hebraica, ‒yéndose de Aguada‒, los hinchas aguateros lo han ungido como su D10S.

Lo sé, lo creo y lo divulgo: cada vez que amateur o profesionalmente nos ponemos una camiseta o empezamos a correr tras una pelota, lo hacemos para ganar, para ser campeones, para jugar.

Por más casete que le encajes, por más mesurado que se tenga que mostrar el jugador, el técnico y hasta el dirigente siempre está latente la idea de ganar y de soñar con ser campeón.

Ese sueño tiene que haber empezado en el medio de otro sueño, en el invierno de 2019, cuando venció en aquella histórica serie de finales que por primera vez se jugaban en el extraordinario Antel Arena, repleto de hinchas, cuando los rojiverdes doblegaron a Malvín para quedarse por novena vez con el máximo torneo de la Federación Uruguaya de Basket-Ball.

Este sueño tan extenso como incierto, que muchas veces pareció tornarse pesadilla, se desarrolló durante jornadas de tres años calendario (comenzó en 2019, se jugó como se pudo en 2020 y terminó en 2021), tuvo su noche inicial en el mismo Antel Arena y con el mismo rival ante quien había cortado las redes unos meses atrás, Malvín.

Aquella noche, Leandro García Morales, motivo de controversias por sus formas pero indiscutido crack del básquetbol uruguayo, tenía 39 años y venía de un terrible accidente automovilístico que le había dejado serias lesiones. Casi 500 noches después, cuarentón, mañoso e infalible, García Morales y un selecto grupo de compañeros volvían a coronarse campeones, dirigidos por el argentino Adrián Capelli. Con el casi cuarentón Federico Bavosi, los estadounidenses de calidad Dwayne Davis, Lee Roberts y Al Thornton, Sebastián Izaguirre, Mateo Sarni, Federico Pereiras y los juveniles Nahuel Santos, Ignacio Castro, Santiago Silveira y Lucas Silva volvieron a cortar las redes, esta vez de un casi vacío Antel Arena. Pero los hinchas, además de esa docena de profesionales, estaban. Ahí y en cada lugar. Los hinchas y los jugadores, porque el pivot y maestro santanderino David Doblas ocupó plaza de extranjero en 2019, lo mismo que el jamaiquino Weiyinmi Rose y varios estadounidenses con distintos aportes, como Robert Battle y Courtney Fells. Fue una campaña durísima, con pérdida de puntos, lesiones, problemas disciplinarios, cambios de técnico y cierta irregularidad deportiva, que sumado a la pérdida de puntos lo llevó a jugar el reclasificatorio, para tratar de poder llegar a la pelea por el título.

Ser profesional y ser hincha a veces significa distintos tipos de amor, pero no necesariamente modifica los sueños que aprendimos a edificar en las veredas de nuestros barrios.

Ser hincha y ser profesional, renovar permanentemente la promesa del sueño, del esfuerzo y el amor a la camiseta, puede conducirte a efímeros pero inolvidables momentos de felicidad, como cuando aprendiste a jugar, como el de anoche, cuando enseñaste a los que vengan y a los que quieran saber, que esa red hay que cortarla y hay que darle valor del más preciado trofeo, porque donde emboca un campeón nadie más vuelve a embocar.