Hoy voy al fútbol. A diferencia del enorme Roberto Arlt –cuenta en una de sus Aguafuertes porteñas, titulada “Ayer vi ganar a los argentinos”, que a los 29 años vio su primer partido de fútbol–, mi historia de vida está llena de canchas, estadios, tribunas, alambrados, alegrías, angustias, sueños y frustraciones.

Tenía menos de cinco cuando iba con mi pelotita de plástico al estadio de mi pueblo. Estaba en segundo de escuela la primera vez que vi a la celeste en el Centenario.

“Hoy voy al fútbol” es un enunciado tan recurrente en mi vida, que seguramente lo haya dicho 6.000 o 7.000 veces en las últimas cinco décadas. Sin embargo, el “hoy voy al fútbol” del jueves 9 de setiembre de 2021 para ver a Uruguay tiene, en mi caso, la misma sensación de expectativa, ilusión y deslumbramiento que el 19 de junio de 1968, cuando de la mano de mi padre vi ganar a los uruguayos, dirigidos por el abuelo de Diego Forlán, Nino Corazzo, a los argentinos por 2-1.

Hoy voy al fútbol porque el reencuentro del público con la celeste fue algo tan estimulante, tan confirmatorio de que el fútbol es fútbol si está completo con nosotros en las tribunas.

El domingo, cuando la vuelta del público para ver a la selección uruguaya, una afición en estas últimas décadas tan íntimamente comprometida y en comunión con la celeste, sentí, a pesar de los millares de experiencias de canchas y tribunas, sensaciones tan gratificantes y extraordinarias que definitivamente eran la prueba irrefutable de que el fútbol, nuestro fútbol, ese rincón y motor de nuestras vidas, es con deportistas y público. Lo otro fue otra cosa.

Ser y estar

Hace unos días, cuando las tribunas volvieron a tener la musicalidad de algunas de nuestras voces, la periodista Sofía Romano me sorprendió con una cita de un texto que escribí ahogado por las circunstancias. “Ser y estar: ¿el fútbol sin hinchas será el mismo fútbol que dejamos atrás?”, se titulaba aquel Deportivo Sentimiento publicado en estas mismas páginas el 6 de agosto de 2020, tres días antes de que volviera la competencia pero no el fútbol. Romano rescataba puntualmente el remate de la nota: “Ya volveremos, y volverán los gritos, los abrazos, las puteadas, con un toque de yerba caída al costado y la hiriente grasa de algún chorizo que llora por ahí”. Sofía agregaba: “Se hizo desear, pero llegó. Volvió la hinchada. Y de a poco vuelve el fútbol como lo conocemos”.

Tribuna del Estadio Campeón del Siglo durante el partido de Uruguay y Bolivia, el domingo 5 de setiembre.

Tribuna del Estadio Campeón del Siglo durante el partido de Uruguay y Bolivia, el domingo 5 de setiembre.

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Los dínamos del aliento

En aquel momento centraba la ausencia y la falta de en nosotros, la gente: “La vuelta al fútbol en la nueva normalidad, el día después, estimula, alegra y llena de expectativas a los futboleros, pero a la vez deja establecida la idea de que falta algo, y ese algo se piensa, se vive como fundamental, casi como esencial: los hinchas, los habitantes del cemento, los tensores de los alambrados, los dínamos del aliento, los eyectores de las puteadas, los cultores de los abrazos extraños, los participantes de cada asado, esos “que los periodistas titulan parcialidad”.

¿Qué acontecimiento social masivo es más significativo que ir al fútbol? Para miles de nosotros y nosotras, esa acción incorporada a la liturgia pagana de los sábados y los domingos, y hasta de los miércoles y los jueves, tiene contacto emocional con ir al encuentro de aquel primer amor, con aquella novela, con una película, un toque o hasta algún encuentro de afectos.

Un par de meses después, cuando la celeste volvió a las canchas y su referente, el maestro Óscar Washington Tabárez, hizo pública su reflexión acerca del fútbol sin público, terminé de completar la sensación de que todo estaba modificado: nosotros, los habitantes de la tribuna, estábamos sin nuestro lugar en el mundo, pero ellos, los futbolistas, por más que estuviesen en el campo jugando, no estaban completando sus acciones, sus emociones, sus capacidades como individuos del fútbol y como colectivos. “Esto no es fútbol. Para mí el fútbol sin gente no es ni el fútbol que yo conocí ni el que me gustaría. Volvieron los partidos de fútbol, pero no volvió el fútbol. Es una versión del fútbol universal, muy atenuada, muy complicada por esta pandemia”, sentenció el entrenador de las selecciones nacionales, y tenía pruebas.

Soy celeste

La conjunción de la gente en las tribunas y la celeste en la cancha dio como resultado una sensación de alegría y expectativa en el halo transformado de humanidad y emociones en la dureza vacía del concreto de las tribunas. Pero lo más interesante para los pocos miles que podíamos estar ahí y para los tres millones que hubiesen querido estar entonando el “soy celeste” fue la exposición que hicieron los futbolistas en la cancha. Uruguay jugó como no lo había podido hacer en ninguno de los partidos jugados sin público, en Uruguay o en el lugar de América que le haya tocado en este último año, y puso en acción el potencial ofensivo y la capacidad de competencia a los que nos ha acostumbrado la selección uruguaya en estos 15 años en que Tabárez ha refundado su enorme espíritu de competitividad, basado en un largo proceso de pasos pensados y cuidados.

Muchos de ustedes conocen, y en algunos casos rechazan o cuestionan, la admiración que siento por Tabárez, que representa para mí una fuente de conocimiento continuo, un permanente caudal de ideas para pensar y acompañar o discutir. Ayer, cuando ya estaba planteada esta columna, pude preguntarle en nombre de Garra / la diaria si no le parecía que hay causalidad en que con la gente en las tribunas se haya redondeado una presentación tan buena como la del domingo, que da sostén a las expectativas. El director técnico de la selección respondió que sí: “No tengo ninguna duda. Incluso era el comentario de algunos jugadores, que cuando llegaron al estadio ya se sentían distintos porque veían gente, veían niños, veían banderas. Eso motiva. Además, están las repercusiones sobre el juego del equipo, las situaciones de gol, los goles. Necesitan esa devolución que da el festejo del público. Cuando eso no sucede, se festeja entre los que están dentro de la cancha, pero no es lo mismo. No es lo mismo. Para mí, lo dije varias veces, el fútbol profesional sin público no es fútbol. Es una manera de atender ciertas cosas que tienen que ver con el fútbol profesional, como la recaudación de dinero, los reglamentos, y la clasificación a cierto campeonato. No interrumpir el fútbol es una cosa muy importante, pero el retorno del público es lo que supera todas las medidas que pueden hacerse”.

Dicen que la primera vez nunca se olvida, y puede ser tan cierto como discutible, pero la vuelta a ciertas experiencias vitales adquiridas en colectivo, seguro, será difícil de olvidar.

Durante más de cuatro generaciones, desde un bisabuelo hasta una nieta, hasta que el campeonato y nuestra camiseta y la de los otros se transformó en envío televisivo como si fuese la telenovela, o una serie, el fútbol, su crecimiento, su desarrollo, su evolución e involución, su corrupción y su arcaica y bestial violencia pasaron y pasan aún por nosotros, la gente, que de manera directa o indirecta solventamos emocional y económicamente todo el entramado, aunque estén con todo su enorme poder las corporaciones que rigen los destinos del mundo del fútbol.

Hoy voy al fútbol porque juega Uruguay, porque en esos lejanos vecinos de camiseta color celeste que esperan por mis gritos, mis aplausos, mi sonrisa y mis puteadas, definitivamente está una cuota parte de mi felicidad.

¡Uruguay, nomá!