Los abogados italianos Arturo Salerni y Mario Angelelli viajaron a Argentina y Uruguay para recolectar evidencia para lo que será el proceso en Italia por la desaparición de la ciudadana italiana Rafaella Giuliana Filipazzi y del argentino José Agustín Potenza, detenidos en Uruguay y desaparecidos en Asunción, en diciembre de 1977.

La denuncia fue presentada el 5 de noviembre de 2020 y la investigación preliminar, que se encuentra en su última etapa, la lleva el fiscal Erminio Amelio del Ministerio Público de Roma.

En diálogo con la diaria Salerni destacó la importancia de tener toda la documentación sobre lo ocurrido con Filipazzi y Potenza durante su pasaje por Uruguay y la información de la coordinación entre el Estado uruguayo y la dictadura de Alfredo Stroessner.

Salerni hizo hincapié en la responsabilidad de Jorge Tróccoli en el Fusna y confió en que la fiscalía está cerca de obtener la evidencia necesaria para pedir el inicio del juicio contra Tróccoli.

En la Justicia italiana, después de esta etapa de instrucción, en la que se evalúa la evidencia y los testimonios que van a ser utilizados, comienza el proceso con el jurado, integrado por dos jueces y cuatro ciudadanos.

El Estado uruguayo, además de reconocer su responsabilidad en el crimen, entregó el listado con los nombres de los oficiales del Fusna entre mayo y julio de 1977, entre los que figura Tróccoli como alférez de navío y los nombres de los agentes paraguayos que llegaron a Uruguay para llevarse a las víctimas.

Tróccoli fue condenado a cadena perpetua por la Justicia italiana junto a otros 14 represores por la causa que investigó el Plan Cóndor y los crímenes de lesa humanidad contra 38 ciudadanos italianos en Sudamérica.

En 2007 Tróccoli, que tiene ciudadanía italiana, huyó de la Justicia uruguaya y se refugió en Salerno, en el sur de Italia. Por un error en el trámite de la extradición que implicó el incumplimiento de los plazos formales para presentar la solicitud, la Justicia uruguaya no pudo juzgarlo. Cuando el Tribunal de Casación confirmó su condena, en julio de 2021 fue detenido y trasladado a una cárcel común.

El juicio italiano por el Plan Cóndor comenzó en Italia en 1999, a partir de la denuncia de cinco mujeres, familiares de detenidos desaparecidos de origen italiano. La sentencia de primera instancia condenó a ocho de los acusados a cadena perpetua, pero el Tribunal de Apelaciones los absolvió. Finalmente el máximo órgano de justicia confirmó la sentencia de condena e impuso la pena de cadena perpetua a todos los acusados.

En esa sentencia se logró comprobar la existencia de la llamada Oficina de la Computadora, que era comandada por Tróccoli, instalada en dependencias de Fusileros Navales. Allí los prisioneros eran forzados a trabajar en tareas de inteligencia para aportar datos de los detenidos y de la estructura de las organizaciones de izquierda. La Oficina de la Computadora habría surgido en octubre de 1976 tras un viaje de Tróccoli a Argentina, como emulación de La Pecera, donde la Escuela de Mecánica de la Armada argentina (ESMA) procesaba información de los detenidos. Tróccoli fue designado oficial de inteligencia y enlace del Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas, y en su legajo hay varios reconocimientos por su vínculo con la ESMA y viajes a Argentina que coinciden con las acciones represivas contra los Grupos de Acción Unificadora.

Además de Tróccoli fueron condenados en la causa Plan Cóndor los militares uruguayos José Arab, Ricardo Medina, Ernesto Abelino Ramas, José Sande Lima, Jorge Silveira y Ernesto Soca, quienes cumplen condena en Uruguay, y los fallecidos Juan Carlos Larcebeau, Gilberto Vázquez, el excanciller Juan Carlos Blanco, José Nino Gavazzo, Luis Maurente y el coronel retirado Pedro Mato, quien se encuentra prófugo de la Justicia y vive en Brasil, al menos desde 2014.

La historia de Giuliana Filipazzi y José Potenza

A mediados de la década del 50, José Agustín Potenza llegó a Uruguay como refugiado político. Había nacido el 23 de abril de 1928 en Buenos Aires. Como militante peronista fue perseguido por la Revolución Libertadora en 1955. Trabajaba en el Banco Nación de Argentina, y al saberse buscado por la dictadura cívico-militar, encabezada por Eduardo Lonardi, pidió asilo político, primero en Nicaragua y después en Uruguay, donde ingresó en agosto de 1956. Potenza regresó a Argentina, pero debió volver a huir expulsado por la dictadura de Jorge Videla, a fines de 1976.

Rafaella Giuliana Filipazzi nació el 22 de marzo de 1944 en la ciudad de Brescia, en el norte de Italia. La familia, desplazada por la guerra, se instaló en la ciudad argentina de Bahía Blanca. Filipazzi se trasladó a Buenos Aires, donde trabajó en una farmacia hasta que debió huir en 1976. Ese año, documentos policiales paraguayos registraron a la pareja como expulsada por la dictadura de Alfredo Stroessner.

Semanas antes del secuestro, Filipazzi y Potenza ingresaron varias veces a Uruguay desde Argentina y Brasil. El 27 de mayo de 1977 fueron secuestrados en el hotel Hermitage, ubicado en Benito Blanco, en el barrio Pocitos. La pareja fue trasladada al centro clandestino del cuerpo de Fusileros Navales, que funcionaba en el puerto de Montevideo.

En la noche del 8 de junio de 1977 inteligencia uruguaya los entregó a la Policía paraguaya, que los trasladó en el vuelo 303 de Líneas Aéreas Paraguayas, a pedido de la dictadura de Stroessner. Estuvieron varios meses en la dirección detenidos en la sede del Departamento de Investigaciones de la Policía Federal paraguaya.

La dirigente comunista paraguaya Lidia Cabrera estuvo detenida en ese lugar con su pareja y recuerda la llegada de Potenza y Filipazzi al centro clandestino de Asunción. “Nosotros estábamos secuestrados clandestinos y los vimos llegar, ahí los conocimos. Ella estaba sola en el tercer piso y yo en la planta baja al lado de la cocina. Una vez la Policía bajó a Potenza para limpiar el baño, y como yo estaba enfrente del baño, en un descuido de la guardia él se acercó y me habló. Me dijo que era sindicalista argentino, estaba súper nervioso, me iba a decir más cosas, pero vino la guardia y no me pudo hablar más. A ella la veía cuando salía al patio, era muy linda, hablaba con acento porteño o algo así, nosotros la escuchábamos hablar”, comentó en diálogo con la diaria.

El centro clandestino de detención que funcionaba en el Departamento de Investigaciones de la Policía Federal fue vaciado horas antes de una visita de la Cruz Roja, el 2 de diciembre de 1977: “Ellos estuvieron meses ahí, hasta que la Cruz Roja consiguió el permiso de Stroessner para visitar Investigación y ahí nos sacaron a todos; éramos como 70 personas y quedó vacío. A ellos los llevaron y no supimos más nada, fuimos pocos los que sobrevivimos”.

A través de un efectivo de la Policía Federal paraguaya, Filipazzi logró enviar varias cartas a su amiga Cecilia Benac, a quien le escribía como si estuviera internada en un centro de salud después de un accidente y utilizando fechas que diferían en un mes con los momentos en que realmente habían ocurrido los hechos.

“No puedo entrar en detalles por factor tiempo, y por más que quisiera contarte no entenderías nada ya que ni yo entiendo lo que pasa; sólo es una mala noticia la que te mando; estoy enferma hace mucho tiempo acá en Paraguay y sin tener noticias de nadie ni poder comunicarnos con nadie”, le escribió el 3 de setiembre de 1977. En esa carta Giuliana le pide a su amiga que llame al hotel Hermitage de Montevideo para ver si puede retirar las maletas.

Cinco días antes de su desaparición escribió: “A mí me internaron cuando el accidente en la clínica de Uruguay y de allí me trasladaron a esta. En el momento del accidente yo no vi nada (...) hasta hoy me trataron muy bien, ya que me trasladaron en avión. Respecto a los viejos, dales mil abrazos y deciles que estoy bien, que no se preocupen, yo trato de superarme día a día y que en cuanto esté recuperada nos olvidaremos de mis penas. Dios no te abandona, sólo en él tengo puesta toda mi esperanza, la fe es lo único que tengo intacto, lo que sí te pido es que al tío de Italia no le digan nada o, mejor dicho, que ni aparezca, si querés escribile y decile que estamos bien, porque si llega a viajar vos sabés que armaría un escándalo, es una bomba di tempo y entonces me mataría del todo”.

Sus restos fueron encontrados en una fosa común en una dependencia policial en el predio de la Agrupación Especializada de la Policía paraguaya e identificados tres años después gracias al trabajo conjunto del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y la Dirección de Reparación y Memoria Histórica del Ministerio de Justicia paraguayo (DRMH), a cargo del doctor Rogelio Agustín Goiburú. Los restos de Filipazzi fueron repatriados y exhumados en el Memorial de los Desaparecidos Correntinos.

En diálogo con la diaria Beatriz García, hija de Filipazzi, recordó cuando su madre salió de Argentina: “Yo estaba en Corrientes y me dijo que se tenía que ir, que las cosas no estaban bien en Buenos Aires. ‘Te prometo que vuelvo y vamos a vivir juntas’, me dijo, y eso me quedó y me marcó. Yo tenía 12 años”.

La madre de Filipazzi viajó a Corrientes para buscar información sobre el paradero de su hija: “Cuando vino su madre, yo me negaba a escuchar, y además antes no se hablaba mucho porque te podían involucrar. Nosotros teníamos el dato de que ella estaba en Paraguay”.

Beatriz comenzó a investigar sobre el destino de su madre después de la adolescencia: “Empecé a investigar desde donde podía, yo trabajo en un lugar donde puedo tener registros de dónde viven las personas y fui preguntando qué hacer. A ella le sacaron los documentos, era como buscar una aguja en un pajar, no sabía por dónde empezar. Después fui a Paraguay, estuve con los Archivos del Terror, busqué información y así fui atando cabos”, recordó.

En agosto de 2016 recibió la llamada de antropología forense para informarle que habían encontrado los restos de su madre: “Me quedé callada, fue horrible, yo quería saber qué tan cierto era todo esto y terminó lo que tanto busqué. Me acuerdo y tiemblo”.