Mañana, domingo 13 de junio de 2021, empieza en Brasilia, Brasil, la más extraordinaria, la más impertinente edición del torneo continental de selecciones más antiguo del mundo: la Copa América.

En la retórica presidencial de Luis Alberto Lacalle Pou y de algunos de sus más cercanos colaboradores se repite con insistencia la fórmula “ustedes saben bien”, “ustedes conocen”, “ustedes piden”, “ustedes quieren”, dando por sentado situaciones que de manera alguna se pueden comprobar o confirmar en el momento de su recepción, y que tanto comunicadores como receptores deben tomar como buenas y transmitirlas así, sin cuestionar la validez de tales asertos.

No lo dijo Lacalle en concreto, aunque lo conversó con su secretario nacional de Deporte: que la gente, o sea nosotros, precisamos algo para entretenernos en este tan difícil momento, y eso es el fútbol, y ahora mismo es la Copa América. Eso que el presidente de la República le comentó a Sebastián Bauzá, “mantener el deporte profesional para que la gente tenga algo con qué entretenerse”, tiene una conexión o un correlato extendido en varios países de América del Sur y ahora desemboca en el desarrollo inmediato de la Copa América en Brasil, en medio de los muertos, los infectados y la multiplicación de vectores que implica esta competencia.

Hemos sostenido desde hace meses la absoluta inconveniencia de esta competencia en medio de la pandemia, que sin embargo se realizará bajo la argumentación de que la gente precisa entretenerse. También, de manera más técnica, dicen que los planteles necesitan jugar para ponerse a tiro con sus pares europeos. O, de manera más financiera, que precisan la competencia para asegurar ingresos económicos.

Mientras tanto, la gente se muere, o se infecta, o se le complica la vida más que cualquier lugar en la tabla de posiciones.

LaCovAmérica

Desde su primera edición en 1916 –cuando en Buenos Aires el uruguayo Héctor Rivadavia Gómez dio forma final a la asociación continental, la Confederación Sudamericana de Fútbol, y abrazó como propio un torneo de fútbol que había convocado en Argentina para conmemorar el centenario de su independencia– hasta nuestros días, nunca la celebración de esta competencia había sido tan inoportuna, innecesaria y peligrosa como esta que se jugará en Brasil. Que quede claro: hubiera sido igual en cualquiera de los diez países de la Conmebol, con el virus de la covid-19 en fase de alta circulación y la salud de quienes vivimos en estos territorios en riesgo permanente.

El jueves el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil autorizó la realización de la Copa América 2021, cuando seis de los 11 miembros de la corte rechazaron las dos solicitudes presentadas por el Partido Socialista Brasileño, el Partido de los Trabajadores y la Confederación Nacional de Trabajadores Metalúrgicos para que el evento no se hiciera. Estas organizaciones sociales acudieron a la Justicia con el potente argumento de que organizar la Copa América viola los derechos fundamentales a la vida y la salud de los brasileños, así como menoscaba la eficiencia de la administración pública en el marco de la pandemia que ha provocado la muerte de más de 482.000 personas en Brasil.

Las diez asociaciones y federaciones que componen la Conmebol estaban a la espera de esta última decisión para jugar este torneo que representará para la confederación un ingreso mínimo de 140 millones de dólares, según el acuerdo pactado con la firma multinacional de origen japonés Dentsu. Dentsu Inc., según su propia definición el tercer grupo de comunicación más grande del mundo, adquirió hace un par de años los derechos comerciales globales de la Copa América en sus ediciones 2020 (esta que se jugará en 2021), 2024 y 2028, quedando como responsable de las ventas de patrocinio, transmisión y licencias, y de la comercialización de las entradas y de los derechos de hospitalidad, con los que asegura esa centenaria cantidad de millones si el campeonato se juega, como se jugará, aun en medio de la muerte y la desolación.

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No importa que sea en Brasil, donde esta semana la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) que desde abril revisa el tratamiento de la pandemia que ha llevado el gobierno de Jair Bolsonaro recibió al más reciente ministro de Salud, Marcelo Queiroga, quien dijo que el presidente y los gobernadores conocen los riesgos y los protocolos necesarios para minimizar el impacto de un evento que no es de masas, según él. “No hay público, no hay hinchada, todos los jugadores de tapabocas”, expresó el ministro de Salud, que como otros gobernante dio datos errados del tratamiento de la pandemia y dijo que Brasil era el tercer país en vacunaciones contra la covid-19 cuando, según Our World in Data, Brasil ocupa el puesto 66 en la lista de vacunados por habitante.

La CPI utilizó datos de un espeluznante informe de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de San Pablo (USP) que concluye que el descontrol de la epidemia de coronavirus en Brasil fue deliberado por parte del gobierno de Bolsonaro, que optó por dejar correr el virus con la justificación de que una alta tasa de contagios sería la solución para conseguir la inmunidad de rebaño. En la CPI se supo además que hubo 53 correos que el gobierno no respondió al laboratorio Pfizer y que la primera carta, enviada por la farmacéutica para negociar las vacunas en setiembre, recién fue respondida en noviembre.

Soldados del entretenimiento

Siempre me llamó la atención cómo en medio de la más grande conflagración masiva del siglo XX, el siglo de la consolidación del fútbol como espectáculo de masas, se seguían jugando campeonatos entre las bombas, entre los muertos, entre los deudos. En Alemania, Adolf Hitler y el Tercer Reich convirtieron el deporte en parte de su estrategia de exaltación de la identidad nacional alemana, y eso explica que se disputasen partidos de fútbol oficiales hasta bien entrada la primavera de 1945, ya cuando las ciudades alemanas estaban sufriendo constantes bombardeos y Berlín estaba a punto de caer.

En América del Sur en pleno siglo XXI ha existido una suerte de discurso en común de buena parte de los gobernantes acerca de la necesidad de que haya fútbol para que la gente tenga algo con qué entretenerse. Como si fuese un campeonato de Master Chef, colocan a cada sociedad de este rincón del mundo frente a las pantallas, para que en vez de andar preocupándonos por la salud, la educación y el trabajo nos narcoticemos con los gladiadores que nos representan.

Ahí está la Copa, ahí están las muertes, los contagios. Y aquí estamos nosotros, que “lo sabemos bien”.