Por estos tiempos es muy común que, con ironía y descalificación implícita, se afirme que nos gobierna una agencia de publicidad.

Pasó ‒y pasa en el Río de la Plata‒ que hasta un par de décadas el nacimiento de su margen occidental era nuestra principal fuente de contacto con emisores masivos (canales de televisión, radios, diarios y revistas). Pero esa forma de presentar acciones, ideas, excusas de gobierno según lo indica el mundo de la publicidad, es una idea que ha prendido muy fuerte en tiempo de pequeños emisores, como somos ahora en las redes sociales, manejados por enormes estrategias cuya ética no siempre coincide con el pleno de los receptores.

El duranbarbismo tomó América sin avisarnos a los que habitamos el táper, y las mentiras, verdades sin confirmar y estrategias sostenidas para los que de buena fe comemos ya son cosas de todos los días, de todos los estamentos, en todas las dimensiones.

La Conmebol, la primera unión continental de fútbol en la historia del mundo, fue fundada en 1916 por un uruguayo, Héctor Rivadavia Gómez, y en ese mismo acto nació el primer campeonato continental, el Sudamericano.

Con agencia de publicidad o sin ella, ahora la Confederación Sudamericana de Fútbol ha tomado el nombre de Conmebol y su presidente nos está visitando asiduamente con rango sanitario de secretario de Estado, sin someterse a cuarentena y además clavándose un buen asadito, como el del miércoles de noche en el Complejo Uruguay Celeste.

Necesidad impostergable

En 40 días Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol desde hace cinco años, visitó Uruguay dos veces con el salvoconducto para evitar la cuarentena habilitado por el gobierno uruguayo “por razones de necesidad impostergable y de carácter urgente que se entienden justificadas”.

La primera vez coincidió con su amigo personal Pedro Bordaberry y con Luis Alberto Lacalle, el día de la patada inicial de tres dedos del presidente de la República, en la inauguración del hermoso complejo del club que ahora se llama Montevideo City Torque desde que se convirtió en concesión-filial de Manchester City.

Por esas horas también se generó la acción de Luis Lacalle Pou, que intercedió y gestionó ante Sinovac en China para conseguir vacunas para los futbolistas que actúan o defienden a los diez países que integran la confederación.

El presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Ignacio Alonso, también presente en aquella oportunidad, fue quien confirmó a la diaria que ahí empezó la gestión del Ejecutivo uruguayo por las vacunas chinas para la Conmebol.

“Surgió con la llegada del presidente Domínguez a Uruguay. Tuvimos una actividad con el presidente Lacalle y se conversó mucho sobre el proceso de vacunación de Uruguay, sobre los meses de trabajo para poder llegar a este pool del fútbol sudamericano y la idea de llegar a los deportistas sudamericanos con la vacuna y ver qué mecanismos se podía implementar”.

Otra pose

El miércoles, Alejandro Domínguez, hijo de Osvaldo Domínguez Dibb, controversial dirigente de fútbol y político, sobrino de Humberto Domínguez Dibb, que fue yerno del dictador paraguayo Alfredo Stroessner y primo hermano de Alfredo Goli Stroessner, fundador, junto con el actual presidente del Paraguay, Mario Abdo Benítez, del movimiento Paz y Progreso, la corriente “stroessnerista” del Partido Colorado con la que Abdo llegó a la máxima investidura, volvió a pisar suelo uruguayo exonerado de la cuarentena, pero esta vez con un marcado gesto de exhibición y protagonismo.

Lo hizo con el trofeo de la Copa América para recibir en el aeropuerto de Carrasco las 50.000 dosis de vacunas Sinovac conseguidas por el presidente Lacalle y los demás miembros del Poder Ejecutivo, para que los jugadores de las primeras divisiones, de las selecciones nacionales, de los cuerpos técnicos, delegados y funcionarios de la Conmebol puedan vacunarse.

Tras la acción de logística cotidiana de abrir el contenedor que llegaba con las vacunas, transformada en un nuevo acto de agencia de publicidad y hasta exagerada por la exhibición de la Copa América, Luis Lacalle Pou hizo de su exposición pública ante su castigado pueblo un panegírico de la libertad responsable como sostén de la humanidad, al tiempo que en la pista de aterrizaje y con chalecos reflectores bajaban las heladeritas con las dosis.

“Si fracasa la libertad responsable fracasa la humanidad”, afirmó el presidente uruguayo, y al rato se fue a comer un asado con los visitantes de la Conmebol encabezados por su presidente, Alejandro Domínguez, el director de Desarrollo, Gonzalo Belloso, el gerente de Marketing, Arturo Montero, y el director médico, Osvaldo Pangrazio ‒todos llegados ese día‒.

También estuvieron en la comida el secretario de Presidencia, Álvaro Delgado, el secretario nacional de Deportes, Sebastián Bauzá, y el subsecretario Pablo Ferrari, y los miembros del Ejecutivo de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Ignacio Alonso, Gastón Tealdi, Eduardo Ache, Matías Pérez, Fernando Sosa, Jorge Casales y Andrea Lanfranco.

Un asado para 15, donde no se cuentan el insustituible ‒¡el asador!‒ y mínimo cuatro asistentes para servir, por lo que llegamos a los asados extraburbuja de 20 personas, que en cualquier juntada de pandemia están prohibidos o desaconsejados con libertad responsable.

¡Te vacunaron nomás!

Mientras en América la covid-19 nos viene matando como a pajaritos, a la Conmebol, que desde hace dos semanas está moviendo aproximadamente a 3.500 personas de 64 delegaciones integradas por hasta 55 personas de diez países y 36 ciudades distintas interactuando en 32 viajes semanales desde el norte de Venezuela al sur de Chile para jugar la Libertadores y la Sudamericana, se le ocurre que también puede hacer 38 partidos en 37 días por una doble fecha de las Eliminatorias y una Copa América cuyo único objetivo extraordinario es quedar a la par de la Eurocopa en sus secuencias de cuatro años.

No parece adecuado, parece arriesgado, parece que se está jugando con la vida. Pero si nos dicen que van a jugar vacunados, las agencias de publicidad que gobiernen nuestras ideas tal vez nos hagan ver con empatía el gesto de Lacalle Pou y la Conmebol, para que podamos permanecer en nuestras burbujas con la fiesta del fútbol sudamericano.

Hay un problema: no todo va a ser tan fácil. Los aproximadamente 3.500 deportistas, delegados y personal técnico de la Libertadores y la Sudamericana, a excepción de los uruguayos, no podrán empezar a vacunarse esta semana: las dosis de todos los países están en Montevideo, y además Argentina y Venezuela aún no han aprobado la vacuna. Y mucho menos se podrá llegar con los 21 días de la segunda dosis, y menos aún los 14 posteriores que hay que aguardar para que se complete la inmunización.

El segundo problema, cronológicamente, pero el primero desde el punto de vista de lo que se plantea, es el de la vacunación de los futbolistas que participarán de las Eliminatorias y de la Copa América.

El 3 de junio es el primero de los 38 partidos que las diez selecciones jugarán en 37 días. Esta diaria de 2 de mayo marca los números de la frustrada ilusión: Sinovac precisa 35 días en total para sus dos dosis y el período posterior de dos semanas. Aun si mañana se empezara a vacunar a todos los jugadores de todos los países, no se llegaría.

Pero el inconveniente más grande y obviado, o resuelto en la virtualidad de manera simplista, es cómo y dónde se vacunarán los 180 o 200 futbolistas internacionales de selección que juegan en Europa y en América del Norte. ¿Cómo van esas vacunas desde Montevideo a una treintena de ciudades del hemisferio norte? ¿Cuándo llegan? ¿Cómo y dónde se vacunan esos futbolistas que el 3 de junio deberían jugar inmunizados en nuestro continente pleno de contagios?

No da, no se puede, y hay que decirlo y contraponerlo con los infomerciales. Aunque sea en el uso de nuestras libertades responsables, por el bien de la humanidad.