La jueza penal de 23° turno, Isaura Tórtora, tomó declaración a los expolicías Ricardo Conejo Medina y José Sande Lima por el asesinato del militante comunista Álvaro Balbi, ocurrido en julio de 1975.

Tanto Medina como Sande Lima -ambos condenados por violaciones a los derechos humanos- negaron toda vinculación con el operativo que culminó con el asesinato de Balbi. Medina dijo que trabajaba en un supermercado policial y hacía trabajos comunitarios para los policías, mientras que Sande Lima negó la existencia de allanamientos y detenciones de militantes comunistas por parte de la Policía.

“Esas declaraciones son una falta de respeto a la historia, quedaron desacreditadas por sí mismas. No se puede ir contra la verdad, porque son hechos reconocidos”, expresó el abogado de la familia Balbi, Óscar López Goldaracena, en declaraciones a la diaria.

A propuesta de López Goldaracena, Medina tuvo un careo con Lille Caruso, viuda de Balbi y también militante comunista. “B17344, de Maldonado”; Caruso le recordó a Medina el número de chapa del “colachata” azul bolita en el que fueron a allanar su casa, unas dos horas después de detener a su marido. En la audiencia también estaba Alondra Balbi, hija menor del militante asesinado.

“Medina dijo que nunca estuvo en la calle Maldonado [sede de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, DNII] y yo lo vi ahí, me dijo que mi marido había pasado a la órbita militar. Él había estado en mi casa”, comentó Caruso en conversación con la diaria. A los 32 años, la esposa de Balbi fue a la sede de inteligencia policial a consultar si había información sobre su esposo. Mientras esperaba una respuesta vio pasar a uno de los hombres que habían estado en el allanamiento en su casa la noche anterior. Luego supo que era Medina.

Por esta causa también declaró como indagado el comisario general retirado Enrique Navas, quien era el responsable del Regimiento de Coraceros. También declaró como testigo el exintegrante de inteligencia policial César Insaurralde. Ambos negaron cualquier vínculo con la causa.

La jueza Tórtora fijó una nueva audiencia para el próximo martes, en la que declarará el médico forense Guido Berro, quien dará explicaciones sobre una autopsia histórica que hizo, que permitió probar que Balbi había muerto siendo víctima de la tortura conocida como “submarino”. Tras esa audiencia, el expediente regresará a la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad, donde se analizarán los posibles pedidos de procesamiento.

Balbi fue detenido junto a otros ocho militantes comunistas sobre las 18.00 del 29 de julio de 1975, durante una reunión del Regional 3 del Partido Comunista del Uruguay (PCU) en la calle Canstatt, en la zona del ex Mercado Modelo. De allí fueron trasladados a la DNII, donde estuvieron unas dos horas, y luego al Regimiento de Coraceros, en José Pedro Varela y José Batlle y Ordoñez.

“Ese 29 de julio que nos agarran nos llevan a Coraceros y nos meten en un campo semidesnudos, encapuchados y atados con alambre. Ese día hacía frío, yo tenía pantalón, botas, rompevientos, bufanda y sobretodo, y nos dejaron casi desnudos toda la noche”, recuerda Javier Tassino, detenido junto a Balbi y testigo de su asesinato en Coraceros.

“A Balbi lo matan en diez minutos, lo meten en un tacho y le rompen la cabeza con la culata de un fusil, después de estar dos días en una situación de mucho frío, mojado, parado, recibiendo trompadas”, recordó el militante comunista.

Balbi tenía cuatro hijos, era empleado de una empresa de automotores, músico y estudiante del Conservatorio Nacional de Música. Tassino lo recuerda como “un tipo muy familiero y laburante”. Tenía 31 años.

Su padre, el maestro Selmar Balbi, escribió al dictador Juan María Bordaberry luego de que el subcomisario Eduardo Telechea, también de la DNII, informara a Lille Caruso que su esposo había muerto por un ataque de asma y que podría reclamar el cuerpo en el Hospital Militar: “Sr. Presidente. Mi hijo ha muerto en dependencias de las Fuerzas Conjuntas. No sé si cometió delito ni cuál pudo ser, lo reitero, y también repito que no pudo ser una falta contra la condición humana y menos, falta grave. Jamás colocamos nosotros la muerte más alta que la vida. Mi hijo ha muerto. Pero quedan sus hijitos, quedan los hombres jóvenes aún y sus hijitos, muy cerca de diez mil niños, jóvenes y adultos han estado bajo mi amparo cuidadoso a lo largo de 40 años de docencia. Por ellos velo ahora. Para ellos, la liquidación de la impunidad, de los criminales; para ellos, la más larga y segura vida. Y la alegría de vivir”.