Corría el año 1972 y al noreste de Montevideo las mujeres jugaban al fútbol.

En el liceo de Villa García, los recreos eran minutos de partidos mixtos frente a los ojos de todos, lo que significaba el deshonor para muchos. A ellas no les importaba el qué dirán, simplemente se divertían.

Pero los varones no estaban muy convencidos de ser el centro de atención por recibir burlas al jugar con sus compañeras, entonces les quitaron ese espacio.

“Pensamos ‘¿para qué los precisamos?, ¿por qué no armar un cuadro nosotras?’”, dice María Ivone Mattos, convencida de que fue la mejor decisión que tomaron.

Contra todos

“Los compañeros nos pusieron trabas, éramos la vergüenza del liceo”. Lo dice con una mirada desafiante y nos traslada a ese preciso momento, 50 años atrás, cuando pegarle a la pelota siendo mujer era considerado una provocación. Algunas, como Mattos y sus amigas, les hicieron frente a los opositores. No titubearon ante semejante injusticia y se pusieron a jugar solas. En definitiva, no los necesitaban.

Pero también tuvieron la dicha de encontrar apoyo. “En el liceo estaban todas las compañeras en contra de que jugáramos, y un día nos llamó el director y nos dijo: ‘¿Ustedes están jugando al fútbol?’. Respondimos que sí y siguió: ‘¿Por qué están jugando?’. ‘Porque nos gusta’, le dijimos, y contestó: ‘Me parece excelente, no dejen de jugar porque a alguien no le guste que lo hagan, yo en lo que pueda las voy a ayudar, sólo que de fútbol no sé nada’”.

“Realmente nos dio mucho. Si alguna se lastimaba, nos íbamos a curar al liceo. Esas primeras cosas sumaron un montón, fue poco pero valorable. Ese consejo fue un empujón fundamental”, recuerda.

Las liceales formaron el primer grupo de jugadoras de fútbol del barrio, llamado Mauri. “Nos fuimos a un campito en el kilómetro 16 a practicar. Habíamos pedido permiso en el club Los Zorzales, pero nos lo negaron. Yo conocía a un director técnico de Colón y le pregunté si podía entrenarnos. Le gustó la idea y empezó a dirigirnos de onda. Nos consiguió camisetas, aunque no nos aceptaban como parte del equipo”, cuenta.

Las ganas de competir a pesar de no estar representadas por ninguna institución no cesaban, por lo que buscaron contrincante y disputaron su primer partido.

“Eran del Cerro, perdimos 9-0, pero no nos importó. Empezamos a practicar bien con el nuevo entrenador y al segundo ya empatamos. Luego estuvimos cinco años invictas. Ahí Colón decidió patrocinarnos, dejar que fuéramos del club”, rememora.

Primeros pasos

En 1970 se formó la Asociación Amateur de Fútbol Femenino, impulsada por Zulma Palavecino, dirigente de Nacional. En 1971 se disputó el primer torneo, en el que Nacional ganó y fue campeón consecutivo hasta 1975.

Los equipos participantes fueron Las Águilas Negras, Amazonas, Bella Vista de San José, Cerro Azul, Huracán de Sarandí, Iriarte, Las Albas, Las Charrúas, Las Estrellas de Santa Lucía, Las Rebeldes de Florida, Lomas de Zamora FC, Nacional, Pampero FC, Paso de los Toros de Tacuarembó, Peñarol, River Plate de San José, San Lorenzo de San José y Santiago Vázquez.

Al conocer el surgimiento del equipo de mujeres de Nacional, Ivone inmediatamente quiso formar parte. “Quería estar ahí, soy hincha de Nacional a muerte, pero no me aceptaron. Eran muy buenas y yo no era de las mejores jugadoras. Era un Pelado [Enrique] Peña, jugaba y reventaba. Casi todos los equipos ponían un incentivo individual en los partidos. Yo siempre me lo ganaba por la actitud: corría, marcaba, lo daba todo. Era delantera, pero me iba cambiando de puesto; jugué hasta de golera y atajé un penal también. Me quebré todas las uñas porque las tenía bien largas, pero me quedé con la pelota”, confiesa riendo orgullosa.

María Mattos.

María Mattos.

Foto: Natalia Rovira

La primera casaca que vistió luego de estar en Mauri fue la de la franja. Cuando el entrenador se acercó a Danubio y presentó a las chiquilinas, pasaron a ser parte del equipo de Jardines: “Nos regalaron sólo los zapatos de fútbol. A la camiseta de Mauri le sacamos el logo y bordamos uno nosotras”.

En los siguientes años empezaron a formarse otros cuadros en Montevideo, como Villa Española y Huracán Villegas, que no participaban en los torneos oficiales. Por esos equipos fue pasando Ivone. “Te iban llamando y te daban unos pesitos para incentivarte a cambiarte de equipo, éramos muy pocas las que nos animábamos a jugar”, explica.

Sin pedir permiso

Para las jugadoras de la época no fue nada fácil plantarse y jugar al fútbol a pesar de todo. La pelea se daba en cada casa, con cada familia. Practicar el deporte implicaba perder amigos, ser objeto de críticas y discriminación constante.

“Con mamá tuve varios problemas, no quería que jugara. Decía que era una machona, que no podía andar con las piernas todas lastimadas. Pero no era sólo ella. Yo cuidaba unas niñas y cuando empecé a jugar al fútbol no querían que las cuidara más. Las madres de mis amigas del barrio no las dejaban juntarse conmigo, sólo nos llevábamos entre las que jugábamos”.

También perdió en lo amoroso, tenía un novio que no quería que jugara. “Él jugaba en un equipo de Punta de Rieles. Un día teníamos partido a la misma vez. Ellos habían terminado de jugar y se pusieron a ver nuestro partido, él se me acercó y me intentó sacar de la cancha. Decía que era una vergüenza que sus amigos me vieran jugar al fútbol, entonces lo dejé y seguí jugando al fútbol. Hacía tres años que éramos novios”, afirma.

En definitiva, ganó en libertad. Muchas mujeres dejaban de jugar, otras ni lo intentaban, pero las más valientes asumieron la responsabilidad y dieron inicio a la contienda de crear y hacer crecer el fútbol femenino, que continúa hasta la actualidad.

Lo que no pudo ser

Ivone nunca pudo vestir la camiseta del club de sus amores. “La espina que me quedó fue no haber jugado en Nacional. Varias veces caminé cuadras y cuadras para hablar por teléfono y ver si me llamaban. Una vez me fui de Punta de Rieles a La Unión para probarme, pero no quedé. Me llegó a llamar Peñarol, en donde jugué un partido”, dice.

“Mi hijo practicó en Fénix pero no tenía la pasión que tengo yo, que dejo de hacer cualquier cosa por mirar un partido de Nacional. Me gusta mirar otros partidos, voy a la cancha, he viajado a ver a mi equipo a Chile, Brasil, Argentina y a todo el interior del país. Una vez no tenía dinero y conseguí cuando ya estaban todos los viajes completos. No me quedó otra y me fui con la barra brava, no me lo quería perder”, enfatiza.

Creadoras de futuro

“Ver a las jugadoras de hoy en día es una envidia sana, es emocionante. No saben el valor que tiene esto, tienen que agradecernos a nosotras que la luchamos en la peor época para que tengan un lugarcito en la sociedad. Están en la tele, viajan, algo impensado para la época en la que nos tocó jugar. Somos responsables de lo bueno que les está pasando. Antes teníamos que pedir que alguien se hiciera cargo de nosotras, ahora a ellas las llaman”, piensa y se emociona, porque sabe que fue una de las pioneras. Esas mujeres se enfrentaron a lo más cruel: las limitaciones para ocupar un espacio sólo por el hecho de ser mujeres.

Su historia con la pelota volvió fuerte a Ivone, y jugó hasta pasados los 40 años. “Eso se los inculqué a mis hijos: que nunca les importe lo que digan los demás”, comenta.

El fútbol le dejó el placer de jugar con libertad. “Estoy feliz porque a pesar de todo siempre estuve con la frente en alto. Hoy quedan los mejores recuerdos, a veces nos reunimos con algunas excompañeras y aparecen las anécdotas. Es mágico”.

Mattos no se queda sólo con los recuerdos. A sus casi 60 años fue a ver a su hijo, que jugaba en el Málaga. En la previa había unas chicas peloteando con una menos, entonces se sumó al partido.

“Increíblemente, se me acercó una señora y me dijo ‘comadre, ¿usted jugando al fútbol?’; era una compañera mía y no podía creer. Aunque me lleven al hospital, si vienen ahora y me invitan a un picadito, me sumo, con varones igual”.