Desde hace más de un siglo, por estas partes del mundo, decenas de miles de personas hemos soñado con el fútbol. Jugarlo antes que nada, jugarlo y verlo tantas veces como fuera posible. Jugarlo, verlo, escucharlo, hasta que el jugarlo, el ser futbolista, se fue desviando del “cuando sea grande” y entonces nuestra llama interior se volcó a verlo, entenderlo, quererlo, estar.

La interrogante a dilucidar, entonces, debería ser cuál será el estado de felicidad, individual y colectiva, que recibirán las sociedades de diez países de Sudamérica, los que integran la Confederación Sudamericana de Fútbol ‒ahora conocida por su marketinero nombre de fantasía, Conmebol‒ al enfrentarse a un lapso de 37 días de competiciones seguidas y distintas en las que cada selección jugará un mínimo de seis partidos y un máximo de nueve.

38 partidos en 37 días

Desde el 3 de junio, cuando se jugará la quinta etapa de las Eliminatorias mundialistas (aunque con los partidos correspondientes a la séptima), hasta el 10 de julio, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela deberán jugar dos partidos por Eliminatorias y cuatro de Copa América (todos), mientras que los que avancen sumarán un total de siete, ocho o hasta nueve partidos cuando se juegue la final el 10 de julio, en el Estadio Metropolitano de Barranquilla.

Hay un total de 38 partidos (diez de Eliminatorias y 28 de Sudamericano especial) que se jugarán en un lapso de 37 días en 16 ciudades de diez países cuya distancia máxima entre sí podría ser establecida en 7.324 kilómetros, si tomamos como la sede más norteña a Caracas y la más sureña a Montevideo.

¿Se juega?

Mi madre seguramente tiene decenas de virtudes que trascienden la obviedad con que se ha hecho conocida en estas páginas, pero no podemos obviar que aún hoy, como el 3 de junio, como el 10 de julio, me seguirá preguntando, como cada día de este siglo, como cada semana desde hace más de 50 años: ¡¿pero todos los días hay fútbol?!

Lo hará en esos 37 días de 38 partidos en 16 ciudades de diez países y por dos competencias de selecciones. Pero ahora permítanme traer a este párrafo a mi abuela, que vivió casi todo el siglo XX y durante décadas aterrizaba su sensatez sobre mi pasión por el fútbol, y mi respuesta preestablecida después, cuando hacía un calor o un frío de morirse, cuando el viento nos llevaba puestos, cuando caían pingüinos de punta, o cuando alguna tragedia real nos atravesaba como sociedad: “Con este tiempo así, seguro que no se juega”; “con esto que estamos pasando no habrá partidos”.

Abuela, mi madre, yo y decenas de miles de ustedes seguramente ya habrán pensado que con la tragedia que el mundo, y particularmente América del Sur, está viviendo con la pandemia causada por la covid-19, por lo menos esta Copa América extraordinaria, que no tiene otro fin administrativo que jugar el mismo año que en Europa se juega la Eurocopa, pero que también tiene el fin comercial de millones de dólares en derechos de televisación y merchandising, esta vez no se jugaría.

Pero se jugará.

Vectores, burbujas y contagios

Ya vimos algunos números de viajeros, cruces, ciudades y burbujas en las simultáneas seis semanas de fase de grupos de Libertadores y de la Sudamericana, que han hecho que parte del continente sudamericano hasta junio tenga corredores sanitarios y burbujas para 64 delegaciones de hasta 55 personas, de diez países y 36 ciudades distintas, interactuando en 32 viajes semanales desde el norte de Venezuela al sur de Chile. Son unas 3.500 personas que semanalmente participan en la ejecución de partidos de fútbol sin público.

Todo esto, planteado con una eufemística definición de fiesta y competencia; pero en realidad no hay ninguna necesidad de estar jugando un mes entre selecciones de diez países con jugadores que vienen de allí y de otros tantos países de Europa y de América del Norte, sólo para quedar empardados con los tiempos de competición en Europa y que los clubes multinacionales y concesionarios con sede en Europa no deban ceder a sus jugadores cuando ellos quieren que descansen o se preparen para su próxima competencia.

Esta Copa América, como la Eurocopa, se había planificado para jugar en 2020. La brutal primera ola de coronavirus, primero en Europa y después en América, hizo suspender las competencias para ese año y postergarlas para cuando se pudiera, que parece que será en 2021. Obvio que la competición regular de la Eurocopa, que se juega desde 1960, después de que ya se hubiesen jugado 27 campeonatos sudamericanos de mayores desde 1916, tendrá una exigencia y demanda de los que compraron los derechos de esa competencia que se juega cada cuatro años. La última fue en Francia en 2016, y para esta tienen previsto 51 partidos que por primera vez se jugarán en 11 ciudades de 11 países diferentes, y con la expectativa de que haya público restringido. Allá ellos.

¿Para qué?

Pero ¿y nosotros? ¿Hay necesidad?

En 2018, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, reconoció que le había pedido a la FIFA que autorizaran la disputa para poder coincidir con la Eurocopa y facilitar las cosas a los clubes. “Quiero hacer público un pedido que hicimos a FIFA para que a partir 2020 la Copa América se juegue en años pares. Entonces, el último año que se jugaría en años impares sería la Copa Brasil 2019”. Error. Se jugará en 2021, cuando los diez países que conforman la más antigua confederación continental de fútbol están pasando por momentos dramáticos en relación a los altos rangos de transmisibilidad de contagio del SARS-CoV-2.

Argentina ha tenido en esta última semana un promedio de 24.000 casos diarios y 373 muertos diarios, según el promedio de la última semana. Menos de dos semanas atrás, el presidente Alberto Fernández puso en duda la organización de la copa en su tierra: “No quiero frustrar el espectáculo de la Copa América, pero quiero que seamos muy sensatos, muy cuidadosos. Tenemos un tiempo por delante para analizar y ver cómo evolucionan las cosas”, dijo, y manifestó su preocupación por que “sin salir de la Argentina los equipos están teniendo altos niveles de contagios; saliendo de la Argentina todo puede ser peor”.

Sin embargo ayer, el exgoleador rosarino Gonzalo Belloso, por estos días secretario general de la Conmebol, dejó entrever en la radio Continental de Buenos Aires que “ni el gobierno ni la Asociación del Fútbol Argentino nos manifestó que no se quiere jugar el torneo ahí [por Argentina]”, y que “es difícil la situación del mundo, pero la Copa América se va a jugar en los dos países”.

Si se confirmase que se jugará en Argentina, hay cuatro sedes dispuestas para partidos de primera fase: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y Santiago del Estero, mientras que el Monumental de Buenos Aires repetirá para un partido de cuartos de final y una semifinal, y el Mario Alberto Kempes de Córdoba tendrá un partido de cuartos.

El grupo A, a desempeñarse en las citadas ciudades, lo componen Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia y Uruguay. Avanzarán cuatro selecciones de las cinco, jugando los cuartos de final de esos cuatro que avanzaron en Argentina, ahí mismo, y también una semifinal.

Colombia, el otro país organizador de la Copa América 2021, ha promediado 436 muertos diarios en los últimos siete días y tiene una media de 17.000 casos diarios en las últimas jornadas.

En la última semana el presidente colombiano le aseguró a la agencia Efe: “Tengo un compromiso muy claro por parte de Colombia con la Conmebol, y hemos dicho: estamos preparados para que la Copa América se juegue en Colombia con esas garantías de bioseguridad. En lo que nos corresponde a nosotros, que tenemos un grupo de cinco equipos, hemos dicho: sí, estamos listos”.

Colombia también tendrá como sede cuatro ciudades: Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali. Los colombianos albergan el grupo B con Venezuela, Brasil, Perú y Ecuador. Tendrán, además del grupo, los cuartos de final entre quienes jugaron allí, una semifinal y las decisiones finales.

Lo que debía ser, lo que no fue y lo que será

Si no hubiese habido pandemia, si los costos de vidas humanas y las enormes crisis que conlleva la pandemia no hubiesen existido, para junio de 2021 sólo había programados partidos por las fechas 11 y 12 de las clasificatorias mundialistas.

Se jugarían en las mismas fechas, el 3 y el 8 de junio, los únicos partidos, y ya avanzando en la segunda rueda. A Uruguay le hubiese tocado Colombia en casa y Brasil de visitante.

Tras las suspensiones, la de marzo de 2020 y la de marzo de 2021, quedamos con una sobrecarga tal que en junio se iban a jugar la quinta y la sexta fecha, con la selección de Óscar Washington Tabárez visitando Argentina el 3 de junio y recibiendo a Bolivia el 8 para después marchar a Argentina a la Copa América. Sin embargo, y por causas que no han sido argumentadas de forma contundente, se saltean esos partidos correspondientes a la quinta y la sexta fecha y se cambian por los de la séptima y octava, en los que a Uruguay le tocará recibir a Paraguay, hacer un viaje de 7.000 kilómetros de ida y vuelta para jugar con Venezuela y después volver al Río de la Plata para jugar su serie de la Copa América en Argentina.

Mario Rebollo, integrante del cuerpo técnico de la selección uruguaya, dijo a Mario Bardanca, en Derechos exclusivos: “Lo mejor era mantener el calendario estipulado por sorteo. Supuestamente armarían las triples fechas para evitar desplazamientos desiguales de los planteles. Hice todas las combinaciones posibles y no me cierra por ningún lado. Lo veo bastante desprolijo”.

Todo así, desprolijo. Mandan los negocios sobre la vida, y eso no está bien.