“Pensé que me iban a linchar y a enterrar en un médano. Estaba seguro de que iban a matarme”, dice Gabriel Pérez a la diaria. Al otro lado del teléfono suena débil, agotado, pero también decidido a narrar cuantas veces sea necesario, hasta que se haga justicia. Desde el jueves pasado, cuando cuatro personas que circulaban en dos camionetas lo interceptaron en la calle mientras iba a cargar una garrafa, le cuesta dormir, siente el peso de la angustia en el medio del pecho y teme circular por el barrio. “Esto no me lo va a sacar ningún psicólogo”, lamenta, antes de contar la traumática experiencia.

“Sos un ladrón y ahora vas a ver”, le gritó una mujer que le cerró el paso con su camioneta y le obligó a frenar la bicicleta en la que además repartía conservas y plantines por el barrio. Segundos después una camioneta con matrícula argentina, en la que viajaban tres hombres, también le cerró el paso. “Se bajaron corriendo los tres y me tiraron de la bicicleta. Yo trataba de sacarme la mochila de la espalda para que no se rompieran los bollones de conserva, pero ellos pegaron un tirón, me la quitaron y la rompieron”, dice Gabriel.

Los tres hombres lo tiraron al piso. Uno le apretó los pies y las rodillas con las manos. El segundo le aseguró las muñecas, y el tercero le trancó el antebrazo en la tráquea. “¿Dónde está lo que me robaste? Decinos quiénes fueron los que nos robaron”, escuchó, mientras luchaba por respirar. “No soy ladrón, no me maten, tengo una hija”, rogó Gabriel. Pero fue peor. “El que me estrangulaba con el brazo izquierdo empezó a darme puñetazos en la cabeza. Después me arrastró y me puso la cara en un charco, porque la noche anterior había llovido”, recuerda.

“¿Querés agua?”, le decía, al tiempo que lo sumergía y seguía interrogándolo. Como Gabriel insistía en que no sabía nada, le sacaron el rostro del agua y otra vez lo tomaron a puñetazos: “En el ojo derecho, en la carretilla, en la mejijlla”. La violencia con Gabriel apretado contra el piso se extendió durante “cinco o siete minutos”. Entonces, entre los tres, lo arrastraron hasta el furgón con puertas corredizas y lo lanzaron “boca abajo, medio de lado”. Mientras el conductor puso en marcha el vehículo, uno mantenía la presión en la tráquea de Gabriel y el otro le sujetaba los pies.

En medio de esa situación, Gabriel alcanzó a ver que en la camioneta había un machete y cuerdas. Fue cuando lo aterró la certeza de que lo lincharían y lo enterrarían en un médano. Seguía rogando que no lo mataran cuando notó que la camioneta arrancaba violentamente. “No tenía idea de adónde me llevaban, pero a los minutos aparecí en el destacamento de Sauce de Portezuelo”, contó.

Aunque todavía sentía la llave de un antebrazo en su tráquea, alcanzó a gritar por ayuda a la Policía. “Acá traemos a otro delincuente más”, adelantó uno de los agresores al funcionario que los recibió. “Los policías me sacaron a un costado, me esposaron y me pusieron en una celda. Yo pedía que me desabrocharan el abrigo y que me dieran agua, porque no podía respirar”, cuenta Gabriel, con la voz entrecortada. En cambio, observó con estupor cómo les tomaban declaraciones a los agresores, que dieron un breve informe y “se retiraron enseguida”.

Gabriel quedó en la celda hasta que llegó un móvil y lo trasladó a “la brigada de Hurtos e Investigaciones de Piriápolis”. De allí lo llevaron a una policlínica donde le suministraron calmantes, y volvieron a llevárselo “a Investigaciones”. Allí estuvo en una celda, ahora sin esposas, durante lo que le pareció “como una hora y media”. Entonces, lo sacaron para tomarle declaraciones y les contó lo mismo que relató a la diaria. Gabriel asegura que, al escuchar su versión, los policías de Piriápolis le dijeron que lo que le hicieron “estaba mal”, que “las personas no pueden hacer esas detenciones y que para eso estaban ellos”. Ahí supo que no había sido la única víctima de la tarde. Según le contaron, otros de la misma “brigada civil” habían “entregado” a dos hombres como presuntos sospechosos de robo.

“Ellos decidieron salir de cacería. No los conozco tanto como a la mayoría de los vecinos, porque son nuevos, pero trabajé con ellos. Les corté el pasto en verano, les vendí plantas y plantines como a muchas otras personas. Pero se les ocurrió que yo entregaba domicilios para robar”, añadió Gabriel, y enseguida aclaró que nunca había estado esposado, ni preso y que no le desea a nadie todo lo que pasó.

Al día siguiente de este ataque, todavía con la cara hinchada y llena de moretones, resolvió continuar con el reparto de conservas y plantas que es su único sustento. Pero no pudo con la angustia y el miedo y volvió a encerrarse en su casa. A esa altura, varios vecinos que lo vieron circular con la cara hinchada y amoratada se interesaron por lo que había ocurrido y salieron a ofrecerle apoyo, mientras preparaban un comunicado de respaldo y solidaridad que emitieron este lunes.

Gabriel, de 46 años, vive solo en su casa e intenta reponerse como puede. A días de la agresión, afirma que no ha recibido más revisiones médicas ni tampoco algún apoyo psicológico que le ayude a controlar el miedo y la angustia que se le metieron en el pecho. Aun así, tuvo el coraje de denunciar a sus agresores, espera que la Fiscalía de feria los cite de un momento a otro, y que alguno de los vecinos que en estos días pasa por su casa a ver cómo sigue le consiga algún abogado.

Quiere justicia aunque no pierde el miedo a sus agresores, porque todos siguen conviviendo en el mismo barrio. “Estoy deprimido, angustiado, y lo primero que me viene a la mente es esa gente golpéandome y la seguridad de que me iban a matar. Esto me va a quedar para siempre, no va a sacármelo un psicólogo”, asegura.

“Delincuentes neonazis”

Ricardo Soruhet es uno de los vecinos que firmaron el comunicado de respaldo a Gabriel, pero no integra la agrupación vecinal que, por su lado, divulgó otra nota sobre el caso. “Los agresores son personas que, como muchos otros, sufrieron robos, pero decidieron hacer justicia por mano propia y salen a cazar supuestos ladrones”, dijo. Aunque se trata de “argentinos nuevos en el barrio”, son bien conocidos porque integran un grupo de Whatsapp sobre “seguridad barrial” y no escatiman mensajes con opiniones violentas sobre personas vulnerables o humildes, a las que asocian con una “ola de robos” que tiene en jaque a la zona. En general, las investigan, les hacen seguimientos y en ocasiones también divulgan fotos en el grupo, aunque no tengan que ver con los delitos o no existan pruebas al respecto.

“Hace unas tres semanas, cuando los robaron, anunciaron en el grupo que tenían información sobre los presuntos ladrones y que saldrían a buscarlos. Nos llama la atención que la Policía deje actuar a civiles que salen en camionetas a buscar gente, y que se los entregan después de haberlos golpeado o torturado”, comentó Soruhet. El vecino no sabe si se trata de un grupo que opera con apoyo policial, pero “si tiene cuatro patas y ladra, es un perro. Hace menos de un mes que salieron y agarraron a tres que sí habían robado o eran encubridores, y fueron imputados. Anduvieron recorriendo bastante y tienen buena información, no son improvisados”, opinó.

Para la comunidad de Ocean Park, “la detención y tortura” de Gabriel fue la gota que derramó el vaso porque “se equivocaron de persona”, además de ejecutar arrestos ciudadanos ilegales, ya que no son detenciones in fraganti, sino premeditadas y con todo tipo de violencia. “Nunca pensamos que cumplirían lo que decían en el grupo, pero menos que se la agarrarían con Gabriel, un vecino humilde, al que conocemos desde hace más de diez años, que no molesta a nadie”, lamentó Soruhet.

Civilización y barbarie

Además de solidarizarse con la víctima, los firmantes manifestaron su “profunda consternación y preocupación” por el hecho que atribuyeron a “individuos que recientemente se mudaron” a la zona” y a quienes, en diferentes tramos, definen como “delincuentes neonazis” de la comunidad. Gabriel es “ampliamente conocido y respetado en nuestra vecindad debido a su carácter amable y su contribución positiva a nuestra comunidad. [...] Además de sufrir estas terribles vejaciones, fue obligado a autoinculparse de robos que no cometió”, señala el comunicado.

Los vecinos sostienen que Gabriel fue liberado “gracias a la intervención de los policías comunitarios que lo conocen y saben de su buen carácter. Es inadmisible que alguien que ha sido víctima de semejante violencia termine siendo tratado como un criminal”. Por eso se sienten profundamente indignados y exigen que se haga justicia. “Instamos a las autoridades competentes a llevar a cabo una investigación exhaustiva y diligente para identificar y castigar a los responsables de esta salvaje agresión”, dice la carta, aunque para varios la identidad de los agresores no es misterio.

También piden que se tomen las medidas necesarias para garantizar la seguridad de Gabriel y de todos los residentes de la comunidad. “Es fundamental que se implementen acciones preventivas y se fortalezca la seguridad en Ocean Park para evitar la repetición de actos tan violentos y discriminatorios. […] No podemos permitir que la impunidad prevalezca y que la violencia neonazi se arraigue en nuestra sociedad”, concluye el texto.

Por su parte, durante el fin de semana, la Asociación de Vecinos de Ocean Park divulgó una nota en la que también se muestran consternados e indignados por estos hechos, y adelantan que el tema será tratado en la próxima reunión de la comisión directiva. “Queremos expresar nuestra enérgica condena a este tipo de actitudes violentas, que no sólo atentan contra la integridad física de una persona, sino contra el espíritu de convivencia que tratamos de promover en nuestra comunidad”, señaló el grupo.

Tras manifestar su confianza en la actuación policial y su respeto a las decisiones judiciales, aunque “a veces no están de acuerdo” con ellas, consideran que ese trabajo es “lo que distingue a una sociedad civilizada de la barbarie”.