Con una maravillosa actuación, el bote doble par ligero de Bruno Cetraro y Felipe Klüver logró la hazaña de meterse en la final olímpica de la especialidad.
En una ventosa mañana, los uruguayos, en una carrera épica, entraron segundos detrás de Alemania, remontando desde la última colocación para doblegar a Polonia, Canadá, República Checa y Noruega.
El dato no es menor, remando con viento cruzado y a favor, la pista tuvo condiciones de mucha ola. Bruno y Felipe están acostumbrados a esto, es el escenario que tantas veces se repite cuando entrenan en el Lago Calcagno, en Canelones. Osvaldo Borchi, el entrenador argentino de madre uruguaya, anotó en un papel la estrategia de la regata. Klüver y Cetraro lo leyeron y lo creyeron; por sobre todas las cosas, creyeron.
El golpe de efecto lo dieron en los últimos mil metros, cuando dejaron todo lo que tenían para dar arriba de ese bote. De los errores de la serie aprendieron. Felipe lo dijo tras bajarse del bote: “tuvimos una serie muy mala”. Para los rivales, tal vez eso haya sido razón como para no tenerlos en cuenta. En la repesca los tigres mostraron sus rayas. En las últimas remadas se llevaron por ocho centésimas una clasificación que el mercedario calificó de una forma tan campechana como sincera: “de asco”.
Para triunfar, primero hay que estar en la pista el día señalado. Y no importa si fue de asco, el alto rendimiento está hecho de victorias y fracasos en los mínimos detalles. El día señalado, con intenso viento y olas en la bahía portuaria de Tokio, ellos estaban ahí, porque unos días antes el cronómetro les sonrió.
Y entonces esto. Mil metros especulando, acompañando, guardando fuerzas. “Mañana no hay que dejar que se nos vayan tanto”, le dijo Cetraro a Kluver con la clasificación en el bolsillo. Es que primero los dejaron ir, y luego los machacaron. Los uruguayos terminaron de competir y, en tierra, miraron la computadora que registra la información de sus remadas, de sus tiempos, de su velocidad. Ellos mismos se sorprendieron de lo bien que lo hicieron en ese último cuarto de regata.
Es cierto, el bote alemán, uno de los favoritos al oro olímpico, entró primero y con ventaja, pero detrás de él, con el corazón en cada remada y con los ojos de Uruguay abiertos de asombro en horario central televisivo, dos pibes con una voluntad inquebrantable consiguieron algo que hace 70 años se esperaba. La final, que no se logra en justas olímpicas desde 1952, será en la noche del miércoles uruguayo, a las 21.50.
Una salvedad. Es cierto que el remo uruguayo ha ganado más medallas olímpicas que cualquier otro deporte en nuestra historia. Pero ahora, en 2021, en tiempos de hiper profesionalización, de estudio, cálculos y computadoras que miden el latido del corazón y la fuerza de cada remada, cuando se privilegia a los que tienen recursos en abundancia, Uruguay tiene un bote en la élite del remo mundial. Es mucho decir y, sobre todo, sigue siendo un comienzo para una federación que no para de apostar por sus deportistas y su selección nacional y que ha generado los proyectos de desarrollo que ahora desembarcan en una final olímpica.
El montevideano Bruno Cetraro y el mercedario Felipe Kluver ya han ganado el diploma olímpico, pero ahora van por un histórico podio.
Desde los Juegos Olímpicos de Roma 1960 ningún bote uruguayo había entrado entre los 10 primeros, y ahora ya están mínimo en la sexta colocación, y pugnando por una medalla.