En los pasillos de la villa se comenta. La cumbia suena fuerte y entre música y bailes pasa Luis Scola. Los leones –equipo de hockey de Argentina–, varios de ellos campeones olímpicos de 2016, lo aplauden, lo paran, se toman fotos. Es la noche del retiro del gran capitán albiceleste de básquetbol. Lo curioso no es la escena, lo curioso de la escena es el contexto. Son los Juegos Olímpicos de la pandemia y la Villa Olímpica fue ofrecida al mundo como una especie de reclusión VIP para los atletas. Dentro de la villa podrían ser vigilados y custodiados para mantener el virus a raya; fuera de ella sólo podrían estar para asistir a sus competencias o entrenamientos.

La rigidez duró 15 días, desde que abriera sus puertas hasta que finalizara el segundo fin de semana de competencias de Tokio 2020, que marca los diez días de acción deportiva. Entonces, ya muchos deportistas han dejado su actividad y aprovechan sus últimas horas para disfrutar. La Villa Olímpica pierde su rigidez y gana espontaneidad, gana el espíritu olímpico tradicional, de confraternidad y alegría compartida. Puertas adentro ya no parecen los juegos de la pandemia, parecen unos juegos más dentro de la muralla otrora infranqueable. Así lo cuentan algunos deportistas y así lo atestiguan sus redes sociales.

Una puerta lateral es la preferida por muchos para salir a un minimercado 24 horas a buscar provisiones. Durante el día también es usada para salir al shopping y algunos consiguen pases limitados que provee la organización para poder salir a presenciar deportes que no son el suyo, algo que en principio estaba vetado.

El predio tiene las prestaciones habituales de este tipo de instalaciones, con el agregado de la prolijidad y la tecnología japonesas. Aunque también es cierto que quienes pasaron este tiempo dentro cuentan que todo parece desarmable, estructura liviana que seguramente se reacomode en el interior de los edificios al finalizar la cita olímpica. El lugar sobre el que están construidos los múltiples edificios en este predio es una isla artificial en la bahía de Tokio. Es terreno ganado al mar, sobre el que la ciudad ahora se expande. Esta zona de la capital luce en pleno crecimiento. A pocas cuadras, abundan las grúas y los edificios en construcción. “La experiencia fue espectacular. Fueron unos juegos bastante particulares y, para nosotros, que estábamos en una villa satélite con movimiento restringido esos días, fueron un campeonato de vela”, contó Dominique Knüppel sobre su primera experiencia olímpica. “Por suerte pudimos venir un par de días a la villa y conocer toda la movida de los juegos, que está increíble. Acá uno puede caminar por la villa y se siente un poco más libre”, comparó.

La que queda

Entre caminatas al aire libre y disfrute, la cantidad de personas que ocupan las instalaciones va decreciendo sensiblemente. Los deportistas se van, se despiden del hogar de sus sueños, aquel para el que trabajaron muchos años, una vida, pero que siempre supieron que sería transitorio. Ya ha cumplido su función este barrio privado para deportistas de élite y, según la reglamentación, todos deben abandonar el país en las 48 horas posteriores al final de sus competencias. El plazo no se cumple a rajatabla, pero entre las 72 y 96 horas después de terminar sus pruebas los celestes empiezan a hacer sus valijas.

Diez uruguayos ya volaron de vuelta a casa. Sólo María Pía Fernández, la última en competir, permanece en Japón y permanecerá hasta el último momento, cuando sea la abanderada de la delegación uruguaya en la ceremonia de clausura. Debutante en los Juegos Olímpicos, la deportista de Flores dio una muestra de entereza cuando salió a correr los 1.500 metros que corresponden a su prueba preferida con una lesión en su pierna derecha. “En estos días pensaba que me iba”, contó María Pía disfrutando ahora de su estadía prolongada en Tokio. “Me sorprendió, cualquier otro deportista se lo merecía. Uruguay tuvo actuaciones muy satisfactorias, así que me tomó por sorpresa y me dio mucha alegría”, comentó sobre el honor de llevar la bandera en la clausura. “Creo que la emoción va a hacer lo suyo y voy a llevar esa bandera con muchísimo orgullo”, explicó sobre lo que espera para esa aparición en el cierre de los juegos.

Deborah Rodríguez, durante los 800 metros en los que clasificó a las semifinales de la especialidad, el viernes 30 de julio, en el Estadio Olímpico de Tokio.

Deborah Rodríguez, durante los 800 metros en los que clasificó a las semifinales de la especialidad, el viernes 30 de julio, en el Estadio Olímpico de Tokio.

Foto: Juan Ignacio Roncoroni, EFE

Fernández vivió horas difíciles cuando el jueves 29 fue diagnosticada con una distensión muscular. A medida que pasaron los días sus sensaciones fueron cambiando. Desde el bajón inicial, pasando por juntar fuerzas para salir a competir, incluso estando lesionada, hasta rehacerse por completo y ya empezar a pensar en su revancha. “Yo considero que para estos Juegos sacrifiqué mucho. Son muchos años de sacrifico y en un principio [luego de la lesión] sentía que no habían valido de nada. El apoyo y el cariño de la gente me hicieron tener más ganas que nunca”, expresó sobre lo sucedido luego de la competencia, cuando recibió muchísimas muestras de afecto de los seguidores en Uruguay. Ahora ya piensa en 2024.

Libro de balances

Uruguay se presentó a estos Juegos Olímpicos con 11 deportistas. Es la cifra más baja desde Montreal 1976. En lo que va de este siglo, fueron 17 los celestes en Río de Janeiro 2016, teniendo en cuenta que la cantidad de cupos para nuestro continente crecía por la localía brasileña. En Londres fueron 27, aunque si separamos a los 16 futbolistas queda una cifra como la actual de 11 deportistas en el resto de la disciplinas. Hubo 12 deportistas en Beijing, 15 en Atenas y también 15 en Sídney. El promedio se mantiene relativamente estable en estos años y, pese a aquella participación del fútbol, deporte cuyo desarrollo en nuestro país no se mide en participaciones olímpicas, hay una línea constante menor a 15 participantes en promedio.

Deportes como la vela, el remo y el judo se suman a los omnipresentes atletismo y natación. La celeste tuvo apariciones también en ciclismo, en el que se obtuvo la última medalla, pero esa disciplina se va alejando de su gloria olímpica para este país, que ya no se clasificó en las últimas dos ediciones. Apariciones en tiro, canotaje, halterofilia y equitación han engrosado las delegaciones uruguayas en este siglo, sin olvidar el tenis, que estuvo en 2016 de la mano de Pablo Cuevas, quien esta vez también se clasificó pero decidió no participar. La mayoría de estas disciplinas no están en una situación de desarrollo que les permita sostener sus participaciones olímpicas de forma consecutiva. Dependen de talentos ocasionales y de invitaciones. Las disciplinas con programas de desarrollo para sus deportistas o selecciones han sido en tiempos recientes las que ofrecen los mejores resultados.

No es para extrañarse que sucediera en remo, que tiene un plan de desarrollo de selecciones. También sucedió en 2016 con Emiliano Lasa, quien recibió la oportunidad brindada por la Confederación Atlética del Uruguay de entrenar y competir fuera de fronteras. Antes, a impulso personal y con ayuda estatal –aunque nunca suficiente–, Alejandro Foglia había luchado también por vivir esa realidad, la de instalarse en Europa para entrenar y disputar campeonatos. Desde 2012 Uruguay ha recogido, de la mano de estos deportistas, un diploma olímpico por edición.

En algunos aspectos, la actuación celeste en 2020 fue similar a la de la anterior edición. Una final olímpica con sexto puesto, en remo en este caso, que sucedió a lo hecho por Emiliano Lasa. También una semifinal olímpica en atletismo, esta vez de la mano de Déborah Rodríguez, luego de que en 2016 lo hiciera Andrés Silva. En judo Uruguay volvió a quedar afuera en la primera ronda, aunque por punto de oro y con Aprahamian dejando todo sobre el tatami. Natación sigue sin tener semifinalistas y por ahora tampoco goza de clasificaciones por marca. Al igual que en Río de Janeiro, los dos nadadores llegaron por cupo de universalidad. En vela, los resultados no fueron los esperados para ninguno de los dos barcos, pero los uruguayos en la disciplina siguen sosteniendo una regularidad y competitividad que invitan a pensar que este deporte no faltará a la cita de París.

“No se da esta oportunidad todos los días y somos unos privilegiados de poder estar acá”, resaltó Dolores Moreira en su segunda presencia olímpica. Mucho esfuerzo le ha llevado volver a estar presente, ya que ha sido para ella un ciclo con lesiones y mucho trabajo para recuperarse. Sus palabras resumen el sentir de los 11 que vinieron esta vez, pero seguro también el de todos los que vinieron antes: “Es algo que se tiene que reconocer y estaría bueno que la gente lo entienda: estamos luchándola día a día para dejar a Uruguay bien arriba”.

Así terminaron los uruguayos

Atletismo
Déborah Rodríguez
800 metros
19ª/46 2 min 00 seg y 90 cen y 2 min 01 seg 75 cen (semifinal)

María Pía Fernández (corrió lesionada)
1.500 metros
43ª/45 - 4 min 59 seg 56 cen

Emiliano Lasa
Salto largo
13º/32 - 7,95 metros (a un centímetro de la final)

Judo
Mikael Aprahamian
Menos de 81 kg
Primera ronda

Natación
Nicole Frank
200 metros combinados
27ª/27 - 2 min 18 seg 93 cen

Enzo Martínez
50 metros libre
35º/73 - 22 seg 52 cen

Remo
Bruno Cetraro
Felipe Klüver
Doble par peso ligero
6º/18 (final y diploma olímpico)

Vela
Dolores Moreira
Láser radial
22ª/44

Pablo Defazio
Dominique Knüppel
Nacra 17
18º/20